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5/10/25

2.1.2. Llegada a España: Los Primeros Enteros Postales

El nacimiento del primer entero postal en España se produce en un contexto de transformación de los sistemas de comunicación modernos. La Real Orden de mayo de 1871, firmada por Práxedes Mateo Sagasta durante el reinado de Amadeo de Saboya, autoriza la creación de las tarjetas postales en el país. Sin embargo, la Administración de Correos no pone a disposición del público modelos oficiales de inmediato, generando un vacío editorial.

El primer entero postal oficial español sale a la venta el 1 de diciembre de 1873, ya en tiempos de la Primera República. Estas tarjetas llevan la inscripción "República Española Tarjeta Postal" y un sello impreso de 5 céntimos con la efigie de la República. El diseño oficial reserva el anverso para la dirección del destinatario y una nota que indica: "Lo que debe escribirse se hará en el reverso e irá firmado por el remitente". Estas características responden a la necesidad de un sistema postal sencillo, barato y rápido, accesible para gran parte de la población urbana.

En el intervalo entre la autorización legal y la aparición de los enteros oficiales, iniciativas privadas intentan cubrir la demanda social de comunicación postal. Editores como Abelardo de Carlos, director de "La Moda Elegante Ilustrada", lanzan tarjetas postales que respetan las dimensiones reglamentarias pero no gozan del franqueo preferente oficial. Estas tarjetas precursoras circulan pagando la tarifa de carta ordinaria, pues la normativa postal vigente solo permite el uso de la tarifa reducida a los modelos oficiales. En este periodo se editan en España más de treinta modelos diferentes de tarjetas privadas, algunas vinculadas a personajes relevantes como Mariano Pardo de Figueroa (Dr. Thebussem).

La prohibición de los enteros privados llega con la puesta en circulación de los modelos oficiales. El gobierno declara ilegal la emisión y uso de tarjetas postales privadas en noviembre de 1873, justo antes de la salida al mercado de los enteros postales estatales. Esta medida responde a la defensa del monopolio estatal sobre los servicios postales y a la necesidad de garantizar la uniformidad y el control administrativo del correo.

La Real Orden de 10 de mayo de 1871 estableció que estos documentos circularían a la mitad del precio de las cartas ordinarias, reconociendo la ventaja económica y práctica del nuevo formato. Las tarjetas debían ajustarse a dimensiones estándar (14 x 9 cm), reservar el anverso para la dirección del destinatario y el reverso para el mensaje, y fabricarse en cartulina de buena calidad (Guereña, 2005; Cotter Mauriz, 1973).

Durante los dos años y medio entre la Real Orden de 1871 y la aparición del primer entero postal oficial, se desarrolló un fenómeno singular: la circulación de enteros postales privados como respuesta a la demanda social y comercial no satisfecha por la Administración. Los editores particulares aprovecharon este vacío legal para imprimir y poner en circulación tarjetas postales a modo privado, similares a los modelos extranjeros, con publicidad en los bordes y cumpliendo las dimensiones establecidas, pero debían franquearse con sellos adhesivos al precio completo de una carta ordinaria (Guereña, 2005).

El primer entero postal oficial español se puso finalmente a la venta el 1 de diciembre de 1873. La tarjeta llevaba impresa la inscripción "República española Tarjeta postal" y un sello de 5 céntimos con la efigie alegórica de la República, impreso en azul y negro mediante el sistema de estampación directa sobre la cartulina. El diseño fue grabado por Joaquim Pi i Margall. Las instrucciones impresas eran claras: "Lo que debe escribirse se hará en el reverso e irá firmado por el remitente". El reverso quedaba completamente en blanco, disponible para el mensaje del remitente, sin ilustración o decoración alguna (Cotter Mauriz, 1973; Guereña, 2005).

La prohibición de las tarjetas privadas se decretó mediante Real Orden del 8 de noviembre de 1873, apenas tres semanas antes de la puesta en venta de los enteros oficiales. Esta prohibición establecía el monopolio estatal sobre la emisión de enteros postales con sello impreso, respondiendo a motivaciones fiscales y de control administrativo. El Estado deseaba asegurar sus ingresos por el servicio postal y evitar la competencia de editores privados (Rodríguez Gutiérrez, 2000; Carrasco Marqués, 2009).

El Reglamento de Correos de 1889 introdujo una novedad fundamental: la autorización de tarjetas postales privadas. El artículo 24 establecía la circulación de tarjetas postales elaboradas por particulares en cartulinas de buena calidad, con las dimensiones señaladas para las oficiales y llevando adheridos sellos de correos por valor igual al precio de las oficiales. Esta disposición legalizaba lo que había sido prohibido en 1873, abriendo el camino para el desarrollo de la tarjeta postal ilustrada privada (Martínez Alcubilla, 1892; Guereña, 2005).

La autorización de 1889 se completó con la Real Orden del 31 de diciembre de 1886, que derogaba la prohibición de 1873. La Real Orden del 28 de enero de 1887 extendía la autorización al envío internacional, conforme a los acuerdos de la Unión Postal Universal. España se alineaba así con la práctica internacional que desde 1878 permitía la edición privada de tarjetas postales, siempre que cumplieran los requisitos técnicos y llevaran sellos adhesivos del valor apropiado.

El periodo 1873-1886 constituyó una etapa de monopolio estatal efectivo sobre los enteros postales. Durante estos trece años, solo circularon las tarjetas emitidas por la Administración de Correos con sello impreso. Esta situación contrastaba con otros países europeos, como Francia o Alemania, donde la industria privada había impulsado tempranamente la diversificación temática y estética de las tarjetas postales (Carreras y Candi, 1903).

La liberalización de 1886-1887 transformó radicalmente el panorama postal español. Los editores privados obtuvieron la posibilidad legal de imprimir y comercializar tarjetas postales, abriendo un campo para la creatividad artística y comercial. Las primeras tarjetas postales ilustradas aparecieron hacia 1890, aunque las más antiguas conservadas con matasellos datan de 1892. La empresa madrileña Hauser y Menet se convirtió en el principal editor de postales ilustradas en España, con una producción que alcanzó las 500.000 tarjetas mensuales en 1902 (Carreras y Candi, 1903).

El valor histórico de los enteros postales precursores y oficiales de 1871-1873 trasciende su función postal inmediata. Estos documentos constituyen testimonios esenciales para comprender la modernización de las comunicaciones en la España del Sexenio Democrático y la Primera República. Las tarjetas conservan información sobre rutas postales, tarifas, matasellos y prácticas epistolares, permitiendo reconstruir aspectos cotidianos de la vida española que a menudo escapan a las fuentes documentales tradicionales (López Hurtado, 2013).

La transición del entero oficial a la tarjeta postal ilustrada privada marcó un cambio cualitativo fundamental. Los enteros oficiales de 1873 carecían de cualquier ilustración, limitándose a cumplir una función postal utilitaria. La liberalización de 1886-1887 permitió incorporar elementos visuales: fotografías, cromolitografías, dibujos artísticos. Esta transformación convirtió la tarjeta postal en un objeto cultural complejo, que combinaba funciones comunicativas, estéticas, documentales y comerciales (Riego Amézaga, 1997).

Referencias

  • Carrasco Marqués, M. (2009). Las tarjetas postales ilustradas de España circuladas en el siglo XIX (2ª ed.). Edifil.
  • Carreras y Candi, F. (1903). Las tarjetas postales en España. Imprenta de Francisco Altés.
  • Cotter Mauriz, A. (1973). Catálogo de enteros postales de España 1873-1973. Autor.
  • Guereña, J. L. (2005). Imagen y memoria. La tarjeta postal a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Berceo, 149, 35-58.
  • López Hurtado, M. (2013). La tarjeta postal como documento. Estudio de usuarios y propuesta de un modelo analítico: Aplicación a la colección de postales del Ateneo de Madrid [Tesis doctoral]. Universidad Complutense de Madrid.
  • Martínez Alcubilla, M. (1892). Diccionario de la administración española (5ª ed., t. III). Autor.
  • Riego Amézaga, B. (1997). La tarjeta postal, entre la comunicación interpersonal y la mirada universal. En B. Riego et al., Santander en la tarjeta postal ilustrada (1897-1941) (pp. 19-57). Fundación Marcelino Botín.
  • Rodríguez Gutiérrez, J. M. (2000). La iniciativa privada en los enteros postales españoles. España Coleccionista, 8 (segunda época), 4-21.

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