La emergencia y consolidación de la tarjeta postal ilustrada como artefacto cultural de masas no puede comprenderse sin atender al conjunto de innovaciones tecnológicas en el ámbito de la reproducción gráfica que hicieron posible su producción a gran escala, su abaratamiento progresivo y su capacidad para conjugar texto e imagen fotográfica en un formato estandarizado, portátil y accesible (Twyman, 1998; Rickards, 1982). La tarjeta postal fue un fenómeno creado en el siglo XIX y desarrollado a lo largo de todo el siglo XX, que no habría existido sin una fuerte industria fotográfica a sus espaldas. El desarrollo industrial y económico, los medios de transporte, el turismo creciente, el eficiente sistema de correo con precios reducidos, los novedosos procesos de impresión y el atractivo de la fotografía contribuyeron a la creciente demanda de estos pequeños y preciosos objetos visuales. La historia de la tarjeta postal ilustrada es, en este sentido, inseparable de la historia de la fotografía, de la litografía y de las técnicas fotomecánicas que permitieron transformar la imagen fotográfica única en imagen reproducible en serie, democratizando el acceso a la representación visual y configurando un nuevo régimen de visualidad característico de la modernidad (Benjamin, 1936; Twyman, 1998).
El siglo XIX representó
una de las transformaciones más profundas en la historia de la cultura
visual, al articular la invención de la fotografía con la
mecanización de la imprenta impulsada por la máquina de vapor, la
prensa cilíndrica y el uso de papel continuo (Newhall, 2002;
Domingo et al., 1991). La aparición de la fotografía y el desarrollo de la tecnología
de impresión modificaron las formas de producir, reproducir y
comunicar las imágenes, sentando las bases de la modernidad mediática
y de una economía de la reproducción seriada. Ambas innovaciones, aunque
surgidas de saberes distintos —la primera de la investigación óptico‑química
y la segunda de la evolución industrial de la prensa—, convergieron en
un mismo ideal: democratizar la mirada y convertir la imagen en
un instrumento de conocimiento y de intercambio social (McLuhan,
1964; Debray, 1994).
Como señaló McLuhan (1964), toda innovación
técnica altera los modos de percepción y representación, de
modo que la fotografía y la imprenta mecanizada reestructuraron la
relación del ser humano con la realidad visible. El paso de la prensa
manual a la prensa accionada por vapor, a los cilindros rotativos
y al papel en bobina multiplicó la escala y la velocidad de los
impresos, a la vez que la fotografía estabilizaba un nuevo régimen de verdad
visual (Mustalish, 2000; Raviola, 1969). Este capítulo analiza ese proceso
desde un enfoque histórico y técnico, abordando los fundamentos
científicos de la fotografía y los avances gráficos que permitieron
su difusión masiva, especialmente a través de la tarjeta postal ilustrada,
objeto simbólico de la modernidad visual y de la cultura de la imagen
reproducible (Phillips, 2000).
1.
Fotografía y modernidad: una revolución de la mirada
La fotografía, nacida en
la primera mitad del siglo XIX, fue mucho más que una innovación tecnológica:
instauró un nuevo régimen epistemológico del ver y representar (Newhall,
2002). Definida etimológicamente como el arte de escribir con luz (phōs
+ graphía), combinó rigor científico, registro documental y expresión
artística, permitiendo reproducir el mundo visible con una exactitud
sin precedentes y reduciendo la brecha entre observación y representación
(Sougez, 1991).
Como apuntó Sontag (1981), la
fotografía debe entenderse como fenómeno cultural y filosófico
que transformó la memoria y la identidad, antes que como simple
artefacto técnico. Al capturar la luz y fijarla en un soporte material,
instauró un nuevo tipo de verdad visual, cimentando la confianza moderna
en la imagen como prueba y en su capacidad de funcionar como lenguaje
universal (Sontag, 1981; Debray, 1994). En este contexto, la posterior
convergencia entre fotografía e impresión industrial hizo posible que la
fotografía dejara de ser una experiencia singular para convertirse en un bien serializado
y distribuido en masa.
2.
Antecedentes ópticos y experimentación científica
Los antecedentes de la fotografía
se sitúan en la cámara oscura, descrita por Aristóteles y Alhacén,
que demostró la propagación rectilínea de la luz y el principio de la
proyección de una escena exterior sobre una superficie interior (Sánchez Vigil,
2002). Durante el Renacimiento, Leonardo da Vinci profundizó en
la analogía entre el ojo humano y la cámara oscura, formulando una
concepción del registro mecánico de la visión que anticipaba la lógica
de la fotografía (Sánchez Vigil, 2002).
Entre los siglos XVII y XVIII,
las investigaciones sobre sales de plata de Schulze y Scheele
revelaron la sensibilidad lumínica de determinados compuestos, mientras
que Wedgwood y Davy trabajaron con papel sensibilizado y
proyecciones efímeras que no podían fijarse de modo estable (Newhall, 2002).
Estos ensayos marcaron el paso de la especulación científica a los
intentos de fijación material de la imagen, abriendo el camino a la
invención fotográfica propiamente dicha (Sougez, 2016).
3. El
siglo XIX: invención y expansión de la fotografía
En 1826, Nicéphore Niépce
obtuvo la primera imagen permanente mediante heliografía,
utilizando betún de Judea sobre una placa metálica expuesta durante
horas (Sougez, 1991). Su colaborador Louis Daguerre perfeccionó el
procedimiento y presentó en 1839 el daguerrotipo, imagen única y de gran
nitidez, pero irreproducible, que inauguró la circulación social
del retrato fotográfico en estudios urbanos (Newhall, 2002).
Casi simultáneamente, William
Henry Fox Talbot desarrolló el calotipo, basado en el principio
negativo‑positivo, que permitió la reproducción múltiple de copias a
partir de un solo negativo (Newhall, 2002). La posterior invención del colodión
húmedo por Frederick Scott Archer (1851) mejoró la definición
y redujo los tiempos de exposición, mientras que las placas secas de Richard
Leach Maddox (1871) liberaron al fotógrafo de la necesidad de revelado
inmediato, facilitando el trabajo en exteriores y la producción profesional
(Sougez, 2016).
El cierre de este ciclo técnico
llegó con George Eastman, quien introdujo el rollo de celuloide
(1884–1888) y popularizó la cámara Kodak, cuyo lema “Usted aprieta el
botón, nosotros hacemos el resto” simbolizó la democratización popular de la
imagen (Newhall, 2002). Con ello se inició la fotografía doméstica,
transformando la experiencia visual en práctica cotidiana y preparando
el terreno para soportes estandarizados como la fototarjeta y la postal
fotográfica (Bogdan y Weseloh, 2006).
4. La
expansión social de la imagen
El perfeccionamiento del papel
al bromuro de plata garantizó copias más rápidas, estables y
de mayor contraste, lo que consolidó la circulación comercial del
retrato y de la vista urbana (Newhall, 2002). La fotografía estereoscópica
(Brewster, 1849) y la carte de visite (Disdéri, 1854) reforzaron la idea
de una imagen socialmente compartida, reproducible en series y
susceptible de ser coleccionada, intercambiada y exhibida en álbumes familiares
(Walter, 2003).
En paralelo, la modernidad
industrial —marcada por el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad
y la prensa ilustrada— generó una nueva cultura visual global en
la que la imagen circuló a velocidades inéditas (Debray, 1994). La fotografía,
integrada en este entramado tecnológico, se convirtió en medio de
documentación, instrumento de educación visual y símbolo de
progreso, contribuyendo a la construcción de imaginarios nacionales y
urbanos (Bozal, 1979; Debray, 1994). Dentro de este contexto, la tarjeta
postal ilustrada condensó el ideal moderno de velocidad comunicativa,
accesibilidad económica y masificación de la mirada, articulando
texto breve, imagen reproducida y circulación postal (Phillips, 2000).
5. La
revolución de la impresión industrial: vapor, cilindro y papel continuo
Los métodos de impresión
experimentaron en el siglo XIX una transformación radical, ligada a la
aplicación de la máquina de vapor a la prensa tipográfica y al
desarrollo de la prensa de cilindro y la rotativa (Domingo et
al., 1991; Carrete, 2001). El grabado en madera y el aguafuerte,
dependientes del trabajo manual y de la presión plana, resultaban
insuficientes para atender la creciente demanda de impresos de la producción
en masa (Carrete, 2001). La introducción de prensas accionadas por vapor
permitió aumentar de forma exponencial la velocidad de impresión y la
regularidad del proceso, rompiendo con los ritmos de la imprenta artesanal
(Domingo et al., 1991).
La clave de esta mutación fue el
paso de la prensa de plancha plana a sistemas basados en el cilindro y,
posteriormente, en la rotación continua. El ajuste de las formas
impresoras a cilindros giratorios hizo posible un movimiento constante, sin
interrupciones por el retorno de la cama de impresión, lo que multiplicó el
número de impresiones por hora y redujo de forma drástica los costes por
ejemplar (Mustalish, 2000). La innovación se completó con el uso de papel
continúo producido en bobinas, fruto de la mecanización de la
fabricación de papel a partir de pulpa de madera, que permitía alimentar
la máquina sin interrupciones y sincronizar el flujo del soporte con el giro de
los cilindros (Domingo et al., 1991; Historia y evolución del papel, 2020).
En este entorno surgieron los procesos
fotomecánicos, que posibilitaron transferir imágenes fotográficas a
planchas metálicas, integrando definitivamente fotografía e impresión
industrial (Raviola, 1969; Mustalish, 2000). Técnicas como el fotograbado y
los procedimientos en medios tonos tradujeron la gradación fotográfica a
puntos o tramas reproducibles, permitiendo su inserción en la prensa
ilustrada y en ediciones de gran tirada (Mustalish, 2000). La conjunción de
vapor, cilindros rotativos, papel en bobina y fotomecánica
fundó una nueva economía visual seriada, sobre la que se levantaron la revista
ilustrada, el periódico gráfico y la postal moderna (Domingo
et al., 1991; Phillips, 2000).
6.
Litografía y cromolitografía: la imagen en color
La litografía, inventada
por Alois Senefelder en 1796, fue la primera gran técnica de impresión
plana, basada en el principio de repulsión entre agua y grasa sobre
piedra caliza (The Metropolitan Museum of Art, 2004). A diferencia del relieve
tipográfico, la litografía permitía dibujar directamente sobre la piedra
con lápiz o tinta grasa, ofreciendo una gran libertad gráfica para
reproducir escenas, paisajes y tipos humanos con una fidelidad apropiada para
la ilustración, el cartel y la prensa (The Metropolitan Museum of Art, 2004).
Su relativa rapidez, combinada con tiradas medias, la convirtió en un medio
privilegiado de la imagen urbana del siglo XIX.
El acoplamiento de la litografía
a prensas de cilindro movidas por vapor y la posibilidad de imprimir en
formatos grandes sobre papel continuo o de gran tamaño abarataron aún
más los costes y ampliaron el alcance del medio (Domingo et al., 1991). Entre
1880 y 1900, la litografía se consolidó como soporte visual de la modernidad
urbana, visible en carteles, anuncios comerciales y postales tempranas (The
Metropolitan Museum of Art, 2004). Las postales “Grüss aus” del Imperio
alemán y austrohúngaro son un ejemplo paradigmático: ofrecían vistas
panorámicas de ciudades y lugares turísticos, funcionando como recuerdo
visual y objeto de colección transnacional (Thurlow y Jaworski,
2013).
La evolución natural de este
procedimiento fue la cromolitografía, patentada por Godefroy
Engelmann en 1837, que incorporó la impresión multicolor a partir de
varias piedras, una por cada tono, cuidadosamente registradas (Johannesson,
2016). Este método permitió combinar decenas de planchas y producir imágenes de
una estética vibrante y accesible, fundamentales en la Edad de Oro de
la postal (1890–1920) (Pájaro, 1992; Johannesson, 2016). La cromolitografía
democratizó el uso del color en la cultura impresa, integrando arte e
industria y fijando modelos estandarizados para la imagen turística,
la publicidad y los imaginarios populares de la modernidad
(Pájaro, 1992; Johannesson, 2016).
7.
Fotocromo y fototipia: realismo técnico y precisión documental
Entre los procedimientos que
mejor sintetizan la alianza entre fotografía y litografía se encuentra el fotocromo,
desarrollado por Hans Jakob Schmid en la década de 1880. Este sistema
combinaba negativos fotográficos con matrices litográficas
multicolores, produciendo imágenes cercanas al realismo pictórico
antes de la generalización de la fotografía en color (Bird, 1992). El
fotocromo se adaptaba particularmente bien a vistas paisajísticas y urbanas,
que podían ser reproducidas en grandes tiradas y distribuidas
internacionalmente como postales, atlas visuales y material turístico
(Bird, 1992; Phillips, 2000).
Paralelamente, la fototipia,
inventada por Alphonse Poitevin en 1855, utilizaba una gelatina
bicromatada sensible a la luz sobre vidrio o metal, capaz de reproducir medios
tonos con un alto grado de fidelidad y sin recurso a tramas visibles
(Jürgens, 2021). A diferencia de otros sistemas que descomponían la imagen en
puntos, la fototipia ofrecía una textura continua y una notable nitidez,
lo que la hizo especialmente valiosa para reproducciones artísticas y científicas
(Mustalish, 2000). Su estabilidad y definición la se convirtió en una técnica
de referencia en las postales artísticas, en ediciones de lujo y en
publicaciones donde la precisión documental era central (Jürgens, 2021).
En conjunto, fotocromo y fototipia
representan la culminación técnica del siglo XIX en el ámbito de la impresión
fotográfica, al unir realismo óptico, reproducción industrial
y circulación masiva a través de la tarjeta postal ilustrada. La postal
se consolidó, así como documento universal de la modernidad, capaz de
fijar una memoria visual compartida de ciudades, monumentos y escenas de la
vida cotidiana (Phillips, 2000; Thurlow y Jaworski, 2013).
8. De la
fototarjeta al offset: modernización definitiva
La fototarjeta o postal
fotográfica real (RPPC) , que se popularizó desde 1906, fusionó la fotografía
directa con el formato postal , constituyendo una innovación que
colocó la técnica al alcance del público aficionado (Bogdan y Weseloh,
2006). Kodak impulsó este fenómeno ofreciendo papel fotosensible preimpreso
en formato postal y cámaras domésticas adaptadas, de modo que cada usuario
podía producir una fotografía revelada que funcionaba simultáneamente
como mensaje postal y como documento personal (Bogdan y Weseloh,
2006). Las RPPC, con su textura baritada y sus tonalidades continuas,
unieron la reproducibilidad técnica de la fotografía con la experiencia
íntima del intercambio afectivo, anticipando formas participativas de
producción de imagen (Sontag, 1981).
Al mismo tiempo, los avances en fotomecánica
y en prensa rotativa consolidaron los fundamentos de la impresión offset,
heredera del principio litográfico pero basada en planchas metálicas y
en la transferencia indirecta de la imagen mediante un cilindro de caucho
(Raviola, 1969). Este sistema, pensado desde su origen para la producción
industrial masiva, se integró en cadenas de impresión de alta velocidad con
papel en bobina, dispositivos de entintado automatizados y secuencias de
corte y plegado que racionalizaban todo el proceso (Mustalish, 2000). La
impresión offset permitió una reproducción más limpia, estable y rápida,
apta para grandes tiradas de revistas ilustradas , prensa gráfica
y publicidad , marcando el inicio de la gráfica moderna del siglo
XX (Raviola, 1969; Mustalish, 2000).
La generalización de estos procedimientos
transformó la estética y la escala de la producción impresa,
desplazando los límites entre lo efímero y lo perdurable, y situando a la imagen
impresa en el centro del discurso cultural contemporáneo. El
repertorio de técnicas desarrolladas entre mediados del siglo XIX y las
primeras décadas del XX —desde la cromolitografía a la fototipia,
el fotocromo, las RPPC y el offset— configuró el paisaje
tecnológico en el que la postal ilustrada se convirtió en medio
universal de comunicación visual (Phillips, 2000; Pájaro, 1992).
9.
Conclusión: técnica, memoria y visualidad moderna
La trayectoria que enlaza la
invención de la fotografía con el desarrollo de los sistemas de impresión
industrial, desde la máquina de vapor y el cilindro hasta el papel
continuo y el offset, constituye uno de los pilares de la civilización
visual moderna (McLuhan, 1964; Debray, 1994). Fotografía e impresión
convergieron en la creación de una imagen reproducible, accesible y duradera
que transformó las prácticas del arte, de la comunicación y de la
memoria social, haciendo posible una circulación masiva de
representaciones que tejieron imaginarios compartidos a escala mundial (Bozal,
1979; Phillips, 2000).
Desde la heliografía hasta
el offset, el siglo XIX forjó el tránsito de la unicidad a la masificación,
de la imagen científica a la imagen social, y de la obra
irrepetible al impreso seriado, estableciendo un nuevo paradigma de tecnología
y memoria (Sougez, 1991; Mustalish, 2000). Como sostienen Sontag (1981) y
McLuhan (1964), la fotografía y la industria gráfica modificaron de
forma irreversible la percepción moderna, transformando la visión
individual en una mirada colectiva mecanizada mediada por cámaras,
prensas y flujos de papel continuo.
La tarjeta postal ilustrada
sintetizó este cambio al unir técnica, afecto y circulación global,
haciendo de cada imagen un nodo de intercambio entre espacios geográficos y
biografías personales (Phillips, 2000; Thurlow y Jaworski, 2013). En este
sentido, la historia de la fotografía y de la impresión no es un
simple capítulo técnico, sino el relato de la modernidad reproducible,
en el que cada imagen, más que un objeto, se configura como una forma de comunicación,
recuerdo y apropiación simbólica del mundo (Debray, 1994; Sontag,
1981).
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