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17/11/25

1.       Justificación, diseño y alcance de la investigación

El presente trabajo se centra en la tarjeta postal ilustrada en España entre 1869 y 1939, abordándola como un producto característico de la modernidad, de la cultura de masas y de la reproductibilidad técnica de la imagen (Benjamin, 1936; Henkin, 1998; Rickards, 1982; Twyman, 1998). Lejos de concebirse como mero objeto de interés para anticuarios o coleccionistas, la tarjeta postal se reivindica como documento histórico de primera magnitud y como artefacto cultural complejo, donde se articulan de forma singular texto, imagen y materialidad impresa (López Hurtado, 2013; Twyman, 1998). Su análisis permite iluminar la sociedad que la produjo y consumió, la configuración de la cultura visual moderna, la evolución de las mentalidades y el desarrollo de las tecnologías de reproducción gráfica en la España de la Segunda Revolución Industrial (Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013; Rickards, 1982).

La justificación de esta investigación reside en el reconocimiento de la postal ilustrada como fuente primaria excepcional, capaz de hacer visibles aspectos de la historia social, la historia cultural y la historia de la comunicación que suelen quedar fuera de las fuentes institucionales, al inscribirse en la vida cotidiana, en la correspondencia privada y en el consumo visual popular (Garófano Sánchez, 2000; Riego Amézaga, 1997; Rickards, 1982). Este trabajo propone dotar al estudio de la tarjeta postal ilustrada de un marco conceptual y metodológico sólido, que la aborde simultáneamente como artefacto híbrido texto‑imagen, como mercancía de la cultura de masas y como dispositivo de memoria y de construcción de imaginarios colectivos (Benjamin, 1936; Henkin, 1998; Prochaska y Mendelson, 2010). En consecuencia, el capítulo articula: el planteamiento del problema y las preguntas de investigación, el estado de la cuestión y el marco historiográfico, la definición operativa del objeto y los sistemas de clasificación que ordenan el corpus analizado (Carreras y Candi, 1903; Carrasco Marqués, 2018; López Hurtado, 2013). ​

2.       Planteamiento y preguntas de investigación

La investigación parte de una premisa central: la tarjeta postal ilustrada es mucho más que la suma de sus componentes materiales —una imagen y un texto breve sobre un soporte de cartulina estandarizada— y debe concebirse como un fenómeno de comunicación de masas que transformó la relación de amplios sectores de la población con la imagen, la distancia y la memoria (López Hurtado, 2013; Henkin, 1998). Insertada en las dinámicas de la sociedad de consumo y de la ciudad moderna, la postal ilustra y a la vez contribuye a consolidar nuevas formas de sociabilidad, movilidad y consumo cultural, adaptándose a los ritmos acelerados y a las lógicas de visibilidad propias de la modernidad urbana (Henkin, 1998; Prochaska y Mendelson, 2010).

La tarjeta postal ilustrada se concibe como un prisma interpretativo a través del cual se refractan procesos estructurales de la modernidad: la industrialización, la expansión de la red ferroviaria, el auge del turismo burgués, la democratización de la fotografía, la difusión de imaginarios nacionales y coloniales y la creciente instrumentalización ideológica de la cultura visual (Benjamin, 1936; Rickards, 1982; Twyman, 1998). En este sentido, el estudio de la postal se inscribe en la línea que reivindica las ephemera impresas como fuentes privilegiadas para la historia de la vida cotidiana y la historia de las mentalidades, al permitir acceder a prácticas, sensibilidades y usos sociales escasamente documentados por los archivos estatales (Rickards, 1982; McDonald, Olguín y Glowacka‑Musial, 2024).

El carácter híbrido de la postal, situada entre cultura escrita y cultura visual, requiere una metodología interdisciplinar que combine herramientas de la historia social —para identificar los sujetos que producen, distribuyen y consumen las postales—, de la historia del arte y los estudios visuales —para analizar lenguajes iconográficos y estrategias de representación—, de la historia de la tecnología —para comprender las técnicas de reproducción fotomecánica— y de la historia de la comunicación —para evaluar el papel de la postal en la consolidación de nuevas prácticas comunicativas de masas (Benjamin, 1936; Mitchell, 1994; Rose, 2016). La validez de la tarjeta postal como documento ha sido consolidada por una literatura que la sitúa en el centro de los estudios sobre cultura material, impresos efímeros y cultura visual (Rickards, 1982; Twyman, 1998; López Hurtado, 2013).

Desde esta base, la investigación formula como objetivo general analizar la evolución y las funciones de la tarjeta postal ilustrada en España entre 1869 y 1939, entendiéndola como artefacto comunicativo, visual y económico que articula múltiples usos y significados (Carrasco Marqués, 2009; Garófano Sánchez, 2000). Dicho objetivo se despliega en varias preguntas de investigación: en primer lugar, se interroga la evolución del medio, desde el entero postal oficial hasta la consolidación de la postal ilustrada como artefacto visual complejo donde la imagen deviene central, así como el papel de los hitos tecnológicosfototipia, huecograbado, offset—, los cambios legalesliberalización de la edición privada, reverso dividido— y las transformaciones sociales en la modernización española (Carreras y Candi, 1903; Carrasco Marqués, 2009; Twyman, 1998; Prochaska y Mendelson, 2010).

En segundo lugar, se explora hasta qué punto las postales reflejaron y simultáneamente contribuyeron a construir la sociedad española, difundiendo imaginarios colectivos sobre la nación, las regiones, las ciudades, los paisajes y los roles de género y clase, así como la tensión entre una España visible —vistas urbanas, tipos y costumbres, modernidad turística— y una España invisible —conflictos sociales, desigualdades y periferias omitidas— (Garófano Sánchez, 2000; López Hurtado, 2013; Prochaska y Mendelson, 2010). En tercer lugar, se analiza la función ideológica y los usos propagandísticos de la postal, especialmente durante la Segunda República y la Guerra Civil, pero también en contextos marcados por el nacionalismo y el imperialismo, atendiendo a los discursos visuales producidos por partidos, sindicatos, organizaciones religiosas y poderes estatales dentro de la cultura política de la primera mitad del siglo XX (Benjamin, 1936; Alloula, 1986; Bhabha, 1994; Prochaska y Mendelson, 2010).

Por último, se discuten los marcos teóricos‑metodológicos más adecuados para abordar la postal como fuente primaria compleja, articulando el análisis iconográfico e iconológico de tradición panofskiana con el análisis documental archivístico y con la historia social, de manera que las postales puedan inscribirse en redes de producción, circulación y recepción rigurosamente reconstruidas (Panofsky, 1972; Mitchell, 1994; Rose, 2016; López Hurtado, 2013). Responder a estas cuestiones permitirá no solo trazar una historia completa de la postal ilustrada en España, sino también proponer una nueva lectura de la cultura y la sociedad españolas entre 1869 y 1939, atravesadas por la tensión entre modernización y tradición, centro y periferia y consenso y conflicto político (Carrasco Marqués, 2018; López Hurtado, 2013).

3.       Estado de la cuestión, marco historiográfico y delimitación

El estudio académico de la tarjeta postal se ha desarrollado con fuerza en las últimas décadas, pero se asienta sobre una tradición historiográfica que arranca de los propios orígenes del medio y combina obras catalográficas, estudios de historia social y urbana, análisis de cultura visual y aproximaciones desde la cultura material del impreso (Carreras y Candi, 1903; Rickards, 1982; Twyman, 1998). En el contexto español, resultan ineludibles las obras enciclopédicas y catálogos que han permitido identificar cronologías, editores, series y talleres, entre las que destaca la pionera Las tarjetas postales en España (1903) de Francesc Carreras y Candi, escrita en plena Edad de Oro del medio (Carreras y Candi, 1903). La labor de Manuel Carrasco Marqués, con Las tarjetas postales ilustradas de España circuladas en el siglo XIX (2009) y el Catálogo de las tarjetas postales ilustradas de España 1887‑1905 (2018), ha proporcionado una base empírica sólida para el estudio de la producción temprana, esencial para la datación y atribución de ejemplares (Carrasco Marqués, 2009; Carrasco Marqués, 2018).

Una segunda línea clave la constituyen los estudios de caso locales y las monografías urbanas, que han explorado la postal como fuente para la historia de la ciudad y de la vida social, como muestran Recuerdo de Cádiz de Rafael Garófano Sánchez o Santander en la tarjeta postal ilustrada (1897‑1941), coordinada por Bernabé Riego Amézaga, donde la postal aparece como instrumento de construcción visual de la ciudad y de documentación de sus transformaciones urbanísticas (Garófano Sánchez, 2000; Riego Amézaga, 1997). En el plano metodológico, la tesis de María López Hurtado, La tarjeta postal como documento (2013), constituye un hito fundamental, al proponer un modelo de análisis documental riguroso aplicable a colecciones de postales, distinguiendo niveles iconográficos, textuales, postales y materiales, y consolidando la postal como fuente primaria en documentación y archivística (López Hurtado, 2013).

Este corpus se enriquece al situarse en diálogo con un amplio marco internacional sobre ephemera, cultura material, cultura visual y colonialismo, desde los trabajos de Maurice Rickards y Michael Twyman hasta los análisis de Malek Alloula y Homi K. Bhabha sobre la postal colonial como dispositivo de poder visual (Rickards, 1982; Twyman, 1998; Alloula, 1986; Bhabha, 1994). Las reflexiones de David M. Henkin sobre la era postal contextualizan la tarjeta en el proceso de construcción de un espacio comunicativo global, mientras que la teoría de la reproductibilidad técnica de Walter Benjamin permite pensar la postal como medio que despoja a la imagen de su aura y la convierte en objeto de consumo masivo (Henkin, 1998; Benjamin, 1936).

Sobre esta base, el trabajo establece una triple delimitación. En el plano temporal, el estudio se acota a 1869‑1939, desde la creación del entero postal en el Imperio austrohúngaro y su temprana adopción en España hasta el final de la Guerra Civil, momento en que se consuma el declive del modelo clásico de la postal ilustrada y se inicia su transformación en souvenir turístico bajo el nuevo régimen (Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013). En el plano geográfico, el foco se sitúa en la producción y circulación de tarjetas en España, en diálogo con el contexto europeo y los mercados internacionales, considerando tanto los centros industriales y editoriales como las realidades periféricas y los mercados locales (Garófano Sánchez, 2000; Riego Amézaga, 1997). En el plano temático, se contempla una gama amplia de repertorios iconográficosvistas, tipos, acontecimientos, retratos, postales artísticas, publicitarias y políticas—, pero se privilegia una lectura de la postal como documento social y herramienta ideológica, en clave de historia social y cultural, frente a aproximaciones exclusivamente esteticistas (López Hurtado, 2013; Prochaska y Mendelson, 2010).

4.       Definición operativa de la tarjeta postal ilustrada

Para abordar con rigor el objeto es necesario formular una definición precisa que recoja su complejidad como objeto material, medio de comunicación y documento histórico (López Hurtado, 2013). En su acepción más básica, la tarjeta postal ilustrada puede definirse como una pieza de cartulina de formato estandarizado, autorizada por las administraciones postales para circular a tarifa reducida y sin sobre, que presenta una imagen impresa en una de sus caras (Carreras y Candi, 1903; Carrasco Marqués, 2009). Sin embargo, esta definición formal no basta, porque ignora su naturaleza híbrida y las múltiples capas de significado que la constituyen como artefacto cultural (López Hurtado, 2013).

Una definición más completa entiende la tarjeta postal ilustrada como artefacto semiótico complejo, situado en la intersección entre cultura escrita y cultura visual, en el que la imagen ocupa una posición central en el acto comunicativo (Mitchell, 1994; Rose, 2016). A diferencia del entero postal, de finalidad casi exclusivamente funcional y textual, la postal ilustrada subordina el espacio de escritura a la primacía de la imagen, que concentra la carga documental, estética, turística, publicitaria o propagandística (Carrasco Marqués, 2018; López Hurtado, 2013). De este modo, la postal no puede reducirse a una simple carta con un dibujo, sino que constituye un nuevo medio de comunicación visual en el que texto e imagen mantienen una relación dialéctica: el mensaje manuscrito actúa como anclaje, comentario, contextualización o personalización del significado de la imagen, en consonancia con las teorías sobre la interacción palabra‑imagen (Mitchell, 1994; Prochaska y Mendelson, 2010).

Al mismo tiempo, la tarjeta postal debe definirse en su dimensión de documento. Tal como ha puesto de relieve la documentación y la archivística, la postal trasciende su condición de soporte de correspondencia para convertirse en fuente primaria dotada de múltiples niveles de información: explícitos —imagen representada, texto manuscrito, matasellos, marcas postales, indicaciones editoriales— e implícitos —elección del motivo, encuadre, estilo visual, estereotipos, omisiones significativas— (López Hurtado, 2013; Twyman, 1998). Su análisis exige, por tanto, una metodología específica que combine análisis iconográfico e iconológico, análisis documental y crítica de fuentes, siguiendo la tradición inaugurada por Erwin Panofsky en el estudio de las imágenes (Panofsky, 1972; Rose, 2016).

Finalmente, la definición debe incorporar la faceta de la postal como mercancía. La tarjeta postal ilustrada fue uno de los primeros productos de la cultura de masas global, producida industrialmente por editores privados, distribuida por papelerías, quioscos, hoteles, librerías y establecimientos turísticos, y concebida tanto para ser comprada y enviada como para ser coleccionada (Rickards, 1982; Prochaska y Mendelson, 2010). Se inserta de lleno en las lógicas del mercado capitalista, combinando su condición de medio de comunicación personal con la de objeto de consumo y souvenir turístico, y deviene soporte privilegiado para la circulación de imágenes de la ciudad, del paisaje y de los tipos sociales (Henkin, 1998; Garófano Sánchez, 2000). En síntesis, para los fines de esta investigación, la tarjeta postal ilustrada se define como un objeto de comunicación y consumo masivo, de naturaleza híbrida (texto‑imagen), que actúa como documento histórico complejo, cuyo análisis permite acceder a la cultura visual, a las mentalidades y a las prácticas sociales de la sociedad española que la produjo, circuló y coleccionó entre 1869 y 1939 (López Hurtado, 2013; Carrasco Marqués, 2018). ​

5.       Tipologías y sistema de clasificación adoptado

La producción ingente y extraordinariamente diversa de tarjetas postales en el periodo estudiado exige un sistema de clasificación riguroso que transforme un conjunto heterogéneo en un archivo visual estructurado susceptible de análisis histórico (López Hurtado, 2013). Dada la naturaleza polifacética de la postal, un solo criterio resulta insuficiente, por lo que se adopta un modelo de clasificación multidimensional articulado en cuatro grandes ejes: temático‑iconográfico, autoría y producción, técnico y funcional (Garófano Sánchez, 2000; Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013). Este enfoque permite integrar simultáneamente la dimensión iconográfica, editorial, técnica y social de cada pieza, facilitando análisis comparativos y cuantitativos.

El eje temático‑iconográfico, basado en el contenido de la imagen, es el más extendido tanto en la práctica coleccionista como en los estudios académicos (Carrasco Marqués, 2018). A partir de repertorios consolidados, se distinguen categorías como vistas y monumentos, tipos y costumbres, acontecimientos y actualidad, retratos, postal artística y de fantasía, postal publicitaria y postal política y de propaganda (Carreras y Candi, 1903; Garófano Sánchez, 2000). Las vistas y monumentos constituyen el género por excelencia de la postal turística, con panorámicas de ciudades, paisajes y símbolos de la modernidad urbana (Riego Amézaga, 1997; Garófano Sánchez, 2000). Las postales de tipos y costumbres representan figuras populares, trajes regionales, oficios tradicionales y escenas folclóricas, cruciales para el análisis de la construcción de identidades nacionales y locales y de la fijación de estereotipos visuales, incluidos los de corte colonial y orientalista (Prochaska y Mendelson, 2010; Bhabha, 1994). Las postales de acontecimientos y actualidad operan como un proto‑fotoperiodismo, difundiendo imágenes de visitas oficiales, exposiciones, catástrofes y fiestas públicas, y contribuyendo a la formación de una opinión pública visual (Henkin, 1998; Twyman, 1998).

El eje de autoría y producción clasifica las postales según su origen editorial, identificando editores, impresores y, cuando es posible, fotógrafos responsables (Carrasco Marqués, 2009). Este criterio permite estudiar los estilos editoriales de casas como Hauser y Menet, Jean Laurent, Roisin o Fototipia Thomas, con sus específicos programas iconográficos, estándares de calidad y redes de distribución, y reconstruir la geografía de la producción postal en España (Carrasco Marqués, 2018; López Hurtado, 2013). Además, el análisis de series, numeraciones y marcas de taller lo convierte en una herramienta decisiva para la datación y atribución de postales no circuladas (Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013).

El eje técnico atiende a la técnica de impresión, factor que condiciona la estética, la calidad, el coste y las tiradas (Twyman, 1998). Se distinguen principalmente la litografía y cromolitografía, dominantes en las primeras décadas; la fototipia (collotype), técnica clave de la Edad de Oro por su capacidad para reproducir la gama tonal de la fotografía; las fotos‑postales o Real Photo Postcards (RPPC), auténticas fotografías positivadas sobre soporte postal; y, a partir de los años veinte, el huecograbado y la impresión offset, que permitieron tiradas masivas a bajo coste (Twyman, 1998; Benjamin, 1936; Carrasco Marqués, 2018). La elección técnica refleja tanto decisiones económicas como opciones estéticas, y está estrechamente ligada a la evolución de la industria gráfica y de la fotografía (Rickards, 1982; López Hurtado, 2013).

Por último, el eje funcional considera el uso social y la intencionalidad comunicativa de la postal (López Hurtado, 2013). Se distinguen, de manera analítica, la función turística o de viaje —la postal como souvenir y certificación visual del desplazamiento—, la función de correspondencia personal —saludos, felicitaciones, comunicaciones breves dentro de redes familiares y de amistad—, la función propagandística —difusión de mensajes políticos, religiosos o comerciales con marcada carga ideológica— y la función de coleccionismo, vinculada a series concebidas para ser coleccionadas, numeradas y organizadas en álbumes (Garófano Sánchez, 2000; Prochaska y Mendelson, 2010; Rickards, 1982).

La combinación de estos cuatro ejes permite situar cada tarjeta en la confluencia entre industria gráfica, cultura visual, economía del impreso y prácticas sociales, posibilitando análisis complejos —por ejemplo, una postal política editada por Roisin, impresa en offset mediante fotomontaje y destinada a la propaganda durante la Guerra Civil— que integran simultáneamente su dimensión iconográfica, editorial, técnica y funcional (Carrasco Marqués, 2018; Prochaska y Mendelson, 2010). Este sistema de clasificación multidimensional se convierte así en la herramienta metodológica central que vertebra el análisis desarrollado en los capítulos posteriores de la monografía.

___ANTECEDENTES HISTÓRICOS, SOCIALES, POLÍTICOS Y TÉCNICOS

1.1. Contexto sociopolítico europeo (18691939)

1.2. Contexto sociopolítico español (18501939)

1.3. Innovaciones tecnológicas en la producción de postales

1.4. Marco legal y regulación postal

1.5. Coleccionismo y la tarjeta postal como objeto efímero



1. ANTECEDENTES HISTÓRICOS, SOCIALES, POLÍTICOS Y TÉCNICOS

La aparición y fulgurante expansión de la tarjeta postal ilustrada no pueden entenderse como un simple avance tecnológico ni como una moda pasajera, sino como un fenómeno íntimamente entrelazado con las profundas transformaciones históricas, sociales, políticas y técnicas que configuran la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX (Henkin, 1998; Benjamin, 1936). La tarjeta postal es, al mismo tiempo, producto y agente de la modernidad, inserta en el contexto de la Segunda Revolución Industrial, de la consolidación de la sociedad de masas, del desarrollo de las redes de transporte y comunicación y de la emergencia de nuevas formas de cultura visual y cultura material (Rickards, 1982; Twyman, 1998). Para analizar en toda su complejidad el ciclo vital de la tarjeta postal ilustrada en España resulta imprescindible examinar primero el contexto general que hizo posible su nacimiento, su difusión masiva y su posterior reconfiguración, atendiendo tanto a las dinámicas europeas como a las particularidades españolas (Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013). El período contemplado, entre 1869 y 1939, representa una época de cambios acelerados que afectaron a todos los órdenes de la vida (Carrasco Marqués, 2009). La industrialización modificó la estructura social, provocando una concentración urbana, desplazamientos poblacionales y el surgimiento de nuevos modos de vida que transformaron la percepción del tiempo y el espacio (Twyman, 1998). Este proceso de urbanización masiva generó nuevas formas de sociabilidad y necesidades comunicativas que la correspondencia postal cubrió exitosamente (Guereña, 2005). Las dinámicas migratorias inciden también en la aparición de nuevas formas de comunicación epistolar —familiar y social— en que la tarjeta postal se incorpora como dispositivo privilegiado para mantener vínculos afectivos, informar sobre el bienestar personal y compartir experiencias de movilidad geográfica (Guereña, 2005; Carrasco Marqués, 2009). La emigración hacia América, el desplazamiento hacia las grandes capitales industriales o la movilidad estacional por motivos laborales configuraron un mapa humano complejo, en el que la escritura y el intercambio de imágenes se convirtieron en herramientas fundamentales para preservar la cohesión familiar y comunitaria (Carrasco Marqués, 2009). La tarjeta postal, por su economía, rapidez y capacidad de transmitir simultáneamente texto e imagen, se reveló especialmente apta para estas funciones comunicativas, ofreciendo un soporte accesible y versátil a sectores sociales diversos (Carrasco M.

 Este capítulo se propone, por tanto, explorar los fundamentos históricos, sociales, políticos y tecnológicos que actuaron como auténtico caldo de cultivo para la eclosión de este nuevo medio de comunicación y para su consolidación como artefacto híbrido textoimagen de la cultura de masas (Benjamin, 1936; Prochaska y Mendelson, 2010).

En concreto, se abordarán cuatro dimensiones complementarias: el contexto sociopolítico europeo en la era postal y del imperialismo (1.1), el contexto sociopolítico español de modernidad periférica (1.2), las innovaciones tecnológicas en la reproducción gráfica que hicieron posible la Edad de Oro de la postal (1.3) y el marco legal y regulatorio que definió sus condiciones de producción y circulación, junto con el papel del coleccionismo en su conservación como ephemera de alto valor cultural (1.4 y 1.5) (Rickards y Twyman, 2000; McDonald, Olguín y GlowackaMusial, 2024).

1.1. Contexto sociopolítico europeo (1869-1939)

El período 1869-1939 en Europa se caracteriza por un intenso juego de continuidades y rupturas, inaugurado por el optimismo de la Belle Époque y clausurado por la experiencia devastadora de las dos guerras mundiales (Henkin, 1998). La tarjeta postal ilustrada nace y se expande en la fase de mayor confianza en el progreso, en una Europa occidental marcada por una relativa paz interestatal entre el final de la guerra franco-prusiana (1871) y el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914), en un contexto de crecimiento económico, urbanización acelerada y fe en la ciencia y la técnica (Benjamin, 1936; Twyman, 1998). Esta etapa coincide con la Segunda Revolución Industrial, definida por la expansión de la electricidad, la industria química, el acero y nuevas formas de organización industrial, que transforman radicalmente la producción, el trabajo y la vida urbana, creando las condiciones materiales para una industria gráfica capaz de abastecer un mercado de impresos de consumo masivo (Rickards, 1982; Twyman, 1998). La unificación alemana (1871) y la unificación italiana alteraron el equilibrio de poder establecido tras el Congreso de Viena, creando nuevas potencias que desafiarían el dominio británico y francés (Prochaska y Mendelson, 2010). El imperialismo alcanzó su apogeo en las últimas décadas del siglo XIX, con la expansión colonial europea sobre África, Asia y el Pacífico, generando tensiones que finalmente desembocarían en la Primera Guerra Mundial (Alloula, 1986; Junge, 2018).

En el plano social, este período asiste a la consolidación de la burguesía como clase hegemónica, con un poder adquisitivo creciente y acceso a un tiempo de ocio reglado, lo que impulsa nuevas prácticas sociales como el turismo moderno y el consumo sistemático de productos culturales e impresos efímeros (Henkin, 1998; Prochaska y Mendelson, 2010). La rápida expansión de la red ferroviaria y de las infraestructuras de transporte abarata y acelera los desplazamientos, permitiendo que decenas de miles de viajeros visiten balnearios, ciudades históricas, paisajes pintorescos y Exposiciones Universales, y generando una necesidad inédita de comunicar y certificar visualmente la experiencia del viaje (Prochaska y Mendelson, 2010). La tarjeta postal ilustrada se inserta en este nuevo régimen de movilidad, donde se convierte en el souvenir privilegiado y en el medio de comunicación breve por excelencia del turista burgués, articulando en un solo objeto la función de recuerdo, de imagen transportable y de mensaje escrito (Henkin, 1998; Prochaska y Mendelson, 2010). Las exposiciones universales, el turismo internacional incipiente y las redes postales en expansión facilitaron la circulación masiva de postales que difundían imágenes estandarizadas de ciudades, monumentos y tipos humanos (Mendelson, 2005; Prochaska y Mendelson, 2010).

Paralelamente, las políticas de educación pública impulsadas por los estados liberales incrementan de manera notable las tasas de alfabetización, creando una masa de población alfabetizada capaz de utilizar un medio de comunicación escrito y barato como la tarjeta postal, que se adapta bien a una escritura funcional, concisa y accesible (Henkin, 1998; López Hurtado, 2013). En el plano político y administrativo, la creación de la Unión Postal Universal (UPU) en 1874 supuso un punto de inflexión decisivo, al unificar reglas, tarifas y procedimientos para el envío de correspondencia entre los países miembros (Henkin, 1998). La UPU institucionalizó un auténtico "territorio postal único", simplificando de manera drástica los trámites y costes del correo internacional y facilitando la circulación masiva de tarjetas postales entre países, condición indispensable para el desarrollo de la cartofilia transnacional (Henkin, 1998; Rickards, 1982). El Tratado de Berna, firmado el 9 de octubre de 1874 y en vigor desde el 1 de julio de 1875, estableció oficialmente la Unión Postal General, que en 1878 cambió su nombre por el de Unión Postal Universal. Esta estandarización postal fue una de las bases de la construcción de un espacio comunicativo global en la llamada era postal, en la que la tarjeta ilustrada se convierte en un vector privilegiado de imágenes, mensajes y representaciones (Henkin, 1998).

Este contexto europeo estuvo atravesado por la era del imperialismo, cuando las potencias coloniales alcanzaron su máxima expansión territorial en África, Asia y Oceanía. La tarjeta postal se convirtió entonces en un instrumento central para construir, codificar y difundir una visión del mundo colonial que presentaba los territorios y pueblos colonizados bajo claves de exotismo, otredad y jerarquía racial (Alloula, 1986; Bhabha, 1994).

Las postales coloniales que circulaban desde las periferias imperiales hacia las metrópolis ofrecían imágenes cuidadosamente construidas de tipos nativos, paisajes exóticos y escenas orientalistas, reforzando tanto la ideología imperial como la percepción de superioridad europea. En su célebre análisis sobre las postales del norte de África, Malek Alloula (1986) demuestra cómo la imagen del "harén colonial" sintetiza una fantasía voyeurística y orientalista, revelando hasta qué punto la postal funcionó como dispositivo de poder visual en la construcción de la mirada occidental sobre "el otro". Este aparato visual no solo generó estereotipos radicalizados, sino que también produjo una iconografía de explotación que incluía la representación de menores en contextos de mercantilización sexual, materializando en imágenes la lógica de dominación colonial que convertía los cuerpos, especialmente femeninos e infantiles, en objetos de consumo erótico para la metrópoli.

Este mundo de optimismo, movilidad y dominación europea se colapsó con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, inaugurando una nueva etapa de crisis, violencia masiva y reconfiguración geopolítica que transformó profundamente la función social y los usos políticos de la tarjeta postal, especialmente en contextos bélicos y de propaganda (Prochaska y Mendelson, 2010). La postal se convirtió en vehículo de propaganda bélica, comunicación entre frente y retaguardia, y testimonio visual de la destrucción sin precedentes (Prochaska y Mendelson, 2010; Andreucci, 2014). El conflicto aceleró procesos de movilización política, participación femenina en la esfera pública y cuestionamiento de las jerarquías tradicionales, aspectos que también encontraron reflejo en la producción postal del periodo (Andreucci, 2014).

La Revolución Rusa de 1917 introdujo un nuevo paradigma ideológico que reverberó en toda Europa, catalizando la polarización política y dando lugar a una iconografía postal que celebraba o demonizaba el experimento soviético según las coordenadas ideológicas de cada país. Las postales de los años veinte reflejaron esta fractura: mientras las democracias occidentales difundían imágenes que asociaban el bolchevismo con el caos y la violencia, los movimientos obreros europeos adoptaron la estética revolucionaria para construir narrativas de emancipación y solidaridad internacionalista. Esta competencia simbólica por la hegemonía visual intensificó el uso de la postal como dispositivo de contra propaganda y movilización de masas.

La crisis del 29 profundizó la inestabilidad económica y social, generando descontento generalizado que encontró en la postal un medio accesible para difundir mensajes de protesta, denuncia o consuelo colectivo. La escasez económica no redujo la producción postal, sino que la reorientó hacia temáticas de austeridad, nacionalismo económico y crítica al sistema capitalista, mientras los regímenes autoritarios aprovechaban el descontento para ofrecer soluciones totalitarias encapsuladas en imágenes de orden, prosperidad y unidad nacional. Las postales de la década de los treinta documentan así el paso de la crisis económica a la movilización política, mostrando cómo el lenguaje visual se politizó en respuesta al colapso de las estructuras liberales.

El ascenso del fascismo italiano y alemán consolidó la transformación de la postal en instrumento de propaganda estatal, sistematizando su producción bajo control gubernamental y utilizándola para difundir liturgias cívicas, rituales de masas y mitologías raciales. En la Italia mussoliniana y la Alemania nazi, la postal dejó de ser un producto privado para convertirse en un medio de construcción identitaria colectiva, propagando la imagen del duce, el führer, la romanización de la sociedad o la pureza aria como iconos de un nuevo orden. Este modelo totalitario de postal política, que combinaba estética moderna con mensaje reaccionario, fue imitado y adaptado por otros movimientos nacionalistas y autoritarios en España, Portugal o los estados del Este, configurando un paisaje visual europeo dominado por la propaganda de masas.

El período de entreguerras (1918-1939) estuvo así caracterizado por la inestabilidad política, crisis económicas, ascenso de totalitarismos y radicalización ideológica (Mendelson, 2005; Prochaska y Mendelson, 2010). La tarjeta postal, que había sido instrumento de ocio y sociabilidad en la Belle Époque, se transformó progresivamente en vehículo de propaganda política y construcción de identidades nacionales contrapuestas, reflejando la conversión de Europa en un continente donde la imagen popular se subordinó cada vez más a los imperativos del poder y la ideología (Prochaska y Mendelson, 2010).

1.2. Contexto sociopolítico español (1850-1939)

La trayectoria de la tarjeta postal en España se inscribe en un proceso de modernización tardía y desigual, atravesado por una persistente inestabilidad política y por fuertes tensiones sociales, que diferencian el caso español del modelo de modernidad "central" propio de las grandes potencias europeas (Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013). Entre 1850 y 1939, España recorre un itinerario convulso que incluye revoluciones, cambios de régimen, crisis coloniales y finalmente una guerra civil, lo que condiciona tanto el ritmo de implantación de la tarjeta postal como la naturaleza de sus contenidos y funciones (Riego Amézaga, 1997; Garófano Sánchez, 2000). El período se inaugura con una cadena de crisis políticas que culminan en el Sexenio Democrático (1868-1874), precisamente en el momento en que se introduce el entero postal en España, dentro de un esfuerzo por modernizar el servicio de correos en consonancia con las tendencias europeas (Carrasco Marqués, 2009). Durante el reinado de Amadeo de Saboya en 1871, una orden real permitió la creación en España de las tarjetas postales. Sin embargo, no fue hasta diciembre de 1873 cuando empezaron a imprimirse y circular las primeras postales españolas. Las tarjetas postales llamadas por los coleccionistas "enteros postales" eran emitidas por la administración oficial de correos, llevaban la inscripción "República Española Targeta Postal" y un sello de 5 céntimos con la esfinge de la República impresa en azul y negro.

La posterior Restauración borbónica (1874-1923) proporciona un marco de relativa estabilidad institucional, aunque basado en un sistema político oligárquico y caciquil, articulado en torno al turno de partidos y a un sufragio formalmente ampliado, pero profundamente distorsionado por prácticas clientelares (Tusell, 1997; López Hurtado, 2013). En este contexto, se consolida una burguesía urbana en los principales núcleos de industrialización —especialmente en Cataluña y el País Vasco— y en el centro administrativo-financiero de Madrid, que se convierte en el principal público consumidor de tarjetas postales, vinculando su uso a la distinción social, a la modernidad cultural y a la imitación de modelos europeos (Garófano Sánchez, 2000; Riego Amézaga, 1997). No obstante, la modernización económica y social es profundamente asimétrica: mientras una parte del país experimenta procesos de industrialización y urbanización, amplias zonas permanecen ancladas en una economía agraria tradicional, con graves déficits de infraestructuras, servicios y escolarización (Núñez, 1992; López Hurtado, 2013).

Una de las consecuencias más visibles de este desajuste es la persistencia de altas tasas de analfabetismo, muy superiores a las de otros países europeos, especialmente en áreas rurales y entre las mujeres (Núñez, 1992). Paradójicamente, esta situación refuerza la centralidad de la imagen en la tarjeta postal: en un contexto en que una parte importante de la población tiene dificultades para leer y escribir, la imagen fotográfica adquiere un protagonismo comunicativo mayor, permitiendo que la postal funcione como un mensaje visual más allá de las barreras de la alfabetización (López Hurtado, 2013). La postal ilustrada se convierte así, para amplios sectores sociales, en un medio donde el mensaje visual prevalece sobre el texto manuscrito, que a menudo se reduce a fórmulas breves o estandarizadas, consolidando la postal como un artefacto comunicativo híbrido, pero fuertemente inclinado hacia la cultura visual (López Hurtado, 2013; Prochaska y Mendelson, 2010).

El desarrollo del turismo en España durante la Restauración, aunque más tardío que en otras áreas de Europa, contribuye asimismo a la expansión de la tarjeta postal como souvenir y como certificación visual del viaje (Riego Amézaga, 1997; Garófano Sánchez, 2000). Junto a un incipiente turismo internacional, en gran parte fascinado por la imagen romántica y exótica del país, se consolida un turismo interior de élites, que convierte la costa cantábrica —con ciudades como Santander o San Sebastián— en prestigiosos centros de veraneo (Riego Amézaga, 1997; Garófano Sánchez, 2000). Como han mostrado Bernabé Riego Amézaga (1997) y Manuel Alonso Laza (1997), la tarjeta postal desempeña un papel central en la construcción visual y en la difusión de la imagen de marca de estos nuevos destinos turísticos, generando un archivo visual de enorme valor para el estudio de la vida social y de la transformación urbanística de estas ciudades.

A partir de 1887, una vez que el gobierno liberalizó la edición de postales a impresores privados, comienza una nueva fase de desarrollo y popularización para la tarjeta postal, ahora denominada "ilustrada" ya que los impresores empezaron a incluir una pequeña imagen fotográfica o un dibujo de un artista en el reverso de la tarjeta, ocupando parte del espacio reservado para escribir el mensaje. La tarjeta postal ilustrada española más antigua fue editada por la empresa Hauser y Menet el 12 de octubre de 1892 con el título "Recuerdo de Madrid", conociéndose el ejemplar circulado más antiguo del día 21 de octubre de este mismo año. Entre 1901 y 1905, periodo considerado como la Edad de Oro de la tarjeta postal por el volumen y por la calidad de las mismas, supuso el auge del coleccionismo y del nacimiento de las primeras asociaciones cartófilas, como es el caso de la Cartófila Española Hispania fundada en Barcelona en 1901, que potenciaron aún más la demanda de la tarjeta postal ilustrada.

El desastre de 1898 y la pérdida de las últimas colonias de ultramar desencadenan una profunda crisis nacional, articulada en torno al debate del Regeneracionismo y a una intensa reflexión sobre la identidad española, sus déficits estructurales y sus posibilidades de "regeneración" (Jover, 1996; López Hurtado, 2013; Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). Este clima intelectual y político se refleja también en la producción de postales, que acoge un amplio repertorio de "tipos", paisajes y motivos que oscilan entre una visión idealizada y otra crítica de la realidad española, contribuyendo a la construcción de una autoimagen nacional fragmentada y en disputa (Garófano Sánchez, 2000; Riego Amézaga, 1997).

El primer tercio del siglo XX estuvo marcado por conflictos sociales crecientes, la irrupción de movimientos obreros organizados —socialistas y anarquistas—, las luchas por derechos políticos y laborales, y la tensión entre fuerzas conservadoras y progresistas (Barros Guimérans, 1993). La Semana Trágica de Barcelona (1909), la crisis de 1917 y el pistolerismo barcelonés evidenciaron la profundidad de las fracturas sociales (Barros Guimérans, 1993). La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) intentó imponer el orden mediante la represión y la modernización autoritaria, promoviendo infraestructuras y políticas culturales —como el Patronato Nacional de Turismo— que utilizaron la tarjeta postal como instrumento de proyección de una imagen renovada de España (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

La proclamación de la Segunda República (1931) abrió un periodo de expectativas reformistas y polarización creciente (Palá Laguna, 2004; Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). Las reformas agrarias, educativas, militares y religiosas emprendidas por los gobiernos republicanos chocaron con la resistencia de sectores conservadores, generando una espiral de confrontación que culminaría en la Guerra Civil (1936-1939) (Palá Laguna, 2004; Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

Durante la Guerra Civil Española la tarjeta postal fue utilizada como instrumento de propaganda política y militar por ambos bandos. En la zona republicana crearon las denominadas "postales de campaña" con la finalidad de difundirlas gratuitamente entre los combatientes. Estaban sometidas a censura y no podían mostrar imágenes de localidades por cuestiones de inteligencia militar. El Comissariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya editó series de postales con textos en catalán, español, francés, inglés y esperanto, presentando acontecimientos de la revolución española (1909-1937) con dibujos muy ilustrativos. Este contexto de confrontación ideológica y movilización política convirtió a la tarjeta postal en un instrumento de propaganda, agitación y construcción de imaginarios colectivos contrapuestos (Palá Laguna, 2004; Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

1.3. Innovaciones tecnológicas en la producción de postales

La emergencia y consolidación de la tarjeta postal ilustrada como artefacto cultural de masas no puede comprenderse sin atender al conjunto de innovaciones tecnológicas en el ámbito de la reproducción gráfica que hicieron posible su producción a gran escala, su abaratamiento progresivo y su capacidad para conjugar texto e imagen fotográfica en un formato estandarizado, portátil y accesible (Twyman, 1998; Rickards, 1982). La tarjeta postal fue un fenómeno creado en el siglo XIX y desarrollado a lo largo de todo el siglo XX, que no habría existido sin una fuerte industria fotográfica a sus espaldas. El desarrollo industrial y económico, los medios de transporte, el turismo creciente, el eficiente sistema de correo con precios reducidos, los novedosos procesos de impresión y el atractivo de la fotografía contribuyeron a la creciente demanda de estos pequeños y preciosos objetos visuales. La historia de la tarjeta postal ilustrada es, en este sentido, inseparable de la historia de la fotografía, de la litografía y de las técnicas fotomecánicas que permitieron transformar la imagen fotográfica única en imagen reproducible en serie, democratizando el acceso a la representación visual y configurando un nuevo régimen de visualidad característico de la modernidad (Benjamin, 1936; Twyman, 1998).

El siglo XIX representó una de las transformaciones más profundas en la historia de la cultura visual, al articular la invención de la fotografía con la mecanización de la imprenta impulsada por la máquina de vapor, la prensa cilíndrica y el uso de papel continuo (Newhall, 2002; Domingo et al., 1991). La aparición de la fotografía y el desarrollo de la tecnología de impresión modificaron las formas de producir, reproducir y comunicar las imágenes, sentando las bases de la modernidad mediática y de una economía de la reproducción seriada. Ambas innovaciones, aunque surgidas de saberes distintos —la primera de la investigación óptico‑química y la segunda de la evolución industrial de la prensa—, convergieron en un mismo ideal: democratizar la mirada y convertir la imagen en un instrumento de conocimiento y de intercambio social (McLuhan, 1964; Debray, 1994).

Como señaló McLuhan (1964), toda innovación técnica altera los modos de percepción y representación, de modo que la fotografía y la imprenta mecanizada reestructuraron la relación del ser humano con la realidad visible. El paso de la prensa manual a la prensa accionada por vapor, a los cilindros rotativos y al papel en bobina multiplicó la escala y la velocidad de los impresos, a la vez que la fotografía estabilizaba un nuevo régimen de verdad visual (Mustalish, 2000; Raviola, 1969). Este capítulo analiza ese proceso desde un enfoque histórico y técnico, abordando los fundamentos científicos de la fotografía y los avances gráficos que permitieron su difusión masiva, especialmente a través de la tarjeta postal ilustrada, objeto simbólico de la modernidad visual y de la cultura de la imagen reproducible (Phillips, 2000).

1. Fotografía y modernidad: una revolución de la mirada

La fotografía, nacida en la primera mitad del siglo XIX, fue mucho más que una innovación tecnológica: instauró un nuevo régimen epistemológico del ver y representar (Newhall, 2002). Definida etimológicamente como el arte de escribir con luz (phōs + graphía), combinó rigor científico, registro documental y expresión artística, permitiendo reproducir el mundo visible con una exactitud sin precedentes y reduciendo la brecha entre observación y representación (Sougez, 1991).

Como apuntó Sontag (1981), la fotografía debe entenderse como fenómeno cultural y filosófico que transformó la memoria y la identidad, antes que como simple artefacto técnico. Al capturar la luz y fijarla en un soporte material, instauró un nuevo tipo de verdad visual, cimentando la confianza moderna en la imagen como prueba y en su capacidad de funcionar como lenguaje universal (Sontag, 1981; Debray, 1994). En este contexto, la posterior convergencia entre fotografía e impresión industrial hizo posible que la fotografía dejara de ser una experiencia singular para convertirse en un bien serializado y distribuido en masa.

2. Antecedentes ópticos y experimentación científica

Los antecedentes de la fotografía se sitúan en la cámara oscura, descrita por Aristóteles y Alhacén, que demostró la propagación rectilínea de la luz y el principio de la proyección de una escena exterior sobre una superficie interior (Sánchez Vigil, 2002). Durante el Renacimiento, Leonardo da Vinci profundizó en la analogía entre el ojo humano y la cámara oscura, formulando una concepción del registro mecánico de la visión que anticipaba la lógica de la fotografía (Sánchez Vigil, 2002).

Entre los siglos XVII y XVIII, las investigaciones sobre sales de plata de Schulze y Scheele revelaron la sensibilidad lumínica de determinados compuestos, mientras que Wedgwood y Davy trabajaron con papel sensibilizado y proyecciones efímeras que no podían fijarse de modo estable (Newhall, 2002). Estos ensayos marcaron el paso de la especulación científica a los intentos de fijación material de la imagen, abriendo el camino a la invención fotográfica propiamente dicha (Sougez, 2016).

3. El siglo XIX: invención y expansión de la fotografía

En 1826, Nicéphore Niépce obtuvo la primera imagen permanente mediante heliografía, utilizando betún de Judea sobre una placa metálica expuesta durante horas (Sougez, 1991). Su colaborador Louis Daguerre perfeccionó el procedimiento y presentó en 1839 el daguerrotipo, imagen única y de gran nitidez, pero irreproducible, que inauguró la circulación social del retrato fotográfico en estudios urbanos (Newhall, 2002).

Casi simultáneamente, William Henry Fox Talbot desarrolló el calotipo, basado en el principio negativo‑positivo, que permitió la reproducción múltiple de copias a partir de un solo negativo (Newhall, 2002). La posterior invención del colodión húmedo por Frederick Scott Archer (1851) mejoró la definición y redujo los tiempos de exposición, mientras que las placas secas de Richard Leach Maddox (1871) liberaron al fotógrafo de la necesidad de revelado inmediato, facilitando el trabajo en exteriores y la producción profesional (Sougez, 2016).

El cierre de este ciclo técnico llegó con George Eastman, quien introdujo el rollo de celuloide (1884–1888) y popularizó la cámara Kodak, cuyo lema “Usted aprieta el botón, nosotros hacemos el resto” simbolizó la democratización popular de la imagen (Newhall, 2002). Con ello se inició la fotografía doméstica, transformando la experiencia visual en práctica cotidiana y preparando el terreno para soportes estandarizados como la fototarjeta y la postal fotográfica (Bogdan y Weseloh, 2006).

4. La expansión social de la imagen

El perfeccionamiento del papel al bromuro de plata garantizó copias más rápidas, estables y de mayor contraste, lo que consolidó la circulación comercial del retrato y de la vista urbana (Newhall, 2002). La fotografía estereoscópica (Brewster, 1849) y la carte de visite (Disdéri, 1854) reforzaron la idea de una imagen socialmente compartida, reproducible en series y susceptible de ser coleccionada, intercambiada y exhibida en álbumes familiares (Walter, 2003).

En paralelo, la modernidad industrial —marcada por el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad y la prensa ilustrada— generó una nueva cultura visual global en la que la imagen circuló a velocidades inéditas (Debray, 1994). La fotografía, integrada en este entramado tecnológico, se convirtió en medio de documentación, instrumento de educación visual y símbolo de progreso, contribuyendo a la construcción de imaginarios nacionales y urbanos (Bozal, 1979; Debray, 1994). Dentro de este contexto, la tarjeta postal ilustrada condensó el ideal moderno de velocidad comunicativa, accesibilidad económica y masificación de la mirada, articulando texto breve, imagen reproducida y circulación postal (Phillips, 2000).

5. La revolución de la impresión industrial: vapor, cilindro y papel continuo

Los métodos de impresión experimentaron en el siglo XIX una transformación radical, ligada a la aplicación de la máquina de vapor a la prensa tipográfica y al desarrollo de la prensa de cilindro y la rotativa (Domingo et al., 1991; Carrete, 2001). El grabado en madera y el aguafuerte, dependientes del trabajo manual y de la presión plana, resultaban insuficientes para atender la creciente demanda de impresos de la producción en masa (Carrete, 2001). La introducción de prensas accionadas por vapor permitió aumentar de forma exponencial la velocidad de impresión y la regularidad del proceso, rompiendo con los ritmos de la imprenta artesanal (Domingo et al., 1991).

La clave de esta mutación fue el paso de la prensa de plancha plana a sistemas basados en el cilindro y, posteriormente, en la rotación continua. El ajuste de las formas impresoras a cilindros giratorios hizo posible un movimiento constante, sin interrupciones por el retorno de la cama de impresión, lo que multiplicó el número de impresiones por hora y redujo de forma drástica los costes por ejemplar (Mustalish, 2000). La innovación se completó con el uso de papel continúo producido en bobinas, fruto de la mecanización de la fabricación de papel a partir de pulpa de madera, que permitía alimentar la máquina sin interrupciones y sincronizar el flujo del soporte con el giro de los cilindros (Domingo et al., 1991; Historia y evolución del papel, 2020).

En este entorno surgieron los procesos fotomecánicos, que posibilitaron transferir imágenes fotográficas a planchas metálicas, integrando definitivamente fotografía e impresión industrial (Raviola, 1969; Mustalish, 2000). Técnicas como el fotograbado y los procedimientos en medios tonos tradujeron la gradación fotográfica a puntos o tramas reproducibles, permitiendo su inserción en la prensa ilustrada y en ediciones de gran tirada (Mustalish, 2000). La conjunción de vapor, cilindros rotativos, papel en bobina y fotomecánica fundó una nueva economía visual seriada, sobre la que se levantaron la revista ilustrada, el periódico gráfico y la postal moderna (Domingo et al., 1991; Phillips, 2000).

6. Litografía y cromolitografía: la imagen en color

La litografía, inventada por Alois Senefelder en 1796, fue la primera gran técnica de impresión plana, basada en el principio de repulsión entre agua y grasa sobre piedra caliza (The Metropolitan Museum of Art, 2004). A diferencia del relieve tipográfico, la litografía permitía dibujar directamente sobre la piedra con lápiz o tinta grasa, ofreciendo una gran libertad gráfica para reproducir escenas, paisajes y tipos humanos con una fidelidad apropiada para la ilustración, el cartel y la prensa (The Metropolitan Museum of Art, 2004). Su relativa rapidez, combinada con tiradas medias, la convirtió en un medio privilegiado de la imagen urbana del siglo XIX.

El acoplamiento de la litografía a prensas de cilindro movidas por vapor y la posibilidad de imprimir en formatos grandes sobre papel continuo o de gran tamaño abarataron aún más los costes y ampliaron el alcance del medio (Domingo et al., 1991). Entre 1880 y 1900, la litografía se consolidó como soporte visual de la modernidad urbana, visible en carteles, anuncios comerciales y postales tempranas (The Metropolitan Museum of Art, 2004). Las postales “Grüss aus” del Imperio alemán y austrohúngaro son un ejemplo paradigmático: ofrecían vistas panorámicas de ciudades y lugares turísticos, funcionando como recuerdo visual y objeto de colección transnacional (Thurlow y Jaworski, 2013).

La evolución natural de este procedimiento fue la cromolitografía, patentada por Godefroy Engelmann en 1837, que incorporó la impresión multicolor a partir de varias piedras, una por cada tono, cuidadosamente registradas (Johannesson, 2016). Este método permitió combinar decenas de planchas y producir imágenes de una estética vibrante y accesible, fundamentales en la Edad de Oro de la postal (1890–1920) (Pájaro, 1992; Johannesson, 2016). La cromolitografía democratizó el uso del color en la cultura impresa, integrando arte e industria y fijando modelos estandarizados para la imagen turística, la publicidad y los imaginarios populares de la modernidad (Pájaro, 1992; Johannesson, 2016).

7. Fotocromo y fototipia: realismo técnico y precisión documental

Entre los procedimientos que mejor sintetizan la alianza entre fotografía y litografía se encuentra el fotocromo, desarrollado por Hans Jakob Schmid en la década de 1880. Este sistema combinaba negativos fotográficos con matrices litográficas multicolores, produciendo imágenes cercanas al realismo pictórico antes de la generalización de la fotografía en color (Bird, 1992). El fotocromo se adaptaba particularmente bien a vistas paisajísticas y urbanas, que podían ser reproducidas en grandes tiradas y distribuidas internacionalmente como postales, atlas visuales y material turístico (Bird, 1992; Phillips, 2000).

Paralelamente, la fototipia, inventada por Alphonse Poitevin en 1855, utilizaba una gelatina bicromatada sensible a la luz sobre vidrio o metal, capaz de reproducir medios tonos con un alto grado de fidelidad y sin recurso a tramas visibles (Jürgens, 2021). A diferencia de otros sistemas que descomponían la imagen en puntos, la fototipia ofrecía una textura continua y una notable nitidez, lo que la hizo especialmente valiosa para reproducciones artísticas y científicas (Mustalish, 2000). Su estabilidad y definición la se convirtió en una técnica de referencia en las postales artísticas, en ediciones de lujo y en publicaciones donde la precisión documental era central (Jürgens, 2021).

En conjunto, fotocromo y fototipia representan la culminación técnica del siglo XIX en el ámbito de la impresión fotográfica, al unir realismo óptico, reproducción industrial y circulación masiva a través de la tarjeta postal ilustrada. La postal se consolidó, así como documento universal de la modernidad, capaz de fijar una memoria visual compartida de ciudades, monumentos y escenas de la vida cotidiana (Phillips, 2000; Thurlow y Jaworski, 2013).

8. De la fototarjeta al offset: modernización definitiva

La fototarjeta o postal fotográfica real (RPPC) , que se popularizó desde 1906, fusionó la fotografía directa con el formato postal , constituyendo una innovación que colocó la técnica al alcance del público aficionado (Bogdan y Weseloh, 2006). Kodak impulsó este fenómeno ofreciendo papel fotosensible preimpreso en formato postal y cámaras domésticas adaptadas, de modo que cada usuario podía producir una fotografía revelada que funcionaba simultáneamente como mensaje postal y como documento personal (Bogdan y Weseloh, 2006). Las RPPC, con su textura baritada y sus tonalidades continuas, unieron la reproducibilidad técnica de la fotografía con la experiencia íntima del intercambio afectivo, anticipando formas participativas de producción de imagen (Sontag, 1981).

Al mismo tiempo, los avances en fotomecánica y en prensa rotativa consolidaron los fundamentos de la impresión offset, heredera del principio litográfico pero basada en planchas metálicas y en la transferencia indirecta de la imagen mediante un cilindro de caucho (Raviola, 1969). Este sistema, pensado desde su origen para la producción industrial masiva, se integró en cadenas de impresión de alta velocidad con papel en bobina, dispositivos de entintado automatizados y secuencias de corte y plegado que racionalizaban todo el proceso (Mustalish, 2000). La impresión offset permitió una reproducción más limpia, estable y rápida, apta para grandes tiradas de revistas ilustradas , prensa gráfica y publicidad , marcando el inicio de la gráfica moderna del siglo XX (Raviola, 1969; Mustalish, 2000).

La generalización de estos procedimientos transformó la estética y la escala de la producción impresa, desplazando los límites entre lo efímero y lo perdurable, y situando a la imagen impresa en el centro del discurso cultural contemporáneo. El repertorio de técnicas desarrolladas entre mediados del siglo XIX y las primeras décadas del XX —desde la cromolitografía a la fototipia, el fotocromo, las RPPC y el offset— configuró el paisaje tecnológico en el que la postal ilustrada se convirtió en medio universal de comunicación visual (Phillips, 2000; Pájaro, 1992).

9. Conclusión: técnica, memoria y visualidad moderna

La trayectoria que enlaza la invención de la fotografía con el desarrollo de los sistemas de impresión industrial, desde la máquina de vapor y el cilindro hasta el papel continuo y el offset, constituye uno de los pilares de la civilización visual moderna (McLuhan, 1964; Debray, 1994). Fotografía e impresión convergieron en la creación de una imagen reproducible, accesible y duradera que transformó las prácticas del arte, de la comunicación y de la memoria social, haciendo posible una circulación masiva de representaciones que tejieron imaginarios compartidos a escala mundial (Bozal, 1979; Phillips, 2000).

Desde la heliografía hasta el offset, el siglo XIX forjó el tránsito de la unicidad a la masificación, de la imagen científica a la imagen social, y de la obra irrepetible al impreso seriado, estableciendo un nuevo paradigma de tecnología y memoria (Sougez, 1991; Mustalish, 2000). Como sostienen Sontag (1981) y McLuhan (1964), la fotografía y la industria gráfica modificaron de forma irreversible la percepción moderna, transformando la visión individual en una mirada colectiva mecanizada mediada por cámaras, prensas y flujos de papel continuo.

La tarjeta postal ilustrada sintetizó este cambio al unir técnica, afecto y circulación global, haciendo de cada imagen un nodo de intercambio entre espacios geográficos y biografías personales (Phillips, 2000; Thurlow y Jaworski, 2013). En este sentido, la historia de la fotografía y de la impresión no es un simple capítulo técnico, sino el relato de la modernidad reproducible, en el que cada imagen, más que un objeto, se configura como una forma de comunicación, recuerdo y apropiación simbólica del mundo (Debray, 1994; Sontag, 1981).

1.4. Marco legal y regulación postal

La tarjeta postal ilustrada no puede entenderse únicamente como producto técnico o cultural, sino también como objeto jurídicamente regulado, insertada en un complejo entramado de normas, tarifas, formatos y procedimientos que definieron sus condiciones materiales de producción, circulación y recepción (Henkin, 1998). El marco legal y regulatorio que hizo posible la expansión masiva de la postal fue resultado de un largo proceso de modernización administrativa y de armonización internacional de los servicios postales, que transformó radicalmente la naturaleza del correo, pasando de un sistema fragmentado, costoso y lento, propio del Antiguo Régimen, a un servicio público estandarizado, accesible y eficiente, plenamente integrado en las lógicas del capitalismo industrial y del Estado liberal (Henkin, 1998).

En España, el correo postal tiene una larga tradición que se remonta a la época medieval, pero fue durante el siglo XVIII cuando se produjo una primera sistematización normativa significativa. Posteriormente, en 1777, aparecería la regulación definitiva de este servicio con la entrada en vigor de las Ordenanzas del Correo Marítimo. En los inicios del año 1845 se concedieron ventajas a los que franqueaban voluntariamente las cartas ya desde el año 1856 el franqueo tenía el carácter de obligatorio. El establecimiento de correos y postas no solo estaba dotado de los empleados necesarios para el gobierno, dirección y buen desempeño de los negocios de su instituto, sino que ejercía además jurisdicción civil y penal por medio de tribunales privativos, esto es, en las provincias por medio de subdelegados que conocieron en primera instancia de las causas relativas al ramo ya los empleados del mismo y en la corte por medio de una junta suprema que entendía en grado de apelación de las causas que se le llevaban de las subdelegaciones.

La introducción de la tarjeta postal en España se produjo en el contexto del Sexenio Democrático, cuando durante el reinado de Amadeo de Saboya en 1871 una orden real permitió la creación en España de las tarjetas postales. Sin embargo, no fue hasta diciembre de 1873 cuando empezaron a imprimirse y circular las primeras postales españolas. Las tarjetas postales llamadas por los coleccionistas "enteros postales" eran emitidas por la administración oficial de correos, llevaban la inscripción "República Española Targeta Postal" y un sello de 5 céntimos con la esfinge de la República impresa en azul y negro. Estas primeras postales eran exclusivamente oficiales, producidas y comercializadas en monopolio por el Estado, dentro de un modelo de gestión pública del servicio postal que se mantuvo en España hasta finales del siglo XX.

A partir de 1887, una vez que el gobierno liberalizó la edición de postales a impresores privados, comienza una nueva fase de desarrollo y popularización para la tarjeta postal, ahora denominada "ilustrada" ya que los impresores empezaron a incluir una pequeña imagen fotográfica o un dibujo de un artista en el reverso de la tarjeta, ocupando parte del espacio reservado para escribir el mensaje. Esta liberalización supuso un punto de inflexión decisivo, al permitir la entrada de editores privados, fotógrafos, litógrafos y empresas especializadas que diversificaron amplía la oferta de postales, adaptándola a demandas regionales, temáticas específicas y nichos de mercado (Rickards, 1982). Las tarjetas postales se benefician de una tarifa reducida, factor clave para explicar su rápida popularización y su competitividad frente a otros formatos de correspondencia.

En el plano internacional, la creación de la Unión Postal Universal (UPU) en 1874 constituyó el marco jurídico-institucional fundamental para el desarrollo de la postal como medio de comunicación transnacional (Henkin, 1998). El Tratado de Berna, firmado el 9 de octubre de 1874 y en vigor desde el 1 de julio de 1875, desarrolló oficialmente la Unión Postal General, que en 1878 cambió su nombre por el de Unión Postal Universal. La UPU institucionalizó un auténtico "territorio postal único”, simplificando de manera drástica los trámites y costos del correo internacional y facilitando la circulación masiva de tarjetas postales entre países, condición indispensable para el desarrollo de la cartofilia transnacional (Henkin, 1998; Rickards, 1982). Esta estandarización postal fue una de las bases de la construcción de un espacio comunicativo global en la llamada era postal (Henkin, 1998).

La UPU desarrolló normas comunes sobre formatos, pesos, tarifas y procedimientos que permitieron que una tarjeta postal enviada desde España llegara a Francia, Alemania o incluso América sin necesidad de múltiples franqueos, trámites aduaneros o conversiones monetarias complejas (Henkin, 1998). Esta unificación normativa redujo los costos de transacción, aceleró los tiempos de entrega y amplió enormemente el radio de acción comunicativo de millones de personas, contribuyendo de manera decisiva a la construcción de una cultura postal global (Henkin, 1998; Rickards y Twyman, 2000).

A lo largo del período 1869-1939, las regulaciones postales fueron objeto de sucesivas modificaciones, adaptándose a las transformaciones técnicas, sociales y políticas. Durante la Guerra Civil Española (1936-1939), la tarjeta postal fue utilizada como instrumento de propaganda y estuvo sometida a censura, no pudiendo mostrar imágenes de localidades por cuestiones de inteligencia militar. En la zona republicana se crearon las denominadas "postales de campaña" con la finalidad de difundirlas gratuitamente entre los combatientes. Este uso político-propagandístico de la evidencia postal hasta qué punto el marco regulatorio no fue neutral, sino que respondió a las necesidades y estrategias de los poderes públicos en contextos de conflicto.

En el siglo XX, la Ley 43/2010, de 30 de diciembre, del servicio postal universal, supuso una configuración radicalmente nueva del sector postal español, al poner fin al anterior modelo postal del siglo XX en el que los Correos eran parte integrante de la Administración pública y, en tal condición, dictaban las normas al tiempo que proveían los servicios postales en régimen de monopolio para la mayor parte de esos servicios. Se desarrolla, conforme a lo establecido en la citada ley, el régimen de prestación en libre competencia de todos los servicios postales. Asimismo, se regularán y delimitarán los objetos que deben considerarse como prohibidos para su circulación como contenido de envíos postales; el tratamiento de los envíos rehusados ​​o que no han podido ser entregados; y se fijan también las normas de funcionamiento del Registro General de Empresas Prestadoras de Servicios Postales y de la Inspección postal.

1.5. Coleccionismo y la tarjeta postal como objeto efímero

Las Exposiciones Universales como laboratorios de la cultura postal masiva

Las Exposiciones Universales del último cuarto del siglo XIX funcionaron como auténticos laboratorios donde se experimentaron y consolidaron las innovaciones comunicativas más significativas de la época, constituyendo espacios privilegiados para la convergencia entre innovaciones técnicas, estrategias comerciales y demandas sociales emergentes (Greenhalgh, 1988). Estos eventos transnacionales crearon las condiciones óptimas para que la tarjeta postal ilustrada se consolidara como fenómeno de cultura de masas, estableciendo precedentes fundamentales para la industria del entretenimiento y la comunicación visual del siglo XX (Rydell, 1984). La naturaleza efímera pero intensiva de estas mega-exhibiciones generó un caldo de cultivo ideal para la experimentación de nuevos formatos de comunicación que respondieran a las necesidades de una sociedad en rápida transformación, caracterizada por el aumento de la movilidad, la expansión del turismo y la democratización del consumo cultural.

La consagración de la postal ilustrada: París 1889 y la Torre Eiffel

La Exposición Universal de París de 1889, conmemorativa del centenario de la Revolución Francesa, constituyó el escenario de la consagración definitiva de la postal ilustrada como producto cultural de alcance masivo (Exposición Universal París, 1889). La iniciativa editorial del periódico Le Figaro, en asociación con la sociedad gestora de la Torre Eiffel, de editar postales con grabados de la estructura icónica realizados por Léon Libonis, demostró el inmenso potencial comercial del formato (Le Figaro, 1889; Libonis, 1889). Con una tirada de 300.000 ejemplares vendidos en la propia torre, estas postales se convirtieron en el recuerdo por excelencia del evento, estableciendo el paradigma del souvenir postal que perduraría hasta nuestros días (Torre Eiffel, 1889).

La demanda de los visitantes de la Torre Eiffel, que deseaban un souvenir para enviar a familiares y amigos, presionó a la administración de la torre para que produjera una tarjeta adecuada (Torre Eiffel, 1889). La Société de la Tour Eiffel encargó al grabador Léon Charles Libonis la producción de cinco diseños diferentes que mostraban la torre, inspirados en fotografías de la sociedad Neurdein Frères (Libonis, 1889). Estas tarjetas, editadas por la sociedad de explotación de la Torre Eiffel e impresas por Neurdein Frères, se conocieron como "Libonis" por el nombre de su diseñador y grabador (Torre Eiffel, 1889). A partir del 20 de agosto de 1889, se vendieron en los bureaux de tabac de la Torre Eiffel, convirtiéndose en la primera tarjeta postal ilustrada editada en Francia (Libonis, 1889). La infraestructura postal especial incluía buzones especiales en los tres niveles de la torre y oblitéraciones específicas con sellos que marcaban "Exposition universelle 1889" y "Sommet de la Tour Eiffel" para quienes ascendían al tercer nivel (Torre Eiffel, 1889). Este sistema integral de producción, distribución y franqueo estableció un modelo operativo que sería replicado en eventos posteriores, demostrando la intersección entre innovación arquitectónica, tecnología postal y estrategia comercial.

Innovación comercial y democratización: Chicago 1893

Sin embargo, fue la Exposición Mundial Colombina de Chicago de 1893 donde se produjeron las innovaciones comerciales más revolucionarias que marcarían el desarrollo futuro de la industria postal (Exposición Mundial Colombina Chicago, 1893). El empresario Charles W. Goldsmith, representante de la American Lithographic Company of New York City, obtuvo el contrato exclusivo para producir las postales oficiales a color de la feria, implementando un plan comercial que incluía la venta mediante máquinas expendedoras distribuidas por todo el recinto ferial (Goldsmith, 1893; Máquinas expendedoras, 1893). Esta estrategia comercial representó una democratización radical del acceso al producto, eliminando intermediarios y estableciendo precios estandarizados que facilitaron el consumo masivo (American Lithographic Company, 1891). Goldsmith presentó cuatro diseños de edificios feriales a los organizadores, impresos en el reverso blanco de la tarjeta postal Grant de 1891, demostrando la versatilidad del formato postal existente para fines promocionales (Goldsmith, 1893). El éxito comercial fue extraordinario: se vendieron casi dos millones de tarjetas, generando ingresos masivos y estableciendo un nuevo paradigma de marketing y distribución que sería fundamental para el desarrollo posterior de la industria del entretenimiento (Henkin, 1998).

La Edad de Oro del coleccionismo postal (1901-1914)

El período 1901-1905, considerado como la Edad de Oro de la tarjeta postal por el volumen y la calidad de las mismas, supuso el auge del coleccionismo y el nacimiento de las primeras asociaciones cartófilas (Teixidor, 1999). La edad de oro de la tarjeta postal, que se extiende hasta la Primera Guerra Mundial, se caracterizó por el surgimiento de un fenómeno de coleccionismo que trascendió las fronteras nacionales y las divisiones de clase, configurando redes sociales transnacionales que anticiparon las formas contemporáneas de intercambio cultural mediado (Coleccionismo postal, 1890-1914). El coleccionismo postal no constituyó meramente una práctica de ocio, sino que generó nuevas formas de sociabilidad e intercambio cultural que contribuyeron decisivamente a la expansión global del fenómeno (Willoughby, 1999).

Las asociaciones cartófilas: redes transnacionales y organización del coleccionismo

La Asociación Mundial Kosmopolit, fundada en Núremberg en junio de 1897, representa el ejemplo paradigmático de estas organizaciones transnacionales de coleccionistas (Asociación Mundial Kosmopolit, 1897; Núremberg, 1897). Con más de 15.000 miembros solo en Alemania en su momento de apogeo, la asociación estableció redes de intercambio que conectaban coleccionistas de todos los continentes mediante el saludo característico "Gutferngruß" y la práctica sistemática del intercambio postal (Gutferngruß, 1897). Esta organización no solo facilitó la circulación de postales, sino que creó un espacio comunicativo alternativo que operaba paralelamente a los canales oficiales de comunicación internacional (Goldenberg, 2007).

En España, la Cartófila Española Hispania, fundada en Barcelona en 1901 por Diego de Moxó, Marqués de San Mori, potenció aún más la demanda de la tarjeta postal ilustrada (Carrasco, 2011). Las palabras cartófilo y cartofilia designan respectivamente a la persona que se dedica al coleccionismo de tarjetas postales y a la práctica misma de coleccionar postales (Rickards, 1982). El cartófilo no solo acumulaba postales, sino que las clasificaba, catalogaba, intercambiaba y exhibía, desarrollando criterios de valor, autenticidad, rareza y estado de conservación que configuraron un mercado especializado y una cultura del conocimiento en torno a la postal (Rickards, 1982). El Cercle Cartòfil de Catalunya, única asociación cartófila activa en España desde 1980, ha continuado la labor de investigación y divulgación mediante la Revista Cartófila, demostrando la perdurabilidad de estas prácticas asociativas (Carrasco, 2011).

La dimensión sociológica del coleccionismo: género y prácticas culturales

La composición sociológica del coleccionismo postal revela aspectos significativos sobre las transformaciones sociales de la época, particularmente el papel emergente de las mujeres de clase media en la configuración de nuevas prácticas culturales (Guereña, 2005). Las mujeres constituían la mayoría de los coleccionistas activos, encontrando en esta actividad no solo una forma de entretenimiento, sino también un espacio de autonomía y expresión personal en sociedades que limitaban severamente su participación en la esfera pública (Henkin, 1998). Esta dimensión de género del coleccionismo postal ha sido reconocida por la historiografía contemporánea como un elemento fundamental para comprender las dinámicas sociales de la modernidad temprana (Willoughby, 1999). La práctica del tarjeteo, uso frecuente de tarjetas para cumplir recíprocamente las personas, fue una práctica social característica de la Belle Époque que revela la integración de la postal en los rituales de cortesía, amistad y distinción social.

La postal como efímera de alto valor cultural

La tarjeta postal ilustrada presenta una serie de interesantes paradojas: es un producto postal nacido en el siglo XIX para la comunicación, pero que se ha convertido en objeto de colección y en documento historiográfico de primer orden (Rickards, 1982). Como objeto efímero, la postal estaba destinada a una vida breve: ser escrita, enviada, leída y, en muchos casos, descartada o archivada en cajones domésticos sin mayor pretensión de permanencia (Rickards, 1982). Sin embargo, precisamente por su carácter efímero y por su condición de testimonio no intencional de prácticas cotidianas, la postal ofrece a los investigadores contemporáneos un acceso privilegiado a dimensiones de la vida social, de la cultura visual y de las mentalidades colectivas que raramente quedan registradas en fuentes oficiales o en archivos institucionales (Rickards, 1982; Prochaska y Mendelson, 2010).

El concepto de ephemera (del griego, "efímero", "pasajero") designa en el ámbito de la historia cultural y de la bibliografía aquellos materiales impresos producidos para funciones utilitarias, promocionales o comunicativas de corta

 

2. EVOLUCIÓN CRONOLÓGICA DE LA TARJETA POSTAL ILUSTRADA (18691939)

Evolución Cronológica de la Tarjeta Postal Ilustrada en España (1869-1939): Tecnología, Cultura Visual y Modernidad

La trayectoria de la tarjeta postal ilustrada en España entre 1869-1939 constituye un fenómeno de singular importancia para la historia social y cultural contemporánea (Henkin, 1998; López Hurtado, 2013). Este objeto encapsula las transformaciones estructurales de una época marcada por la industrialización, la sociedad de masas, nuevas tecnologías de comunicación y agitación política que culminó en la Guerra Civil (Benjamin, 1936; Prochaska y Mendelson, 2010). Su evolución desde escueto instrumento de correspondencia hasta sofisticado artefacto cultural permite analizar la construcción de la modernidad en el contexto español (Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013).

Géneros Fotográficos Fundacionales

La fotografía de viajes emerge como manifestación paradigmática de la modernidad visual, impulsada por anhelo romántico de exploración y capacidad inédita de la tecnología para capturar el mundo con veracidad documental (García Felguera, 2020). Las prolongadas exposiciones favorecieron captura de paisajes estáticos, estableciendo códigos que influirían en la construcción de imaginarios territoriales (Muñoz Arbelaez, 2010). Este género respondía a intereses coloniales y científicos, sirviendo como herramienta para cartografiar y clasificar el mundo en contexto de expansión imperialista (Clifford, 2024).

El trabajo de Charles Clifford (1820-1863) construyó una identidad visual de España para el público europeo mediante Recuerdos de España (1857), proyectando imagen de lugar exótico (Clifford, 2024). Jean Laurent (1816-1886) combinó talento artístico con visión empresarial, creando archivo masivo que estableció códigos estéticos que la tarjeta postal adoptaría posteriormente (Laurent, 2025). La sistematización de estos archivos constituyó precedente fundamental para la industrialización de la imagen, estableciendo protocolos de catalogación y distribución (Edwards, 1992; Ryan, 1997).

El retrato fotográfico, especialmente la carte de visite, representó avance significativo en la democratización de la imagen personal (García Felguera, 2011). Inventada por Disdéri en 1854, permitió producción en serie a bajo costo, transformando la fotografía en objeto de consumo masivo (Sánchez Vigil, 2011). Las cartes se intercambiaban entre familiares y se coleccionaban en álbumes que funcionaban como archivos de memoria familiar y redes de sociabilidad. En España, familias de clase media utilizaron retratos para preservar legado y afirmar estatus social, mientras imágenes de difuntos mantenían viva memoria de seres queridos (Fontanella, 2011; Cuarterolo, 2002). Los álbumes fotográficos del XIX observan evolución de estilo y moda, funcionando como archivos privilegiados de transformaciones sociales (Langford, 1997). La práctica de coleccionismo estableció nuevos rituales de memoria familiar que trascendieron barreras de clase (Hirsch, 1997; Holland, 2004).

La fotografía estereoscópica introdujo experiencia tridimensional e inmersiva basada en visión binocular (Batchen, 2004). Tras interés de la reina Victoria en 1851, transformó consumo de imágenes de lugares lejanos, añadiendo realismo experiencial (Gálvez Díaz, 2017). Su tema predilecto fue el viaje, permitiendo "visitar" lugares exóticos desde el hogar (Batchen, 2004). Aunque popularidad decayó hacia finales del siglo, dejó legado en búsqueda de tecnologías inmersivas, anticipando cine y realidad virtual (Fernández Rivero, 2004). Estableció precedentes para comprensión de percepción visual como fenómeno construido tecnológicamente, influyendo en psicología experimental y neurociencia (Crary, 1990; Mitchell, 1994). Su impacto trascendió entretenimiento para influir en cartografía, medicina y educación científica (Zone, 2007).

Álbum Fotográfico como Narrativa Cultural

El álbum fotográfico sintetizó géneros previos, funcionando como medio de organización y difusión de cultura visual (Fontanella, 2011). Creó narrativas visuales que guiaban interpretación del espectador, desempeñando papel clave en construcción de identidades colectivas (Krauss, 1990). Emergió como formato privilegiado para presentación sistemática de realidad urbana, anticipando lógicas de comunicación visual masiva (Riego, 2001).

Bellezas de Barcelona de Joan Martí i Centellas (1874) representa momento paradigmático donde convergen madurez técnica fotográfica, transformación urbana y emergencia de nuevos públicos consumidores (García Felguera, 2003). Surgió como respuesta a demanda cultural emergente: necesidad de documentar sistemáticamente ciudad que experimentaba transformaciones urbanas sin precedentes (Riego, 2001). Representó "toda una novetat, gairebé estranya" en Barcelona, que carecía de documentación visual sistemática de patrimonio (García Felguera, 2003). El álbum constaba de 50 copias en papel a la albúmina sobre cartón, con declaración explícita: "Relación fotografiada de sus principales monumentos, edificios, calles, paseos y todo lo mejor que se encuentra" (Riego, 2001). Esta sistematización estableció precedentes metodológicos para fotografía urbana que influirían en fotoperiodismo y documentación arquitectónica (Sekula, 1984; Tagg, 1988).

Síntesis y Masificación

La tarjeta postal ilustrada heredó lógica de producción en serie de la carte de visite, estética pintoresca de fotografía de viajes, impacto visual de estereoscopía y estrategias de narrativa de álbumes (García Felguera, 2020). Se convirtió en primer medio de comunicación visual de masas, democratizando acceso a imagen y anticipando dinámicas de industria cultural contemporánea (Sánchez Vigil, 2011). A diferencia de carte de visite, que circulaba en ámbitos privados, la tarjeta postal operó como medio público, sustituyendo retratos individuales por iconos colectivos como vistas urbanas y escenas costumbristas (Strassler, 2010). Este cambio fomentó nuevas formas de sociabilidad como coleccionismo o cartofilia, contribuyendo a construcción de imaginarios transnacionales (Vilches & Sandoval, 2024).

Su capacidad para conectar con sociedad de masas emergente la convirtió en lenguaje de democracia moderna, incorporando sectores tradicionalmente excluidos de esfera pública (Sánchez Vigil, 2011). La tarjeta postal estableció nuevos circuitos de intercambio cultural que trascendieron barreras geográficas, creando redes de comunicación visual que anticiparon globalización mediática del siglo XX (Prochaska, 2001; Woody, 1998).

Este fenómeno debe enmarcarse en transformación más amplia de medios visuales. El periodismo moderno emergió en Inglaterra con Daily Courant (1702) de Elizabeth Mallet, estableciendo bases estructurales del periodismo moderno (Harris, 1996; Barker, 2000). Con desarrollo de prensa nació opinión pública como concepto político-social, aprobándose en Inglaterra el Libel Act de 1792 que estableció principios jurídicos para protección de libertad de expresión (Habermas, 1962; Cranfield, 1978). Las empresas periodísticas introdujeron innovaciones técnicas sistemáticas, mejorando distribución con desarrollo de redes ferroviarias que conectaron centros urbanos con periferias rurales (Innis, 1950).

En España, el XIX es considerado siglo de la prensa, cuya historia moderna comenzó con crisis política de 1808 cuando se estableció libertad de imprenta como derecho constitucional (Seoane, 1983; Almuiña, 1977). En menos de cien años, España pasó de pobreza editorial a 1,347 periódicos registrados oficialmente hacia finales de siglo (Botrel, 1993). Este auge no puede disociarse de cambios político-sociales ni de adelantos técnicos que abarataron producción y distribución (Botrel, 1993). Se dieron primeros pasos hacia periodismo ilustrado con Semanario Pintoresco Español (1836-1857) de Ramón de Mesonero Romanos (Simón Palmer, 1975).

Las Revistas Ilustradas

Durante el siglo XIX y primer tercio del XX, revistas ilustradas funcionaron como espejo del mundo, mostrando acontecimientos contemporáneos a masas urbanas, primero idealizados mediante grabados y posteriormente documentados por fotografía (Gretton, 1986; Brown, 1985). La prensa ilustrada se convirtió en instrumento fundamental de transmisión de ideas, valores y representaciones sociales, configurando catálogo visual del mundo moderno que modeló imaginarios colectivos (Altick, 1957). Hasta finales de los años veinte, radio y cine no competían efectivamente con prensa escrita (Altick, 1957). Antes de fotograbado en década de 1880, ilustraciones eran grabados de profesionales que interpretaban realidad según convenciones estéticas e ideológicas (Engen, 1990).

Entre 1840-1880, condiciones técnicas y sociales propiciaron "arte menor": ilustración de noticias en revistas, forma híbrida entre periodismo y artes visuales (Engen, 1990). Impresión barata y rápida fue posible mediante xilografía a la testa sobre tacos de boj que permitían detalles finos y tiradas largas (Jackson, 1885). The Illustrated London News (1842) de Herbert Ingram se convirtió en pionera mundial de ilustración gráfica periodística, estableciendo modelo editorial que seguirían publicaciones en Europa y América, alcanzando tiradas de 300,000 ejemplares (Jackson, 1885; Hibbert, 1975; Fox, 1988).

La Ilustración Española y americana, fundada por Abelardo de Carlos y Almansa el 25 de diciembre de 1869, se convirtió en máximo exponente del periodismo gráfico español del XIX (Ossorio y Bernard, 1903). Mantuvo término "ilustración" como expresión de expansión intercontinental que conectaba España con antiguas colonias (Seoane & Saiz, 1996). Siguiendo modelo de L'Illustration francesa, alcanzó 2,000 ejemplares de tirada regular, cifra extraordinaria para el contexto español (Seoane & Saiz, 1996). Su éxito respondió a tres cualidades: cuidado en técnicas tipográficas avanzadas, desarrollo sistemático de uso informativo del gráfico, e incorporación de colaboradores de primer nivel que elevaron prestigio cultural (Almuiña, 1977).

La tarjeta postal ilustrada surgió de confluencia de desarrollos tecnológicos, prácticas comerciales y demandas culturales acumuladas durante décadas. Representó síntesis culminante de innovaciones visuales, transformándose en primer medio verdaderamente de masas que democratizó acceso a imagen visual, estableciendo paradigmas de comunicación que caracterizarían cultura moderna del siglo XX.

2.1. Génesis y Desarrollo de las Tarjetas Postales Ilustradas (1869-1900)

Freund señala que la postal adquirió impulso institucional cuando el Ministro de Correos alemán propuso en 1865 la utilización de postales oficiales, aunque estas carecían todavía de ilustraciones (Carreras y Candi, 1903). El Quinto Congreso Postal de Karlsruhe en 1865 consideró por primera vez la carta tarjeta oficial con franqueo preferencial (Carreras y Candi, 1903).

Heinrich von Stephansecretario de Estado de Correos del Imperio Alemán, propuso la circulación de hojas postales abiertas destinadas a abaratar y acelerar la correspondencia (Carreras y Candi, 1903). Esta propuesta sentó las bases conceptuales del formato postal moderno, aunque no se materializó inmediatamente (Carreras y Candi, 1903).

La materialización práctica llegó cuatro años después. El doctor Emmanuel Hermann, catedrático de Economía en la Academia Militar austriaca, publicó el 2 de julio de 1869 en el Neue Freie Presse un artículo revolucionario (Carrasco Marqués, 2009). Hermann propuso un sistema de correspondencia abierta limitada a 20 palabras con tarifa reducida de dos kreuzer, la mitad del coste de una carta convencional (Carrasco Marqués, 2009).

Adolf MalyDirector de Correos y Telégrafos de Viena, impulsó la ordenanza real que materializó esta iniciativa (Carrasco Marqués, 2009). El 1 de octubre de 1869 se emitió la primera Correspondenz-Karte oficial del mundo, un rectángulo de 12,2 × 8,5 centímetros impreso en tinta negra sobre cartón crema con franqueo incorporado en el anverso (Carrasco Marqués, 2009).

Guerra Franco-Prusiana y primeras ilustraciones

La Guerra Franco-Prusiana (1870-1871) constituyó un catalizador decisivo para la difusión postal (Carrasco Marqués, 2018). El 16 de julio de 1870, August Schwartz, impresor de Oldenburg, remitió una postal decorada con la imagen de un cañón a un pariente en Magdeburgo (Carrasco Marqués, 2018). Esta pieza ha sido considerada la primera postal ilustrada alemana, marcando el momento en que la correspondencia postal trascendió su función meramente textual (Carrasco Marqués, 2018).

RosshirtAdministrador de Correos alemán, anunció mediante edictos bilingües la introducción de la carta tarjeta en territorios franceses ocupados desde el 29 de septiembre de 1870 (Carrasco Marqués, 2009). Schwartz aprovechó el contexto bélico emitiendo días después tarjetas con imágenes de artilleros, iniciativa comercial que le permitió expandir en 1875 una serie extensa de caricaturas políticas con expresiones belicistas (Carrasco Marqués, 2009).

León Besnardeau, librero de Sillé-le-Guillaume, produjo en 1870 la primera postal ilustrada francesa documentada (Garófano Sánchez, 2000). Ante la escasez de papel para la dotación militar del campo de Conlie, cortó tapas de cuadernos en rectángulos de 6,6 x 9,8 cm, imprimiendo el escudo bretón con la leyenda "Guerra de 1870 - Campo de Conlie" mediante la casa Oberthur de Rennes (Garófano Sánchez, 2000). Estas piezas integraban deliberadamente elementos de propaganda bélica al nuevo soporte postal (Garófano Sánchez, 2000).

Francia oficializó la carta tarjeta el 20 de septiembre de 1872 mediante decreto del Director de Correos Ramport, recuperando soberanía postal tras la ocupación alemana (Carrasco Marqués, 2009).

Normalización internacional y liberalización

La creación de la Unión Postal General mediante el Tratado de Berna en 1874, rebautizada como Unión Postal Universal (UPU) en 1878, estableció principios revolucionarios de libre circulaciónuniformidad tarifaria y estandarización dimensional con un máximo de 14 × 9 centímetros (López Hurtado, 2013). Esta organización facilitó decisivamente la expansión transnacional de las postales ilustradas (López Hurtado, 2013).

El Congreso Postal de París de 1878 representó un momento de inflexión al legitimar internacionalmente las postales privadas (Carrasco Marqués, 2018). Esta decisión histórica autorizó formalmente la producción y comercialización de postales por editores no estatales, siempre que cumplieran especificaciones técnicas y tarifas establecidas (Carrasco Marqués, 2018). La medida eliminó efectivamente los monopolios estatales que habían limitado la innovación, estimulando una ola sin precedentes de inversión editorial privada (Carrasco Marqués, 2018).

La liberalización se extendió rápidamente: Alemania permitió las postales privadas en 1872, Francia en 1873, y el Reino Unido finalmente en 1894 (Carrasco Marqués, 2009). Esta cascada de reformas regulatorias desencadenó una expansión exponencial de la producción postal y una extraordinaria diversificación temática que transformó completamente el panorama comunicativo europeo (Carrasco Marqués, 2009).

Innovaciones técnicas y aplicaciones turísticas

Franz Borich introdujo en marzo de 1872 una innovación fundamental: la postal turística fotográfica con vistas suizas, marcando el nacimiento efectivo de la tarjeta postal ilustrada mediante procesos fotográficos (Riego Amézaga, 1997). Esta iniciativa respondía a la creciente demanda de recuerdos visuales generada por el floreciente flujo turístico en los paisajes alpinos (Riego Amézaga, 1997).

El reconocimiento artístico definitivo llegó ese mismo año desde LondresGustave Doré, reconocido grabador francés, realizó ilustraciones de monumentos emblemáticos londinenses para la primera postal ilustrada oficial del Reino Unido (Alonso Laza, 1997). Las imágenes de la Catedral de San Pablo, la Torre de Londres y el Puente de Londres subrayaron el valor artístico emergente del medio postal (Alonso Laza, 1997).

Exposiciones Universales como catalizadores

Las Exposiciones Universales de la segunda mitad del siglo XIX se convirtieron en catalizadores extraordinarios para la promoción y difusión de las postales ilustradas (López Hurtado, 2013). Estos eventos congregaban millones de visitantes procedentes de todos los continentes, creando una demanda extraordinaria de recuerdos conmemorativos que las postales satisfacían con eficiencia y economía inigualables (López Hurtado, 2013).

La Exposición Universal de Viena de 1873 marcó el debut oficial de las postales conmemorativas, distribuyendo piezas que incorporaban imágenes de los principales pabellones y atracciones (López Hurtado, 2013). Estas postales cumplían simultáneamente funciones comunicativas y memoriales, permitiendo a los visitantes enviar mensajes mientras conservaban un registro visual permanente del espectáculo presenciado (López Hurtado, 2013).

La Exposición de Filadelfia de 1876 marcó la introducción masiva de postales ilustradas en Estados Unidos (Henkin, 1998). Los organizadores encargaron la producción de series completas de postales con imágenes de los principales edificios y monumentos, estableciendo definitivamente el formato como recuerdo estándar de eventos de masas (Henkin, 1998).

La Exposición Universal de París en 1889 estableció un precedente mediático (Mendelson, 2005). Le Figaro instaló una imprenta a los pies de la Torre Eiffel donde visitantes presenciaban la impresión en vivo de postales (Mendelson, 2005). La Sociedad de la Torre Eiffel editó 300,000 ejemplares de la postal diseñada por León Charles Libonis (1841-1901), franqueables en las plataformas mediante oficina postal habilitada (Mendelson, 2005). La Exposición produjo aproximadamente un millón de tarjetas para diez millones de visitantes (Mendelson, 2005).

La Exposición de Chicago de 1893 marcó un hito tecnológico al introducir en Estados Unidos el sistema masivo de máquinas expendedoras de tarjetas postales (Henkin, 1998). Las 100 máquinas instaladas por la Envelope and Stamp Machine Company vendían dos tarjetas por cinco centavos, resolviendo el desafío logístico de una exposición que recibió 27 millones de visitantes (Henkin, 1998).

Sofisticación del diseño visual

La evolución del diseño visual de las postales ilustradas durante el periodo 1869-1890 reflejó tanto las innovaciones técnicas disponibles como los cambios en las preferencias estéticas del público consumidor (Riego Amézaga, 1997). Las primeras postales ilustradas presentaban diseños relativamente simples con una única imagen central, frecuentemente ejecutada en blanco y negro con técnicas básicas de reproducción (Riego Amézaga, 1997).

La progresiva sofisticación de las técnicas de impresión permitió el desarrollo de diseños más elaborados que incorporaban múltiples imágenesmarcos decorativos complejos y textos integrados compositivamente con los elementos visuales (Riego Amézaga, 1997). Esta complejización del diseño respondía a la competencia intensificada entre editores, que buscaban diferenciarse mediante innovaciones visuales (Riego Amézaga, 1997).

Las postales de la serie "Gruss aus..." (Recuerdos de...), desarrolladas en Alemania durante la década de 1880, ejemplificaron las innovaciones más avanzadas en diseño postal (Carrasco Marqués, 2009). Estas piezas combinaban múltiples viñetas con vistas de diferentes lugares de una misma ciudad o región, frecuentemente enmarcadas con elementos decorativos de estilo Art Nouveau (Carrasco Marqués, 2009).

La introducción del color mediante cromolitografía representó una transformación visual fundamental (Riego Amézaga, 1997). Las postales coloreadas ofrecían una experiencia estética cualitativamente diferente de las postales monocromáticas, incrementando exponencialmente su atractivo tanto para coleccionistas como para consumidores ocasionales (Riego Amézaga, 1997). Los colores vivos y saturados característicos de la cromolitografía conferían a las postales un aspecto festivo particularmente apropiado para su función de recuerdo turístico (Riego Amézaga, 1997).

Dominique Piazza (1860-1941), empleado marsellés, disputó la paternidad alegando haber reducido el tamaño de clichés hacia 1891 para obtener postales fotográficas (Prochaska & Mendelson, 2010). Simultáneamente, W.A. Dobson diseñó las Christmas Cards inglesas, estableciendo la tradición de tarjetas navideñas (Prochaska & Mendelson, 2010).

Georges Goury publicó en 1900 un artículo desmintiendo las paternidades individuales discutidas, proponiendo que los hoteleros suizos iniciaron la práctica imprimiendo imágenes de establecimientos para correspondencia de huéspedes (López Hurtado, 2013). Émile Guyonnet publicó en 1945 un estudio diferenciando las cartas tarjetas oficiales de 1869 de las postales ilustradas posteriores, hipótesis que permanece sin verificación definitiva (López Hurtado, 2013).

2.2. Llegada a España: Los Primeros Enteros Postales

La tarjeta postal se oficializó en España mediante la Real Orden de mayo de 1871, firmada por Práxedes Mateo Sagasta durante el reinado de Amadeo de Saboya, en plena Primera República (Guereña, 2005, p. 37). Esta disposición estableció el marco legal para la creación de las tarjetas postales como instrumento de correspondencia, siguiendo el modelo implementado en Austria desde 1869 y reconociendo oficialmente la necesidad de introducir este nuevo medio de comunicación (Fernández Beviá, 2014, p. 25). La normativa determinó que estos documentos circularían a la mitad del precio de las cartas ordinarias, reconociendo la ventaja económica y práctica del nuevo formato (BNE, 2014).

Marco jurídico inicial y vacío editorial

Sin embargo, la Administración de Correos no puso a disposición del público modelos oficiales de forma inmediata, generando un vacío editorial de dos años y medio que impidió la utilización efectiva del sistema hasta diciembre de 1873 (Guereña, 2005, p. 37). Esta demora estuvo condicionada por la inestabilidad política del momento, que retrasó la implementación práctica de las disposiciones legales aprobadas (Guereña, 2005, p. 37). Durante este intervalo normativo, las iniciativas privadas intentaron cubrir la demanda social de comunicación postal no satisfecha por la Administración (Guereña, 2005, p. 38).

Editores particulares como Abelardo de Carlos, director de "La Moda Elegante Ilustrada", lanzaron tarjetas postales que respetaban las dimensiones reglamentarias, pero carecían del franqueo preferente oficial (Guereña, 2005, p. 38). Estas tarjetas precursoras circulaban pagando la tarifa de carta ordinaria, pues la normativa postal vigente solo permitía el uso de la tarifa reducida a los modelos oficiales  y en el reverso solían llevar una ilustración en el lugar de la correspondencia(Guereña, 2005, p. 38).  Durante este periodo se editaron en España más de treinta modelos diferentes de tarjetas privadas, algunas vinculadas a personalidades relevantes como Mariano Pardo de Figueroa (Dr. Thebussem), quien en mayo de 1873 editó unas propias burlándose de alguna manera del retraso en la implementación de tarjetas postales oficiales (Guereña, 2005, p. 39).

Entre estas primeras postales privadas destaca especialmente la editada por Álvar Verdaguer, dedicada a los subscriptores de la Biblioteca Catalana y que data del año 1872 . Según Ernesto Boix, esta constituye la primera postal ilustrada de Barcelona, y por tanto del ámbito privado, de la cual se tiene constancia en España .(Boix Felip, E. 2002). 

Primer entero postal oficial

El primer entero postal oficial español se puso a la venta el 1 de diciembre de 1873, durante la Primera República, con tarjetas impresas por la Fábrica Nacional de la Moneda y el Timbre (Guereña, 2005, p. 37; BNE, 2014). Estas primeras postales, o enteros postales, llevaban las inscripciones "República Española", "Targeta o tarjeta postal" y "Lo que debe escribirse se hará en el reverso e irá firmado por el remitente" (Guereña, 2005, p. 37; BNE, 2014). El diseño oficial incluía un sello impreso de 5 céntimos con la efigie de la República, grabado por Joaquim Pi i Margall y estampado directamente sobre la cartulina en azul y negro (Guereña, 2005, p. 37). El anverso se reservaba para la dirección del destinatario, mientras que el reverso permanecía completamente en blanco, disponible para el mensaje del remitente, sin ilustración o decoración alguna (Guereña, 2005, p. 37).

Según datos oficiales, el primer año de implantación de este nuevo sistema de correspondencia se registró una circulación de 320.000 tarjetas, cifra que simbolizaba el impulso de modernización del estado como símbolo de progreso. Sin embargo, esta cifra disminuyó de forma exponencial hasta representar solo un 0,3 por ciento de los objetos circulados en el año 1877, evidenciando dificultades en la adopción inicial del nuevo medio.

En este momento comenzaron a surgir las postales dobles o de contestación pagada para fomentar la comunicación con la utilización de este método innovador, facilitando el intercambio bidireccional de correspondencia.

Prohibición de enteros privados y monopolio estatal

La prohibición de las tarjetas privadas se decretó mediante Real Orden del 8 de noviembre de 1873, apenas tres semanas antes de la puesta en venta de los enteros oficiales (Guereña, 2005, p. 39). Esta prohibición establecía el monopolio estatal sobre la emisión de enteros postales con sello impreso, respondiendo a motivaciones fiscales y de control administrativo (Guereña, 2005, p. 39). Las postales privadas fueron así prohibidas poco después de su aparición, y hasta 1887 solo circularon las tarjetas emitidas por la Administración de Correos con sello impreso (Guereña, 2005, p. 40).

El periodo 1873-1886 constituyó una etapa de monopolio estatal efectivo sobre los enteros postales, durante trece años en los cuales únicamente las emisiones oficiales tuvieron validez postal (Carrasco Marqués, 1992, p. 18). Esta situación contrastaba marcadamente con otros países europeos, como Francia o Alemania, donde la industria privada había impulsado tempranamente la diversificación temática y estética de las tarjetas postales (Carreras y Candi, 1903, p. 15).

Liberalización normativa

El Reglamento de Correos de 1889 introdujo una novedad fundamental: la autorización de tarjetas postales privadas (BNE, 2014; Guereña, 2005, p. 41). La autorización se completó con la Real Orden del 31 de diciembre de 1886, que derogaba la prohibición de 1873 (Guereña, 2005, p. 41). El artículo 24 establecía la circulación de tarjetas postales elaboradas por particulares en cartulinas de buena calidad, con las dimensiones señaladas para las oficiales (9x14 cm) y llevando adheridos sellos de correos por valor igual al precio de las oficiales, con la obligatoriedad de contar con un sello adherido en la esquina superior derecha (Guereña, 2005, p. 41).

La Real Orden del 28 de enero de 1887 extendía la autorización al envío internacional, conforme a los acuerdos de la Unión Postal Universal (BNE, 2014). España se alineaba así con la práctica internacional que desde 1878 permitía la edición privada de tarjetas postales, siempre que cumplieran los requisitos técnicos y llevaran sellos adhesivos del valor apropiado (Guereña, 2005, p. 41). Esta liberalización transformó radicalmente el panorama postal español, abriendo un campo para la creatividad artística y comercial (Carrasco Marqués, 1992, p. 19).

2.3. La revolución gráfica (18871900)

La transición desde el austero entero postal hacia la vibrante tarjeta postal ilustrada representa una de las transformaciones más significativas en la historia de la comunicación visual moderna (Twyman, 1998; Benjamin, 1936).

Este cambio —que cabe denominar “revolución gráfica”— no fue impulsado por las administraciones estatales, sino por la visión comercial y la capacidad técnica de la industria privada de las artes gráficas, que supo percibir el potencial del medio como mercancía visual (Carrasco Marqués, 2018; Rickards, 1982).

A finales de la década de 1880, editores y litógrafos europeos —principalmente en Alemania y Francia, potencias de la industria gráfica— comenzaron a experimentar con la adición de viñetas e imágenes en las tarjetas, intuyendo el enorme potencial de un producto que combinaba la correspondencia con el recuerdo y el placer estético (Twyman, 1998; Prochaska y Mendelson, 2010).

Este fenómeno supuso, de hecho, el fin del monopolio de facto del Estado sobre el medio y el nacimiento de un mercado competitivo y extraordinariamente dinámico, en el que los editores privados pugnan por ofrecer imágenes más atractivas y originales (Carreras y Candi, 1903; Carrasco Marqués, 2018).

La tarjeta postal ilustrada española se desarrolló desde sus inicios integrada en el mercado europeo. Los editores españoles no poseían capacidad técnica para tiradas superiores a cinco mil ejemplares con calidad uniforme. Esta limitación los obligó a externalizar pedidos mayores a centros productivos como LeipzigDresdeZúrich o Berlín. La dependencia técnica facilitó que España adoptara formatos, procesos y circuitos de distribución europeos sin desarrollar previamente una industria gráfica comparable.

El primer ejemplar documentado

Francisco Carreras y Candi señalaba en 1903 que conocía dos fototipias de Granada editadas en Alemania en 1890. Las tarjetas se imprimieron en tiradas de dos mil ejemplares, pero no se comercializaron.

Los hoteles comprendieron rápidamente el potencial publicitario del medio. El Hotel Santa Catalina en Las Palmas de Gran Canaria disponía de postales propias en diciembre de 1892. Todos los ejemplares circulados entre 1892 y 1895 fueron enviados desde Las Palmas a Inglaterra. El ejemplar más antiguo conocido se envió el 30 de marzo de 1893. La postal fue impresa en Zúrich por A. Thellung, lo que evidencia la temprana externalización a talleres centroeuropeos. Esta coexistencia muestra la articulación temprana de redes donde hoteles y comerciantes encargaban series a talleres extranjeros con capacidad técnica superior.

La primera postal española de Hauser y Menet

El ejemplar más antiguo localizado hasta el momento en España lleva el título "Recuerdo de Madrid" impresa por Fototipia Hauser y Menet y circulada el 21 de octubre de 1892, franqueada con un sello del Pelón de diez céntimos (Carrasco Marqués, 2009). La tarjeta presentaba cuatro imágenes de Madrid: la plaza de toros, la carrera de San Jerónimo, la Puerta del Sol y la calle de Alcalá (Carrasco Marqués, 2009). y circuló de Madrid a Barcelona el 21 de octubre de 1892. Un segundo ejemplar se envió de Madrid a Pisa el 1 de noviembre de 1892.

Esta disposición compositiva respondía al formato internacional conocido como Gruss aus (saludos desde). Desde finales de la década de 1880 este formato había conquistado el mercado centroeuropeo, especialmente en AlemaniaAustria y Suiza. Las composiciones utilizaban múltiples viñetas que sintetizaban la identidad visual de las ciudades.

Existe otro ejemplar con motivos de "Recuerdo de Barcelona", también editado por Hauser y Menet, que replicaba el esquema compositivo de cuatro viñetas. La postal incorporaba el escudo de la ciudad como elemento identificativo municipal y data de 1894. En 1896 Hauser y Menet editaron postales sobre, Bilbao, Valencia y ciudades andaluzas, pero el despegue en ventas tuvo lugar en 1897 con la emisión de la "serie general" con 690 postales de vistas de ciudades, cuadros del Museo del Prado, temas taurinos y otros (Carrasco Marqués, 2009).Esta estrategia editorial evidenciaba la voluntad de sistematizar la producción bajo parámetros formales homogéneos que facilitaran el reconocimiento comercial de la marca.

Fundación y técnica fotográfica

Óscar Hauser Müller y Adolfo Menet Kurstiner fundaron su empresa en Madrid en 1890. Ambos eran suizos y antes de fundar su casa, colaboraron con la Sociedad Artística Fotográfica

La nueva empresa destacó pronto en el arte de la fototipia. La fototipia es un procedimiento de impresión que reproduce fotografías sobre piedra o cristal y permite tiradas amplias con calidad continua. Con esta técnica imprimieron un primer álbum sobre Madrid. La buena acogida de este álbum los animó a continuar con una serie más ambiciosa.

La serie España Ilustrada

Entre 1890 y 1899, Hauser y Menet editó la colección España Ilustrada. Esta serie constituye uno de los proyectos editoriales más ambiciosos de la casa suiza. Las láminas en fototipia están fechadas entre 1890 y 1896. El proyecto se benefició enormemente de las placas secas de gelatinobromuro, una innovación técnica que facilitaba la toma y conservación de negativos.

Los negativos fueron encargados con frecuencia al fotógrafo colaborador Francisco Pérez Linares. Parte de estos clichés se reutilizaron después en las primeras tarjetas postales de la casa. Entre 1897 y 1899, la empresa reeditó estas imágenes en un nuevo formato comercial con cuarenta cuadernillos compuestos por cinco láminas de fototipias. Cada cuadernillo incluía un texto breve que acompañaba las imágenes. Esta estrategia amplió la difusión del repertorio visual y redujo el coste unitario de cada lámina. Muchas de las imágenes de la serie, fueron reproducidas en las ediciones de las primeras tarjetas postales.

La Serie General numerada

Desde 1897, Hauser y Menet sistematizó su producción mediante una Serie General con numeración correlativa. Esta numeración permite rastrear reediciones, identificar variantes de reverso y reconstruir los ritmos de demanda de cada motivo. La Serie General comenzó con una imagen de la basílica del Pilar en Zaragoza. En 1905, el catálogo superaba las 2.078 referencias. Estas referencias comprendían vistas de casi todas las ciudades españolas y algunas del Protectorado en Marruecos.

La numeración correlativa tenía ventajas comerciales y técnicas. Facilitaba el control de inventario, simplificaba los pedidos de los distribuidores y permitía a los coleccionistas identificar series completas. Además, el sistema evidenciaba la profesionalización del sector editorial en España a finales del siglo XIX.

Las tarjetas de Blanco y Negro

En 1899, Hauser y Menet editó para su Serie General veinte tarjetas postales basadas en ilustraciones de la revista semanal Blanco y Negro. Estas postales fueron referenciadas correlativamente desde el número 421 al 440. Las ilustraciones mostraban motivos costumbristas y tipos humanos populares madrileños de la última década del siglo XIX

Entre los artistas que colaboraron con estas ilustraciones destacaban pintores dedicados a temas regionales. Esta colección marcó un giro en la producción de Hauser y Menet, pues incorporaba la ilustración dibujada junto a la reproducción fotográfica. La fototipia facilitaba la fidelidad del trazo original de los ilustradores al soporte postal.

Encargos para terceros editores

Durante este periodo, Hauser y Menet también trabajó como impresor para otros editores. Entre sus clientes figuraba el fotógrafo Antonio Cánovas del Castillo, para quien imprimieron series de postales. Otro cliente importante fue el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, que encargó láminas integrando imágenes del archivo de Hauser y aportaciones de los socios de la entidad. Las Series sobre el museo del prado, en cuadernillos o bloks, significaron una novedad.

La casa imprimió también para Resumen de Arquitectura, suministrando vistas de monumentos modernos y antiguos que reforzaban la vertiente arquitectónica de su repertorio. Historia y Arte incorporó fototipias orientadas a un público culto, incluyendo reproducciones museísticas del fondo HauserLa Gran Vía reprodujo en 1893 fototipias de la casa mediante acuerdo editorial, ampliando la circulación de vistas urbanas y monumentales. Otros clientes como Landaburu Hermanas y la Librería Romo y Füssell encargaron postales impresas por Hauser y Menet, integrándose en su red comercial con librerías y editoriales.

Este entramado de colaboraciones evidencia que Hauser y Menet operaba simultáneamente como editor propio y como impresor de terceros. Esta doble función consolidó su posición en el mercado español de la imagen impresa entre los siglos XIX y XX.

Otros editores españoles

En BarcelonaLópez Editor inició su producción hacia 1895-1896, combinando litografía tradicional con encargos externos a talleres alemanes. Se especializó en vistas del Ensanchepuerto y monumentos modernistas barceloneses.

Litografía M. Pujadas utilizó desde 1896 la cromolitografía multicolor para producir series dedicadas a festividades localesprocesiones y tipos populares catalanes. Esta técnica seguía siendo competitiva en este nicho temático.

José Battaglia, fotógrafo y editor italiano instalado en la Rambla hacia 1894, operó con un modelo de integración vertical. Actuaba como fotógrafoeditor y distribuidor, encargando la impresión de sus propios negativos a talleres externos, principalmente al de Louis Glaser en Leipzig. Su modelo demostró la viabilidad de un negocio editorial sin imprenta propia.

Luis Tasso mantuvo actividad en el mercado barcelonés de finales de la década. Un catálogo ilustrado de "postales y obras" fechado en 1899 confirma que fue uno de los primeros editores locales documentados.(Carrasco Marqués, 2018; Carrasco Marqués, 2009).

Amadeo Mauri de Gerona produjo las primeras vistas fotográficas de la ciudad gerundense y de diversos pueblos de su provincia. Su actividad editorial representó la documentación visual sistemática del territorio catalán septentrional mediante el medio postal.

En Madrid, la editorial Policarpio Sanz Calleja imprimió vistas de la capital bajo la denominación Recuerdo de y, previsiblemente, produjo “recuerdos” similares de otras ciudades españolas sin referencia explícita de editor; en paralelo, destacaron la Editorial Malagueña con una serie de ochenta postales.

Fototipia Castañeira, Álvarez  se estableció en Madrid especializada en fototipia. Fue prolífica en la impresión y edición de tarjetas, incluida temática ferroviaria y también realizó una serie general sobre diferentes ciudades de España, numeradas y con la leyenda CyA. Unos años después, esta editorial se asoció con Levenfeld, operando bajo el nombre comercial Castañeira, Álvarez y Levenfeld. Esta fusión empresarial evidencia las dinámicas de concentración que caracterizaron el mercado postal durante el período de consolidación del reverso dividido.

J. Lacoste, Sucesor heredó los fondos de J. Laurent. Hacia 1900, organizó la "Gran colección fotográfica de Laurent" en series de tarjetas postales. Nutrió el mercado con ediciones de alta calidad de ciudades, monumentos y reproducciones de arte del Museo del Prado, todo ello en fototipia.(Carrasco Marqués, 2018; Carrasco Marqués, 2009). A partir de 1916, cuando se convirtió en J. Roig.

Fototipia Thomas, fundada en Barcelona en 1880, se consolidó como un referente técnico del modernismo. Tras ampliar sus talleres en 1898, se especializó en fototipia y heliograbado. Aunque su entrada masiva en la edición postal se sitúa a partir de 1901, durante los años 90 ya era un impresor cualificado que abastecía a revistas de arte y otros editores. Su gran aporte será en el siglo XX.

Librería-Papelería Viuda de Calón e Hijo en Salamanca ejemplifica las librerías editoras que lanzaron series de vistas hacia 1900. Utilizaba reverso sin dividir y se apoyaba en fototipia de talleres como Hauser y Menet.

En Málaga, el editor alemán Pablo Dümmatzen produjo una colección de tarjetas impresas mediante litografía que reproducían dibujos en color de distintas ciudades españolas con la leyenda característica "Para mirar al transparente". Esta técnica permitía visualizar efectos especiales cuando la tarjeta se exponía a la luz.

En Granada destacó la actividad del fotógrafo José Gómez, quien estableció una editorial especializada en la producción de postales fotográficas de la ciudad andaluza. Su trabajo representó la consolidación de la fotografía aplicada como medio de reproducción postal en el contexto regional granadino.

Eugenio Krapf en Vigo, la Librería Calón de Salamanca con veinte vistas de la ciudad y el editor valenciano Ramón Ortega (Carrasco Marqués, 2018; Carrasco Marqués, 2009).

La litografía barcelonesa Hermenegildo Miralles editó una notable serie de cincuenta tarjetas con los escudos de todas las provincias españolas, ilustrados por José Triadó, que recibió elogios en su tiempo por la calidad artística y ejecutiva (Carrasco Marqués, 2018).

Los Editores Canarios y la Presencia Alemana

Las Islas Canarias constituyeron un mercado postal particularmente activo debido a su posición estratégica y su atractivo turístico emergente. Varios editores desarrollaron producción postal en el archipiélago: el Bazar Alemán, las firmas Lorenzo y Franchy, la Librería Internacional A. Gerber, y los editores alemanes Rudolf Schimron y Albert Aust de Hamburgo. La Litografía Romero de Tenerife representó la producción insular autóctona.

El editor alemán Hugo Knobloch imprimió una serie tipo gruss bajo la denominación "Saludos de Orotava", siguiendo el modelo alemán de tarjetas de salutación características del mercado centroeuropeo. Estas tarjetas combinaban múltiples vistas de la localidad en una composición decorativa típica del formato gruss-aus.

Expansión geográfica y diversificación editorial

La producción local convivió tempranamente con impresiones extranjerasPhotoglob-Wehrli en Zúrich consolidó desde 1889 una producción de gran escala en colotipia. El archivo conservado en la Biblioteca Nacional Suiza incluye más de 160.000 unidades fotográficas, 264 álbumes y libros de control. La empresa surgió en 1889 como Photochrom & Co. y se fusionó en 1895 con Schroeder & Co.

El sistema de producción incluía negativos en formatos estándar y registros que permitían rastrear la trazabilidad completa de cada serie. Esta sistematización documental contrastaba con editores españoles tempranos, que carecían de archivos comparables. La capacidad de mantener catálogos permanentes reeditables otorgó ventaja competitiva decisiva.

Künzli Frères en Zúrich imprimió postales con vistas dibujadas de MadridBarcelona y Las Palmas entre 1892-1895. La empresa utilizaba cromolitografía y aprovechaba la red hotelera para distribución turística. Sus postales seguían el formato Gruss aus con múltiples viñetas, dirigiéndose específicamente a turistas que visitaban España.

Ottmar Zieher de Múnich llegaron a ofrecer series completas de tarjetas coloreadas con vistas de América, Bélgica, Inglaterra, Francia, Holanda, Italia, Portugal, Suiza, Escandinavia, España y Turquía/Oriente ya en octubre de 1895. El proceso "Photochrom", patentado por Orell Fuessli (Photoglob) de Suiza en enero de 1888, requería 10-18 carreras de color y producía resultados muy próximos a los colores naturales cuando estaba en manos de expertos

Neue Photographische Gesellschaft (NPG), fundada en Berlín-Schöneberg en julio de 1894 por Arthur Schwarz, fue pionera mundial en tarjetas "real photo" en bromuro. Las imprimía "por kilómetros" con infraestructura de producción continua y filiales asociadas antes de 1900. La literatura técnica destaca su papel en estandarizar papel fotográfico tamaño postal con dorso impreso hacia finales de la década de 1890.

Kunstanstalt Stengel & Co. en Dresde editó e imprimió cuadernillos de postales coloreadas de vistas barcelonesasSchaar & Dathecasa artística e impresora establecida en Tréveris en 1895, utilizó tipografíalitografía y fototipia. Exportaba series topográficas con "undivided back" por Europa, incluida España, ya a comienzos de 1900.

Dr. Trenkler Co.compañía gráfica fundada en Leipzig en 1894, comercializó y estampó numerosas tarjetas de BarcelonaAndalucía y Madrid. Se integraron en álbumes y colecciones españolas de fin de siglo y primeros años del XX.

Louis Glaser en Leipzig combinó desde 1868 cromolitografía y autotipo bajo marcas propias como "Auto-Chrom" y "Kallichrom". En 1883 se trasladó a su fábrica en Kreuzstr 20Glaser disponía de seis departamentos principalesimpresión tipográficacromolitografíacolotipia y tres de preimpresión especializados. Sus postales destacaban por retoques cuidadososdetalles nítidos y colores precisos. Imprimió vistas de Barcelona para editores locales como Jaime Viñas. Existen múltiples postales de Barcelona con marca "Louis Glaser, Leipzig" y series locales como "Colección Zoológica".

Stengel & Co. en Dresde emergió como uno de los mayores fabricantes mundiales con dorsos estandarizados y sistemas de numeración consistentesRotophot/RPH en Berlín serializó vistas con logotipos y numeraciones que permitían rastrear series completas entre diferentes mercados.

Neurdein Frères editó bajo la denominación ND Phot una serie de postales que reproducían principalmente vistas de San Sebastián y Fuenterrabía. La serie incluía también tipos vascos y tipos guipuzcoanos, documentando tanto el paisaje urbano como la tipología etnográfica característica del País Vasco.

El editor francés Leví Fils Et Cie, que bajo las iniciales del fotógrafo francés Lucien Leví (LL), comercializó postales de ciudades españolas, especialmente del País Vasco y de Madrid. La especialización geográfica de Leví Fils evidencia una estrategia comercial específica orientada hacia los destinos turísticos de mayor atractivo internacional..

Evolución técnica y consolidación

Entre 1892 y 1900 predominó la vista compuesta en mosaico de viñetas. Este formato condensaba símbolos cívicositinerarios urbanos y jerarquías monumentales. El repertorio Gruss aus normalizó fórmulas textuales de saludo con tipografías ornamentales y emblemas, conectando el souvenir epistolar con una retórica de modernidad urbana.

El proceso cromolitográfico tradicional resultaba lento y costoso cuando comenzó el boom postal hacia 1895. En este periodo se experimentó una transición hacia la predominancia de la fototipia frente a la cromolitografía. Los editores locales barceloneses adaptaron progresivamente sus catálogos. Redujeron la cromolitografía a series temáticas específicas como festividades y tipos populares. Esta especialización técnica permitió optimizar costes y mejorar calidades según el tipo de contenido representado.

Los editores adoptaron la fototipia para vistas urbanas y monumentales porque ofrecía mayor fidelidad fotográfica y menores costes de producción en tiradas medias. Esto obligó a introducir procesos fotomecánicos con tramado que permitían reproducir imágenes fotográficas en grandes cantidades. La mayoría de impresores utilizaban nombres propios para distinguir sus procesosHauser y Menet lideró esta transformación en España alcanzando 690 referencias en su serie general hacia 1900.

La postal funcionó como mediación entre ciudadturismo y comunicación cotidiana. Su adopción masiva entre 1897 y 1905 coincide con la consolidación de flujos de ociocomercio y propaganda local. El periodo 1892-1900 fijó las bases técnicastipológicas y logísticas de la tarjeta postal ilustrada española. Estableció un anclaje material sólido en colecciones públicas y una circulación que conectó ciudadturismo y comunicación cotidiana. En este momento comenzaron a aparecer nuevos editores que llenaron de imagen los buzones.

Circuitos de distribución y comercialización

Los circuitos de distribución combinaban libreríasbazareshotelesestaciones ferroviarias y quioscos de prensa.Los puntos de venta ferroviarios adquirieron importancia creciente como canales de distribución masiva. Aprovechaban flujos de viajeros que constituían mercado cautivo predispuesto a adquirir recuerdos. Los quioscos de prensa integraron progresivamente postales en su oferta, beneficiándose de alta visibilidad en espacios públicos concurridos.

 Esta red capilar alcanzaba capitales provinciales y enclaves turísticos secundarios. La llegada de postales desde talleres extranjeros requería cuatro a ocho semanas de plazo. Esta demora obligaba a los editores a anticipar demandas estacionales y mantener stocks suficientes para temporadas altas.

La reforma postal de 1897 permitió la circulación de postales ilustradas privadas con las mismas tarifas que los enteros postales oficiales. Esta medida catalizó la expansión del mercado y estimuló la entrada de nuevos editores regionales en MálagaBilbao, Valencia, Santander y Zaragoza.

La mayor parte de estas tarjetas se enviaron por turistas extranjeros a sus lugares de origen, lo que dificulta localizar ejemplares efectivamente circulados en el territorio durante el período, y, cuando circularon, se franquearon con el sello “el Pelón”, que reproducía la efigie infantil de Alfonso XIII (Carrasco Marqués, 2009).

El Reglamento del Servicio de Correos vigente, aprobado por Real Decreto de 7 de junio de 1898, estableció en su artículo 24 las dimensiones máximas de las tarjetas elaboradas por la industria privada: 14 centímetros de longitud por 9 centímetros de anchura. Esta reglamentación oficial estandarizó el formato postal español conforme a las normativas de la Unión Postal Universal.

2.5. Guerra, crisis y transformaciones (19141939)

La Edad de Oro de la tarjeta postal ilustrada, entre aproximadamente 1900 y 1914 , constituyó el primer sistema de comunicación visual de masas de la era moderna, articulado en la intersección entre industria gráfica , circulación postal y consumo cultural urbano (Carreras y Candi, 1903; Carrasco Marqués, 2009; Riego Amézaga, 1997). La lógica de la reproducción mecánica convirtió la imagen fotográfica en mercancía cultural seriada , accesible y coleccionable, democratizando el acceso a contenidos visuales mediante economías de escala e instaurando un régimen de visualidad cotidiana disciplinado por la logística postal, que integraba escritura breve y lectura de imágenes estandarizadas (Benjamin, 1936; Henkin, 1998; Prochaska y Mendelson, 2010).

La reforma de la Unión Postal Universal de 1905 , adoptada en España hacia 1905‑1906, autorizó el reverso dividido en dos secciones, una para el mensaje y otra para la dirección, liberando por completo el anverso para la imagen (Real Decreto, 1905; Henkin, 1998; Carrasco Marqués, 2018). Este nuevo diseño, con el sello en la esquina superior derecha y el formato estandarizado de 9 x 14 cm , convirtió la tarjeta postal en un soporte visual puro , maximizó el impacto estético y documental de la fotografía y eliminó la interferencia textual sobre la imagen (Riego Amézaga, 1997; Carrasco Marqués, 2018). Este ajuste formal, aparentemente menor, consolidó la primacía de la imagen, relegó el texto a un papel secundario y fijó el estatuto de la postal como “pequeño cuadro portátil” , concebido para ser mirado, admirado y conservado, más que solo leído (Prochaska y Mendelson, 2010; Mendelson, 2005; López Hurtado, 2013).

La homogeneización de superficies y la estandarización técnica facilitaron la clasificación postal mecanizada , aceleraron el procesamiento de volúmenes extraordinarios de correspondencia y constituyeron la base material de un auténtico mercado de masas , sostenida por altas tiradas y cadenas de distribución densas (Henkin, 1998; Carrasco Marqués, 2018). A partir de 1905, la producción ya no se concentró solo en Madrid y Barcelona , ​​sino que se desarrolló una industria especializada en Múltiples ciudades españolas, dando lugar a lo que puede denominarse plenamente Edad de Oro de la tarjeta postal , marcado por un crecimiento exponencial de la producción, multiplicación de casas editoriales y expansión del coleccionismo a escala europea (Riego Amézaga, 1997; Rickards y Twyman, 2000; Prochaska y Mendelson, 2010; Carrasco Marqués, 2018;

En el contexto internacional, Reino Unido y Estados Unidos alcanzaron volúmenes anuales extraordinarios de circulación, incorporando la postal a las rutinas de sociabilidad moderna ; Alemania lideró la tecnología fotomecánica y la exportación de maquinaria e impresos de alta calidad, mientras Francia destacó en ediciones artísticas y de lujo , influenciadas por el Art Nouveau (Prochaska, 1990; Prochaska y Mendelson, 2010). Este entorno transnacional funcionó como referente de calidad y modelo empresarial para el mercado español, reforzando la noción de Edad de Oro asociada a volumen, diversidad temática y mejora técnica continuada (Carrasco Marqués, 2009; Teixidor, 1999).

En España, la industria postal se profesionalizó mediante la división del trabajo , la fijación de estándares técnicos y la construcción de redes de distribución capilares , que vinculaban talleres de impresión con librerías, quioscos, estancos, hoteles y estaciones ferroviarias (Riego Amézaga, 1997; Carrasco Marqués, 2009). La gestión de catálogos por territorio y temática optimizó inventarios, ajustó tiradas a la demanda regional y consolidó un modelo empresarial moderno basado en la separación de funciones entre impresión, comercialización y administración, capaz de financiar reinversiones tecnológicas y ampliaciones de catálogo (Alonso Laza, 1997; Carrasco Marqués, 2009, 2018). Los controles de calidad en color, textura y acabado homogeneizaron las tiradas y situaron a los impresores españoles en niveles comparables a los europeos; firmas como Fototipia Thomas , Hauser y Menet , Castiñeira y Álvarez , Laurent/Lacoste o Dümmatzen se convirtieron en referentes por su capacidad de grandes tiradas con estándares uniformes y reconocimiento nacional e internacional (Teixidor, 1999; López Hurtado, 2013; Carrasco Marqués, 2018).

En el plano técnico, la fototipia se impuso por su relación coste‑calidad y su fidelidad tonal , desplazando a la cromolitografía en vistas urbanas y reportaje documental, mientras esta última conservó nichos de series artísticas y de lujo (Carrasco Marqués, 2009). La fototipia, basada en placas de vidrio con gelatina bicromatada expuestas por contacto a negativos, permitió tiradas de millas de ejemplares con detalle casi fotográfico y sin la trama de puntos típica de la litografía (López Hurtado, 2013). Las mejoras en emulsiones fotográficas , en haluros de plata y en papeles con capa de barita aumentan la definición y durabilidad de las imágenes, mientras que los papeles duros tipo Bristol facilitan la reproducción precisa de medios tonos y líneas finas en grandes series (Getty Conservation Institute, 2017; Carrasco Marqués, 2018). La definición de procedimientos estandarizados (exposición, entintado, pruebas, tirada, acabado) mantuvo la reproducibilidad y la competitividad internacional frente a los centros centroeuropeos, y la reticulación microscópica de la gelatina se consolidó como rasgo identificable crucial para el peritaje y la conservación contemporánea (Alonso Laza, 1997; Getty Conservation Institute, 2017; Carrasco Marqués, 2018).

En el plano comercial, la reutilización sistemática de archivos fotográficos permitió optimizar costes, lanzar nuevas series sin inversiones adicionales en captación de imágenes y generar variaciones regionales sobre un mismo repertorio de negativos, que se convirtieron en auténticos activos estratégicos (Carrasco Marqués, 2018). Los ritmos estacionales ligados al turismo y festividades locales marcaron los calendarios de producción y distribución, con tiradas reforzadas en temporadas altas y stocks prudentes en periodos de menor demanda, minimizando excedentes y estabilizando los flujos de caja (Alonso Laza, 1997; Carrasco Marqués, 2009). La postal se integró así en las rutinas de sociabilidad cotidiana , como mercancía de compra recurrente , generando fidelidad de marca y hábitos de consumo vinculados a la búsqueda de series completas ya la segmentación de públicos urbanos y regionales (Carrasco Marqués, 2009, 2018; McDonald et al., 2024).

En este marco se expandió la cartofilia , entendida como coleccionismo organizado de tarjetas postales, que se convirtió en un auténtico motor de la demanda y fenómeno social de gran alcance. A escala internacional, Alemania publicó las primeras revistas cartófilas en 1896, número que creció hasta ocho en 1905, indicando la rápida institucionalización del coleccionismo (Rickards y Twyman, 2000). En España, el movimiento cartófilo se articuló desde 1901 con revistas como España Cartófila y el Boletín de la tarjeta postal ilustrada , y con entidades como la Sociedad Cartófila Española HISPANIA , que fijaron criterios de clasificación , pautas de evaluación (rareza, calidad técnica, relevancia histórica, estado de conservación) y regulaciones de intercambio que consolidaron un mercado secundario especializado (Carrasco Marqués, 2009; Rickards y Twyman, 2000; McDonald et al., 2024).

Entre 1901 y 1906 se produjo una auténtica eclosión del coleccionismo , con intensos intercambios transnacionales y formación de álbumes familiares que pronto desbordaron a las élites alfabetizadas para extenderse a capas populares, a medida que se abarataban los envíos y se generalizaba la educación básica (Carrasco Marqués, 2009; Rickards y Twyman, 2000). Estos álbumes, primorosamente encuadernados y situados en lugares prominentes del hogar, funcionaban como archivos privados de memoria visual y como instrumentos de auto‑representación social , al exhibir viajes, redes de contacto, intereses culturales y capital simbólico de los propietarios (Garófano Sánchez, 2000; Riego Amézaga, 1997; McDonald et al., 2024). La postal dejó de ser una simple curiosidad para convertirse en pilar de la comunicación interpersonal y artefacto central de la cultura visual de la Belle Époque (Prochaska y Mendelson, 2010; Mendelson, 2005).

La expansión del mercado trajo consigo una notable diversificación temática . Aunque las vistas de ciudades, monumentos y paisajes siguieron siendo el género dominante, el repertorio iconográfico incorporó tipos populares , trajes regionales , escenas de costumbres , postales de actualidad , retratos de celebridades y reproducciones artísticas (Prochaska y Mendelson, 2010; Mendelson, 2005). Las series de tipos y trajes regionales contribuyeron a fijar visualmente un imaginario nacional y folclórico que, al tiempo que resaltaba la diversidad regional, la inscripción en un marco de identidad española (Garófano Sánchez, 2000; Riego Amézaga, 1997). Las postales de actualidad configuraron un rudimentario proto‑fotoperiodismo , documentando visitas reales, exposiciones, catástrofes, acontecimientos políticos y novedades tecnológicas, y contribuyendo a la formación de una opinión pública visual (Henkin, 1998; Prochaska y Mendelson, 2010). El mundo del espectáculo encontró en la postal un medio privilegiado de difusión: actrices, cantantes, toreros y otras celebridades protagonizaron innumerables series de circulación masiva (Mendelson, 2005; Millman, 2013). Paralelamente, la reproducción de obras de arte de museos como el Prado permitió la democratización de la alta cultura , alineada con los procesos de musealización y nacionalización del patrimonio (Mendelson, 2005; Prochaska y Mendelson, 2010).

Dentro de este vasto universo, la postal fotográfica o Real Photo Postcard (RPPC) ocupó un lugar singular. A diferencia de las postales impresas en fototipia u otros procedimientos, las RPPC eran fotografías originales positivadas sobre papel sensible con dorso postal , producidas en tiradas cortas, a menudo por fotógrafos locales , y cercanas a una lógica semi‑artesanal (Millman, 2013). Esta forma de producción les confiere un valor documental excepcional , ya que registran escenas de vida cotidiana , espacios periféricos y acontecimientos menores que raramente entraban en el repertorio estandarizado de los grandes editores (Millman, 2013; López Hurtado, 2013). Como destaca Millman, estas imágenes proporcionan una visión casi “sin filtros” de la realidad local, de enorme riqueza para el historiador, difícil de reemplazar por otras fuentes visuales (Millman, 2013).

Al mismo tiempo, la postal se vinculó a las Exposiciones Universales y grandes eventos, que generaron series conmemorativas dedicadas a arquitecturas efímeras, innovaciones técnicas y símbolos de la modernidad industrial , democratizando el acceso visual a estos espectáculos y reforzando el papel de la postal como vector de turismo y espectáculo a escala europea (Prochaska, 1990; Henkin, 1998; Prochaska y Mendelson, 2010). Estas series alimentaron auténticas pedagogías de la mirada moderna , estandarizando el encuadre y el punto de vista y entrenando una mirada urbana funcional, repetible y acumulativa en álbumes domésticos, en sintonía con los procesos de modernización del espacio público (Benjamin, 1936; Henkin, 1998).

El resultado acumulado de este proceso fue la creación de un vasto archivo visual que documentó transformaciones urbanas, acontecimientos y prácticas sociales con valor duradero, convirtiendo la tarjeta postal ilustrada en fuente primaria indispensable para la historia urbana , los estudios culturales y el análisis de la modernización social (López Hurtado, 2013; Prochaska y Mendelson, 2010; McDonald et al., 2024). La seriación temática y cronológica permite análisis diacrónicos del cambio urbano y de los usos del espacio público, mientras la materialidad del soporte —papeles baritados, cartulinas, tintas y huellas de uso— determina condiciones de conservación y estrategias de acceso archivístico (Getty Conservation Institute, 2017; López Hurtado, 2013). Los álbumes y repertorios cartófilos actúan como archivos iconográficos híbridos , que integran memorias privadas y repertorios públicos, y hoy sustentan metodologías específicas de descripción y preservación (López Hurtado, 2013; McDonald et al., 2024).

La Primera Guerra Mundial (1914‑1918) marcó el inicio del declive bélico de este sistema. El conflicto alteró las cadenas tecnológicas y comerciales del sector mediante la escasez de materias primas , el encarecimiento del papel y la reorientación de recursos hacia el frente (Laguna‑Platero, 2021; García Cabrera, 2017; Tworek, 2017). El precio del papel llegó a triplicarse; Alemania perdió acceso a madera rusa y otros insumos, mientras celulosa y sulfito se destinaron a usos sanitarios y militares, y productos químicos clave para el blanqueo (cloro, disulfuro de hierro, resinas) se desviaron al esfuerzo bélico, provocando una evidente pérdida de calidad con papeles más grises y quebradizos (Tworek, 2017). Muchos talleres se vieron forzados a producir artículos de papel de menor calidad (sobres, bolsas), mientras los gobiernos introducían racionamientos y sistemas de asignación de papel que restringieron longitudes y paginación, afectando a la prensa ya las artes gráficas (Tworek, 2017).

La correspondencia bélica tensionó las redes postales , que debieron absorber un enorme volumen de cartas y tarjetas hacia el frente, al tiempo que se reorientaba la producción hacia la propaganda y la conmemoración bélica , bajo el control de aparatos de censura cada vez más institucionalizados, como la Ley de Represión del Espionaje de 8 de julio de 1918 (García Cabrera, 2017). La administración postal española enfrentó una crisis organizativa que culminó con el movimiento juntista , la militarización del Cuerpo de Correos y Telégrafos en marzo de 1918 y posteriores reducciones de plantilla y reestructuraciones (García Cabrera, 2017). Paralelamente, la Oficina Pro‑Cautivos , creada en octubre de 1914, comenzó a gestionar importantes volúmenes de correspondencia humanitaria , introduciendo prácticas de archivo y tramitación masiva con códigos específicos de clasificación (García Cabrera, 2017).

En este escenario, la neutralidad española otorgó al país una posición estratégica como intermediario postal y comercial, especialmente a partir del bloqueo del naval británico y del acuerdo franco‑alemán de 1917 que autorizó el tránsito de correspondencia familiar señalizada a través de España (García Sanz, 2014). El Estado español se convirtió en uno de los principales proveedores de materias primas y alimentos para la Entente, mientras se interrumpían las relaciones comerciales con Alemania, generando un auge económico desigual y fuertes tensiones sociales internas (García Sanz, 2014). En el terreno editorial, las casas españolas reorientaron parte de su producción hacia series propagandísticas dirigidas a la opinión pública neutral, con imágenes de alta carga emocional en las que embajadas y legaciones de los bandos contendientes financiaban campañas de influencia mediante prensa y material gráfico (Riego Amézaga, 2016; García Cabrera, 2017). La censura postal restringió la libre circulación de contenidos e incidió en la prensa, el telégrafo y el teléfono, rompiendo la relativa libertad editorial de la Edad de Oro (García Sanz, 2014; García Cabrera, 2017). Al mismo tiempo, la inauguración de las primeras líneas de correo aéreo internacional en 1919 anunció nuevos vectores de modernización comunicacional para la década siguiente (Carrasco Marqués, 2018).

El periodo posbélico consolidó el declive del medio como sistema central de comunicación de masas. La calidad técnica de las producciones se deteriorará por la persistente escasez de materiales de alta calidad y la reducción de inversiones en equipamiento especializado; las tiradas se contrajeron y los temas se desplazaron hacia la conmemoración bélica y la reconstrucción nacional , alejándose del optimismo turístico y cosmopolita precedente (Henkin, 1998; Prochaska y Mendelson, 2010). Los grandes impresores redujeron estándares por falta de buenas cartulinas y tintas, mientras emergían nuevos medios de comunicación como la radio y el cine , que empezaron a disputar a la postal su función informativa y lúdica (Henkin, 1998; Carrasco Marqués, 2018). El mercado publicitario , afectado por la crisis económica, se fragmentó entre múltiples soportes, debilitando las bases financieras de las empresas postales (Quintero Moreno, 2001). El cambio del gusto popular hacia formatos más dinámicos y narrativos relegó la postal a funciones más específicas de recuerdo y coleccionismo especializado (Carrasco Marqués, 2018; López Moreno, 2021).

En este contexto, las postales perdieron calidad e interés generalista , salvo excepciones, y la tarjeta postal transitó de medio de comunicación masiva a objeto cultural especializado , con menores volúmenes de circulación pero mayor concentración de valor en determinadas series y temáticas patrimoniales (López Moreno, 2021). La cartofilia continuó activa, pero de forma más selectiva y guiada por criterios de rareza y estado de conservación ; incluso los términos cartófilo y cartofilia cayeron progresivamente en desuso (Rickards y Twyman, 2000). Sin embargo, el legado técnico de la fototipia, la cromolitografía y la gestión de archivos iconográficos permitió la supervivencia de talleres especializados y aseguró la preservación de repertorios que hoy constituyen infraestructuras documentales cruciales para el estudio del urbanismo , el turismo y la cultura visual del cambio de siglo (Riego Amézaga, 2016; López Hurtado, 2013; Carrasco Marqués, 2018; McDonald et al., 2024).

En síntesis, la Edad de Oro de la tarjeta postal ilustrada se explica por la convergencia de estandarización formal , innovación fotomecánica , redes comerciales densas y una cultura visual de masas emergente que integró comunicación breve y consumo seriado de imágenes (Carrasco Marqués, 2009; Benjamin, 1936; Prochaska y Mendelson, 2010). La Primera Guerra Mundial reconfiguró este medio por la vía del choque de insumos , la regulación política y la competencia mediática , poniendo fin a su hegemonía como comunicación visual de masas, pero dejando tras de sí un patrimonio técnico y documental de primer orden que sostiene su vigencia como fuente primaria para la comprensión de la sociedad de principios del siglo XX (Tworek, 2017; Riego Amézaga, 2016; López Moreno, 2021; McDonald et al., 2024).

Aunque España se mantuvo oficialmente neutral durante la Primera Guerra Mundial, el conflicto tuvo repercusiones económicas, sociales y culturales que afectaron de manera directa a la industria postal (Henkin, 1998).

En el plano económico, la guerra interrumpió las cadenas de suministro internacional: la dependencia de materiales importados, como el papel de alta calidad, los productos químicos fotográficos o las tintas, muchos procedentes de Alemania, provocó escasez y encarecimiento (Twyman, 1998; López Hurtado, 2013).

Como consecuencia, la producción de postales en España durante estos años experimentó una notable caída en la calidad técnica y estética, alejándose de los estándares de excelencia de la fototipia de la década anterior (Carrasco Marqués, 2018).

En el plano cultural y político, la Gran Guerra transformó el contenido y la función de la postal a escala internacional, revelando su formidable potencial como herramienta de propaganda (Prochaska y Mendelson, 2010).

En los países beligerantes, los gobiernos y ejércitos movilizaron la producción de tarjetas postales a escala industrial para sostener el esfuerzo bélico, difundir consignas patrióticas y moldear la opinión pública (Prochaska, 1990; Prochaska y Mendelson, 2010).

Millones de postales circularon con imágenes que exaltaban el heroísmo de los soldados, demonizaban al enemigo mediante caricaturas, reforzaban el orgullo nacional con símbolos patrióticos y llamaban al reclutamiento o a la suscripción de bonos de guerra (Prochaska y Mendelson, 2010).

La tarjeta postal se convirtió así en una auténtica arma psicológica, un vehículo para construir el consenso y mantener la moral, tanto en el frente como en la retaguardia (Prochaska, 1990; Henkin, 1998).

En la España neutral, la temática bélica también impregnó la producción de postales, aunque de modo más ambiguo, reflejando la división interna entre aliadófilos y germanófilos (Mendelson, 2005).

Circularon series que reproducían escenas de combate obtenidas de fuentes extranjeras, postales satíricas sobre los líderes de las naciones en conflicto y tarjetas de carácter humanitario que promovían campañas de ayuda a heridos o refugiados (Mendelson, 2005; López Hurtado, 2013).

Este período fue, por tanto, un verdadero laboratorio de propaganda, que demostró la eficacia de la imagen postal como vehículo ideológico y enseñó a toda una generación el poder político de la postal para movilizar emociones y construir narrativas (Benjamin, 1936; Prochaska y Mendelson, 2010).

Entre 1914 y 1939, la postal experimenta un proceso de desplazamiento de su posición central como medio de comunicación de masas, a la par que se reviste de una creciente densidad ideológica y se adapta a un ecosistema mediático en el que emergen nuevos competidores (Henkin, 1998; López Hurtado, 2013).

Esta fase final del ciclo clásico puede descomponerse en cuatro momentos clave: el impacto de la Gran Guerra y la consolidación de la postal de propaganda (2.5.1); la crisis de los años veinte y la adaptación empresarial a la lógica del souvenir turístico (2.5.2); la intensa politización durante la Segunda República y la Guerra Civil, con la proliferación de postales ideológicas (2.5.3); y el declive del modelo clásico en el contexto de la dictadura franquista, acompañado de nuevas tendencias en la producción (2.5.4) (Prochaska y Mendelson, 2010; López Hurtado, 2013).

2.5.2. Crisis de los años veinte y adaptación empresarial

Concluida la guerra, la industria de la tarjeta postal no recuperó el esplendor de la Edad de Oro.

La década de 1920 estuvo marcada por una profunda crisis de identidad del medio y por la necesidad de redefinir su función en un ecosistema mediático transformado (López Hurtado, 2013).

La postal se vio confrontada a la competencia de dos innovaciones que erosionaron sus funciones principales: por un lado, la creciente expansión del teléfono absorbió buena parte de la comunicación interpersonal rápida y urgente; por otro, el auge de las revistas ilustradas —como Blanco y Negro, La Esfera o Mundo Gráfico— desplazó a la postal como cronista visual de la actualidad (Mendelson, 2005; Prochaska y Mendelson, 2010).

Ante esta doble amenaza, la industria postal se vio obligada a una adaptación empresarial estratégica, reorientando su producto hacia nichos específicos (López Hurtado, 2013).

La principal vía de supervivencia fue la especialización turística: la tarjeta postal abandonó progresivamente su función de medio de comunicación masiva para consolidarse como recuerdo turístico o souvenir, centrado en la certificación visual del viaje (Mendelson, 2005).

Su propósito ya no era tanto transmitir un mensaje complejo, sino atestiguar la presencia en un lugar: el énfasis recaía en la imagen del destino —playas, monumentos, hoteles, infraestructuras—, mientras el texto quedaba reducido a breves fórmulas (Mendelson, 2005; López Hurtado, 2013).

Este giro fue favorecido por las políticas de fomento del turismo durante la dictadura de Primo de Rivera (19231930), que impulsaron la creación del Patronato Nacional de Turismo y la mejora de infraestructuras viarias y ferroviarias (Mendelson, 2005).

Los editores de postales encontraron en los viajeros —nacionales y extranjeros— un público estable y en constante renovación, lo que garantizó la continuidad del negocio, aunque en una escala y con una función distintas a las de la Edad de Oro (Mendelson, 2005; López Hurtado, 2013).

En paralelo, se produjo una transformación estética y técnica: las costosas y delicadas fototipias fueron siendo reemplazadas por técnicas de impresión más económicas y rápidas, como el offset en color, que facilitaron grandes tiradas a costa de una cierta pérdida de calidad tonal (Twyman, 1998; Carrasco Marqués, 2018).

Las nuevas producciones incorporaron elementos del Art Déco y de otros lenguajes gráficos de la época, visibles en el uso de composiciones geométricas, tipografías modernas y un estilo más sintético y publicitario (Mendelson, 2005).

La postal de los años veinte es, en definitiva, un objeto que ha perdido su centralidad cultural, pero que demuestra una notable resiliencia, al encontrar un nuevo nicho de mercado en el turismo y adaptarse a las nuevas condiciones del capitalismo cultural (López Hurtado, 2013; Prochaska y Mendelson, 2010).

2.5.3. Segunda República y Guerra Civil: postales políticas e ideológicas (19311939)

La proclamación de la Segunda República en 1931 inauguró un período de intensa polarización política y efervescencia cultural en el que la imagen adquirió un protagonismo creciente en la lucha por el espacio público (Mendelson, 2005).

En este contexto, la tarjeta postal experimentó una transformación profunda, convirtiéndose en un instrumento privilegiado de propaganda ideológica, especialmente durante la Guerra Civil (19361939) (López Hurtado, 2013; Prochaska y Mendelson, 2010).

El bando republicano, vinculado a las vanguardias artísticas y a un programa de reforma social, utilizó la postal como vehículo para difundir los logros y aspiraciones del nuevo régimen, celebrando las reformas —educativa, agraria, laicización— y promoviendo valores de democracia, libertad y cultura (Mendelson, 2005).

Artistas y diseñadores gráficos, a menudo relacionados con corrientes como el surrealismo, el constructivismo o el realismo social, pusieron su talento al servicio de la causa, empleando técnicas como el fotomontaje para crear imágenes de gran impacto, que con frecuencia circulaban tanto en formato cartel como en tarjeta postal (Mendelson, 2005; Prochaska y Mendelson, 2010).

Estas postales republicanas exaltaban la defensa de la República, llamaban a la resistencia antifascista, representaban a la mujer miliciana, glorificaban al pueblo en armas y denunciaban los horrores de la guerra, en un esfuerzo por ganar la batalla de la opinión pública nacional e internacional (Mendelson, 2005).

El bando sublevado o “nacional”, por su parte, articuló un discurso visual basado en la exaltación del liderazgo militar, la tradición católica y la idea de una “cruzada” contra el comunismo y la anarquía, recurriendo a un lenguaje visual más academicista y conservador (Mendelson, 2005; Prochaska y Mendelson, 2010).

Las postales franquistas glorificaban la figura de Francisco Franco como Caudillo, utilizaban profusamente la iconografía religiosa —Sagrado Corazón, vírgenes patronas, símbolos marianos— y se apoyaban en la heráldica histórica —Reyes Católicos, Cruz de Borgoña— para legitimar el levantamiento como restauración de una España eterna y católica (Mendelson, 2005; López Hurtado, 2013).

Simultáneamente, difundían emblemas de organizaciones como la Falange Española (yugo y flechas) o el carlismo (boina roja, cruz de Borgoña), construyendo así un panteón simbólico del nuevo régimen (Mendelson, 2005).

Estas postales de guerra, en ambos bandos, no son meras ilustraciones: constituyen fuentes primarias de primer orden, que condensan los discursos políticos, las emociones colectivas y el imaginario simbólico de la contienda (López Hurtado, 2013).

Como subraya López Hurtado (2013), su análisis mediante un modelo documental sistemático permite reconstruir las estrategias comunicativas, las jerarquías simbólicas y las representaciones del enemigo, revelando cómo la guerra se libró también en el campo de la imagen.

En este sentido, la tarjeta postal se convierte en un auténtico “campo de batalla visual”, donde cada bando pugna por ocupar el espacio simbólico, legitimar su proyecto y deshumanizar al adversario (Benjamin, 1936; Prochaska y Mendelson, 2010).

2.5.4. Declive del modelo clásico y nuevas tendencias

El final de la Guerra Civil en 1939 y la instauración de la dictadura franquista marcan el cierre del ciclo histórico de la tarjeta postal clásica, aunque el soporte no desaparece por completo (López Hurtado, 2013).

La intensa politización de los años previos da paso a una producción fuertemente condicionada por la censura, en la que la postal se utiliza para perpetuar la iconografía de la victoria, exaltar al régimen y promover una imagen oficialista de la nación, centrada en el nacionalcatolicismo y el folklore sancionado (Mendelson, 2005).

Sin embargo, su rol como instrumento de comunicación interpersonal masiva había quedado comprometido desde los años veinte, debido a la consolidación del teléfono y a la creciente popularización de la fotografía personal mediante cámaras asequibles, como las Kodak Brownie, que permitían a los individuos generar y compartir sus propias imágenes (Henkin, 1998; McCauley, 2011).

En este nuevo contexto, la tarjeta postal se estabiliza definitivamente en el nicho del recuerdo turístico, funcionando ante todo como souvenir estandarizado que certifica el viaje y ofrece una imagen estereotipada del lugar visitado (Mendelson, 2005; López Hurtado, 2013).

La producción de la posguerra se caracteriza por un descenso general de la calidad, con predominio de la impresión offset a color de baja resolución, una estética a menudo kitsch y la proliferación de formatos como las postales “acordeón” (plegables) o las de colores saturados y barnices brillantes (Twyman, 1998; Mendelson, 2005).

El modelo clásico —el de la postal que había revolucionado la comunicación, democratizado la imagen y servido como campo de batalla ideológico entre 1869 y 1939— había concluido su trayectoria histórica, dejando paso a un objeto de consumo turístico más banalizado (López Hurtado, 2013).

Su legado, sin embargo, permanece en los millones de ejemplares conservados en archivos, bibliotecas, museos y colecciones privadas, que constituyen un inmenso archivo visual todavía en proceso de exploración y análisis (McDonald, Olguín y GlowackaMusial, 2024; Rickards y Twyman, 2000).

La tarjeta postal ilustrada, en su ciclo clásico entre 1869 y 1939, se revela así como una fuente primaria privilegiada para estudiar la modernización española, la cultura visual, las mentalidades, las prácticas comunicativas y las relaciones de poder que atravesaron la sociedad de su tiempo (López Hurtado, 2013; Carrasco Marqués, 2018).

Referencias en formato APA

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