¿Qué es una tarjeta postal?
La tarjeta postal nació como un documento postal dirigido a ofrecer inmediatez y economía en la correspondencia breve. Según Albert Thinlot, es “un impreso sobre un soporte semirrígido destinado a un uso postal, para una correspondencia breve y cuyo contenido queda al descubierto” (Thinlot, CRESPO y VILLENA, 2007), mientras que Bernardo Riego destaca su flexibilidad gráfica: “rectángulo de papel grueso, cartulina o cartón, con o sin ilustración, con lugar para texto o no, emitida por particulares o por correos” (RIEGO, 1997). Su formato estándar de 14×9 cm y la eliminación del sobre permitieron reducir costes de franqueo entre un 30% y un 50% respecto a las cartas tradicionales.
La postal combina elementos de comunicación epistolar, imagen icónica y objeto de colección. Sus destinatarios no solo recibían noticias breves, sino también estampas de ciudades, monumentos y acontecimientos. Para la burguesía y las clases medias emergentes del siglo XIX, poseer postales de rincones lejanos era una forma de exhibir su mundo cultural (BENJAMIN, 1935). Además, su circulación sin sobres revelaba simultáneamente el mensaje y su soporte, generando un debate sobre la privacidad frente a la visibilidad pública de la información transmitida.
La tarjeta postal es el soporte sobre el que ha quedado plasmada la gran memoria visual del siglo XX, permitiendo un acercamiento directo a los aspectos más relevantes de la sociedad del siglo pasado (CRESPO y VILLENA, 2007). Su valor cultural es hoy indiscutible, como demuestran instituciones como el Metropolitan Museum of Art de Nueva York o el Museo del Prado, que han incorporado a sus fondos colecciones de centenares de miles de postales.
Podemos definir la tarjeta postal como un medio de comunicación epistolar rápido, accesible, económico y sin privacidad, en ocasiones con representación gráfica, transmitido a través de la red postal, consistente en una cartulina de medida estandarizada, sin necesidad de sobre, con la dirección al dorso y espacio para sello franqueado. La combinación de imagen y texto, junto con el franqueo reducido, explica su gran aceptación y su uso como soporte publicitario, objeto artístico o recuerdo de viajes turísticos.
La expansión del uso de las postales permitió a amplias capas de la población poseer imágenes de sus propias calles, pueblos y ciudades, privilegio antes reservado a la burguesía a través de la pintura, el grabado y la fotografía. La postal fue la primera manera conocida de poner en circulación masiva imágenes del mundo y ha permitido a los ciudadanos recuperar parte de su historia colectiva (CRESPO y VILLENA, 2007).
El soporte de la tarjeta postal sigue siendo valorado en la actualidad: a pesar del auge de las tarjetas electrónicas, la mayoría de los usuarios sigue prefiriendo el papel-cartulina tradicional tanto para enviar como para recibir postales, por su valor tangible y estético. La postal es percibida como un objeto bonito, un recuerdo, un detalle, un documento y una forma original de comunicación, y su valor artístico y fotográfico supera ampliamente al económico.
Definición funcional y usos
Más allá de la correspondencia familiar, la tarjeta postal se convirtió en un vehículo publicitario y en un soporte de propaganda política. Empresas de transporte, hoteles y ferias internacionales imprimieron postales con sus logotipos y fechas de eventos, transformando la cartulina en un folleto portátil. En las campañas electorales de la década de 1890 en Francia y Estados Unidos, los partidos distribuían miles de “postales programa” (GASCOIGNE, 2003).
Su uso como souvenir turístico surgió a partir de la Exposición Universal de París (1889), donde se vendieron más de un millón de postales con la Torre Eiffel. Los viajeros adquirían vistazos de su destino y los enviaban a sus redes sociales –tal como hoy compartimos fotos en línea–, creando una red informal de promoción turística.
Antecedentes y primeras manifestaciones
Los primeros intentos de crear tarjetas ilustradas para correspondencia datan de mediados del siglo XIX. Algunos especialistas consideran al litógrafo y grabador Fenner Matter, quien en 1855 puso a la venta en Basilea, Suiza, una tarjeta que reproducía un grabado en madera, como uno de los precursores de este formato. Otros señalan al alemán Miesler hacia 1860, aunque estas primeras manifestaciones no estaban destinadas a ser utilizadas en los servicios postales, sino que funcionaban como simples souvenirs (CARRERAS CANDI, 1903; TRONCOSO, 2017).
La segunda mitad del siglo XIX fue un periodo de significativos avances tecnológicos y cambios culturales que propiciaron el surgimiento de nuevos formatos de comunicación gráfica, destacando la tarjeta postal. Inicialmente concebida como un medio económico para el intercambio de mensajes breves, la tarjeta postal combinaba la inmediatez de la escritura con el poder expresivo de la imagen, consolidándose como un importante vehículo de comunicación cultural y social (RIEGO AMÉZAGA, 2012).
Este innovador formato representó un hito al fusionar tradición y modernidad, integrando elementos históricos con avances contemporáneos. Desde el siglo XVIII, muchos gobiernos europeos establecieron monopolios postales para asegurar una distribución fiable de cartas y paquetería, convirtiendo el servicio postal en un símbolo de prestigio y modernidad (SMITH, 2010). Su aparición estuvo estrechamente ligada a los grandes progresos en las redes de ferrocarril y transporte marítimo, lo que permitió que la correspondencia circulase con mayor rapidez y eficiencia tanto a nivel nacional como internacional. La introducción del sello Penny Black en 1840 y la creación de la Unión Postal Universal (UPU) en 1874 unificaron criterios y normativas, facilitando la adopción de nuevos formatos de envío, incluyendo la tarjeta postal.
La popularidad de la fotografía de viajes, las ilustraciones de prensa, las tarjetas de visita, la pintura de paisajes y la cartelística configuraron un legado visual muy valorado (RIEGO AMÉZAGA, 2001). En España, fotógrafos como Charles Clifford y Jean Laurent desempeñaron un papel decisivo al revalorizar el patrimonio cultural de ciudades y regiones, exhibiendo paisajes, monumentos y costumbres que cautivaron a un público cada vez más interesado en lo pintoresco (SCHARF, 2001). Estas imágenes, unidas al boom de la industria turística y a la curiosidad por lo exótico, crearon una iconografía compartida que reforzó la noción de “mirada turística” y la necesidad de legitimar la experiencia del viaje mediante registros visuales tangibles (URRY, 2002).
La capacidad de reunir texto e imagen en un espacio reducido convirtió a las postales en documentos esenciales para compartir impresiones de cada destino, validando la experiencia del viaje y difundiendo una memoria visual donde se mezclaban la subjetividad del mensaje escrito con la aparente objetividad fotográfica. Estos soportes, al regresar al hogar, se transformaban en recuerdos materiales que los viajeros atesoraban y que hoy sirven para reconstruir la vida cotidiana, los cambios urbanísticos y los valores estéticos de la época (GUEREÑA, 2005).
Nacimiento oficial y difusión inicial
En la conferencia postal internacional celebrada en 1865 en Carlsruhe, Heinrich von Stephan, alto funcionario de correos de Alemania del Norte, propuso la creación de la tarjeta postal, pero la propuesta no mereció entonces la menor atención de los delegados. Sin embargo, cuatro años después Emanuel Hermann, profesor de Economía Nacional de la Academia Militar de Wiener Neustadt, publicó un artículo titulado “Nuevo medio de correspondencia postal” poniendo de manifiesto las importantes ventajas que supondría al Tesoro Público la introducción de la tarjeta postal.
Se emite el 1 de octubre de 1869 por la administración de Correos de Austria-Hungría. Eran tarjetas postales oficiales, editadas por los estados, como una modalidad más de correo y como un medio para rebajar el coste del franqueo, en aquellos casos en que se querían enviar mensajes cortos de carácter comercial, con no más de veinte palabras, y dónde no importaba mantener el secreto de comunicación, cuestión muy discutida en su origen (ALMARCHA, 2007). Las “enteros” austrohúngaras establecieron un modelo de dos caras (anverso ilustrado y reverso para dirección y texto breve) que se mantuvo hasta principios del siglo XX. Su éxito se apoyó en la red ferroviaria y telegráfica centralizada, que redujo los tiempos de tránsito postal a un día en rutas principales. No podían tener más de veinte palabras, incluyendo la firma y la dirección y no llevaban ninguna imagen adicional (RIEGO, 1997). Estos enteros postales obtuvieron un gran éxito y en solo tres meses, se enviaron más de tres millones de tarjetas, disparando un efecto imitación en los países vecinos (ALMARCHA, 2007).
Expansión internacional
Entre 1870 y 1874, más de veinte gobiernos introdujeron sus propias postales oficiales: Hungría (1869), Alemania y Luxemburgo (1870), Suiza, Bélgica y Países Bajos (1871), Rusia (1872), EE. UU., Francia y Japón (1873), Italia y Reino Unido (1874) (GUEREÑA, 2005). En España, aunque la administración oficial tardó hasta 1873, durante cuatro años circuló un mercado paralelo de postales privadas que retrataban paisajes locales y monumentos nacionales (LOZANO, 2010).
Esta rápida adopción global convirtió la postal en la primera red social física del mundo, conectando localidades distantes con un flujo constante de imágenes e información.
La guerra como catalizador: las primeras ilustraciones
En la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871), las postales ilustradas asumieron un rol estratégico. León Besnardeau estampó símbolos militares en el frente francés; A. Schwartz distribuyó series de artilleros en el bando prusiano (BESNARDEAU, 1870; SCHWARTZ, 1871). Un hito crucial en la evolución de la tarjeta postal fue la incorporación de elementos visuales. El librero francés León Besnardeau estampó en 1870 los símbolos del cuerpo militar y del escudo de Bretaña en tarjetas con las leyendas: "Guerre de 1870", "Camp de Conlie" y "Armée de Bretagne". En el lado alemán, el librero A. Schwartz imprimió dos series en 1875 y 1876 que mostraban un artillero cargando un cañón.
Durante este conflicto, las tarjetas postales adquirieron una importante función como medio de comunicación entre los soldados y sus familias. Para facilitar el trabajo de los censores, desde Prusia se emitió un decreto que ordenaba que las cartas de los soldados se enviaran por correo en sobres abiertos, ofreciendo a los enteros postales un franqueo muy reducido o incluso gratuito entre el frente y la retaguardia. Nacían las tarjetas de campaña, que transportaban mensajes de soldados y familias y contribuían a la moral bélica. Estas ediciones pioneras mostraron el potencial de la postal como herramienta de propaganda y testimonio visual.
Bibliografía complementaria integrada
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ALMARCHA, R. (2007). La tarjeta postal: comunicación, imagen y memoria. Madrid: Anaya.
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BENJAMIN, W. (1935). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Ed. Taurus.
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CARRERAS CANDI, F. (1903). Notas históricas sobre las tarjetas postales. Barcelona.
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CRESPO, M. y VILLENA, J. (2007). La tarjeta postal: un siglo de historia gráfica. Madrid: Fundación Telefónica.
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GASCOIGNE, S. (2003). Propaganda and the Art of Persuasion. London: Phaidon.
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GUEREÑA, J.-L. (2005). Historia social de la cultura escrita. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
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LOZANO, J. (2010). El coleccionismo de postales en España. Ediciones Trea.
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RIEGO AMÉZAGA, B. (1997). La imagen postal: memoria gráfica del siglo XX. Madrid: Cátedra.
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RIEGO AMÉZAGA, B. (2001). El ojo de la historia. Santander: Universidad de Cantabria.
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RIEGO AMÉZAGA, B. (2012). Miradas sobre papel. La tarjeta postal en la cultura visual contemporánea. Universidad de Cantabria.
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SCHARF, A. (2001). Art and photography. Penguin Books.
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SMITH, A. (2010). The Victorian Post Office: A History. Royal Mail Heritage.
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TRONCOSO, C. (2017). Los orígenes de la tarjeta postal en Europa. Santiago de Chile: Ediciones B.
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URRY, J. (2002). The Tourist Gaze. London: Sage.
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