A finales del siglo XIX, mientras Barcelona se despojaba de sus murallas medievales, las tarjetas postales se convirtieron en testigos y cómplices de su transformación. Estas pequeñas piezas de cartulina, impresas con fototipias de la Casa Batlló o el Arco de Triunfo, no solo documentaron la ciudad, sino que construyeron el relato visual de su ascenso como capital del modernismo. Detrás de su aparente ingenuidad, escondían un proyecto urbano ambicioso.
El daguerrotipo da
paso a la postal: Crónica de una revolución visual
El 10 de noviembre de 1839, Barcelona asistió a un hito: el primer daguerrotipo capturó la Casa Xifré y la Lonja neoclásica en el Pla de Palau. Medio siglo después, esa misma plaza se reproduciría en miles de postales editadas por Hauser y Menet, la empresa suiza que en 1896 lanzó la primera serie dedicada a la ciudad. El salto tecnológico —del daguerrotipo a la fototipia, que permitía tiradas masivas— coincidió con el derribo de las murallas (1854) y la expansión del Eixample bajo el Plan Cerdà.
Las postales funcionaron como espejos portátiles de una ciudad en ebullición. La serie España Ilustrada de Hauser y Menet, con 200 láminas distribuidas en cuadernillos de cinco, mostraba una Barcelona bifronte: de un lado, el Barrio Gótico con sus callejuelas fotografiadas por Jean Laurent; del otro, el Passeig de Gràcia convertido en pasarela modernista. Vendidas a una peseta el ejemplar, estas imágenes viajaban en trenes y vapores, llevando la nueva identidad de la ciudad a París, Londres o Buenos Aires.
Àngel Toldrà Viazo:
El notario visual del modernismo
En 1905, cuando Àngel Toldrà Viazo lanzó su serie Bellezas de Barcelona, la ciudad ya bullía bajo el influjo del modernismo. Sus 4.577 postales numeradas no eran simples imágenes: eran manifiestos visuales de una urbe que se erigía como capital de la vanguardia arquitectónica. Toldrà, comerciante autodidacta, entendió que la fototipia podía convertir edificios como la Sagrada Família o el Palau de la Música en emblemas portátiles.
Su serie Construcciones modernas capturaba
la Sagrada Família emergiendo entre campos de cultivo —«plantada en un
desierto», como escribió el cronista Lluís Permanyer—, un contraste deliberado
que enfatizaba su ruptura con lo antiguo. Estas postales omitían los barrios
obreros del Raval para centrarse en el Eixample, donde la burguesía industrial
levantaba palacetes con fachadas esculpidas como joyas. El Archivo Fotográfico
de Barcelona conserva ejemplares reveladores: una postal de 1903 muestra el
derribo del convento de les Salesas para abrir la Via Laietana, celebrando el
«progreso» mientras silenciaba a los desplazados.
Passeig de Gràcia: La pasarela arquitectónica en papel
Ninguna avenida encapsuló mejor este relato que el Passeig de Gràcia. Las postales de Toldrà convertían sus manzanas en un escenario de competición arquitectónica. En una imagen de 1905, la Casa Lleó Morera de Domènech i Montaner luce sus esculturas de Eusebi Arnau —damas con jardineras hoy desaparecidas—, mientras la Casa Amatller de Puig i Cadafalch despliega esgrafiados que imitan telares flamencos. Gaudí, inicialmente ausente en las leyendas, se convirtió en marca gracias a series como Arquitectura contemporánea (1908-1912), donde la Pedrera aparecía como «un museo de formas orgánicas».
La burguesía adoptó las postales como tarjeta de visita.
Familias como los Batlló encargaban series personalizadas de sus palacetes, que
distribuían en sobres de felicitación. El resultado fue una paradoja: la
retícula igualitaria de Cerdà, diseñada para evitar distinciones sociales,
quedó plasmada en imágenes que exaltaban la estratificación arquitectónica.
Fototipias y fotomontajes: Mentiras piadosas para vender futuro
Detrás de la belleza estética latía un proyecto político.
Las postales del Arco de Triunfo (1888) celebraban la Exposición Universal
mientras borraban simbólicamente la memoria de la Ciutadella, fortaleza militar
derribada para el evento. La editorial Thomas innovó con fotomontajes audaces:
una postal de 1910 mostraba la Sagrada Família con torres inexistentes, anticipando
un futuro que aún tardaría décadas en llegar.
Estas imágenes no eran neutrales. Mientras Hauser y Menet retrataban la Via Laietana como símbolo de progreso, fotógrafos anónimos capturaban los corrales de vecinos demolidos, instantáneas que nunca llegaron a postal. Las vistas aéreas desde globos aerostáticos, como las de Pau Audouard, glorificaban la expansión urbana ocultando los conflictos por las expropiaciones en La Ribera.
El Eixample en
fototipia: La retícula de Cerdà hecha souvenir
Ningún espacio simboliza mejor el matrimonio entre postal y urbanismo que el Eixample. Las manzanas octogonales diseñadas por Cerdà, inicialmente criticadas por "desperdiciar espacio", encontraron en la postal a su mejor propagandista. La vista aérea se convirtió en género: postales como la de Toldrà Passeig de Gràcia, 92 (1905-1911) mostraban la cuadrícula perfecta salpicada de joyas modernistas. Otras, más audaces, usaban fotomontajes para simular edificios aún no construidos, como hizo la editorial Thomas con la Sagrada Família en 1910.
La burguesía adoptó las postales como tarjeta de visita de su poderío. Familias como los Girona o los Batlló encargaban series personalizadas de sus palacetes, que luego distribuían en sobres de felicitación. El resultado fue una curiosa paradoja: la retícula igualitaria de Cerdà, pensada para evitar distinciones sociales, quedó plasmada en postales que exaltaban la estratificación arquitectónica.
La ciudad que se fue:
Postales como arqueología urbana
Hoy, colecciones como las 20.000 postales del legado Matas-Ramis en el MNAC permiten rastrear pérdidas irreparables. Una postal de 1897 muestra la Casa Lleó Morera con las esculturas de Eusebi Arnau en su fachada —desaparecidas en 1943—. Otra, de 1902, captura el Pabellón del Café Español de la Exposición Universal, estructura efímera que solo sobrevive en papel. Las postales de Toldrà son particularmente valiosas: su serie Barcelona Antigua contrastaba vistas del Gótico con los nuevos bulevares, creando un diálogo visual entre siglos.
Este valor documental cobra ironía cuando se comparan
postales coetáneas. Mientras Hauser y Menet retrataban la Via Laietana como
símbolo de progreso, fotógrafos anónimos capturaban los corrales de vecinos
demolidos para su construcción. La postal, en su afán de vender una Barcelona
higiénica y moderna, silenciaba los desplazamientos sociales tras cada derribo.
"Recuerdos de Barcelona": El turismo descubre la ciudad postal
En 1901, la revista España Cartófila describía
el frenesí coleccionista: "Se cambian postales en los tranvías, en los
cafés, hasta en misa". Barcelona supo explotar esta moda. Establecimientos
como El Siglo o la Librería Española vendían postales junto a abanicos y
mantones, mientras hoteles como el Ritz incluían series personalizadas en sus
habitaciones. El éxito radicaba en su doble función: documento para el viajero
y prueba de distinción para quien la enviaba.
Las series temáticas multiplicaron los enfoque: desde Tipos populares con mujeres de mantilla hasta Vistas nocturnas iluminadas con pintura fosforescente. Pero fue la arquitectura modernista la gran protagonista. Postales como la de la Casa Amatller (1906), con su fachada esgrafiada, o la del Park Güell (1914), convertían a Gaudí en marca Barcelona antes que el turismo masivo existiera.
Epílogo: Cuando
Barcelona se colecciona
Hoy, las postales decimonónicas han encontrado nueva vida en
exposiciones como La ciudad ante la cámara (Arxiu Fotogràfic,
2022) o en estudios académicos que las rescatan como fuentes primarias. Esas
imágenes, que antaño viajaban en sobres lacrados, ahora se digitalizan y
consultan online, completando el círculo: de instrumento de propaganda a
documento histórico, de souvenir a arte. En su silencio ilustrado, guardan la
memoria de una Barcelona que fue y pudo ser —la de las manzanas-jardín de Cerdà
frente al hormigón actual—. Como escribió el poeta Màrius Torres en una postal
de 1932: "Cada esquina guarda un plano distinto de la ciudad que
soñamos".
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