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5/5/25

El Hotel Colón de Barcelona

Crónica de un símbolo desaparecido

A finales del siglo XIX, Barcelona vivía una transformación urbana sin precedentes, marcada por la apertura del Eixample y la progresiva consolidación de la Plaça de Catalunya como nuevo epicentro cívico. Este espacio, aún indefinido y en constante construcción, atrajo proyectos de gran ambición simbólica y económica. En ese contexto, el empresario Artur Vilaseca, conocido por haber dirigido el exitoso Café del Siglo XIX —popularmente llamado La Pajarera—, adquirió en 1895 un solar privilegiado en la confluencia del Passeig de Gràcia con la Plaça Catalunya, lugar estratégico que presagiaba una intensa centralidad.

Vilaseca encargó el proyecto a Francesc Rogent, hijo del célebre Elies Rogent, arquitecto clave del romanticismo catalán. El edificio, inaugurado en 1897 como Gran Café-Restaurant Colón, representaba una fusión entre modernidad y funcionalidad. Tenía grandes ventanales de vidrio, estructura de madera, una claraboya policromada y una notable araña de gas con cincuenta puntos de luz. La planta baja estaba dedicada a mesas de billar y servicios de café, mientras que el primer piso ofrecía un balcón corrido con vistas abiertas a una plaza todavía en construcción. El establecimiento se convirtió rápidamente en punto de encuentro de la burguesía barcelonesa, que buscaba nuevos espacios de sociabilidad en el centro de la ciudad.

El éxito del café impulsó una transformación mayor: en 1902, el local fue reformado y ampliado para convertirse en el Gran Hotel Colón, gracias a la sociedad entre Vilaseca y Ramón Pou i Riu. El nuevo proyecto fue dirigido por el arquitecto Andreu Audet i Puig, conocido por sus intervenciones en teatros como el Apolo o el Tívoli. Audet añadió una planta y una elegante cúpula en la esquina del edificio, al tiempo que mantuvo las líneas modernistas y los ventanales originales que aportaban transparencia y dinamismo al conjunto. El hotel contaba con sesenta habitaciones, servicio de carruajes propio y, de manera pionera, alojó algunas de las primeras salas de cine de Barcelona, como el Cinematógrafo Georges Demeny (1897) y el Bioscope (1901), en una ciudad que apenas se familiarizaba con la proyección en movimiento.

La década siguiente consolidó su prestigio. El Hotel Colón se convirtió en uno de los epicentros sociales y culturales de la ciudad. Su terraza albergaba tertulias intelectuales, cenas musicales y recepciones políticas. Personajes como Federico García Lorca, que recitó en sus salones, o el alcalde Rómulo Bosch i Alsina, asesinado en 1908 en un suceso nunca del todo esclarecido, formaban parte del paisaje humano del lugar. La prensa de la época —La Vanguardia, El Diluvio— recoge numerosas noticias sobre veladas artísticas y banquetes conmemorativos celebrados en sus espacios.

Entre 1916 y 1918, el edificio fue objeto de una transformación profunda: el arquitecto Enric Sagnier, figura capital del noucentisme, dirigió una reforma que elevó el edificio de dos a siete plantas, sustituyendo la ligereza modernista por una monumentalidad más sobria y académica. Esta intervención no solo ampliaba la capacidad del hotel, sino que respondía a una nueva estética urbana marcada por el clasicismo, el orden y la estabilidad visual. El nuevo Hotel Colón disponía de 200 habitaciones con baño privado, salones para banquetes, un cabaret donde las mujeres fumaban sin escándalo, y una "Taverna Andalusa" con espectáculos flamencos que buscaban atraer tanto a la élite local como al incipiente turismo internacional. Albert Einstein se alojó allí en 1923, durante su visita a la ciudad invitado por la Mancomunitat, y Winston Churchill lo frecuentó en años posteriores, lo que testimonia su importancia como nodo diplomático y cultural.

En el imaginario popular barcelonés, algunos personajes del hotel se volvieron legendarios: el portero Wladimir, un ruso de gran estatura que se convirtió en imagen viva del hotel, o la florista Elisa, que cada mañana ofrecía flores frescas a los huéspedes. Estos nombres circulaban por las crónicas de sociedad y por las anécdotas de tertulianos, reforzando la idea de que el Colón no era solo un edificio, sino un microcosmos.

La Guerra Civil Española marcó un punto de inflexión irreversible. El 19 de julio de 1936, el hotel fue brevemente ocupado por militares sublevados, antes de quedar en manos de organizaciones del Frente Popular. En sus salones se instalaron el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) y la Unión General de Trabajadores (UGT). La fachada del hotel fue cubierta con retratos de Lenin y Trotsky, como muestra la célebre fotografía de Antoni Campañà, conservada hoy en el Arxiu Nacional de Catalunya y estudiada por el MNAC (2020). Durante tres años, el Hotel Colón fue uno de los símbolos más visibles de la Barcelona revolucionaria.

Tras la victoria franquista, el edificio fue considerado un símbolo del pasado republicano y revolucionario, motivo por el cual se decretó su desaparición. En 1940, Banesto compró el solar, y en 1941 se inició la demolición, documentada magistralmente por Josep Brangulí, cuyas imágenes muestran el derribo del hotel frente a una plaza devastada por la guerra y la censura. La destrucción del Colón no fue solo un acto urbanístico, sino también un gesto ideológico: la dictadura pretendía reescribir el paisaje urbano eliminando los símbolos incómodos de la Segunda República y la modernidad cosmopolita.

Durante décadas, se ha repetido erróneamente que el edificio que hoy ocupa la Apple Store fue construido en 1942, pero documentos de archivo y reportajes de La Vanguardia confirman que las obras duraron hasta 1947. El nuevo edificio, proyectado por el arquitecto Eusebi Bona, era un bloque clasicista y funcional, sin ninguna de las florituras que caracterizaron a su antecesor. Bona, autor del Palau de la Justícia y del Palau de la Música Popular, optó aquí por una arquitectura neutra, que no compitiera con el nuevo relato franquista del espacio público.

El Hotel Colón desapareció físicamente, pero no simbólicamente. Como ha señalado Lluís Permanyer en Biografia de la Plaça de Catalunya (2002), el Colón encarnó las distintas almas de la Barcelona moderna: la modernista, la noucentista, la revolucionaria. Fue escenario de transformaciones urbanas, políticas y culturales que marcaron la identidad contemporánea de la ciudad. Su legado persiste en las fotografías de Brangulí, en los artículos de Cirici Pellicer, en los relatos de Sempronio y en las iniciativas de conservación de la memoria arquitectónica como Docomomo Ibérico, que insiste en la necesidad de preservar —aunque sea mediante el recuerdo— aquellos edificios que configuraron el imaginario urbano del siglo XX.

Hoy, frente a la fachada impersonal de la Apple Store, conviene recordar que ese solar fue una vez el epicentro de una ciudad que soñaba, discutía, celebraba y sufría. El Hotel Colón fue más que un hotel: fue un espejo de Barcelona. Su desaparición no debería hacernos olvidar que las ciudades se construyen no solo con piedra y hormigón, sino también con memoria, con relatos contrastados y con la voluntad de no repetir los errores del olvido.

Bibliografía

  • Brangulí, J. (1941). Demolición del Hotel Colón. Fondo fotográfico del Arxiu Nacional de Catalunya.
  • Campañà, A. (2020). La guerra infinita. Museu Nacional d’Art de Catalunya / Arxiu Nacional de Catalunya.
  • Cirici Pellicer, A. (1968). Barcelona: guía de arquitectura. Barcelona: Edicions 62.
  • Docomomo Ibérico. (s.f.). Inventario de arquitectura del movimiento moderno. Fundación Docomomo Ibérico. https://docomomoiberico.com/
  • Lacuesta, R. (2003). Enric Sagnier i Villavecchia, arquitecte del noucentisme. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat.
  • López-Muñoz, J. (2015). El cinematógrafo en Barcelona: 1896–1910. Barcelona: Generalitat de Catalunya.
  • MNAC. (2020). Antoni Campañà: la guerra infinita [Exposición]. Museu Nacional d’Art de Catalunya.
  • Permanyer, L. (2002). Biografia de la Plaça de Catalunya. Barcelona: Viena Edicions.
  • Rius, J. M. (1985). El urbanismo de Barcelona en el primer tercio del siglo XX. Barcelona: Edicions UPC.
  • Vidal, C. (1999). Arquitectura i franquisme a Catalunya. Barcelona: Edicions 62.

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