1. El marco urbano heredado y la impronta borbónica
La Barcelona de mediados del siglo XVIII conservaba intacta su fisonomía medieval, con murallas góticas que delimitaban un espacio reducido y densamente poblado. Tras la caída de 1714, el poder borbónico reforzó este control a través de estructuras militares improvisadas para la represión, entre las que destacaba la construcción de la Ciudadela sobre el antiguo barrio de la Ribera. Este enclave, con sus fosos, baluartes y garitas, no solo era una fortaleza: era un mensaje de dominación política que recordaba a los barceloneses quién detentaba el poder.
A pesar de este entorno militarizado, la ciudad vivió una efervescencia económica sin precedentes, impulsada por su papel en las rutas mediterráneas y atlánticas. El derribo parcial de la Ribera y el trazado de la Barceloneta en 1753 por ingenieros militares marcaron la primera ruptura con el urbanismo horizontal medieval: calles rectilíneas, solares regulares y edificación uniforme dominada por cuarteles y almacenes fueron el nuevo paradigma de un urbanismo al servicio de la defensa y—en teoría—de la salubridad.
2. Demografía en explosión y presión sobre el tejido urbano
Entre 1716 y 1787, la población de Barcelona se triplicó, pasando de aproximadamente 38 000 a cerca de 105 000 habitantes. Este crecimiento desordenado, alimentado sobre todo por la inmigración interna de comarcas rurales, saturó el recinto amurallado: las calles se estrecharon aún más, las casas alcanzaron hasta cinco plantas y los “respiraderos” entre edificios eran prácticamente inexistentes.
La densidad poblacional llegó a superar la de otras capitales europeas, generando graves problemas de higiene, abastecimiento de agua y gestión de residuos. Brotes recurrentes de viruela, tifus y disentería pusieron de manifiesto la conexión entre estas epidemias y las condiciones urbanas; fueron los médicos ilustrados quienes comenzaron a denunciar públicamente la falta de ventilación y la ausencia de espacios abiertos como factores determinantes para la salud pública.
3. Economía preburbana: indianas, monopolios y redes atlánticas
El siglo XVIII vio en Barcelona el florecimiento de la industria algodonera y la estampación de indianas, productos muy demandados tanto en España como en América. El sistema de talles—pequeños talleres familiares interconectados—permitió una producción casi proto-industrial, capaz de abastecer grandes mercados.
El Decreto de Libre Comercio de 1778 rompió parcialmente el monopolio sevillano y facilitó la importación de algodón crudo y la exportación de manufacturas barcelonesas a ultramar. Este dinamismo creó una burguesía mercantil que acumuló capital y reclamó infraestructuras adecuadas: nuevos almacenes en el puerto, vías de comunicación mejoradas y espacios de sociabilidad (cafés, fondas y cantones de mercaderes).
4. Reformas urbanas y conflictos de gobierno
En la segunda mitad del siglo XVIII, bajo la influencia de figuras como el conde de Ricla y tras el motín de Esquilache (1766), se introdujeron cargos populares en el Ayuntamiento y se impulsaron proyectos de modernización: la transformación de la Rambla en paseo arbolado (1776), la apertura de nuevas vías y la ampliación de la Barceloneta. Sin embargo, la pugna constante entre autoridades civiles y militares y la falta de un plan general coherente limitaron el alcance de estas intervenciones.
Las Ordenanzas de 1772 pretendieron regular voladizos, alineaciones y alturas máximas para evitar derrumbes y mejorar la ventilación, pero la resistencia de los propietarios y la ineficacia administrativa convirtieron estas normas en meros “decretos de salón”. La escasa actuación estatal dejó campo libre a la iniciativa privada, que apostó por la construcción vertical y la ocupación de huertos y patios, provocando una estratificación social vertical: las clases populares quedaron apiñadas en pisos superiores, mientras las élites se reservaron las plantas nobles.
5. La vivienda y la especulación: del valor de uso al valor de cambio
La prohibición de derribar murallas llevó a los promotores privados a concentrarse en edificar hacia arriba. Entre 1772 y 1791, más del 60 % de las licencias correspondieron a ampliaciones y subdivisiones de viviendas existentes. Los antiguos pisos de vecindad se convirtieron en laberintos de habitaciones diminutas, destinadas a obreros y jornaleros. El ladrillo sustituyó a la piedra en plantas superiores para abaratar costes, pero con ello aumentó el riesgo de incendio y el deterioro estructural. El casco medieval, antaño un entramado de patios, huertas y talleres, se transformó en un conglomerado insalubre de “piñas de casas”, tal como lo describió Antoni de Capmany.
Aunque las ordenanzas municipales intentaron limitar la altura y mejorar las condiciones higiénicas, la realidad fue la degradación progresiva del casco histórico. Surgen así los primeros barrios obreros insalubres, con pisos diminutos y oscuras escaleras, reflejo de un mercado urbano donde el valor de cambio primó sobre el valor de uso.
6. Industrialización y expansión extramuros
La transición entre el urbanismo militarizado borbónico y la revolución industrial fue un proceso marcado por contradicciones: represión y modernidad, planificación estatal y libre mercado, densificación vertical y expansión horizontal. El legado del siglo XVIII—murallas, fortalezas y barrios extramuros insalubres—fue el punto de partida para un ensanche ilustrado que buscó superar los errores del pasado. Así, la Barcelona actual conserva en su trazado las cicatrices de la época barroca y las lecciones de la industrialización, ejemplificando cómo las tensiones políticas, económicas y sociales determinan el desarrollo urbano.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX, la introducción de la máquina de vapor y el avance de la industria moderna consolidaron la posición de Barcelona como “Manchester catalán”. El Poblenou se convirtió en epicentro fabril, mientras Sants, Gràcia y Sant Andreu crearon polos industriales periféricos.
La “casa fábrica”, donde conviven obreros y maquinaria, representó la nueva organización social y espacial, pero muchas construcciones surgieron sin respeto al patrimonio histórico y en condiciones de grave precariedad. La expansión horizontal, realizada sin planificación conjunta, dio lugar a barrios extramuros densamente poblados y carentes de infraestructuras básicas.
Bibliografía (formato APA)
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