La Plaça de Sant Jaume, situada en el corazón del casco antiguo de Barcelona, constituye uno de los enclaves más simbólicos de la historia urbana catalana. Lejos de ser un simple vacío arquitectónico o un cruce de caminos, esta plaza ha sido —y continúa siendo— un espacio palimpséstico donde se superponen capas de poder, memoria y transformación urbanística. Desde su origen en el cruce del cardo maximus y el decumanus de la Barcino romana hasta su configuración actual como sede institucional del Ayuntamiento y del Palau de la Generalitat, la plaza ha sido testigo de profundas mutaciones físicas, políticas y simbólicas (BELTRÁN FORTES, 2012).
Del cruce romano al laberinto medieval
En la época romana, el lugar que ocupa la actual Plaça de Sant Jaume constituía el núcleo fundacional de la ciudad. El cruce del cardo maximus y el decumanus formaba el centro neurálgico de Barcino, en el cual se levantaban los principales edificios públicos, como el foro y el templo de Augusto, cuyos vestigios aún se conservan en el subsuelo y en las inmediaciones de la calle Paradís (BELTRÁN FORTES, 2012).
Durante la Edad Media, el área evolucionó hacia una configuración compleja, donde convivían instituciones civiles y religiosas. La presencia de la iglesia parroquial de Sant Jaume, edificada sobre restos antiguos y flanqueada por el Palau de la Generalitat y la Casa de la Ciutat, fragmentaba el espacio e impedía una visión directa entre ambas sedes del poder político (GARCIA ESPUCHE, 1991). La plaza medieval era más bien un conjunto de callejuelas estrechas, con cementerios parroquiales, mercados y edificios anejos, que reflejaban una organización orgánica y poco planificada del tejido urbano (GARCIA ESPUCHE, 1991).
Transformación liberal (1822–1824): Modernización y conflicto
La intervención urbana desarrollada entre 1822 y 1824 fue mucho más que una reforma arquitectónica: supuso una transformación ideológica y simbólica de gran calado. En el contexto del Trienio Liberal (1820–1823), el Ayuntamiento constitucional impulsó un ambicioso proyecto de apertura de la plaza, inspirado en modelos neoclásicos franceses y en criterios de monumentalidad y control urbano.
La demolición de la iglesia de Sant Jaume —cuya parroquia fue suprimida tras la desamortización de 1823— marcó un punto de inflexión. Esta operación fue interpretada por contemporáneos no solo como una mejora urbanística, sino como una afirmación ideológica del poder civil frente a las estructuras eclesiásticas del Antiguo Régimen (FONTANA, 1992). Como señala Fontana, el liberalismo urbano del siglo XIX tenía una clara voluntad de “desacralizar” el espacio público y reafirmar la hegemonía estatal sobre el territorio (FONTANA, 1992).
Planificación, financiación y tensiones sociales
El diseño de la nueva plaza —rectangular, con una superficie aproximada de 70 × 45 metros— fue ejecutado con técnicas de topografía militar. La apertura del nuevo carrer d’Hèrcules (actual Jaume I) respondía tanto a una necesidad logística como a objetivos estratégicos de control del espacio y circulación de tropas en caso de disturbios .
La financiación de la obra combinó recursos provenientes de la venta de solares eclesiásticos desamortizados, como los del convento de Sant Miquel, con contribuciones forzosas a gremios y comerciantes. Estas últimas generaron malestar social y protestas, documentadas en actas notariales y en artículos de prensa de la época . Para resolver los conflictos derivados de las expropiaciones, el Ayuntamiento introdujo un sistema de permutas y compensaciones mediante terrenos municipales. Sin embargo, la valoración desigual de los lotes prolongó la crisis hasta la adopción, en 1824, de la Ley de Expropiación Forzosa.
Resistencia conservadora y consolidación institucional
Tras la restauración absolutista de 1823, los sectores conservadores intentaron frenar o revertir el proyecto liberal. Manuscritos conservados en la Biblioteca Nacional recogen los esfuerzos de la jerarquía eclesiástica por detener la demolición o recuperar su influencia sobre el espacio. No obstante, la inercia modernizadora y el vacío simbólico dejado por la iglesia permitieron que la plaza se consolidara como espacio de representación civil. La nueva disposición frontal entre la Casa de la Ciutat y el Palau de la Generalitat instituyó un equilibrio simbólico: el poder civil y autonómico frente a frente, sin mediación clerical.
En la Plaça de Sant Jaume es, en la actualidad, coexisten huellas romanas, medievales, modernas y contemporáneas. Los hallazgos arqueológicos de 2022 confirmaron la existencia de estructuras subyacentes al pavimento actual: restos del pórtico medieval y cimientos de la antigua iglesia de Sant Jaume ratifican su carácter estratificado (MUHBA, 2022).
El diseño del pavimento moderno, con sus cuadrados concéntricos, funciona como metáfora de esa superposición histórica. Este patrón geométrico remite tanto al cruce romano original como a la geometría sagrada utilizada en monumentos conmemorativos y funerarios, como obeliscos y pirámides (CHOAY, 1992).
Usos contemporáneos: rituales cívicos y disputas simbólicas
La Plaça de Sant Jaume ha sido y sigue siendo un escenario de lo político y lo cívico. Desde las ejecuciones públicas medievales hasta los mítines republicanos del siglo XX, y desde las proyecciones piromusicales de la Fiesta de la Mercè hasta las manifestaciones independentistas y climáticas del siglo XXI, la plaza ha encarnado una sorprendente capacidad de adaptación funcional y simbólica.
Proyectos no realizados, como el del arquitecto Salvador Vigo en 1892 —que proponía un subsuelo administrativo bajo la plaza—, evidencian cómo el espacio fue también campo de experimentación urbanística. Aunque nunca se ejecutó, este intento anticipó preocupaciones actuales sobre densificación y uso intensivo del espacio público (VIGO, 1892).
Centralidad simbólica en una ciudad descentralizada
A pesar de que el crecimiento urbano de Barcelona ha desplazado el centro físico hacia lugares como Plaça Catalunya o Glòries, la Plaça de Sant Jaume mantiene su centralidad simbólica. Es allí donde se celebran rituales institucionales como la entrega de llaves en la festividad de Sant Jordi, y donde se materializan disputas contemporáneas sobre soberanía, ciudadanía y representación.
La transformación de la Plaça de Sant Jaume en el siglo XIX, y en particular durante el Trienio Liberal, fue mucho más que una reordenación espacial: constituyó una operación de modernización política, un experimento de gobernanza urbana y un acto de resignificación del pasado. Como espacio simbólico, la plaza sintetiza la relación dialéctica entre memoria y poder, tradición y modernidad, visible y enterrado. Hoy, caminar por sus adoquines es recorrer más de dos mil años de historia urbana condensada.
Bibliografía
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- Archivo Capitular de la Catedral de Barcelona. (1452). Pergamino 1452.
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- Vigo, S. (1892). Proyecto de subterráneo municipal en la Plaça de Sant Jaume. Archivo del COAC.
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