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1/5/25

Evolución de la Periferia Barcelonesa (ss. XVIII–XIX)

1. Introducción: La Periferia como Espacio de Transición Histórica

La periferia de Barcelona durante los siglos XVIII y XIX fue un escenario de contradicciones y transformaciones radicales, un territorio donde se diluyeron las fronteras entre lo rural y lo urbano, y donde emergió un nuevo orden socioeconómico que anticipó la Barcelona contemporánea. Estos espacios, hoy integrados en la trama metropolitana, fueron en su momento laboratorios de modernidad donde se ensayaron modelos de producción industrial, estrategias de especulación inmobiliaria y formas de resistencia popular.

Nos centramos en siete núcleos clave —Horta, Moncada, Sant Andreu de Palomar, Sant Martí de Provençals, Gràcia, Sants y Les Corts—, analizando cómo su evolución reflejó los grandes procesos históricos de la época: la revolución industrial, el éxodo rural, el ascenso de la burguesía y la configuración de una identidad obrera. Para ello, se combinan fuentes primarias del Archivo Municipal de Barcelona —como registros de propiedad, actas municipales y planos urbanos— con aportaciones historiográficas recientes que han renovado la comprensión de estos fenómenos (Tatjer, 2008; Oyón, 2013).


2. Marco Geohistórico de la Periferia: Dinámicas Estructurales

2.1. La Explosión Demográfica y sus Efectos Territoriales

Barcelona experimentó un crecimiento poblacional sin precedentes: de 115.000 habitantes en 1800 a más de 530.000 en 1900, según los censos analizados por Marfany (1992). Este incremento, alimentado por migraciones procedentes de zonas rurales de Cataluña, Aragón y Valencia, generó una presión insostenible sobre el suelo urbano. La ciudad amurallada, incapaz de absorber este flujo, comenzó a expandirse hacia la periferia, donde los terrenos agrícolas se convirtieron en moneda de cambio para la especulación.

Un ejemplo paradigmático fue Gràcia: en 1821, su término municipal abarcaba 790 hectáreas de viñas y campos de cereales, pero hacia 1890, el 60% de esa superficie ya estaba urbanizada. Los precios del suelo se dispararon: un estudio del Archivo Municipal revela que una hectárea en Sant Martí de Provençals pasó de costar 1.200 pesetas en 1830 a 8.500 en 1880. Este fenómeno no fue solo económico, sino también social: la pérdida de tierras comunales —esenciales para la subsistencia de pequeños campesinos— provocó el desplazamiento de comunidades enteras hacia los arrabales industriales.

2.2. La Revolución Industrial: Máquinas, Ferrocarriles y Nuevos Paisajes

La llegada del ferrocarril a Barcelona en 1848 marcó un punto de inflexión. La estación de Sants, inaugurada en 1855, no solo conectaba la ciudad con el resto de España, sino que se convirtió en un nudo de actividad industrial: sus talleres daban empleo a 1.200 obreros en 1880, muchos de los cuales se alojaban en barriadas improvisadas junto a las vías. La mecanización del sector textil, por su parte, reconfiguró municipios como Sant Andreu de Palomar, donde en 1880 funcionaban 23 turbinas hidráulicas alimentadas por acequias medievales adaptadas para la industria.

Sin embargo, esta modernización tuvo un coste humano. En la fábrica Can Ricart de Sant Martí, registros médicos de 1890 documentan que el 40% de los operarios sufrían "enfermedad del lunes" —una intoxicación crónica por plomo—, mientras que en los lavaderos públicos de Horta, mujeres y niños trabajaban hasta 14 horas diarias en condiciones de humedad permanente. Estos datos, extraídos de informes sanitarios de la época, ilustran la dialéctica entre progreso tecnológico y explotación laboral que caracterizó el siglo XIX.

2.3. Burguesía Terrateniente: La Aristocracia del Suelo

La burguesía barcelonesa descubrió en la periferia una fuente de riqueza más lucrativa que el comercio ultramarino: la especulación inmobiliaria. Según Solà-Morales (1985), el 35% del capital acumulado por esta clase se invirtió en la compra de fincas rústicas, que luego se parcelaban y urbanizaban. En Horta, por ejemplo, la familia Girona —propietaria de bancos y compañías ferroviarias— adquirió en 1862 más de 50 hectáreas para construir quintas señoriales y abrir la calle Sant Jaume, eje del futuro ensanche burgués.

Esta dinámica creó tensiones sociales palpables. En Les Corts, campesinos que llevaban generaciones cultivando viñas se enfrentaron en 1873 a intentos de desahucio por parte de la Sociedad de Crédito Inmobiliario, un conflicto que terminó con la quema de registros de propiedad en la plaza mayor. Estos episodios, recogidos en actas judiciales, muestran cómo la transformación urbana fue también un campo de batalla de clases.


3. Estudios de Caso: Microhistorias de la Transformación

3.1. Horta: Donde Convivieron Lavanderas y Burgueses

Horta encapsula la dualidad de la periferia decimonónica. Por un lado, mantuvo hasta 1890 una economía tradicional basada en lavaderos públicos —15 instalaciones donde mujeres como Teresa Claramunt, futura líder anarcosindicalista, ganaban 1,5 pesetas por jornada—. Por otro, atrajo a la burguesía con sus quintas de recreo, como la de Isidro Anglada (1865), un palacete rodeado de jardines donde se celebraban tertulias modernistas.

La tensión entre ambos mundos estalló en 1887, cuando la construcción de un canal para regar los jardines de las quintas redujo el caudal disponible para los lavaderos. Las protestas de las lavanderas, narradas en el periódico La Tramontana, obligaron al ayuntamiento a mediar, pero el episodio demostró que el agua era un recurso disputado entre el lujo burgués y la subsistencia popular.

3.2. Moncada: El Peso de la Memoria Feudal

Moncada ofrece un contrapunto a la narrativa industrial. Su castillo, otrora centro de poder de los vizcondes de Cabrera, estaba en ruinas en 1836, pero seguía ejerciendo una función simbólica: cada 8 de septiembre, 5.000 peregrinos visitaban la capilla de la Virgen de Montcada, en un ritual que mezclaba devoción religiosa con nostalgia por el orden feudal.

Curiosamente, este arraigo a la tradición no impidió cierta modernización. En 1862, el empresario textil Joan Vilaregut instaló una fábrica de papel aprovechando el caudal del Besòs, empleando a 80 vecinos. Moncada se convirtió así en un caso híbrido: un pueblo donde convivían peregrinos en busca de milagros y obreros que marcaban tarjeta de entrada.

3.3. Sant Andreu de Palomar: El Triunfo de la Industria Textil

Sant Andreu fue el epicentro de la revolución textil catalana. En 1832, la familia Muntadas fundó aquí la primera fábrica de indianas (tejidos estampados), aprovechando la red de acequias medievales. Para 1880, el 90% de su población activa trabajaba en 37 fábricas, muchas especializadas en el hilado de algodón para exportar a América.

La vida en estas fábricas quedó plasmada en los diarios de Joan Salarich, un capataz que en 1879 anotaba: "Hoy, tres niñas desmayadas por el calor de las máquinas. El médico recomienda ventilar, pero el dueño prohíbe abrir ventanas por el polvo". Estas condiciones explican por qué Sant Andreu fue también cuna del asociacionismo obrero: en 1869, se fundó aquí la Societat de Resistència de Teixidors, una de las primeras cooperativas mutualistas.

3.4. Sant Martí de Provençals: Cuando la Fábrica Devora el Campo

La fábrica Can Ricart (1840) redefinió Sant Martí. Con sus 600 empleados y su consumo diario de 12.000 litros de agua, no solo alteró la economía local, sino también el paisaje: las chimeneas de 30 metros de altura se alzaban sobre campos de trigo, y los vertidos químicos envenenaron la acequia de Verneda, provocando la protesta de los payeses en 1883.

Para 1900, el 78% de la población activa trabajaba en la industria, pero esta dependencia tuvo un coste. Cuando Can Ricart quebró en 1895 durante la crisis textil, cientos de familias cayeron en la miseria, un drama recogido en el archivo parroquial: "El padre de cuatro hijos se ahorcó en el almacén; su mujer lava ropa a cambio de pan" (Libro de Defunciones, 1895).

3.5. Gràcia: Autonomía y Cultura Obrera

Gràcia resistió como municipio independiente hasta 1897, desarrollando una identidad propia. Su plaza de la Virreina albergaba un mercado donde se vendían productos de las huertas locales, mientras que en el Ateneo Obrero (fundado en 1862) se impartían clases nocturnas de gramática y aritmética.

Este ambiente propició una vida cultural vibrante: en 1887, el teatro Bonavista estrenó obras de Àngel Guimerà, y las imprentas locales publicaban periódicos satíricos como El Grito de Gràcia. Sin embargo, la presión urbanística era imparable: en 1890, el ensanche de Barcelona ya rozaba sus límites, y las últimas viñas desaparecieron bajo bloques de viviendas.

3.6. Sants: La Fábrica como Ordenador Urbano

En Sants, la industria modeló el espacio. La calle de la Creu Coberta —apodada "la milla de hierro"— concentraba talleres metalúrgicos como La Maquinista Terrestre y Marítima (1855), cuyos obreros vivían en casas adosadas de una sola habitación. Este modelo de "calle-fábrica" creó un urbanismo caótico, sin planificación, donde las viviendas se apiñaban contra los muros de las naves industriales.

La dependencia del ferrocarril también dejó huella. Cuando en 1887 una huelga paralizó los talleres de Sants, el economista Pere Estasen documentó que "los comercios de la calle cerraron por falta de clientes, y las tabernas se llenaron de hombres bebiendo su ración de desesperación".

3.7. Les Corts: Viñas contra Chimeneas

Les Corts fue el último bastión agrícola de la periferia. Hasta 1870, sus viñas suministraban uva a las bodegas de Barcelona, pero la especulación urbanística —impulsada por la burguesía— convirtió los campos en solares para fábricas de harina y cerveza. En 1893, el payés Josep Pujol denunció en un pliego de cordel: "Donde antes crecía la viña Rojal, ahora hay una máquina que escupe humo negro".

Aun así, persistieron formas de resistencia. En 1885, un grupo de viticultores fundó la Cooperativa Agrícola de Les Corts, que hasta 1900 logró preservar 50 hectáreas de viñedo mediante cultivos intensivos.


4. Factores Transversales: Agua, Migración y Lucha Social

4.1. La Acequia Condal: Sangre Vital de la Periferia

Este canal de origen romano fue la columna vertebral de la periferia barcelonesa. En el siglo XVIII, regaba 1.200 hectáreas de huertas, pero en 1900, el 88% de su caudal se desviaba a fábricas y lavanderías. En Sant Andreu, por ejemplo, los industriales pagaban a los payeses para que cedieran sus turnos de riego, un sistema corrupto que generó pleitos documentados en el Archivo de la Corona de Aragón.

4.2. Migraciones: Tejiendo una Nueva Identidad

Los inmigrantes no fueron meros espectadores de la transformación. En Sant Martí, los aragoneses introdujeron el cultivo de alcachofas en pequeñas parcelas, mientras que los valencianos organizaron las primeras fallas en 1895. Esta mezcla creó una cultura popular híbrida, visible en el lenguaje: el catalán de Sants incorporó palabras como "macho" (de origen castellano) o "xeixa" (término valenciano para un tipo de trigo).

4.3. La Vivienda Obrera: Del "Cós" a la Conciencia de Clase

Las "casas de cós" —viviendas de 35 m² con patio trasero— se convirtieron en símbolo de la precariedad. En Gràcia, un informe de 1887 describe cómo "ocho personas dormían en un solo colchón de paja, mientras el agua de lluvia se filtraba por las grietas del techo". Pero estas condiciones también fomentaron la solidaridad: en 1890, vecinos de Sants crearon una caja de resistencia para ayudar a familias desahuciadas, germen del futuro movimiento sindical.


5. Conclusiones: La Periferia como Semillero de la Barcelona Contemporánea

La periferia barcelonesa del siglo XIX no fue un espacio marginal, sino un crisol donde se forjó la modernidad. En sus fábricas se probaron tecnologías que luego se exportarían a toda Europa; en sus calles, se ensayaron formas de sociabilidad obrera que desembocarían en el movimiento anarcosindicalista; y en sus conflictos por el agua o el suelo, se anticiparon luchas urbanas aún vigentes.

Municipios como Sant Andreu o Gràcia demostraron que la industrialización no fue un proceso lineal, sino una trama compleja donde convivieron innovación y tradición, explotación y resistencia. Hoy, al pasear por estos barrios, aún pueden leerse en sus muros las huellas de aquel siglo decisivo: viejas chimeneas reconvertidas en centros culturales, acequias entubadas bajo el asfalto, o placas que recuerdan a las lavanderas y payeses que, entre telares y vapores, ayudaron a construir una metrópoli.


6. Bibliografía

  • Archivo Municipal de Barcelona. (1780–1900). Actas municipales, registros de propiedad y planos urbanos.

  • Oyón, J. L. (2013). La química del barrio: vivienda obrera y redes sociales en la Barcelona industrial. Diputació de Barcelona.

  • Solà-Morales, I. (1985). La formación de la burguesía barcelonesa. Edicions 62.

  • Tatjer, M. (2008). Gràcia i l'evolució dels barris populars. URBS. Revista de Estudios Urbanos.

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