1. Introducción: Del Edicto a la Ordenanza. La Reinvención del Espacio Público
El siglo XIX transformó radicalmente la concepción del espacio público en Barcelona, convirtiéndolo en un campo de batalla ideológico donde se enfrentaron tradición y modernidad, higienismo y resistencia popular, y poder burgués y memoria colectiva. Este proceso, lejos de ser meramente urbanístico, fue un proyecto político que reflejó la transición de una sociedad estamental a otra burguesa, marcada por la industrialización y el liberalismo.
Fuentes primarias como las ordenanzas municipales, crónicas de viajeros y grabados de la época revelan cómo calles, paseos y cementerios dejaron de ser meros espacios funcionales para convertirse en escenarios de representación del poder y la identidad. La Rambla, el Cementerio del Poblenou o el Paseo de la Explanada no solo reorganizaron la ciudad físicamente, sino que redefinieron su imaginario social. Como señala Remesar (2016), estos espacios encarnaron la "domesticación ilustrada de lo público", donde el orden racional se impuso sobre el caos medieval, pero también donde emergieron nuevas formas de resistencia y apropiación ciudadana.
2. Paseos Ilustrados: Ocio, Control y Propaganda Borbónica
El Paseo de la Explanada (Sant Joan) fue un experimento social sin precedentes. Iniciado en 1795 bajo el mandato del capitán general Agustín de Lancaster, su construcción respondió a una doble agenda: filantropía ilustrada y consolidación del absolutismo. Con 813 árboles dispuestos en rigurosa cuadrícula y cuatro fuentes neoclásicas —entre ellas la de Hércules, hoy superviviente—, el paseo se concibió como un "teatro al aire libre" donde la burguesía podía exhibir su decoro, mientras los pobres encontraban empleo temporal cavando zanjas.
Las crónicas de la época, como las de Víctor Balaguer (1886), glorificaron el proyecto como obra de "beneficencia ilustrada", pero omitieron que su trazado coincidía con zonas de resistencia antifrancesa durante la Guerra de la Independencia. Los soportales laterales, diseñados para paseos en carruaje, no solo segregaban clases sociales, sino que permitían el despliegue de tropas en caso de revueltas. Este doble carácter —ocio y control— se materializó en 1827, cuando Fernando VII usó el paseo para desfiles militares que celebraban la represión del liberalismo.
3. La Rambla: Frontera Simbólica entre Dos Ciudades
Ningún espacio encapsula mejor las contradicciones del siglo XIX que La Rambla. Su transformación de cauce fluvial medieval a bulevar burgués fue un proceso lleno de fricciones. Las reformas de 1798–1799, documentadas por el viajero Alexandre de Laborde, impusieron aceras empedradas y plátanos orientales, pero hasta 1840 convivieron con mercados informales donde vendedoras como "La Xanga" —una exmonja desamortizada— vendían hierbas medicinales entre carruajes de la alta sociedad.
El Liceo (1847) y la Boquería (1836) simbolizaron esta dualidad. Mientras el teatro acogía óperas para la élite, los tenderetes de la Boquería —instalados sobre el solar del convento de Sant Josep— se convertían en foro de rumores políticos. Un informe policial de 1858, conservado en el Archivo Municipal, detalla cómo agentes infiltrados vigilaban las conversaciones entre periodistas y obreros junto a los puestos de flores. La Rambla no era solo un paseo: era un termómetro social, donde cada reforma —como la sustitución en 1877 de la fuente del Vell por un quiosco neorenacentista— generaba protestas y pasquines anónimos.
4. Cementerios: Higiene, Moral y Paisaje de la Muerte Burguesa
El Cementerio del Poblenou (1819) revolucionó la relación de Barcelona con la muerte. Diseñado por Antonio Ginesi con rigor neoclásico, sus galerías de nichos ordenados y el cenotafio central —dedicado a las víctimas del cólera de 1821— encarnaban el higienismo ilustrado. Pero detrás de su fachada académica se escondían dramas sociales: registros parroquiales revelan que el 60% de los enterramientos entre 1820–1840 correspondían a niños pobres, cuyas familias no podían costear sepulturas individuales.
La burguesía, sin embargo, convirtió Poblenou en escenario póstumo de su poder. Panteones como el de la familia Girona (1865), con cúpula revestida de mosaicos bizantinos, competían en grandeza con los de Montmartre en París. Esta "arquitectura del más allá", como la llamó Carreras Candi (1916), no era inocente: un inventario de 1890 muestra que el 40% de los mausoleos incluían símbolos masónicos o referencias al progreso industrial, proyectando en la muerte la identidad construida en vida.
5. Pla de Palau: Puerto, Esclavitud y Arquitectura del Poder
Las Casas Xifré (1836–1839) fueron el manifiesto de piedra del capitalismo colonial. Josep Xifré, quien amasó su fortuna con plantaciones en Cuba y el tráfico clandestino de esclavos, encargó a Josep Buixareu un complejo neoclásico inspirado en la Rue de Rivoli parisina. Los relieves de Marià Campeny —Neptuno sujetando un barco, Mercurio con su caduceo— glorificaban el comercio ultramarino, omitiendo que los mismos barcos que traían azúcar llevaban grilletes.
La estatua de Fernando VII (1831–1835) en la misma plaza encapsuló las tensiones políticas. Fundida con cañones capturados a los franceses, fue derribada durante la revuelta liberal de 1835 y sustituida por la Fuente de Campo Sagrado (1844), que celebraba el agua potable mientras ocultaba su origen: acueductos construidos por presos políticos. El Pla de Palau no era una mera puerta al mar: era un espejo deformante del poder, donde cada monumento narraba una versión censurada de la historia.
6. Paseo de Colón: De Muralla de Mar a Escaparate de la Modernidad
La transformación de la Muralla de Mar en Paseo de Colón (1888) simbolizó la apertura al mar y al mundo. Tras siglos de encierro medieval, Barcelona derribó sus muros costeros para la Exposición Universal, creando una avenida flanqueada por palmeras y el Monumento a Colón. Pero detrás de la fachada triunfalista hubo costes ocultos: planos del Archivo Histórico muestran cómo el nuevo muelle sepultó los restos de la Barceloneta pescadora, desplazando a familias enteras a barracones periféricos.
El Hotel Internacional (1888), efímera maravilla construida en 53 días para la Exposición, ejemplificó esta dualidad. Con su fachada morisca y 2,000 habitaciones, alojó a dignatarios extranjeros mientras obreros que lo construyeron dormían en chabolas junto a las vías. Su demolición inmediata tras el evento —documentada en fotografías de Adolf Mas— reveló que la modernidad barcelonesa era, en parte, un decorado efímero.
7. Jardí del General: Naturaleza Domesticada para la Élite
El primer jardín público de Barcelona (1816) fue un instrumento de control social. Diseñado junto a la Ciudadela militar, sus setos geométricos y estatuas de Ceres y Flora imponían un ideal burgués de naturaleza ordenada. Las normas de acceso —prohibiendo "personas de mal vivir o vestimenta indecorosa"—, conservadas en el Archivo de la Corona de Aragón, convertían el ocio en privilegio de clase.
Pero el jardín también fue escenario de resistencias sutiles. Diarios de jardineros mencionan cómo vecinos pobres colaban niños para jugar a escondidas, y cómo anarquistas como Teresa Claramunt usaban los bancos para repartir panfletos camuflados entre hojas de plátano. Este jardín vigilado fue, paradójicamente, crisol de una contra-cultura urbana.
8. Plaza Antonio López: Memoria, Esclavitud y Reconversión
La plaza dedicada al esclavista Antonio López (1883–2018) encarnó las sombras del progreso. Su estatua, fundida con bronce de barcos negreros, fue durante un siglo un recordatorio del capitalismo manchado de sangre. Las actas municipales de 1884 revelan que el escultor Venancio Vallmitjana recibió instrucciones de omitir cadenas o referencias a África, creando una imagen edulcorada del "filántropo".
El cambio a Plaza Idrissa Diallo (2021) no cerró heridas, sino que abrió un debate sobre la memoria inclusiva. Como señala el Colectivo de Migrantes de Barcelona, el nuevo nombre honra a un joven guineano muerto en un CIE, pero el suelo sigue pisando historias no contadas: excavaciones recientes hallaron bajo la plaza restos de un mercado de esclavos del siglo XVI.
9. Conclusión: El Espacio Público como Arena Política
La Barcelona decimonónica no se construyó con ladrillos, sino con conflictos. Cada adoquín de La Rambla, cada árbol del Paseo de la Explanada, cada nicho del Poblenou, fue un campo de batalla donde se dirimieron cuestiones esenciales: ¿Quién tiene derecho a la ciudad? ¿Qué memoria merece ser monumentalizada? ¿Cómo se ejerce el poder a través del urbanismo?
Los espacios analizados muestran que el "progreso" burgués tuvo un rostro dual: ordenó la ciudad a costa de desplazar a los débiles, glorificó el comercio mientras olvidaba sus crímenes, y creó belleza arquitectónica que a menudo escondía fealdad social. Pero también revelan que el pueblo no fue mero espectador: apropió paseos, desafió normas de cementerios, y escribió en las paredes de plazas una contra-historia que hoy reclama su lugar.
10. Bibliografía
Archivo Municipal de Barcelona (1795–1900): Planos de Paseo de Colón, actas sobre Cementerio del Poblenou.
Balaguer, V. (1886): Barcelona antigua y moderna. Análisis de espacios ilustrados.
Carreras Candi, F. (1916): Crítica estética de monumentos decimonónicos.
Remesar, A. (2016): Teoría sobre espacio público como herramienta política.
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