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24/6/25

 LA TARJETA POSTAL EN EL SIGLO XX Y SU IMPACTO EN LA COMUNICACIÓN MEDIÁTICA

La tarjeta postal irrumpió con fuerza en los albores del siglo XX, convirtiéndose en un objeto esencial para entender la evolución de la comunicación mediática y la democratización de la fotografía. Para muchos, este modesto rectángulo de cartulina con imágenes no era más que un souvenir de viaje o una forma sencilla de enviar mensajes cortos; sin embargo, en realidad, encarnó un producto cultural que trascendió los límites de la correspondencia tradicional y se integró de manera profunda en la vida social, económica y artística de la época.

Las tarjetas postales se convirtieron, además de su función comunicativa, en una forma de entretenimiento ampliamente popular a principios del siglo XX. Guardar, organizar y exhibir postales, así como deleitarse y aprender con ellas, se transformaron en un pasatiempo favorito de niños, jóvenes y adultos durante los primeros años del siglo. Este hobby alcanzó tal magnitud que el intercambio y coleccionismo de postales se convirtió en un fenómeno mundial, casi una obsesión. Por ejemplo, entre junio de 1907 y junio de 1908 únicamente en Estados Unidos, con una población de 88,7 millones de habitantes, se enviaron 677.777.798 tarjetas, lo que equivale a que circulaban aproximadamente 18.570 postales diarias con un promedio de 7 postales por habitante. Este volumen es casi inimaginable para la época si se compara con eventos modernos como la emisión televisiva del Superbowl o la final de la Copa Mundial de Fútbol, que atraen a cientos de millones de espectadores.

Estas millones de pequeñas cartulinas exhibían fotografías de imponentes edificios y monumentos, escenarios callejeros y panorámicas de ciudades y paisajes, puentes, trenes y aviones, así como retratos de personajes ilustres y bellas mujeres, entre muchos otros motivos. Además, contaban con espacio para escribir mensajes cortos que se compartían con personas localizadas en casi cualquier lugar del mundo. Era el medio masivo de comunicación más popular y económico del momento, comparable a lo que hoy es el Wall de Facebook. En ellas, como en el Wall, están consignadas fotografías y breves textos escritos, representando experiencias y vivencias que se convierten en memoria viva, indispensable para la comprensión de nuestro entorno y existencia.

Durante los primeros quince años del siglo XX, miles de tarjetas postales atravesaban diariamente ciudades, regiones, países y continentes para la comodidad, información y deleite de sus usuarios. Se enviaban a familiares y amigos, se guardaban en álbumes como recuerdos de viaje, se exhibían en salas de recibo y vitrinas, y se intercambiaban y coleccionaban. Esta actividad se convirtió en uno de los pasatiempos favoritos de jóvenes y adultos, ofreciendo un medio de comunicación eficiente a la vez que un objeto de admiración. Sin embargo, después de 1914, la demanda de postales disminuyó notablemente debido a las restricciones políticas y económicas generadas por la Primera Guerra Mundial y luego por la Gran Depresión. Además, el aumento de fotografías publicadas en periódicos y revistas, el uso generalizado de la cámara fotográfica y los notables avances del teléfono y la radio, que proporcionaban comunicación rápida y entretenimiento, contribuyeron a su declive.

A pesar de estas dificultades, las tarjetas postales siguieron existiendo y, después de la Segunda Guerra Mundial, volvieron a ganar importancia, principalmente como saludos de viajeros, modos de conmemorar fechas especiales y recuerdos de acontecimientos y actividades de interés del momento. Postales de desnudos y artistas de cine, de automóviles y barcos, y de objetos de la vida cotidiana fueron muy populares. Aunque hoy las postales siguen vivas, con otros usos y modalidades, incluyendo versiones en medios electrónicos, ni su circulación ni su sentido social y cultural han vuelto a ser comparables con la inmensa popularidad que tuvieron hace 100 años.

Esta actividad de coleccionar postales, conocida genéricamente como cartofilia y entre expertos como delitología, se consolidó como un hobby global. En Estados Unidos, por ejemplo, existen más de 45 clubes registrados que agrupan y difunden esta afición, mientras que en Francia, en 1900, ya existían más de 33 revistas dedicadas a informar y divulgar sobre este extraordinario pasatiempo. Los clubes de intercambio, como Le Libre Echange de Bélgica, promovían esta actividad colocando anuncios en revistas que circulaban ampliamente, conectando a personas de todo el mundo deseosas de canjear postales de sus países. Estos clubes, junto con las revistas especializadas, instruían a los coleccionistas sobre los modos de clasificar, ordenar y disponer las postales, facilitando el intercambio y organización de las colecciones.

En resumen, las tarjetas postales se convirtieron en archivos memoriales que preservaban inscripciones perdurables y huellas que permitían su reconocimiento. Cada postal contenía imágenes, textos y marcas del sistema de producción que actúan como señales de identificación, transformando vivencias efímeras en recuerdos duraderos. A pesar de las críticas y burlas, el coleccionismo de postales persistió y se consolidó como un fenómeno cultural que reflejaba la sociedad global de la época, conectando personas de diferentes lugares y promoviendo una memoria colectiva que trasciende el tiempo.

COMUNICACIÓN MEDIÁTICA

Las tarjetas postales comenzaron a utilizarse masivamente en un momento en el que las masas urbanas y la clase media demandaban medios de comunicación rápidos, accesibles y visuales. No solo se enviaban por correo para transmitir saludos breves; también se entregaban personalmente para publicitar productos, se ofrecían como premios a estudiantes y se adjuntaban como ‘recompensas adicionales’ en la venta de otros objetos. Esto las convirtió en un artículo versátil y muy valorado en distintos contextos sociales y económicos.

Las postales llegaron a admirarse, intercambiarse y coleccionarse. Hombres y mujeres, turistas y residentes, dirigentes y gente del común las compraban para conservarlas en álbumes o para exhibirlas en salas de espera, vitrina de almacenes y vestíbulos. Este comportamiento demuestra cómo, desde muy temprano, se convirtieron en un producto mediático que generaba una triple tipología de comunicación: la de los fotógrafos que difundían sus visiones de mundo, la de los usuarios que intercambiaban mensajes escritos y la de quienes coleccionaban postales como hobby. Cada una de estas vías facilitó la construcción de identidades, la extensión de redes sociales y la expresión cultural de amplios sectores de la población.

Las postales, además, ejercieron una influencia decisiva en la democratización de la fotografía. Hasta finales del siglo XIX, la fotografía era una actividad privada, orientada al retrato individual o familiar y restringida a quienes podían costear a un profesional. Con la producción masiva de postales, miles de fotografías inéditas sobre todo tipo de temas se dieron a conocer a través de los millones de copias que circulaban por doquier, implicando así el acceso del público en general a un universo visual antes reservado a las élites.

FOTOGRAFÍA POSTAL

Las tarjetas postales con imágenes, predominantemente fotográficas, expandieron los horizontes de la fotografía publicitaria, documental y de reportería gráfica. Cada fotografía-postal funcionaba como un “foto-reportaje condensado” que mostraba fragmentos del mundo: desde las ciudades en crecimiento, monumentos y avenidas recién construidas, hasta los avances en puentes y carreteras, la aparición del tren, el barco de vapor o los inicios de la aviación. También eran comunes las vistas rurales, la flora y fauna, los desnudos artísticos, los retratos de figuras ilustres y hasta la representación de desastres como inundaciones o incendios.

La fotografía postal, lejos de ser algo banal, se caracterizó por un ‘mirar concentrado’, realista, fino y pormenorizado. Respetando el tamaño constreñido de la tarjeta, pero exhortada a “mostrar el mundo”, generó nuevas sensibilidades y estéticas, ya que las personas aprendían a detenerse en los detalles, a contemplar esas pequeñas “ventanas” con la misma concentración con la que se lee un libro o se observa una obra de arte. A medida que se unían varias postales, iban surgiendo relatos fragmentarios de ciudades y tradiciones, favoreciendo al mismo tiempo un intercambio cultural y una educación visual sin precedentes.

Con este auge de las tarjetas postales, la fotografía abandonó el ámbito cerrado de lo estrictamente privado, pasando a ser una actividad pública y ampliamente reconocida y admirada. Hasta entonces, casi toda la producción fotográfica quedaba en manos de clientes concretos o en archivos familiares, pero la postal permitió que esas imágenes transitasen por ferrocarriles y barcos, alcanzando ciudades y poblaciones distantes. A través de su uso masivo, la fotografía se convirtió en un poderoso medio para difundir la modernidad, la identidad regional y los valores culturales del momento.

La fotografía postal emergió a principios del siglo XX como una herramienta fundamental para la difusión masiva de imágenes, transformando la manera en que los fotógrafos presentaban y compartían su trabajo. En este periodo, las tarjetas postales con imágenes, mayoritariamente fotografías, se convirtieron en un medio ideal para que los fotógrafos dieran a conocer su labor, haciéndola pública y accesible a un público amplio. Este fenómeno marcó un reconocimiento tácito a la fotografía como un nuevo modo de expresión.

Hasta finales del siglo XIX, la fotografía era principalmente una actividad privada, llevada a cabo en interiores y restringida a las élites sociales que contrataban a fotógrafos profesionales. El retrato individual y familiar predominaba, destinado exclusivamente a los retratados y sus allegados. Aunque también se registraban acontecimientos públicos y paisajes urbanos, estas imágenes generalmente permanecían en posesión de quienes las solicitaban. Los periódicos y revistas de la época contenían muy pocas imágenes, lo que limitaba la divulgación de la fotografía a un público más amplio. El trabajo artístico y experimental de algunos fotógrafos permanecía desconocido fuera de los círculos intelectuales, dejando miles de fotos sin reproducir ni dar a conocer.

Sin embargo, las tarjetas postales con imágenes cambiaron esta dinámica al permitir la reproducción masiva y la distribución amplia de fotografías. Estas postales se convirtieron en un medio privilegiado para la fotografía, facilitando que miles de imágenes previamente inaccesibles al público general se hicieran conocidas a través de los millones de postales que circulaban por doquier. Este auge de las tarjetas postales no solo democratizó la fotografía, sino que también impulsó el desarrollo de la fotografía publicitaria, documental y de reportería gráfica.

Las fotografías postales funcionaban en un doble sentido: eran imágenes que se transformaban en postales y, al serlo, circulaban a través del sistema postal. Estas fotografías reproducían fragmentos del mundo en una gran variedad de temas, cualquier cosa que pudiera atraer la compra y el uso de las postales. Sobresalían las visiones de los ciudadanos viajeros, caracterizadas por el crecimiento de las ciudades, los avances en la construcción de puentes y carreteras, el turismo nacional e internacional facilitado por el tren, el barco de vapor y el inicio de la aviación, así como el creciente auge de la industria y el comercio.

Era muy común encontrar postales que mostraban vistas de ciudades, sus avenidas, puentes, parques, monumentos y edificios públicos y empresariales; playas y paisajes, flora y fauna, trajes típicos, profesiones y personajes ilustres, rostros y desnudos de bellas mujeres, reproducciones de obras de arte e ilustraciones de narraciones literarias. También se representaban acontecimientos, conmemoraciones y hasta recuentos de desastres como inundaciones e incendios. Estas pequeñas tarjetas con reproducciones fotográficas de excelente calidad y accesibles a bajo costo eran como recortes de la vida que se exponían para el deleite y uso de muchos.

Cada fotografía para postal actuaba como un foto-reportaje condensado sobre los más variados temas de la vida cotidiana que necesitaban ser publicitados, difundidos y conocidos para atraer a posibles usuarios. La fotografía amplió su campo de acción, anteriormente centrado en el retrato, para captar escenas exteriores de la vida cotidiana, registrar acontecimientos públicos, dar testimonio del desarrollo económico, tecnológico e industrial, mostrar emblemas arquitectónicos, costumbres y modos de existencia de naciones y pueblos. Con las postales, la fotografía, hasta entonces mayoritariamente privada, se hizo pública, tanto por sus temas como por su accesibilidad. Dejó de ser una actividad dirigida a círculos exclusivos para ser ampliamente reconocida y admirada.

Los modos particulares de ver de estas fotografías gestaron nuevos estilos y otros modos de enfocar y captar instantes de la vida. La fotografía postal, lejos de ser banal como a veces se ha calificado, se caracteriza por un ‘mirar concentrado’, realista, fino, agudo y pormenorizado. Las postales, constreñidas por su tamaño, pero exhortadas a mostrar el mundo, hacían ver en planos medios y generales lo particular hasta en sus más minúsculos detalles. La fotografía postal educa la mirada de una manera distinta, despertando nuevas sensibilidades y estableciendo otras estéticas. Estas fotografías no son miniaturas, ni primeros planos, tampoco cuadros de pared. Están hechas para mirarse de cerca y con detenimiento, como leyendo un libro o escrutando una pequeña pantalla, recorriéndolas con los ojos para descubrir pormenores, filigranas y detalles que revelan las particularidades de lo que exhiben.

Casi siempre se miran acompañadas de otras postales y, al unirse como fragmentos, van dejando entrever relatos de lugares y formas de vida. Son modos documentales que se entremezclan con el deseo de publicitar, probablemente con poca o ninguna intención artística, actuando como vistazos al mundo que se tornan complejos e inconmensurables. Muestran explícitamente lo que buscan exhibir y, a la vez, sus detallados modos son tan densos y profundos que encarnan inagotables posibilidades de sentido. Mirarlas se torna adictivo, ya que se repasan una y otra vez en un proceso que parece no tener fin; en ellas se descubren nuevas formas que evocan recuerdos, generan relaciones y ocasionan fantasías.

En conclusión, la fotografía postal jugó un papel crucial en la democratización de la fotografía, expandiendo su uso hacia ámbitos publicitarios, documentales y de reportería gráfica. Al convertirse en un medio mediático accesible y masivo, permitió que la fotografía pasara de ser una actividad elitista y privada a una forma de expresión ampliamente reconocida y apreciada. Las tarjetas postales con imágenes no solo facilitaban la comunicación y el intercambio cultural, sino que también establecían las bases para los medios interactivos contemporáneos, como la televisión, las redes sociales y los medios electrónicos con acceso a Internet, que continúan evolucionando en la forma en que se conjugan imagen y texto, y lo privado con lo público.

La fotografía postal jugó un papel crucial en la democratización y difusión masiva de la fotografía a principios del siglo XX. Los fotógrafos encontraron en las postales una forma ideal de dar a conocer su trabajo, permitiéndoles hacerlo público y difundirlo de manera masiva. Este fenómeno representó un reconocimiento tácito a la fotografía como un nuevo modo de expresión. Hasta finales del siglo XIX, la fotografía era predominantemente una actividad privada, llevada a cabo en interiores y limitada principalmente a las élites sociales que contrataban a fotógrafos profesionales. En este contexto, predominaba el retrato individual y familiar, destinado exclusivamente a los retratados y sus allegados. Aunque también se registraban acontecimientos públicos y paisajes urbanos, estas imágenes generalmente permanecían en posesión de quienes las solicitaban, sin llegar a un público más amplio.

La divulgación de la fotografía estaba restringida debido a la escasa presencia de imágenes en periódicos y revistas de la época, lo que limitaba su alcance y reconocimiento. El trabajo artístico y experimental que algunos fotógrafos realizaban permanecía desconocido fuera de los círculos intelectuales, dejando miles de fotos sin reproducir ni dar a conocer. Sin embargo, la tarjeta postal con imágenes revolucionó esta dinámica al permitir la reproducción masiva y la distribución amplia de fotografías. Estas postales se convirtieron en un medio privilegiado para la fotografía, facilitando que miles de imágenes previamente inaccesibles al público general se hicieran conocidas a través de los millones de postales que circulaban diariamente.

El auge de las tarjetas postales no solo democratizó la fotografía, sino que también contribuyó al desarrollo de la fotografía publicitaria, documental y de reportería gráfica. Las fotografías postales operaban en un doble sentido: eran imágenes que se transformaban en postales y, al serlo, circulaban a través del sistema postal. Este mecanismo permitió que las fotografías reproducieran fragmentos del mundo en una gran variedad de temas, atrayendo la compra y el uso de las postales. Entre las representaciones más destacadas se encontraban las visiones del ciudadano viajero, caracterizadas por el crecimiento de las ciudades, los avances en la construcción de infraestructuras como puentes y carreteras, el turismo nacional e internacional facilitado por el tren, el barco de vapor y el inicio de la aviación, así como el creciente auge de la industria y el comercio.

Las postales mostraban vistas de ciudades, sus avenidas, puentes, parques, monumentos y edificios públicos y empresariales; playas y paisajes, flora y fauna, trajes típicos, profesiones y personajes ilustres; rostros y desnudos de bellas mujeres; reproducciones de obras de arte e ilustraciones de narraciones literarias. También representaban acontecimientos, conmemoraciones y hasta recuentos de desastres como inundaciones e incendios. Estas pequeñas tarjetas con reproducciones fotográficas de excelente calidad y accesibles a bajo costo funcionaban como recortes de la vida que se exponían para el deleite y uso de muchos.

Cada fotografía para postal actuaba como un foto-reportaje condensado sobre los más variados temas de la vida cotidiana que necesitaban ser publicitados, difundidos y conocidos para atraer a posibles usuarios. La fotografía amplió su campo de acción, anteriormente centrado en el retrato, para captar escenas exteriores de la vida cotidiana, registrar acontecimientos públicos, dar testimonio del desarrollo económico, tecnológico e industrial, mostrar emblemas arquitectónicos, costumbres y modos de existencia de naciones y pueblos. Con las postales, la fotografía, hasta entonces mayoritariamente privada, se hizo pública, tanto por sus temas como por su accesibilidad. Dejó de ser una actividad dirigida a círculos exclusivos para ser ampliamente reconocida y admirada.

Los modos particulares de ver de estas fotografías gestaron nuevos estilos y otros modos de enfocar y captar instantes de la vida. La fotografía postal, lejos de ser banal como a veces se ha calificado, se caracteriza por un ‘mirar concentrado’, realista, fino, agudo y pormenorizado. Las postales, constreñidas por su tamaño, pero exhortadas a mostrar el mundo, hacían ver en planos medios y generales lo particular hasta en sus más minúsculos detalles. La fotografía postal educa la mirada de una manera distinta, despertando nuevas sensibilidades y estableciendo otras estéticas.

Estas fotografías no son miniaturas, ni primeros planos, tampoco cuadros de pared. Están hechas para mirarse de cerca y con detenimiento, como leyendo un libro o escrutando una pequeña pantalla, recorriéndolas con los ojos para descubrir pormenores, filigranas y detalles que revelan las particularidades de lo que exhiben.

Casi siempre se miran acompañadas de otras postales y, al unirse como fragmentos, van dejando entrever relatos de lugares y formas de vida. Son modos documentales que se entremezclan con el deseo de publicitar, probablemente con poca o ninguna intención artística, actuando como vistazos al mundo que se tornan complejos e inconmensurables. Muestran explícitamente lo que buscan exhibir y, a la vez, sus detallados modos son tan densos y profundos que encarnan inagotables posibilidades de sentido. Mirarlas se torna adictivo, ya que se repasan una y otra vez en un proceso que parece no tener fin; en ellas se descubren nuevas formas que evocan recuerdos, generan relaciones y ocasionan fantasías.

En conclusión, la fotografía postal jugó un papel esencial en la democratización de la fotografía, expandiendo su uso hacia ámbitos publicitarios, documentales y de reportería gráfica. Al convertirse en un medio mediático accesible y masivo, permitió que la fotografía pasara de ser una actividad elitista y privada a una forma de expresión ampliamente reconocida y apreciada. Las tarjetas postales con imágenes no solo facilitaban la comunicación y el intercambio cultural, sino que también establecían las bases para los medios interactivos contemporáneos, como la televisión, las redes sociales y los medios electrónicos con acceso a Internet, que continúan evolucionando en la forma en que se conjugan imagen y texto, y lo privado con lo público.

REPRESENTACIONES

La tarjeta postal encuentra su esencia en la intersección entre la ‘carta’ (el papel para escribir un mensaje) y el ‘correo’ (el sistema que las impulsa a recorrer distancias). Sus etimologías - ‘tarjeta’, ‘carta’, ‘postal’- nos hablan de sus muchas posibilidades: un pequeño escudo que protege el mensaje del olvido, una moneda simbólica que intercambia significados, un objeto de papel que simultáneamente sostiene imágenes y textos.

Estas postales, en tanto representaciones abiertas, no solo mostraban una copia o imitación de la realidad. Siguiendo la perspectiva de Charles Sanders Peirce, integraban un proceso triádico que incluía el signo, el objeto y el interpretante. Cada postal era, así, un signo que necesitaba de la interpretación del receptor para generar nuevos significados. Se convertían en mensajeros -como Hermes- que conectaban lo humano con lo divino, lo finito con lo infinito, transportando recuerdos entre el pasado y el presente.

Enviarlas implicaba un gesto de deferencia, una manifestación de memoria compartida entre emisor y receptor. Al llegar, la postal proporcionaba vistazos a la vida y el entorno de su remitente, quedando así marcas de identidad y experiencias consignadas de manera indeleble. Las postales, con imágenes, textos y sellos, se volvían archivos de vivencias efímeras que se transformaban en recuerdos perdurables, fomentando, de paso, una memoria colectiva.

En los albores del siglo XX, las tarjetas postales con imágenes, predominantemente fotografías, capturaron la atención de diversos grupos sociales en España. Hombres y mujeres, turistas y residentes, jóvenes y mayores, dirigentes y gente del común encontraron en las postales un medio versátil y accesible para la comunicación y la expresión personal. Estas tarjetas no solo se utilizaban para el envío por correo, sino que también cumplían múltiples funciones en la vida cotidiana y en el ámbito comercial.

Las tarjetas postales se empleaban de diversas maneras: eran entregadas personalmente para publicitar productos, incluidas como ‘recompensas adicionales’ en los empaques de objetos comprados, y ofrecidas como premios a estudiantes destacados por su buen desempeño académico. Este uso multifuncional de las postales las convirtió en un producto omnipresente y valorado en distintos contextos sociales y económicos.

La adquisición y el intercambio de postales eran actividades comunes entre la población. Las personas compraban postales no solo como un medio eficiente de comunicación, sino también con la esperanza de recibir otras de vuelta. Además, se adquirían por el simple placer de tenerlas, siendo cuidadosamente conservadas en álbumes preciosos que las familias y sus visitas disfrutaban mirando. Las postales también se colocaban en vestíbulos y salas de espera para entretener a quienes aguardaban, y se exhibían en vitrinas de almacenes para atraer compradores o simplemente para compartirlas con los paseantes. Este comportamiento demuestra cómo las postales se integraron en la vida cotidiana, sirviendo tanto como objetos de colección como elementos decorativos y de entretenimiento.

Las postales se admiraban, intercambiaban y coleccionaban, convirtiéndose en un producto mediático que generaba una triple tipología de procesos de comunicación:

  1. Comunicación por parte de los fotógrafos: Los fotógrafos, mediante la reproducción masiva y la comercialización de sus imágenes, imprimían sus visiones del mundo y las difundían ampliamente. Este proceso permitió que las imágenes fotográficas se convirtieran en una forma accesible de expresión artística y documental, llegando a una audiencia diversa y extensa.

  2. Comunicación entre los usuarios del correo: Los usuarios de correo enviaban postales con el deseo de establecer conversaciones escritas con sus destinatarios. Este tipo de comunicación facilitaba el intercambio de información personal, afectiva y social, permitiendo mantener vínculos a distancia de manera visual y escrita.

  3. Comunicación como pasatiempo: El intercambio y coleccionismo de postales se desarrollaba como una actividad de ocio. Los coleccionistas buscaban adquirir diversas postales para crear álbumes personales, fomentar el intercambio con otros coleccionistas y exhibir sus colecciones en espacios públicos y privados. Esta práctica no solo promovía la interacción social, sino que también incentivaba la producción de postales con diseños variados y atractivos.

En cada una de estas tipologías, las tarjetas postales inauguraron modalidades comunicativas que hoy reconocemos como precursoras de estilos, acciones y perspectivas contemporáneas. Las postales facilitaron la democratización de la fotografía, ampliando sus usos a ámbitos publicitarios, documentales y de reportería gráfica. Además, establecieron modos de conversación escrita y a distancia que exigían procesos interactivos, combinando lenguaje e imagen y fusionando lo privado con lo público. Asimismo, las postales se consolidaron como una forma mediática de entretenimiento, ofreciendo una experiencia visual y táctil que complementaba las interacciones verbales y escritas.

Podemos considerar a las tarjetas postales como precursoras de la televisión en su función de proporcionar una visión a distancia y de los actuales “medios interactivos”, que incluyen una variedad de medios electrónicos con acceso a Internet. Estos medios modernos permiten e inducen a los usuarios a participar directamente en la configuración de los mensajes, similar a cómo las postales permitían a los usuarios seleccionar, intercambiar y coleccionar imágenes que reflejaban sus intereses y perspectivas.

Formas contemporáneas de comunicación, como el celular, las redes sociales y los blogs, generan procesos de comunicación que posibilitan el contacto a distancia, combinan imagen y texto, vinculan lo privado con lo público, y son formas de esparcimiento y diversión reconfiguradas continuamente por la intervención de los usuarios. En este sentido, las tarjetas postales del siglo XX sentaron las bases para las dinámicas comunicativas actuales, demostrando su relevancia y adaptabilidad en el contexto de cambios tecnológicos y sociales.

En conclusión, las tarjetas postales del siglo XX jugaron un papel crucial en la evolución de los procesos de comunicación mediática. Su versatilidad y capacidad para adaptarse a diferentes contextos sociales y económicos las convirtieron en un medio accesible y popular que trascendió su función original de correspondencia. Además, las postales contribuyeron significativamente a la democratización de la fotografía y al desarrollo de nuevas formas de interacción social, estableciendo un legado que perdura en los medios de comunicación contemporáneos.

Representaciones

El sentido de la postal está significativamente marcado por la unión entre conceptos como ‘carta’ (card), papel cartulina para escribir, y ‘correo’, el sistema que originó su uso. La etimología de términos como ‘tarjeta’, ‘carta’, y ‘postal’ revela una interconexión lingüística que refleja las múltiples funciones y significados que las postales han adquirido a lo largo del tiempo. Por ejemplo, ‘tarjeta’ proviene del francés antiguo "targette", que significaba ‘escudo’ y también ‘moneda’, relacionándose con la idea de protección y valor. ‘Carta’, derivada del griego χάρτης (khartes) y del latín charta, significa papiro o hoja sobre la cual se escribe, subrayando su función primaria como medio de comunicación escrita.

Las postales se caracterizan por ser cartulinas que sirven como lugares de papel donde se imponen imágenes, combinando lenguaje e imagen en una interacción simbiótica. En su reverso, se componen textos que complementan las imágenes, convirtiéndolas en escudos que protegen del olvido lo que en ellas queda consignado. Funcionan como bolsas abiertas que contienen significados insospechados, preparándolas para que sean observadas, leídas, tocadas, ordenadas e intercambiadas. Este proceso convierte a las postales en monedas simbólicas, donde cada una representa una fragmentación del mundo y sus gentes, expuestas de manera infinitamente diversa.

La representación en las postales no es una operación binaria ni un simple espejo; va más allá de la copia o la semejanza, tal como lo ha planteado Charles Sanders Peirce en su teoría triádica de la representación. Según Peirce, la representación implica una relación triádica entre el signo, el objeto y el interpretante, donde la interpretación es inherentemente parte del proceso de representación. En este sentido, las postales actúan como signos que median entre el objeto representado y la mente interpretativa del receptor, generando nuevas interpretaciones y significados en un proceso continuo de representación e interpretación.

Las postales son, por tanto, representaciones abiertas que facilitan el encuentro con el otro, permitiendo contacto y reconocimiento de diferentes formas de vida. Funcionan como mediaciones constituyentes, condicionando la posibilidad de mensajes e interpretaciones que se configuran y reconfiguran continuamente en un infinito juego de sentidos. Estas tarjetas son comparables a Hermes, el mensajero de los dioses, ya que actúan como mediadores entre diferentes reinos, conectando lo humano con lo divino, lo finito con lo infinito, y el pasado con el porvenir.

En el envío de una postal, queda depositada la figura de quien la envía, y en cada una, a través de sus imágenes y textos, perduran formas de existencia que siguen vivas en su encuentro con ellas. Las postales inscriben marcas de sentido que las diferencian, haciendo que cada una sea única en su representación y interpretación. Estas inscripciones permiten que cada postal sea reconocida y signada, conteniendo datos de personas, lugares y tiempos que la identifican y la vinculan con recuerdos y experiencias específicas.

El acto de enviar postales es un gesto de deferencia, respeto y cortesía, una forma de expresar que quien la envía se acuerda de su destinatario, lo tiene presente en su memoria y desea aparecerse ante él para que este, a su vez, lo recuerde. Este acto simboliza un deseo de correspondencia y una manifestación de la memoria compartida entre emisor y receptor. Las postales, al ser tríplemente inscritas con imágenes, textos y marcas del sistema de producción, actúan como archivos que consignan vivencias efímeras transformándolas en recuerdos duraderos.

La apertura de las postales, derivada de su etimología, se refiere a su carácter des-cubierto y dispuesto al encuentro. Son modos de comunicación al descubierto, incompletas y abiertas, permitiendo que cada usuario las complemente y personalice al escribir en ellas. Este gesto de apertura implica una invocación al otro, facilitando el reconocimiento y el contacto entre individuos. Las postales funcionan como umbrales entre tiempos pasados y presentes, lugares remotos y cercanos, y diversos modos de existir, convirtiéndose en instrumentos de recuerdo e imaginación.

En esencia, las tarjetas postales son recuerdos que invitan a rememorar, trayendo a la memoria experiencias de otros tiempos y lugares. Al recordar, se establece una relación entre el pasado y el presente, reconociendo el paso del tiempo y la profundidad de las experiencias vividas. Las postales, al combinar imagen y texto, permiten que lo privado se vincule con lo público, creando espacios de interacción y comunicación que enriquecen tanto la memoria individual como la colectiva.

Finalmente, las tarjetas postales actúan como pequeñas pantallas que ponen ante los ojos visiones de tiempos, lugares y formas de vida, ofreciendo tanto lo que está consignado explícitamente como lo que queda implícito. En cada imagen y texto, se encuentran brechas que invitan a descubrir más allá de lo visible, conectando con recuerdos y fantasías que resuenan en la memoria y la imaginación de quienes las observan. Así, las postales no solo son objetos de comunicación, sino también herramientas de construcción de memoria y puentes entre diferentes realidades, consolidando su legado en la historia de la comunicación mediática.


PASATIEMPO

Con el cambio de siglo, coleccionar y organizar postales se erigió en un pasatiempo apasionante, involucrando a niños, jóvenes y adultos en un fenómeno que pronto alcanzó dimensiones mundiales. El intercambio de postales añadió un matiz lúdico y cooperativo: las personas las enviaban con la única intención de recibir otras de vuelta, nutriendo así sus colecciones y estableciendo lazos con desconocidos de cualquier rincón del globo.

Esta práctica cultural, conocida genéricamente como cartofilia o delitología, alcanzó tal magnitud que los registros de correo evidencian cifras millonarias de envíos en países como Estados Unidos, Alemania o Inglaterra. En algunos casos, se enviaban en grupos, se marcaban como “material impreso” para tarifas reducidas, o se personalizaban con sellos de caucho y estampillas sobre la propia imagen. Por su parte, los destinatarios guardaban sus tesoros en álbumes, los revisaban sin descanso y creaban clubes de intercambio respaldados por revistas especializadas y anuncios en la prensa internacional.

Fue así como las postales se integraron en la esfera de lo cotidiano y lo popular: motivaban la conversación en familia, permitían aprender sobre lugares remotos y soñar con viajes a países lejanos. Aunque hubo críticas que las consideraban una forma frívola de “perder el tiempo” o un “microbio” cultural que amenazaba la cordura, su aceptación en la sociedad fue arrolladora, llegando a rivalizar con los medios de entretenimiento que surgirían después, como la radio y la televisión.

Además de su función comunicativa, las tarjetas postales se convirtieron en una forma de entretenimiento ampliamente popular a principios del siglo XX. Guardarlas, organizarlas y exhibirlas, así como deleitarse y aprender con ellas, fue un pasatiempo favorito de niños, jóvenes y adultos durante los primeros años del siglo. Este hobby alcanzó tal magnitud que el intercambio y coleccionismo de postales se convirtió en un fenómeno mundial, casi una obsesión. Por ejemplo, en los registros de correo de 1900, se registraron más de 600 millones de tarjetas enviadas en los Estados Unidos, 88 millones en Alemania y 38,5 millones en Inglaterra. Este nivel de intercambio ilustra cómo el coleccionismo de postales fue una de las actividades de ocio más apasionantes de la época, ofreciendo un medio poco costoso de entretenimiento, similar a lo que serían posteriormente la radio, el cine, la televisión y, en la actualidad, la navegación por el ciberespacio.

El intercambio de postales le añadió un nuevo uso a estas pequeñas cartulinas con imágenes. No solo se utilizaban para enviar saludos, informaciones y recuerdos, sino también, y principalmente, para recibir otras de vuelta. La mayoría de las veces, no se enviaban de manera individual, como sería lo usual para ser un medio eficiente de correo, sino que se enviaban grupos de ellas, tachando el nombre de “postal” que las tarjetas solían tener en el anverso y marcándolas como material impreso (printed matter) para beneficiarse de las respectivas tarifas reducidas. Algunas pocas incluían un breve texto a mano solicitando el intercambio, pidiendo algún tipo especial de tarjetas, aclarando algún aspecto de la imagen y/o agradeciendo las recibidas. Muchas otras se enviaban en blanco o solo con el nombre y dirección del remitente, que generalmente se colocaban en letra de imprenta mediante un sello de caucho. Aun enviadas en grupo, muchas sí tenían estampilla, “preferiblemente sobre la vista para comprobar que de veras venían de los lugares ilustrados” (Restrepo-Millán, 1944) y porque quienes las recibían probablemente también las coleccionaban.

Las tarjetas recibidas en intercambio eran significativas no tanto por lo que los remitentes decían, sino principalmente por las imágenes que elegían y que representaban lugares y estilos de vida. Millones de personas de todo el mundo pasaban horas entretenidas con ellas, deleitándose al mirarlas una y otra vez, compartiéndolas en familia y utilizándolas como motivo de conversación con las visitas. Se divertían con ellas, rememoraban lugares visitados y estaban en contacto con otros pueblos y modos de vida que habitaban más allá de sus propias fronteras. Las postales eran modos de recordar, aprender y soñar, permitiendo a los individuos conectar con realidades distantes y enriquecer su conocimiento cultural de manera lúdica y educativa.

Esta actividad de coleccionar postales se denomina genéricamente cartofilia y entre expertos se conoce como delitología. Fue bautizada así en 1930 por Randall Rhoades en Ohio, EE.UU., quien retomó la palabra griega δελτίον (Deltion), que se refería a una pequeña tabla para escribir. Hoy en día, las postales siguen siendo objeto de colección y ocupan el tercer puesto después de estampillas y de billetes/monedas. En los Estados Unidos, por ejemplo, existen más de 45 clubes registrados en un sitio web que los agrupa y difunde. Desde entonces, el coleccionismo de tarjetas ha estado apoyado por clubes de intercambio y revistas especializadas que instruyen sobre modos de clasificarlas, ordenarlas y disponerlas. En Francia, en 1900, existían más de 33 revistas dedicadas a informar y divulgar sobre este extraordinario pasatiempo. Los clubes de todo el mundo, como por ejemplo Le Libre Echange de Bélgica, colocaban anuncios en revistas que circulaban ampliamente para promover esta actividad y poner en comunicación a personas regadas por toda la tierra deseosas de canjearse postales de sus países.

Las postales se envían a otros como un detalle, un saludo para estar en contacto y, al guardarse, se convierten en archivos memoriales. Son recuerdos en un doble sentido de la palabra: como “saludos afectuosos que se envían a alguien” y también como “objetos que se conservan para hacer recordar algo o alguien”. Por el solo hecho de enviarse, la postal lleva a otro el recuerdo de quien la envió y en ellas quedan estampados datos, imágenes y vivencias que actúan como intermediarios del trabajo de la memoria. Las tarjetas postales son intermediarias que ayudan a tener presente, a hacer memoria, despertando recuerdos, salvando del olvido vivencias, emociones y quehaceres. Actúan como recordatorios y puntos de referencia que hacen venir recuerdos a la memoria, siendo aperturas que preservan fragmentos de lo vivido para que no se olviden en el futuro.

Sin embargo, esta popularidad no estuvo exenta de críticas. Así como fueron veneradas, también recibieron críticas acérrimas, tal como ha ocurrido en nuestro tiempo con la televisión y con los medios de interconexión digital. Se consideraban como microbios que todo infectaban, como una epidemia que amenazaba la cordura, y como una forma de manipulación que lavaba el cerebro y no dejaba pensar. Eran, como dice un poema de la época, “una farsa, una frívola sonrisa en lugar del intercambio real de pensamientos”. Las burlas y chistes también proliferaban, como por ejemplo, en relación con las expediciones al Polo Norte: “¿Qué será lo primero que se verá allí?”; la respuesta: “Pues, evidentemente, esquimales vendiendo postales”. Otro ejemplo aparece en la revista Woman’s Home Companion, donde una mujer pregunta si la casa que quiere comprar está equipada con todos los implementos modernos; ante lo que se responde: “Sí, todos, incluyendo un closet especial para guardar las tarjetas postales”.

A pesar de las críticas, el coleccionismo de postales perduró y se consolidó como un hobby global. En los Estados Unidos, existen más de 45 clubes registrados en sitios web que los agrupan y difunden, mientras que en Francia, en 1900, existían más de 33 revistas dedicadas a este pasatiempo. Los clubes de intercambio, como Le Libre Echange de Bélgica, colocaban anuncios en revistas que circulaban ampliamente para promover esta actividad y poner en comunicación a personas de todo el mundo deseosas de canjear postales de sus países. Estos clubes, junto con las revistas especializadas, instruían a los coleccionistas sobre los modos de clasificar, ordenar y disponer las postales, facilitando el intercambio y la organización de las colecciones.

Las postales se convierten, entonces, en archivos que preservan inscripciones perdurables y huellas que permiten su reconocimiento. En cada postal, junto con la imagen y el mensaje, se consignan datos de personas, lugares y tiempos que las identifican, actuando como signos que facilitan el reconocimiento. La postal misma también está marcada con el nombre que la designa y, en algunas ocasiones, con el del país y también el de la Unión Postal Universal. Fue práctica común marcarlas en el centro con letra grande –Carte Postale, Cartulina Postale, Postrarte, Briefkaart, Korrespondenzkarte, Brevkort, etc., muchas veces simultáneamente en varios idiomas – signándolas por escrito, identificándolas como tal, posiblemente para evitar confusiones con otros tipos de tarjetas o, tal vez, para que no se olviden de su propósito, como ocurrió con los habitantes de Macondo en "Cien Años de Soledad" de Gabriel García Márquez, quienes perdieron la memoria y marcaron todo con el nombre respectivo para identificarlo.

Las postales, al ser tríplemente inscritas, contienen imágenes, textos y marcas del sistema de producción que actúan como señales de identificación. En ellas, vivencias efímeras y pasajeras quedan transformadas en recuerdos signados y consignados, señalados y depositados, y a la vez abiertos a interpretaciones futuras. Son archivos en su doble sentido: como lugares donde se depositan, cuidan y protegen documentos, y como domicilios de archons responsables de su interpretación. En el archivo, se consignan y agrupan signos que daban orden, entendida como una tendencia a la continuidad, produciendo hábitos que se van ejercitando y desarrollando en un futuro indefinido. Los archivos contienen inscripciones perdurables que originan infinitamente cadenas de sentido, permitiendo que cada postal se convierta en un testimonio visual de su tiempo y lugar.

En resumen, las tarjetas postales no solo servían como medios de comunicación, sino también como herramientas de construcción de memoria y puentes entre diferentes realidades. Actuaban como recordatorios que facilitaban el contacto entre individuos y permitían la preservación de fragmentos de vida, emociones y experiencias. A pesar de las críticas y burlas, el coleccionismo de postales persistió y se consolidó como un fenómeno cultural que reflejaba la sociedad global de la época, conectando personas de diferentes lugares y promoviendo una memoria colectiva que trasciende el tiempo.

MEMORIA

Las postales se convirtieron en archivos memoriales capaces de preservar tanto el saludo afectuoso de quien las enviaba como el testimonio visual de un lugar o un acontecimiento. Al guardarse en álbumes o cajones, estas tarjetas mantenían vivo el recuerdo, reviviendo experiencias y ambientes cuando sus dueños volvían a contemplarlas.

“Recordar” es tener presente una vivencia pasada, y las tarjetas postales estimulaban este acto al traer un retazo de la realidad del emisor, conectándolo con el receptor en distintos tiempos y espacios. Para algunos, estas cartulinas se parecían a “pequeñas pantallas” que mostraban un mundo distante, pero, simultáneamente, invitaban a la imaginación y al juego de “reconstruir” lo que no estaba explícitamente representado.

Por otro lado, la crítica no faltó: hubo quienes las veían como un instrumento de “propaganda vacua”, un engaño o una manifestación superficial que sustituía la conversación “real”. Sin embargo, estas voces no pudieron frenar la fiebre por coleccionar postales que, a la larga, configuró un fenómeno cultural global.

INDUSTRIA CULTURAL

Cada época determina sus medios de comunicación en función del desarrollo tecnológico y las formas de vida dominantes. La tarjeta postal respondió a esa lógica: un rectángulo de cartulina de bajo costo, producido gracias a la industrialización privada, pero también amparado y reglamentado por los sistemas de correo estatales.

La masificación de la tarjeta postal entre 1898 y 1914, denominada la “edad de oro de la postal”, coincidió con el auge de la industria gráfica y la aparición de nuevas técnicas de impresión, como el duotono, el medios tonos, la fototipia y la litografía a color, que ofrecían resultados cada vez más fieles y atractivos. Este proceso puede considerarse precursor de lo que la Escuela de Frankfurt denominaría décadas después “industria cultural”, pues las tarjetas dejaron de ser un simple soporte de mensajes y se convirtieron en un bien de consumo masivo, repleto de miradas al mundo y capaz de generar nuevos procesos de comunicación.

LEGADO Y RELEVANCIA CONTEMPORÁNEA

El legado de las tarjetas postales es fácilmente rastreable en la historia de la comunicación mediática. Al combinar imagen y texto, y favorecer el intercambio y la participación de los usuarios, sentaron las bases de los medios interactivos que hoy en día dominan la escena global: redes sociales, blogs y cualquier plataforma en línea que permita compartir contenido creado por los propios usuarios. Tal como la tarjeta postal animaba a las personas a enviar y recibir imágenes que plasmaban su propio imaginario, los medios actuales invitan a la co-creación de contenido, a la inmediatez de la respuesta y a la fusión de lo privado y lo público en un espacio común.

La planificación urbana y la memoria cultural también pueden extraer enseñanzas de la época en que las postales alcanzaron su máximo esplendor. En ciudades como Madrid, se observa cómo la urbanización acelerada a principios del siglo XX llevó a la creación de nuevos espacios de ocio y barrios que potenciaron el desarrollo de redes sociales y culturales. Estas experiencias, incluidas las de otras ciudades europeas, recuerdan la importancia de equilibrar el crecimiento económico con la preservación del patrimonio, fomentando un estilo de vida en el que la modernización y la protección de tradiciones coexistan.

En esencia, las tarjetas postales fueron mucho más que un medio para transmitir mensajes efímeros. Representaron un cambio de paradigma en la forma de comunicar, de ver y representar el mundo, y de construir memorias compartidas. Hoy, su huella está presente en la memoria colectiva, en los museos y archivos que las guardan como joyas históricas, y en la experiencia digital que vivimos a diario, donde el contacto a distancia, la combinación de imagen y texto, y la constante reconfiguración de significados nos resultan naturales.

El legado de las tarjetas postales en la historia de la comunicación mediática es innegable. Estas tarjetas no solo facilitaron la democratización de la fotografía, sino que también sentaron las bases para el desarrollo de medios interactivos contemporáneos. La capacidad de las postales para combinar imagen y texto, así como para vincular lo privado con lo público, anticipó las dinámicas que hoy en día se observan en la televisión, las redes sociales y otros medios electrónicos con acceso a Internet. Estos medios modernos continúan evolucionando en la forma en que se conjugan imagen y texto, permitiendo a los usuarios participar directamente en la configuración de los mensajes y crear contenidos personalizados, similar a cómo las postales permitían a los individuos seleccionar, intercambiar y coleccionar imágenes que reflejaban sus intereses y perspectivas.

Además, las lecciones aprendidas sobre planificación urbana y sostenibilidad durante la transformación de Madrid en el inicio del siglo XX son particularmente pertinentes en la actualidad. Las ciudades contemporáneas enfrentan desafíos similares relacionados con el crecimiento económico, la migración, la modernización y la preservación del patrimonio cultural. La experiencia histórica de Madrid demuestra cómo la infraestructura moderna, los estilos arquitectónicos innovadores y el crecimiento de la clase media pueden coexistir con la preservación de tradiciones culturales, creando un equilibrio entre lo nuevo y lo antiguo que enriquece la identidad urbana.

En el contexto de la memoria colectiva, las postales actúan como archivos visuales que preservan recuerdos y experiencias de diferentes épocas y lugares. En la era digital, donde la información se produce y consume de manera instantánea y efímera, las postales ofrecen una contraparte tangible que invita a la reflexión, el recuerdo y la interpretación. Este aspecto de las postales resuena en la forma en que las fotos digitales, las galerías online y las redes sociales permiten a los individuos documentar y compartir sus experiencias personales, contribuyendo a la construcción de una memoria colectiva global.

En conclusión, la fotografía postal y el coleccionismo de postales jugaron un papel crucial en la evolución de los procesos de comunicación mediática. Su influencia perdura en los medios contemporáneos, que continúan desarrollando y ampliando las posibilidades de interacción visual y textual, memoria personal y colectiva, y comunicación global. Las postales, como objetos culturales, no solo reflejan la sociedad de su tiempo, sino que también anticipan las dinámicas comunicativas que seguirán evolucionando en el futuro, consolidando su legado en la historia de la comunicación y la cultura visual.

La tarjeta postal del siglo XX constituye un ejemplo revelador de cómo la comunicación mediática puede surgir de artefactos simples, transformándose en elementos fundamentales de la cultura visual y el patrimonio colectivo. Su versatilidad -como medio de ocio, coleccionismo, publicidad, documentación e interacción social- le otorgó una universalidad que sentaría las bases de futuros desarrollos, desde la televisión hasta las redes sociales.

Lo más destacado de todo este fenómeno es su capacidad de adaptación. Al adecuarse a los cambios sociales, económicos y tecnológicos de cada época, la tarjeta postal trascendió cualquier previsión inicial, marcando el camino para los procesos de comunicación que reconocemos en la actualidad. En su aparente sencillez, entretejió múltiples realidades y potenció la expresión personal, la creatividad y el acercamiento cultural de millones de personas.

Al final, estas cartulinas no fueron solo un mensaje o un recuerdo, sino un puente que vinculó individuos de diferentes estratos y lugares, fortaleció la democratización de la imagen y proyectó nuevas formas de intercambio que siguen vigentes en la era digital. Las postales, en definitiva, son un testimonio de la persistencia humana por comunicar, recordar y construir un universo compartido a través del lenguaje visual y escrito, inspirando así la comunicación mediática tal como la conocemos hoy

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