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14/11/25

La Tarjeta Postal en España (1869–1939):

Evolución, Contexto Social y Significado Documental

Justificación de la relevancia de la investigación

La tarjeta postal emerge como un artefacto hibrido que integra múltiples dimensiones de la experiencia moderna: desde la producción cultural y tecnológica hasta la construcción de imaginarios sociales y la gestión privada y pública de la memoria visual. Analizar su evolución supone adentrarse en dinámicas amplias y variables de cambio social e innovación tecnológica, explorando la manera en que las imágenes y los mensajes circularon, influyendo en la articulación de identidades colectivas y en la representación de la cotidianidad y las grandes transformaciones históricas (López Hurtado, 2011; Garófano, 2000; Riego Amézaga, 2011). Su relevancia actual radica en su condición de documento y monumento: es testimonio de prácticas de comunicación, espejo de mentalidades, expresión simbólica, y soporte de memoria. El análisis de la tarjeta postal no se reduce a un estudio arqueológico, sino que aporta claves para comprender las redes de interacción cultural, los lenguajes visuales y las estrategias discursivas que aún perviven, mostrando su potencial como fuente primaria y nodo de cruce interdisciplinar (López Hurtado, 2013). Del mismo modo, resulta imprescindible delimitar su valor documental, confrontar su materialidad y su función social, y reflexionar sobre su papel en la configuración del patrimonio cultural, así como sobre los desafíos de su conservación y su análisis riguroso dentro de las ciencias sociales y humanas (Garófano, 2000; Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

CAPÍTULO 1. CONTEXTO HISTÓRICO Y TÉCNICO (1869–1939)

El periodo contemplado, entre los años 1869 y 1939, está marcado por una profunda y compleja transformación del entramado social, económico, cultural, político y tecnológico tanto en España como en Europa Occidental (Carrasco Marqués, 2009). Este intervalo temporal de siete décadas representa una época de cambios acelerados y discontinuidades estructurales que afectaron a todos los órdenes de la vida colectiva e individual. La industrialización modificó sustancialmente la estructura social: la concentración urbana, el desarrollo fabril, los desplazamientos poblacionales y el surgimiento de nuevos modos de vida urbana transformaron radicalmente la demografía y el modo de comprender el tiempo y el espacio. Las ciudades crecieron exponencialmente, absorbiendo contingentes de población rural que buscaban mejores condiciones de vida y oportunidades laborales en las fábricas, talleres y servicios urbanos. Este proceso de urbanización masiva generó nuevas formas de sociabilidad, nuevas jerarquías sociales y nuevas necesidades comunicativas que encontraron en la correspondencia postal un medio idóneo de expresión y conexión (Guereña, 2005).

Las dinámicas migratorias inciden también en la aparición de nuevas formas de comunicación epistolar —familiar y social— en que la tarjeta postal se incorpora como dispositivo privilegiado para mantener vínculos afectivos, informar sobre el bienestar personal y compartir experiencias de movilidad geográfica (Guereña, 2005). La emigración hacia América, el desplazamiento hacia las grandes capitales industriales o la movilidad estacional por motivos laborales configuraron un mapa humano complejo, en el que la escritura y el intercambio de imágenes se convirtieron en herramientas fundamentales para preservar la cohesión familiar y comunitaria. La tarjeta postal, por su economía, rapidez y capacidad de transmitir simultáneamente texto e imagen, se reveló especialmente apta para estas funciones comunicativas, ofreciendo un soporte accesible y versátil a sectores sociales diversos (Carrasco Marqués, 2009).

1.1. El contexto europeo: transformaciones políticas y sociales

En el ámbito europeo, el periodo 1869-1939 estuvo marcado por profundas convulsiones políticas que redefinieron el mapa continental y las relaciones internacionales. La unificación alemana (1871) y la unificación italiana alteraron el equilibrio de poder establecido tras el Congreso de Viena, creando nuevas potencias que desafiarían el dominio británico y francés (Prochaska y Mendelson, 2010). El imperialismo alcanzó su apogeo en las últimas décadas del siglo XIX, con la expansión colonial europea sobre África, Asia y el Pacífico, generando tensiones que finalmente desembocarían en la Primera Guerra Mundial (Alloula, 1986; Junge, 2018).

La Belle Époque (1871-1914) representó un periodo de relativa paz, prosperidad económica y efervescencia cultural en Europa Occidental, caracterizado por avances tecnológicos, urbanización acelerada y emergencia de la cultura de masas. En este contexto, la tarjeta postal experimentó su máxima expansión, convirtiéndose en fenómeno cultural transnacional que atravesaba fronteras nacionales y clases sociales (Prochaska y Mendelson, 2010). Las exposiciones universales, el turismo internacional incipiente y las redes postales en expansión facilitaron la circulación masiva de postales que difundían imágenes estandarizadas de ciudades, monumentos y tipos humanos (Mendelson, 2005).

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) constituyó una ruptura traumática que destruyó el orden decimonónico y desencadenó transformaciones radicales en todos los ámbitos. La postal se convirtió en vehículo de propaganda bélica, comunicación entre frente y retaguardia, y testimonio visual de la destrucción sin precedentes (Prochaska y Mendelson, 2010). El conflicto aceleró procesos de movilización política, participación femenina en la esfera pública y cuestionamiento de las jerarquías tradicionales, aspectos que también encontraron reflejo en la producción postal del periodo (Andreucci, 2014).

El periodo de entreguerras (1918-1939) estuvo caracterizado por la inestabilidad política, crisis económicas, ascenso de totalitarismos y radicalización ideológica. La Revolución Rusa de 1917, el ascenso del fascismo en Italia (1922) y del nazismo en Alemania (1933), junto con las tensiones sociales derivadas de la Gran Depresión (1929), configuraron un panorama europeo profundamente conflictivo (Mendelson, 2005). La tarjeta postal, que había sido instrumento de ocio y sociabilidad en la Belle Époque, se transformó progresivamente en vehículo de propaganda política y construcción de identidades nacionales contrapuestas (Prochaska y Mendelson, 2010).

1.2. El contexto español: crisis, reformas y conflictos

En el ámbito español, la Restauración borbónica de 1874, la crisis de 1898 y la efervescencia social y política del primer tercio del siglo XX constituyen el telón de fondo de una sociedad en continua adaptación, marcada por la alternancia de ciclos de apertura reformista y regresión autoritaria (Barros Guimérans, 1993). La Restauración, con su sistema de turnismo político entre conservadores y liberales, intentó estabilizar el país mediante pactos entre élites oligárquicas, pero no logró resolver los profundos desequilibrios regionales, las tensiones sociales ni las demandas de modernización política y administrativa. El caciquismo, la manipulación electoral y la exclusión de amplios sectores sociales del sistema político generaron un déficit crónico de legitimidad que alimentaría movimientos contestatarios de diverso signo (Barros Guimérans, 1993).

El desastre colonial de 1898, con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, desencadenó una crisis de identidad nacional y un intenso debate intelectual sobre las causas del atraso español y las vías de regeneración. La Generación del 98, con figuras como Unamuno, Azorín o Baroja, encarnó esta reflexión crítica que cuestionaba los fundamentos mismos de la identidad española (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). Este momento histórico influyó decisivamente en la producción cultural y visual, incluyendo la tarjeta postal, que reflejó tanto el pesimismo finisecular como los intentos de construir una nueva imagen nacional basada en la exaltación del paisaje, el patrimonio monumental y las tradiciones populares (Garófano, 2000).

El primer tercio del siglo XX estuvo marcado por conflictos sociales crecientes, la irrupción de movimientos obreros organizados —socialistas y anarquistas—, las luchas por derechos políticos y laborales, y la tensión entre fuerzas conservadoras y progresistas. La Semana Trágica de Barcelona (1909), la crisis de 1917 y el pistolerismo barcelonés evidenciaron la profundidad de las fracturas sociales (Barros Guimérans, 1993). La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) intentó imponer el orden mediante la represión y la modernización autoritaria, promoviendo infraestructuras y políticas culturales —como el Patronato Nacional de Turismo— que utilizaron la tarjeta postal como instrumento de proyección de una imagen renovada de España (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

La proclamación de la Segunda República (1931) abrió un periodo de expectativas reformistas y polarización creciente. Las reformas agrarias, educativas, militares y religiosas emprendidas por los gobiernos republicanos chocaron con la resistencia de sectores conservadores, generando una espiral de confrontación que culminaría en la Guerra Civil (1936-1939). Este contexto de confrontación ideológica y movilización política convirtió a la tarjeta postal en un instrumento de propaganda, agitación y construcción de imaginarios colectivos contrapuestos (Palá Laguna, 2004; Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

CAPÍTULO 2. ORÍGENES Y ANTECEDENTES (1850-1890): DE LA CARTE-DE-VISITE A LA TARJETA POSTAL

Para comprender el fenómeno postal en toda su complejidad, es fundamental analizar sus precursores y antecedentes, tanto en el ámbito de la imagen reproducida como en la sociabilidad epistolar (López Hurtado, 2013). Entre 1850 y 1890, se produce un proceso de transición desde dispositivos individuales y familiares de la memoria visual hasta soportes colectivos de circulación pública, configurando lo que podríamos considerar el "humus cultural" sobre el que florecerá la tarjeta postal ilustrada. Este periodo representa un momento crucial en la historia de la cultura visual moderna, caracterizado por la convergencia de múltiples factores: los avances tecnológicos en reproducción de imágenes, la expansión de la alfabetización, la democratización del acceso a productos culturales y la consolidación de nuevas prácticas sociales vinculadas a la comunicación y la memoria (Guereña, 2005).

La fotografía, que había surgido en las décadas de 1830 y 1840 como una tecnología experimental y costosa, accesible únicamente a élites científicas y económicas, experimenta durante este periodo una transformación radical que la convierte en un fenómeno de masas. La reducción de costes, la simplificación de procedimientos técnicos y la multiplicación de profesionales y aficionados generan un verdadero boom fotográfico que transforma las formas de ver, recordar y comunicar (Benjamin, 1936). Paralelamente, los sistemas postales europeos experimentan procesos de modernización y racionalización que facilitan la circulación de correspondencia, reducen tarifas y amplían coberturas territoriales, creando las condiciones materiales para la aparición de nuevos formatos comunicativos (Carrasco Marqués, 2009).

2.1. Precursores y contexto fotográfico

La carte-de-visite, inventada por André Adolphe Eugène Disdéri en 1854 y difundida masivamente a partir de los años 1860, consagra la socialización del retrato y constituye el primer gran fenómeno de cultura visual de masas vinculado a la fotografía. Por primera vez en la historia, las clases medias y populares acceden al retrato fotográfico, replicable a bajo coste y susceptible de ser compartido, intercambiado y coleccionado, inaugurando una cultura de la imagen personal accesible y democrática (Benjamin, 1936). El formato de la carte-de-visite —aproximadamente 6 x 9 centímetros, montada sobre cartulina rígida— permitía obtener múltiples copias de una misma pose mediante un sistema de objetivos múltiples, lo que reducía drásticamente los costes de producción y hacía viable la comercialización masiva (López Hurtado, 2013).

Los fotógrafos ambulantes, los estudios fotográficos urbanos y la creciente oferta del mercado generan una verdadera avalancha de imágenes que pueblan los hogares y los espacios sociales, desplazando progresivamente al retrato pintado como forma privilegiada de representación personal y transformando el régimen visual doméstico (Guereña, 2005). Las cartes-de-visite no sólo reproducían el rostro del cliente, sino que incorporaban códigos estéticos específicos: poses convencionalizadas, fondos pintados, mobiliario de atrezzo, vestimenta cuidadosamente seleccionada, creando una gramática visual que definía las formas legítimas de autorrepresentación (Benjamin, 1936). Esta estandarización de la imagen personal anticipa los mecanismos de producción y consumo que posteriormente caracterizarán a la tarjeta postal ilustrada.

El intercambio de cartes-de-visite se convierte rápidamente en una práctica social extendida: regalar, coleccionar, exhibir y comentar retratos propios y ajenos constituye un ritual que refuerza vínculos sociales, consolida identidades familiares y participa en la construcción de jerarquías simbólicas (López Hurtado, 2013). La posesión de retratos de personajes célebres —monarcas, políticos, artistas, escritores— se convierte en signo de distinción cultural y genera un verdadero mercado de la celebridad visual, anticipando fenómenos posteriores de cultura de masas (Guereña, 2005).

El álbum fotográfico familiar se erige en ese momento como espacio privilegiado de gestión de la memoria privada: coleccionar, ordenar, comentar y mostrar imágenes propias o ajenas se convierte en un rito social y familiar, en el que la fotografía se asocia a la construcción y preservación de identidades, biografías y genealogías (López Hurtado, 2013). El álbum no es un simple contenedor pasivo, sino un dispositivo narrativo que organiza el tiempo, establece relaciones, jerarquiza experiencias y construye relaciones coherentes sobre la familia, sus orígenes, sus logros y sus proyecciones futuras. La práctica de mostrar el álbum a visitas se convierte en un acto performativo que exhibe la respetabilidad, la continuidad y el estatus de la familia, transformando la imagen fotográfica en capital simbólico (Benjamin, 1936).

Este uso sentará las bases para la recepción de la postal ilustrada, que desde sus inicios imita, complementa y en ocasiones sustituye el álbum familiar. La postal heredará del álbum fotográfico su formato manipulable, su capacidad para ser ordenada y clasificada, su función de soporte de memoria visual y su vocación de circulación dentro de redes sociales definidas (López Hurtado, 2013). Sin embargo, mientras el álbum permanecía principalmente en el espacio doméstico, la postal introducirá la dimensión de la circulación espacial, viajando esencialmente a través de las redes postales y conectando lugares distantes (Guereña, 2005).

Por otro lado, los sobres ilustrados y cartas ornamentadas representan el eslabón final antes de la aparición de la tarjeta postal: cartulinas impresas con motivos decorativos, mensajes tipográficos o alegorías, muchas veces utilizadas como contenedores de cartas o de pequeños obsequios, que anticiparon la función social y la estética de la futura postal (Palá Laguna, 2004). Estos objetos híbridos, situados entre la correspondencia ordinaria y el objeto decorativo, ya incorporaban elementos visuales que complementaban o incluso sustituían parcialmente el mensaje escrito. Las litografías cromáticas, los grabados y las viñetas ornamentales que decoraban sobres y papel de carta preparado un repertorio iconográfico —flores, pájaros, paisajes, escenas sentimentales— que sería posteriormente retomado y amplificado por la producción postal (Sánchez Vigil, 2001).

2.2. Invención e implantación oficial

La aparición de la tarjeta postal es consecuencia de intensos debates europeos sobre la necesidad de simplificar y abaratar la comunicación escrita, especialmente para sectores populares y para usos comerciales que no requerían la formalidad ni la extensión de la carta tradicional (Carreras y Candi, 1903). Durante las décadas de 1860 y 1870, diversos funcionarios postales, economistas y reformadores sociales plantearon la conveniencia de crear un formato postal simplificado, sin sobre, de texto breve y tarifa reducida, que pudiera ser utilizado masivamente para comunicaciones cotidianas, avisos comerciales y correspondencia familiar (Henkin, 1998).

La propuesta austríaca de 1869 —impulsada por el funcionario postal Emanuel Herrmann y adoptada oficialmente por el Imperio Austrohúngaro— combinaba formato reducido, economía de texto y bajo costo, lo que la hacía especialmente atractiva para clases populares y usuarios infrecuentes del correo (Carrasco Marqués, 2009). La primera tarjeta postal oficial austriaca, denominada Correspondenz-Karte , presentaba unas dimensiones estandarizadas, un lado impreso con indicaciones postales y espacio para la dirección, y otro lado destinado al mensaje manuscrito. Su éxito fue inmediato: millones de unidades circularon en los primeros meses, demostrando la existencia de una demanda latente de medios de comunicación más accesibles y flexibles (Carreras y Candi, 1903).

El modelo austriaco fue rápidamente adoptado por otros países europeos: Alemania (1870), Gran Bretaña (1870), Suiza (1870), Bélgica (1871), Países Bajos (1871), Dinamarca (1871), y progresivamente el resto del continente, generando una internacionalización del formato postal (Henkin, 1998). En España, la legislación postal de los años 70 y 80 del XIX ratificó el modelo, estableciendo tarifas más económicas para las postales que para la carta ordinaria, y fijando un formato estándar y unas condiciones de uso relativamente flexibles que permitían tanto el uso privado como comercial (Carrasco Marqués, 2009). Las primeras postales españolas, emitidas a partir de 1873, seguían el modelo internacional, aunque con adaptaciones específicas en términos de diseño, idioma y simbología nacional (Carreras y Candi, 1903).

Nace así una nueva categoría postal, que irá evolucionando en cuanto a sus características formales (formato, campos impresos, ubicación del texto, presencia de ilustraciones) y sus usos sociales y comunicativos. Durante las primeras décadas, las postales oficiales presentaban un diseño austero, generalmente sin ilustraciones, enfocadas exclusivamente en la función comunicativa. Sin embargo, pronto surgieron postales privadas, producidas por impresores y editores comerciales, que incorporaban elementos decorativos, publicidad y posteriormente imágenes fotográficas, transformando radicalmente la naturaleza del objeto (Sánchez Vigil, 2001).

La Unión Postal Universal desempeña un papel fundamental en la estandarización y difusión de la postal, al fijar normas técnicas y administrativas que facilitan la circulación internacional y propician el surgimiento de una cultura postal realmente global (Carreras y Candi, 1903). El Congreso de la UPU celebrado en París en 1878 estableció regulaciones específicas para la tarjeta postal, definiendo dimensiones máximas y mínimas, gramajes de papel, disposiciones sobre el anverso y reverso, y tarifas internacionales reducidas que incentivaban su uso transfronterizo (Henkin, 1998). Estas regulaciones supranacionales fueron decisivas para consolidar la postal como formato verdaderamente universal, superando las particularidades nacionales y creando un espacio comunicativo globalizado (Carrasco Marqués, 2009).

2.3. Primeros usos y morfología

Las primeras tarjetas postales no ilustradas responden principalmente a multas administrativas o personales: brevedad, economía y claridad definen el nuevo género, que rápidamente se incorpora a la vida social, laboral y familiar (Sánchez Vigil, 2001). Comerciantes las utilizan para enviar avisos, confirmar pedidos o solicitar información; empleados públicos para comunicaciones administrativas rutinarias; familias para mensajes breves, saludos, confirmaciones de llegada o avisos de viaje. La postal satisface una necesidad comunicativa específica, situada entre la inmediata del telegrama y la extensión de la carta, ofreciendo un equilibrio óptimo de rapidez, economía y suficiencia expresiva (Guereña, 2005).

La brevedad impuesta por el formato —inicialmente sólo unas pocas líneas— genera un estilo epistolar característico: frases concisas, eliminación de fórmulas de cortesía extensas, concentración en la información esencial. Esta economía lingüística anticipa formas de comunicación posteriores, incluyendo el telegrama comercial y, en el siglo XX, los mensajes de texto y las comunicaciones digitales breves (López Hurtado, 2013). La postal educa a sus usuarios en una escritura funcional y directa, transformando las convenciones epistolares tradicionales.

La llegada de las imágenes al anverso es un proceso paulatino, vinculado al desarrollo de técnicas de reproducción gráfica y a la progresiva sofisticación de los gustos y demandas del público. Alegorías, viñetas, anuncios publicitarios y motivos festivos anticipan la expansión temática posterior, instalando un sistema de comunicación visual que encuentra en la postal su vehículo idóneo (Palá Laguna, 2004). Los primeros editores privados experimentan con decoraciones tipográficas, orlas, escudos heráldicos y motivos estacionales (flores, paisajes nevados, escenas navideñas), descubriendo rápidamente el potencial comercial de la imagen como atractivo adicional (Sánchez Vigil, 2001).

La incorporación de la fotografía a la postal, iniciada experimentalmente en la década de 1880 y consolidada en los años 1890, representa un salto cualitativo decisivo. Las vistas urbanas, los monumentos, los paisajes y las escenas costumbristas transforman la postal de simple soporte comunicativo en objeto coleccionable, documento visual y medio de difusión cultural (Guereña, 2005). La postal ilustrada permite a sus usuarios no sólo comunicar un mensaje escrito, sino también transmitir una experiencia visual, compartir un lugar, documentar un viaje o conservar la memoria de un evento (López Hurtado, 2013).

El anverso unificado, es decir, la división clara entre zona de imagen y zona de correspondencia, consolida la cultura del mensaje breve y visual. Este nuevo sistema transforma el acto de escribir, acorta las distancias, agiliza los intercambios y sienta las bases de una cultura epistolar renovada (Guereña, 2005). La normalización del formato —adoptada progresivamente por todos los países a finales del siglo XIX— establece un anverso dedicado exclusivamente a la imagen y un reverso dividido en dos zonas: una para la dirección y otra para el mensaje. Esta configuración optimiza el aprovechamiento del espacio, maximiza el impacto visual de la imagen y facilita el uso postal, consolidando un diseño que permanecerá esencialmente estable durante décadas (Carrasco Marqués, 2009).

La morfología de la postal —su tamaño manipulable, su rigidez que facilita el transporte sin sobre, su superficie apta para la escritura— la convierte en un objeto especialmente adecuado para la colección y el archivo. Los usuarios comienzan a conservar postales recibidas, a solicitar postales específicas de lugares visitados, a intercambiar duplicados con otros coleccionistas, inaugurando prácticas que, en la década de 1890, darán lugar al fenómeno de la cartofilia como pasión coleccionista organizada (Riego Amézaga, 2011). La postal no es ya sólo un medio de comunicación, sino un objeto cultural multifuncional que articula comunicación, memoria, colección, conocimiento geográfico y distinción social (López Hurtado, 2013).

CAPÍTULO 3. LA EDAD DE ORO DE LA TARJETA POSTAL (1892-1920): CONSOLIDACIÓN INDUSTRIAL Y FENÓMENO DE MASAS

Esta etapa representa la plenitud de la tarjeta postal como soporte cultural, artístico, industrial y social, coincidiendo con la expansión urbana, la movilidad social y el afianzamiento de la modernidad (Garófano, 2000). Los procesos industriales y comerciales alcanzan una sofisticación sin precedentes, amparados en la demanda social masiva y en la proyección internacional de los modelos productivos europeos. Este periodo, que abarca aproximadamente tres décadas, constituye lo que los historiadores denominan la "edad de oro" de la postal, momento en que este objeto alcanza su máxima penetración social, su mayor diversidad temática y su más amplia circulación internacional (Riego Amézaga, 2011). La postal deja de ser un simple medio de comunicación para convertirse en un fenómeno cultural de primer orden, que participa activamente en la configuración de imaginarios colectivos, en la construcción de identidades nacionales y regionales, en la difusión del conocimiento geográfico y monumental, y en el establecimiento de nuevas formas de sociabilidad y memoria visual (López Hurtado, 2013).

El contexto histórico de este periodo está marcado por la consolidación del capitalismo industrial, la emergencia de la sociedad de masas, la expansión del turismo, la alfabetización creciente, la mejora de las infraestructuras de comunicación y transporte, y la aparición de nuevas formas de consumo cultural (Guereña, 2005). La postal se inserta perfectamente en este ecosistema, actuando como mercancía, como medio de comunicación, como objeto de colección, como documento visual y como soporte de memoria, articulando múltiples funciones que explican su extraordinario éxito (Prochaska y Mendelson, 2010).

3.1. La industria de la postal ilustrada

La fototipia y la cromolitografía revolucionan el campo de la reproducción de imágenes, abaratando los costes y multiplicando las posibilidades expresivas de la postal (Sánchez Vigil, 2001). La aparición de grandes editoresHauser y Menet en Madrid, Laurent en París con su filial española, Roisin en Barcelona, la industria catalana en su conjunto— supone una profesionalización del sector y una apropiación del proceso editorial por parte de agentes empresariales con competencias técnicas, comerciales y creativas (Garófano, 2000). Estas empresas no son simples impresores artesanales, sino verdaderas corporaciones industriales que integran verticalmente todo el proceso: desde la adquisición o producción de imágenes originales hasta la distribución y comercialización final, pasando por la impresión masiva y la gestión de derechos de reproducción (Collado Sánz, 1987–1992).

Hauser y Menet, fundada en Madrid en 1890, se convirtió en la principal editora española de postales, con un catálogo de miles de títulos que cubrían prácticamente toda la geografía española. Su modelo de negocio combinaba la producción propia con la adquisición de fondos fotográficos de terceros, la contratación de fotógrafos profesionales para proyectos específicos, y la importación de maquinaria alemana de última generación que garantizaba calidad y rapidez (Sánchez Vigil, 2001). Jean Laurent, fotógrafo francés establecido en España desde mediados del siglo XIX, había acumulado un extraordinario archivo fotográfico de monumentos, obras de arte y paisajes españoles que, tras su muerte, fue explotado comercialmente mediante la producción masiva de postales de alta calidad técnica y artística (Garófano, 2000).

La industria catalana, especialmente activa en Barcelona, Gerona y otras ciudades, desarrolló un modelo más fragmentado, pero igualmente eficiente, con decenas de pequeñas y medianas empresas especializadas en ámbitos geográficos o temáticas específicas. Editores como Roisin, Ángel Toldrà Viazo, L. Roisin, Thomas y muchos otros crearon una verdadera red productiva que cubría tanto el mercado local como el turístico, conectando con distribuidores nacionales e internacionales (Collado Sánz, 1987–1992).

Los impresores y editores actúan en sinergia con fotógrafos, ilustradores y litógrafos, creando redes de colaboración que conectan los grandes centros urbanos con provincias y periferias, y, a la vez, con el continente europeo (Collado Sánz, 1987–1992). Estas redes funcionan mediante contratos de exclusividad, compra de derechos, encargos específicos y sistemas de comisión, configurando un verdadero mercado laboral especializado que proporciona medios de vida a centenares de profesionales. La postal se convierte así en un producto de circulación nacional e internacional, con tiradas masivas, series temáticas organizadas y estrategias de marketing propias del incipiente capitalismo cultural (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

La figura del fotógrafo-editor merece especial atención: algunos profesionales logran una posición dominante, explotando imágenes propias o ajenas, controlando todo el proceso (toma, edición, impresión y venta), y estableciendo relaciones directas con los principales clientes e instituciones culturales (Collado Sánz, 1987–1992). Estos empresarios-artistas combinan competencias técnicas, sensibilidad estética y visión comercial, actuando como intermediarios culturales que seleccionan, encuadran y difunden las imágenes que configurarán el imaginario visual de ciudades, regiones y naciones (Garófano, 2000). La creación, producción y comercialización de la postal define, de este modo, un mercado regulado y competitivo, sometido tanto a las modas artísticas como a las demandas comunicativas y simbólicas del público (Garófano, 2000).

A escala técnica, el avance de los sistemas de impresión y reproducción gráfica —especialmente la fotografía y posteriormente la impresión fotomecánica, la cromolitografía y el huecograbado— transformó radicalmente la producción y circulación de imágenes (Sánchez Vigil, 2001). La invención de la fotografía a mediados del siglo XIX, con los experimentos de Niépce, Daguerre y Talbot, había abierto la posibilidad de capturar la realidad con un grado de precisión y objetividad inéditos, liberando a la imagen de la mediación manual del artista. Sin embargo, fue el desarrollo de técnicas de reproducción masiva —fototipia, huecograbado, offset— lo que permitió democratizar verdaderamente el acceso a las imágenes fotográficas (Sánchez Vigil, 2001).

La fototipia, perfeccionada en las décadas de 1870 y 1880, permitía obtener reproducciones de alta calidad con medios tonos continuos, lo que la hacía especialmente apta para postales de calidad artística destinadas a públicos exigentes o a la reproducción de obras de arte (Sánchez Vigil, 2001). El proceso, basado en la sensibilización de gelatina bicromada sobre soporte de cristal o metal, permitía tiradas de varios miles de ejemplares manteniendo una notable fidelidad tonal y nitidez de detalle. El huecograbado, desarrollado posteriormente y perfeccionado a principios del siglo XX, ofrecía mayor velocidad de impresión y menores costes para tiradas muy grandes, haciéndolo ideal para la producción masiva de postales de distribución popular (Riego Amézaga, 2011).

La cromolitografía, por su parte, posibilitaba la reproducción de imágenes en color mediante superposición de tintas, añadiendo atractivo visual y capacidad expresiva a las postales, especialmente aquellas de temática artística, publicitaria o fantástica (Sánchez Vigil, 2001; Riego Amézaga, 2011). El proceso requería la elaboración de múltiples piedras litográficas, cada una correspondiente a un color, que se imprimían sucesivamente sobre el mismo soporte, logrando efectos cromáticos de gran riqueza visual. Aunque más costosa que la fototipia monocroma, la cromolitografía permitía crear postales de gran impacto estético que alcanzaban precios más elevados y se dirigían a segmentos específicos del mercado (Sánchez Vigil, 2001).

Estas innovaciones técnicas posibilitaron tiradas de miles o incluso millones de ejemplares, abaratando drásticamente los costes unitarios y diversificando los usos de la imagen reproducida. Las grandes casas editoras europeas —en Alemania, Francia, Inglaterra— invirtieron en maquinaria moderna, formaron personal especializado y establecieron circuitos de distribución internacional que inundaron el mercado con postales de todo tipo: vistas urbanas, retratos de celebridades, reproducciones artísticas, escenas etnográficas, postales humorísticas y publicitarias (Prochaska y Mendelson, 2010). La internacionalización del mercado implicó también la circulación de modelos estéticos y temáticos, generando una cierta homogeneización visual que convivía con la persistencia de particularidades nacionales y regionales (Mendelson, 2005).

Estas innovaciones fueron decisivas para la consolidación de la tarjeta postal ilustrada, que combinaba la economía del formato con la riqueza visual de la fotografía y el grabado (Sánchez Vigil, 2001). La postal se convierte así en un objeto híbrido que participa simultáneamente de la cultura epistolar, de la cultura visual, del coleccionismo, del turismo y de la construcción de imaginarios, articulando múltiples funciones en un solo soporte (López Hurtado, 2013).

La facilidad para multiplicar y difundir imágenes alteró profundamente los patrones de consumo visual, tendiendo puentes entre las masas urbanas y rurales, entre clases sociales, entre generaciones, y dando forma a nuevas sensibilidades colectivas, donde la imagen reproducida sustituye o refuerza la propia experiencia vivida (Benjamin, 1936). Este fenómeno, que Walter Benjamin denominó la pérdida del "aura" de la obra de arte en la era de la reproducción técnica, tuvo implicaciones profundas para la cultura visual moderna. La unicidad, la autenticidad y el valor cultual de la imagen única fueron progresivamente desplazados por el valor exhibitivo, la circulación masiva y la apropiación colectiva de imágenes reproducidas (Benjamin, 1936).

Las personas podían ahora poseer imágenes de lugares que nunca visitarían —las pirámides de Egipto, la Torre Eiffel, el Coliseo romano—, de personajes públicos que nunca conocerían personalmente —monarcas, artistas, líderes políticos—, de eventos históricos de los que no fueron testigos directoscoronaciones, catástrofes, batallas—. La tarjeta postal participó activamente en esta democratización de la imagen, poniendo al alcance de millones de personas un archivo visual del mundo contemporáneo, configurando imaginarios compartidos y estableciendo cánones estéticos que trascendían las fronteras geográficas y sociales (Guereña, 2005; Prochaska y Mendelson, 2010). Esta circulación masiva de imágenes generó también procesos de estandarización visual: ciertas perspectivas, ciertos monumentos, ciertos encuadres se convirtieron en representaciones canónicas de ciudades y naciones, desplazando otras visiones posibles y construyendo una geografía imaginaria codificada y reproducible (Alonso Laza, 1997).

3.2. La cartofilia: una pasión global

La cartofilia es mucho más que un simple pasatiempo: constituye una práctica cultural compleja que articula relaciones transnacionales, forja identidades, produce una memoria visual colectiva y genera formas específicas de sociabilidad (Riego Amézaga, 1997). Los álbumes de postales conforman archivos domésticos y personales en los que se inscriben historias familiares, itinerarios vitales, amistades y redes de sociabilidad, funcionando como dispositivos de memoria que ordenan, jerarquizan y dan sentido a la experiencia individual y colectiva (López Hurtado, 2013). El acto de coleccionar postales no es pasivo: implica selección, clasificación, ordenación, anotación y exhibición, procesos todos ellos cargados de significado cultural y simbólico (Riego Amézaga, 2011).

Surgen clubes de coleccionistas, asociaciones y publicaciones especializadas, que institucionalizan el intercambio, la catalogación y la valoración del objeto postal (Guereña, 2005). Estas organizaciones establecen criterios de clasificación, identifican rarezas y primeras ediciones, fijan valores de mercado y crean un lenguaje especializado que distingue al coleccionista experto del aficionado ocasional. Las revistas de cartofilia, publicadas en diversos países europeos, difunden información sobre nuevas emisiones, técnicas de conservación, historia postal y sistemas de intercambio, contribuyendo a la consolidación de una verdadera comunidad transnacional de coleccionistas (Riego Amézaga, 2011).

El mercado de la postal genera nuevas fórmulas de interactuar, conocer y reconocerse, anticipando prácticas colaborativas propias de la cultura de masas y de los medios modernos (Riego Amézaga, 2011). Los sistemas de intercambio —mediante correspondencia directa, clubes, ferias— permiten a coleccionistas de diferentes países, clases sociales e idiomas establecer contactos, negociar, colaborar y construir redes de confianza basadas en la pasión compartida por el objeto postal (Guereña, 2005). Estos intercambios no se limitan a las mismas postales: implican también el intercambio de información, conocimientos, perspectivas culturales y, en ocasiones, el establecimiento de amistades duraderas que trascienden la motivación inicial coleccionista (López Hurtado, 2013).

La postal se convierte, finalmente, en vector de sociabilidad: cumpleaños, onomásticas, celebraciones civiles o religiosas, festejos populares y coqueteos se encuentran en la postal un canal privilegiado para ritualizar, escenificar y compartir emociones (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). La elección de una postal específica para una ocasión determinada implica consideraciones estéticas, simbólicas y afectivas: el remitente selecciona una imagen que considera apropiada para el destinatario y la circunstancia, personalizándola mediante el mensaje manuscrito y estableciendo así un vínculo comunicativo y emocional (Andreucci, 2014). Las postales de celebración navideña, de san Valentín, de celebración por nacimientos o bodas desarrollan iconografías específicas que codifican sentimientos y establecen rituales sociales que refuerzan la cohesión comunitaria y familiar (Guereña, 2005).

3.3. Temáticas e imaginarios: la creación de un canon visual

El repertorio temático de la tarjeta postal es extraordinariamente rico y diverso, reflejando la amplitud de intereses, funciones y públicos que el objeto postal articula. Las vistas urbanas y monumentos ofrecen panoramas, detalles y perspectivas singulares que contribuyen a la construcción visual de la ciudad moderna, transformando la forma en que los ciudadanos perciben y se apropian del espacio urbano (Alonso Laza, 1997). Las postales de ciudades establecen jerarquías visuales: ciertos monumentos, plazas, avenidas o edificios se convierten en emblemas identificatorios , mientras otros espacios quedan relegados o directamente excluidos de la representación (Ramírez González, 2011). Esta visual no es neutra: responde a intereses turísticos, proyectos de selección de modernización urbana, construcción de identidades municipales y estrategias de promoción económica (Torremocha Silva, 2007).

Los tipos populares y etnográficos ejercen, al tiempo, una función de inventario y de invención del folclore: campesinos, artesanos, pescadores, escenas costumbristas y festividades definen un catálogo visual del " ser nacional ", en el límite entre la documentación y la proyección idealizada (Andreucci, 2014). Estas postales, que pretenden capturar la " autenticidad " de tradiciones, vestimentas, oficios y costumbres, participan en la realidad en un proceso de construcción y estereotipación de lo popular, fijando imágenes que frecuentemente responden más a expectativas turísticas y nacionalistas que a realidades sociales complejas (Alloula, 1986; Junge, 2018). La representación etnográfica en postales coloniales, especialmente en contextos imperialistas, añade dimensiones de poder, exotización y dominación simbólica que han sido extensamente analizadas por estudios postcoloniales (Prochaska, 1990; Bhabha, 1994).

Las postales de actualidadcatástrofes naturales, eventos políticos, visitas de personajes célebres, acontecimientos extraordinarios — testimonian la capacidad de la postal para anticipar el fotoperiodismo: informan, conmueven, movilizan (Ramírez González, 2011). Terremotos, inundaciones, incendios, accidentes ferroviarios, visitas reales o presidenciales, inauguraciones de infraestructuras, manifestaciones políticas son rápidamente documentados y comercializados en formato postal, satisfaciendo la demanda de información visual y la curiosidad por lo extraordinario (Guereña, 2005). Estas postales funcionan como protofotoperiodismo, circulando más rápidamente que libros o revistas ilustradas y alcanzando públicos más amplios, aunque con menor inmediatez que los diarios (Mendelson, 2005).

Junto a ellas, surgen postales artísticas, publicitarias y de fantasía: imágenes mitológicas, escenas humorísticas, campañas comerciales , paisajes irreales y motivos excéntricos expanden el horizonte icónico y simbólico del objeto postal, dotándole de valores añadidos y de una capacidad expresiva sorprendente (Riego Amézaga, 2011). Las postales art nouveau , con sus estilizaciones florales y figuras femeninas idealizadas, las postales humorísticas con caricaturas y juegos visuales, las postales publicitarias que promocionan productos, servicios o eventos, y las postales de fotomontaje o trucaje que crean escenarios imposibles, demuestran la extraordinaria versatilidad y plasticidad del soporte postal, capaz de acoger prácticamente cualquier contenido visual imaginable (Sánchez Vigil, 2001; Prochaska y Mendelson, 2010).

CAPÍTULO 4. TENSIONES Y TRANSFORMACIONES (1920-1931): LA POSTAL COMO ESCENARIO SOCIAL

El período de entreguerras, caracterizado por la emergencia de nuevos lenguajes audiovisuales, la aceleración de los procesos comunicativos y la profunda reconfiguración de las estructuras sociales y políticas europeas, constituye un contexto de desafío y reinvención para la postal (Guereña, 2005). Este período, que en España abarca desde el fin de la Primera Guerra Mundial hasta la proclamación de la Segunda República en 1931, está marcado por crisis económicas, tensiones sociales, conflictos políticos y transformaciones culturales que afectan profundamente a todos los ámbitos de la vida colectiva (Barros Guimérans, 1993). La tarjeta postal, que había alcanzado su apogeo en las dos décadas anteriores, debe ahora competir con nuevos medios de comunicación y adaptarse a un público con expectativas y demandas cambiantes, en un contexto de creciente movilización política y cuestionamiento de valores tradicionales (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

La Primera Guerra Mundial, aunque España se mantuvo neutral, tuvo efectos indirectos significativos sobre la economía, la sociedad y la cultura españolas. La inflación, las dificultades de abastecimiento, el enriquecimiento de sectores industriales vinculados a la exportación y el empobrecimiento de asalariados y clases medias generan tensiones sociales crecientes que se manifiestan en huelgas, protestas y una creciente radicalización política (Barros Guimérans, 1993). La Revolución Rusa de 1917 y los movimientos revolucionarios en Europa Central alimentaron esperanzas y temores, polarizando el debate político y social. En este contexto, la postal no puede permanecer ajena: se convierte en espacio de representación de estas tensiones, reflejando y contribuyendo a configurar los imaginarios en conflicto (Guereña, 2005).

4.1. Competencia y adaptación

La aparición del cine, la radio y el teléfono introducen modos de comunicación más directos, inmediatos y sensorialmente envolventes, que desafiaban la hegemonía de medios impresos como la postal (Riego Amézaga, 2011). El cine, que se consolida como espectáculo de masas en los años 1920, ofrece imágenes en movimiento, narrativas complejas y experiencias colectivas que la postal estática no puede igualar. Las salas cinematográficas se multiplican en ciudades y pueblos, convirtiéndose en espacios centrales de la sociabilidad y el ocio popular (Mendelson, 2005). La radio, cuya difusión se aceleró en la década de 1920, introduce la comunicación sonora instantánea, permitiendo la transmisión de noticias, música, debates y entretenimiento directamente a los hogares, transformando radicalmente las formas de acceso a la información y la cultura (Guereña, 2005).

El teléfono, aunque su penetración en España es aún limitada en este período, comienza a establecerse como medio de comunicación oral inmediata, especialmente en ámbitos urbanos y comerciales, ofreciendo una alternativa a la correspondencia escrita para ciertas funciones comunicativas (Henkin, 1998). Esta competencia mediática no implica la desaparición de la postal, pero sí obliga a una redefinición de su función y sus públicos. En este marco, la postal se especializa, reorientando su producción hacia el turismo, la nostalgia y la sentimentalidad (Riego Amézaga, 2011). La dimensión turística se refuerza: la postal se convierte en el souvenir por excelencia, el objeto que certifica y documenta la experiencia del viaje, que permite compartir con otros los lugares visitados y que construye un archivo personal de experiencias y memorias (Vilches Malagón y Sandoval Cortés, sf).

Se producen cambios profundos en los formatos, estilos y temáticas: el modernismo da paso al art déco, la oferta se diversifica y aparecen nuevas estrategias de comunicación visual, más sintéticas, coloristas y adaptadas al gusto internacional (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). El art déco, con sus líneas geometrizadas, su estilización elegante, sus colores vibrantes y su fusión de elementos modernos y exóticos, representa el espíritu de los años 1920: optimismo, modernidad, cosmopolitismo y ruptura con el pasado (Mendelson, 2005). Las postales art déco presentan tipografías innovadoras, composiciones dinámicas, perspectivas inusuales y un tratamiento del color más audaz, reflejando las influencias del cartelismo , la fotografía experimental y las vanguardias artísticas (Sánchez Vigil, 2001).

La postal, lejos de desaparecer, busca nuevos públicos, ajustando sus estilos y mensajes, aprovechando las oportunidades generadas por la cultura de masas (Guereña, 2005). La expansión del turismo, especialmente el turismo de clase media facilitado por la mejora de infraestructuras y la reducción de costes de transporte, genera una demanda creciente de postales como recuerdo y documento del viaje. Las campañas publicitarias, cada vez más sofisticadas, utilizan la postal como soporte, combinando imagen, marca y mensaje comercial (Riego Amézaga, 2011). Las postales sentimentales y de felicitación, con diseños renovados y mensajes adaptados a las sensibilidades contemporáneas, mantienen su presencia en el mercado, satisfaciendo necesidades de comunicación afectiva y ritualización de celebraciones (Andreucci, 2014).

4.2. El reflejo de una sociedad en conflicto

La postal se convierte en espejo y actor de las tensiones de clase, género y poder que atraviesan la sociedad española en este período turbulento (Barros Guimérans, 1993). Representaciones de la "nueva mujer" —moderna, activa, a menudo transgresora de roles y vestimentas— conviven con imágenes que refuerzan la moral tradicional, abriendo un campo de debate sobre la feminización del espacio público y la transformación de los valores sociales (Andreucci, 2014). La "nueva mujer" de los años 1920, con pelo corto, vestidos que muestran más el cuerpo, presencia en espacios públicos antes vedados (cafés, cines, oficinas), práctica de deportes, conducción de automóviles y participación en actividades culturales y políticas, desafía las normas de género tradicionales y genera tanta fascinación como rechazo (Andreucci, 2014).

Las postales reflejan esta ambivalencia: algunas celebran la modernidad femenina, representando a mujeres elegantes, independientes, cosmopolitas, inmersas en actividades contemporáneas; otras refuerzan estereotipos tradicionales, mostrando a mujeres en roles domésticos, maternales, recatados, asociados a valores de pureza, sacrificio y subordinación (Andreucci, 2014). Esta tensión visual participa en los debates sociales sobre la condición femenina, los derechos de las mujeres, el sufragio, el acceso a la educación superior y el trabajo remunerado, que se intensifican en este período (Barros Guimérans, 1993).

Las manifestaciones de conflictividad obrera, huelgas, manifestaciones y revueltas también aparecen reflejadas en la producción postal, igual que las campañas anticlericales, las sátiras antioligárquicas o las representaciones al margen de la norma (Barros Guimérans, 1993). Aunque la censura y las convenciones comerciales limitan la representación directa del conflicto social, algunas postales documentan huelgas, manifestaciones obreras, actos políticos de partidos de izquierda, campañas anticapitalistas o anticlericales, funcionando como instrumentos de propaganda y movilización (Guereña, 2005). La postal se convierte, muchas veces, en espacio de crítica social y comentario político, especialmente durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), cuando la censura reforzada convive con la creatividad y la resistencia de sectores críticos que utilizan códigos visuales, ironía, alegorías y dobles sentidos para burlar la vigilancia oficial (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

Las postales satíricas y humorísticas, con caricaturas de políticos, burlas de la oligarquía, críticas de la corrupción o representaciones irónicas de acontecimientos políticos, circulan en circuitos alternativos, cumpliendo funciones de contrainformación y contestación simbólica (Guereña, 2005). Estas postales, aunque minoritarias en el conjunto de la producción, testimonian la capacidad del medio postal para acoger discursos disidentes y participar en las luchas políticas y culturales del período (Barros Guimérans, 1993).

4.3. La construcción del imaginario turístico nacional.

El Patronato Nacional de Turismo, creado en 1928 durante la dictadura de Primo de Rivera, impulsa la postal como instrumento privilegiado de promoción cultural y territorial, inscribiendo este medio dentro de una política sistemática de construcción y difusión de la imagen de España en el extranjero (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). Mediante campañas sistemáticas, coordinación con editores, fotógrafos y diseñadores gráficos, y distribución internacional, el Patronato fomenta la creación de imágenes estandarizadas del paisaje, los monumentos y las tradiciones, modelando la percepción nacional e internacional de la "marca España" (Mendelson, 2005).

El territorio se monumentaliza: ciertos lugares —la Alhambra, la Mezquita de Córdoba, el Escorial, Toledo, Segovia, Sevilla— se convierten en iconos que sintetizan la identidad histórica y cultural española (Torremocha Silva, 2007). Los paisajes se estandarizan: playas mediterráneas, pueblos blancos andaluces, ciudades castellanas, paisajes vascos y gallegos son representados mediante cuadros, iluminaciones y composiciones que enfatizan su carácter pintoresco, exótico o monumental, según las expectativas del público turístico internacional (Vilches Malagón y Sandoval Cortés, sf). Las tradiciones —flamenco, corridas de toros, fiestas religiosas, trajes regionales— son seleccionadas, estilizadas y difundidas como expresiones auténticas del "ser español" , construyendo un repertorio visual que a menudo simplifica o folkloriza realidades complejas (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

La postal actúa como guía de viaje y recuerdo iconográfico, participando activamente en la transición del viajero romántico del siglo XIX al turista de masas características del siglo XX (Vilches Malagón y Sandoval Cortés, sf). El viajero romántico, individuo culto que buscaba experiencias estéticas, conocimiento directo de otras culturas y aventura personal, es progresivamente sustituido por el turista moderno: consumidor de experiencias paquetizadas, guiado por itinerarios estandarizados, que busca comodidad, seguridad y confirmación visual de lo ya conocido mediante imágenes previas (Mendelson, 2005). La postal participa activamente en este proceso, proporcionando al turista un repertorio visual previo que orienta su mirada, define qué debe ser visto y fotografiado, y ofrece un souvenir que certifica la realización del viaje y la visita a los lugares canónicos (Riego Amézaga, 2011).

De este modo, la postal refuerza imaginarios e identidades, articulando proyectos de nación y mercado turístico (Riego Amézaga, 2011). La construcción de la imagen turística de España no es un proceso neutral: responde a intereses económicos (desarrollo de infraestructuras hoteleras, transportes, servicios), políticos (legitimación del régimen mediante modernización y proyección internacional) y culturales (definición de una identidad nacional coherente y atractiva) (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). La postal, en este contexto, funciona como instrumento ideológico que naturaliza ciertas representaciones, oculta otras y participa en la hegemonización de una visión específica de la nación, su historia, su cultura y su territorio (Mendelson, 2005).

 

CAPÍTULO 5. INSTRUMENTALIZACIÓN POLÍTICA (1931-1939): PROPAGANDA EN LA SEGUNDA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

Durante este período crucial, la tarjeta postal se transforma radicalmente, hasta convertirse en un instrumento central del combate simbólico y de la movilización política que caracteriza estos años turbulentos de la historia española (Palá Laguna, 2004). A la par que se refuerzan los dispositivos de censura por parte de autoridades gubernamentales y militares, la postal sirve simultáneamente para el enfrentamiento ideológico y la consolidación de narrativas opuestas que expresan las profundas divisiones que atraviesan la sociedad española (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). Este período, que abarca desde la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931 hasta el final de la Guerra Civil en abril de 1939, representa un momento de radicalización política, polarización social y violencia creciente que culminará en el conflicto bélico más devastador de la historia española contemporánea (Barros Guimérans, 1993).

La postal, que había funcionado durante décadas como medio de comunicación, documento visual y objeto de colección, adquiere ahora una dimensión explícitamente propagandística y militante, subordinando sus otras funciones a la necesidad de persuadir, movilizar, denunciar y construir adhesiones políticas (Mendelson, 2005). La batalla simbólica que se libra en el terreno de las imágenes, los emblemas, los discursos y las narrativas se encuentra en la postal un vehículo privilegiado por su capacidad de circulación masiva, su bajo costo, su impacto visual y su aptitud para llegar a públicos diversos, incluyendo sectores populares con escasa formación política formal (Riego Amézaga, 2011).

5.1. La lucha por los símbolos

La Segunda República promueve una iconografía renovadora: laicismo, educación, reforma agraria, nuevos derechos y símbolos republicanos se plasman en la postal, en abierto contraste con la imaginería católica, nacionalista y tradicionalista de sectores contrarios (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). Las postales republicanas representan a la República mediante alegorías femeninas, banderas tricolores, emblemas de libertad, igualdad y fraternidad, escenas de escuelas laicas, bibliotecas populares, reparto de tierras y manifestaciones obreras, construyendo un repertorio visual que enfatiza la modernización, la justicia social y la democratización como valores centrales del nuevo régimen (Palá Laguna, 2004).

Las postales conmemoran reformas emblemáticas: la reforma agraria, la ley del divorcio, la separación Iglesia-Estado, la extensión de la educación pública, el sufragio femenino (aprobado en 1933), presentándolas como conquistas históricas que rompen con siglos de atraso, opresión y oscurantismo (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). Los líderes republicanos —Azaña, Largo Caballero, Prieto, entre otros— aparecen retratados como héroes de la democracia y la modernidad, mientras que las organizaciones obreras y campesinas son representadas como protagonistas del cambio social (Mendelson, 2005).

Por el contrario, las postales producidas por sectores conservadores, católicos y monárquicos presentan la República como amenaza al orden, la religión, la familia y la nación. Imágenes de iglesias amenazadas, procesiones impedidas, símbolos religiosos profanados, desórdenes y violencia sirven para construir un relato de caos y persecución que justifica la resistencia y, eventualmente, la sublevación contra el régimen republicano (Prochaska, 1990). Estas postales refuerzan valores tradicionales: la familia patriarcal, la propiedad privada, la unidad nacional, la religión católica como fundamento de la identidad española, presentando estos elementos como amenazados por las reformas republicanas (Garófano Sánchez, 2000).

La postal acompaña campañas electorales, debates públicos y movilizaciones sociales, funcionando como medio barato, abundante y fácilmente difundible, idóneo para la persuasión, la agitación y la contestación (Riego Amézaga, 2011). Los partidos políticos de todos los espectros ideológicos —desde la CEDA y Renovación Española en la derecha hasta el PSOE, PCE y CNT en la izquierda— utilizan postales para difundir sus programas, denunciar a adversarios, convocar mítines, celebrar victorias electorales o denunciar fraudes (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). Las postales circulan en campañas de afiliación, en actos públicos, en locales sindicales y ateneos, como material de propaganda que cada militante puede adquirir, enviar o distribuir, multiplicando así el alcance del mensaje político (Mendelson, 2005).

5.2. La guerra en postales

La Guerra Civil (1936-1939) precipita la instrumentalización total de la postal como arma de propaganda y construcción de legitimidad en ambos bandos enfrentados (Palá Laguna, 2004). En la zona republicana domina la iconografía antifascista, la exaltación de la unidad popular, el apoyo internacional de las Brigadas Internacionales y la divulgación de los logros revolucionarios alcanzados en territorios bajo control republicano (Prochaska, 1990; Garófano Sánchez, 2000). Las postales republicanas representan al Frente Popular como alianza de todas las fuerzas democráticas y progresistas —obreros, campesinos, intelectuales, pequeña burguesía— unidas contra el fascismo internacional y la reacción española (Mendelson, 2005).

La figura del miliciano —hombre o mujer armados, con mono de trabajo o uniforme improvisado, dispuestos al sacrificio por la libertad— se convierte en icono central de la propaganda republicana, simbolizando la movilización popular espontánea frente a la agresión militar profesional (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). Las Brigadas Internacionales, formadas por voluntarios antifascistas de decenas de países, son ampliamente representadas, enfatizando el carácter internacional de la lucha contra el fascismo y la solidaridad de los pueblos democráticos con la República española (Prochaska, 1990). Las postales documentan también las colectivizaciones agrarias e industriales, las reformas sociales implementadas en zonas republicanas, la alfabetización y educación popular, presentando estos logros como prueba de la capacidad transformadora de la revolución en marcha (Mendelson, 2005).

En la zona sublevada se impone la mitología de la "Cruzada" , presentando la sublevación militar como guerra santa contra el comunismo, el ateísmo y la disolución nacional (Garófano Sánchez, 2000). La imagen del Caudillo —Franco— se construye progresivamente como líder providencial, salvador de España, heredero de los Reyes Católicos y del Imperio, encarnación de virtudes militares, religiosas y nacionales (Prochaska, 1990). Las postales franquistas enfatizan la unidad, la disciplina, la jerarquía, el orden, el catolicismo y el nacionalismo español unitario y centralista, en oposición al caos, la anarquía, la división y la traición que asignan al bando republicano (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

La vinculación con símbolos imperiales y militares es constante: águilas imperiales, yugos y flechas de los Reyes Católicos, cruces, referencias a Covadonga, el Cid, los Tercios, la conquista de América, construyen una narrativa de grandeza histórica interrumpida que la "Cruzada" vendría a restaurar (Mendelson, 2005). Las postales franquistas representan también a generales, requetés, falangistas, presentados como héroes abnegados que luchan por Dios, la Patria y la civilización cristiana occidental contra la barbarie marxista (Garófano Sánchez, 2000).

Ambos bandos explotan la postal para generar cohesión interna, difundir consignas, denunciar al enemigo y documentar la violencia sufrida o infligida (Prochaska, 1990). Imágenes de bombardeos —especialmente el bombardeo de Guernica, ampliamente utilizado por la propaganda republicana—, ruinas, escenas del frente, hospitales de campaña, refugios antiaéreos y de la vida cotidiana bajo condiciones de guerra constituyen una crónica visual de la destrucción y la resistencia (Mendelson, 2005). Las postales documentan también la represión: fusilamientos, prisioneros, destrucción de símbolos del adversario, cada bando denunciando las atrocidades del contrario mientras silencia u oculta las propias (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

La postal funciona además como medio de comunicación entre frente y retaguardia, permitiendo a combatientes enviar mensajes a familiares, reforzar la moral, solicitar apoyo material y afectivo, manteniendo así los vínculos que la guerra amenaza con romper (Guereña, 2005). Muchas de estas postales presentan mensajes impresos, espacios limitados para escritura manuscrita y representaciones iconográficas que refuerzan la legitimidad y la inevitabilidad de la victoria del bando propio (Riego Amézaga, 2011).

5.3. El fin de una era y el silencio de la posguerra

Concluida la guerra en abril de 1939, el franquismo impone la destrucción de impresos no afines y la censura más estricta sobre las manifestaciones visuales y escritas (Torremocha Silva, 2007). Miles de postales republicanas, sindicales, revolucionarias son requisadas, destruidas o relegadas a archivos policiales, interrumpiendo su circulación y borrando su memoria visual (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). La depuración de bibliotecas, archivos, colecciones privadas forma parte de un proceso más amplio de control ideológico y construcción de una memoria oficial que excluye, criminaliza o tergiversa las experiencias, símbolos e imaginarios del bando vencido (Garófano, 2000).

La postal sobrevive en una versión domesticada, oficialista y desvinculada de las estrategias de movilización y crítica social previas, coincidiendo con el declive general de su uso como medio de comunicación masiva y su progresiva relegación al ámbito del recuerdo y la nostalgia (Garófano, 2000). Las postales de la posguerra inmediata reproducen la iconografía franquista triunfante: monumentos al Caudillo, desfiles militares, símbolos del régimen, paisajes y monumentos despolitizados, escenas costumbristas folklorizadas, imágenes religiosas que refuerzan el nacionalcatolicismo como ideología oficial (Torremocha Silva, 2007).

La censura previa, ejercida sistemáticamente por organismos del régimen, impide la producción y circulación de cualquier imagen o mensaje que pueda considerarse subversivo, crítico o simplemente ajeno a los valores oficiales (Almancha Núñez-Herradón et al., 2015). La postal pierde así gran parte de su vitalidad, su pluralidad temática y su capacidad para reflejar la diversidad de experiencias, sensibilidades y proyectos que había caracterizado periodos anteriores. Simultáneamente, el desarrollo de nuevos medios de comunicación —radio consolidada, cine controlado, posteriormente televisión— y las transformaciones en las formas de sociabilidad, turismo y comunicación epistolar relegan progresivamente a la postal a funciones secundarias, marcando el fin de su época dorada como medio de comunicación masiva y documento privilegiado de la cultura visual moderna (Riego Amézaga, 2011).

El silencio impuesto sobre la memoria republicana, la represión de discursos alternativos y la imposición de una narrativa única sobre la guerra y la nación marcan profundamente la producción postal de las décadas siguientes, hasta que, progresivamente, en contextos democráticos posteriores, se inician procesos de recuperación , catalogación y análisis histórico de las postales como documentos fundamentales para comprender la cultura visual, los imaginarios políticos y las experiencias sociales de uno de los periodos más dramáticos de la historia española contemporánea (López Hurtado, 2013; Mendelson, 2005).

CAPÍTULO 6. MARCO TEÓRICO Y CONTEXTO: LA TARJETA POSTAL COMO DOCUMENTO Y MEDIO DE COMUNICACIÓN

CAPÍTULO 6. MARCO TEÓRICO Y CONTEXTO: LA TARJETA POSTAL COMO DOCUMENTO Y MEDIO DE COMUNICACIÓN

6.1. La postal como fuente historiográfica

De la cartofilia amateur y el coleccionismo privado, característicos de finales del siglo XIX y principios del XX, el interés académico por la tarjeta postal se consolida en las últimas décadas, reconociendo su valor como fuente histórica de primer orden (López Hurtado, 2013). Este tránsito desde una aproximación coleccionista, centrada en la acumulación, clasificación y valoración estética o monetaria del objeto, hacia una perspectiva historiográfica y documental que interroga a la postal como testimonio de procesos sociales, culturales y políticos, ha sido lento pero progresivo (Riego Amézaga, 2011). Durante décadas, la postal fue considerada un objeto menor, efímero, carente del prestigio académico de fuentes documentales tradicionales como archivos oficiales, prensa o testimonios escritos formales (Osbaldestin, 2023). Sin embargo, los desarrollos de la historia cultural, la historia de las mentalidades, la historia visual y los estudios sobre cultura material han reivindicado el valor de objetos cotidianos, populares y masivos como fuentes privilegiadas para acceder a dimensiones de la experiencia histórica que permanecen invisibles en documentación oficial (Barros Guimérans, 1993; Rose, 2016).

Su estudio exige metodologías multidisciplinares: su carácter fragmentario, su circulación masiva y su función como dispositivo de memoria la convierten en un documento complejo, fronterizo entre lo público y lo privado (Riego Amézaga, 2011; López Hurtado, 2013). La postal no es un documento unívoco: combina imagen y texto, información visual y mensaje manuscrito, producción industrial y apropiación personal, circulación comercial y comunicación íntima (McDonald et al., 2024). Esta naturaleza híbrida requiere enfoques analíticos que integren competencias de la historia del arte, la semiótica, la historia social, la antropología visual, la archivística y los estudios de comunicación (Rose, 2016; Millman, 2013).

La postal actúa como documento, monumento y archivo (Riego Amézaga, 2011), permitiendo reconstruir no sólo prácticas sociales sino también representaciones, imaginarios y emociones colectivas. Como documento, la postal registra información verificable: lugares, fechas, personas, eventos, transformaciones urbanas, infraestructuras, costumbres. Como monumento, la postal construye memoria, selecciona lo memorable, establece jerarquías simbólicas, participa en la construcción de identidades colectivas. Como archivo, especialmente cuando se conservan series completas o colecciones organizadas, la postal permite análisis seriales, identificación de patrones, evoluciones temáticas, cambios en los repertorios visuales y discursivos (López Hurtado, 2013; Rickards y Twyman, 2000).

La microhistoria y la historia cultural, mediante análisis de series, iconografía y testimonios epistolares, abren nuevas perspectivas sobre los procesos históricos y los actores sociales que protagonizaron la modernidad (Rose, 2016). El análisis microhistórico de postales permite reconstruir trayectorias individuales, redes de sociabilidad, experiencias de movilidad geográfica, prácticas comunicativas cotidianas, revelando dimensiones de la vida social que escapan a aproximaciones macro (Millman, 2013). El análisis iconográfico sistemático, aplicado a corpus amplios de postales, identifica patrones de representación, estereotipos visuales, evoluciones estéticas, relaciones entre imagen y contexto histórico, construcción de imaginarios territoriales, de género, de clase o nacionales (Panofsky, 1972; Rose, 2016). El análisis de los mensajes manuscritos en postales circuladas aporta información sobre lenguajes, fórmulas de cortesía, expresión de emociones, construcción de vínculos afectivos, revelando la dimensión comunicativa y relacional del objeto (López Hurtado, 2013).

6.2. La postal en la cultura visual de la modernidad

El siglo XIX fue escenario de una auténtica explosión visual: fotografía, grabado, prensa ilustrada, linterna mágica y espectáculos ópticos propiciaron un cambio radical en la percepción y la gestión de la imagen (Benjamin, 1936). En ese contexto, la postal se revela como producto típico de la cultura material moderna, donde la reproducción fotomecánica democratiza la imagen y diversifica sus usos. Este fenómeno, que algunos historiadores denominan la "visualización del mundo", implica una transformación profunda en la relación de las sociedades con las imágenes: de objetos escasos, costosos, asociados a élites y circuitos restringidos, las imágenes se convierten en mercancías abundantes, accesibles, cotidianas, integradas en múltiples ámbitos de la experiencia social (Rose, 2016; Prochaska y Mendelson, 2010).

La fotografía, inventada oficialmente en 1839, representa el primer gran salto tecnológico: por primera vez, es posible capturar la realidad de forma mecánica, sin mediación del gesto artístico manual, con un grado de precisión y objetividad sin precedentes (Benjamin, 1936). Sin embargo, durante décadas, la fotografía permanece como práctica relativamente restringida, accesible principalmente a profesionales y aficionados con recursos. Es el desarrollo de técnicas de reproducción masiva —fototipia, huecograbado, offset, cromolitografía— lo que verdaderamente democratiza el acceso a la imagen fotográfica, permitiendo tiradas de miles o millones de ejemplares a costes decrecientes (Sánchez Vigil, 2001).

La postal se sitúa a caballo entre la carta de visita y el fotoperiodismo: recupera fórmulas tradicionales de intercambio privado al tiempo que inaugura estrategias modernas de narración pública y colectiva (Henkin, 1998). De la carte-de-visite, la postal hereda el formato manipulable, la función de circulación social, la capacidad de ser coleccionada y exhibida. Del fotoperiodismo incipiente, anticipa la función informativa, la documentación de actualidad, la capacidad de testimoniar eventos, transformaciones, conflictos. Su implantación coincide, pues, con una nueva economía visual, orientada hacia el consumo y la apropiación masiva de la imagen reproducida (Benjamin, 1936; Prochaska y Mendelson, 2010).

La tarjeta postal se inserta en este escenario como un producto paradigmático de la modernidad visual, la democratización de la correspondencia y la cultura material del siglo XIX avanzado y del primer tercio del siglo XX. Su naturaleza híbrida —a la vez imagen y texto, objeto personal y producto industrial, documento privado y testimonio público— la convierte en un artefacto cultural singularmente revelador de los procesos de transformación que caracterizan este periodo histórico (Riego Amézaga, 2011; López Hurtado, 2013). Esta hibridez no es accidental: responde a las condiciones materiales, tecnológicas, económicas y culturales de la modernidad, caracterizada precisamente por la disolución de fronteras tradicionales entre esferas antes separadas (Hughes y Bhopal, 2019).

La postal condensa en su pequeño formato tensiones y contradicciones propias de la modernidad: la masificación y la individualidad (millones de postales idénticas que cada usuario personaliza con su mensaje manuscrito); la estandarización y la diversidad (formatos normalizados que acogen contenidos infinitamente variados); la tradición y la innovación (continuidad de prácticas epistolares antiguas mediante soportes tecnológicamente avanzados); lo local y lo global (imágenes de lugares específicos que circulan por todo el mundo); lo público y lo privado (mensajes íntimos escritos en soportes accesibles a todas las miradas) (Prochaska y Mendelson, 2010; Riego Amézaga, 2011).

El periodo 1869-1939 comprende, por tanto, no sólo la génesis sino la consolidación, apogeo y transformación de este objeto, desvelando las fracturas y continuidades de una sociedad sometida a constantes tensiones entre tradición y modernidad (Guereña, 2005). Desde la adopción oficial de la tarjeta postal en los sistemas postales europeos —iniciada en Austria-Hungría en 1869 y rápidamente extendida a otros países— hasta su instrumentalización propagandística durante la Guerra Civil española y los conflictos europeos de entreguerras, la postal atraviesa diversas fases que reflejan cambios en la tecnología, en las prácticas sociales, en los imaginarios colectivos y en las estructuras políticas (Carrasco Marqués, 2009; Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

Estudiar la tarjeta postal en este periodo implica, por tanto, analizar un objeto que es a la vez producto y productor de la cultura de masas, testimonio documental y agente de construcción simbólica, medio de comunicación interpersonal y vehículo de narrativas colectivas (López Hurtado, 2013; Prochaska y Mendelson, 2010). Su análisis permite acceder a dimensiones fundamentales de la experiencia histórica: las formas de sociabilidad, los imaginarios territoriales y nacionales, las representaciones de género y clase, las estrategias de propaganda política, las prácticas de memoria y las modalidades de consumo cultural que definieron la modernidad europea y española entre 1869 y 1939 (Riego Amézaga, 2011; Garófano, 2000).

6.3. La postal en las redes de comunicación

La postal emerge en este ecosistema como agente de la primera globalización cultural: su capacidad para cruzar fronteras, fijar estereotipos y difundir modelos visuales trasciende la experiencia local, tejiendo un tapiz de representaciones circulares y compartidas (Rickards y Twyman, 2000). El ocio, el turismo y el consumo se convierten en prácticas transnacionales, mediadas y aceleradas por la postal, que opera simultáneamente como recuerdo, mercancía, documento e icono (Guereña, 2005). La postal participa activamente en la construcción de una cultura visual globalizada, anterior a la televisión e internet, en la que ciertos lugares, monumentos, tipos humanos o eventos se convierten en iconos reconocibles internacionalmente, estableciendo un imaginario compartido que trasciende las particularidades nacionales o locales (Prochaska y Mendelson, 2010).

En este contexto, la modernización de las infraestructuras (ferrocarril, telégrafo, ampliación de líneas postales) impulsó la circulación de información e imágenes, facilitando el arraigo de la correspondencia como práctica cotidiana (Carrasco Marqués, 2009). El ferrocarril no sólo aceleró el transporte de personas y mercancías, sino que también permitió la distribución rápida y eficiente del correo, reduciendo los tiempos de entrega de días o semanas a horas. La expansión de la red ferroviaria europea —que pasó de 20.000 kilómetros en 1850 a más de 300.000 en 1914— transformó radicalmente las nociones de distancia y accesibilidad, integrando regiones periféricas en circuitos comerciales y comunicativos nacionales e internacionales (Henkin, 1998).

El telégrafo, por su parte, estableció un sistema de comunicación instantánea que, si bien no reemplazó la correspondencia escrita, sí modificó las expectativas sobre la velocidad y la eficiencia de las comunicaciones. La capacidad de transmitir información en tiempo real tuvo implicaciones decisivas para la actividad comercial, la administración estatal, la prensa y, eventualmente, la diplomacia y la guerra (Henkin, 1998). La expansión de las redes postales, con la multiplicación de oficinas, carteros rurales y servicios auxiliares, democratizó el acceso al correo, integrando incluso a zonas rurales y periféricas en el sistema comunicativo nacional e internacional (Carreras y Candi, 1903; Henkin, 1998).

La consolidación estatal vino acompañada de sucesivas reformas postales, alineadas con las tendencias internacionales que apostaban por la racionalización de los servicios, la reducción de tarifas, la democratización del acceso y la universalización de la correspondencia (Carreras y Candi, 1903; Sánchez Vigil, 2001). Estas reformas respondían a una doble necesidad: por un lado, el Estado moderno requería sistemas eficientes de comunicación para ejercer su autoridad administrativa, fiscal y política sobre el territorio; por otro lado, la creciente alfabetización y las demandas sociales de comunicación exigían servicios postales accesibles, baratos y fiables. La introducción del sello postal —iniciada en Gran Bretaña en 1840 con el Penny Black— revolucionó el sistema, estableciendo el principio de prepago y simplificando enormemente los procedimientos (Henkin, 1998).

La estandarización de formatos, tarifas planas y la simplificación de procedimientos contribuyeron decisivamente a la expansión del uso de la correspondencia entre amplias capas de la población (Carrasco Marqués, 2009). En España, las sucesivas reformas postales de las décadas de 1870 y 1880 introdujeron mejoras significativas en la cobertura territorial, la frecuencia de reparto y la accesibilidad económica del servicio, sentando las bases para la posterior explosión de la tarjeta postal ilustrada (Carreras y Candi, 1903).

La constitución de la Unión Postal Universal en 1874 significó la primera gran internacionalización de los estándares administrativos, técnicos y formales asociados a las comunicaciones postales, promoviendo la interoperabilidad de servicios y consolidando a la tarjeta postal como formato de alcance global (Carrasco Marqués, 2009). Este organismo supranacional, con sede en Berna, estableció normas comunes sobre tarifas internacionales, formatos admitidos, idiomas autorizados y procedimientos de entrega y devolución, facilitando enormemente el intercambio postal transfronterizo. La UPU representó un hito fundamental en la historia de la globalización comunicativa, anticipando procesos de estandarización técnica y regulación supranacional que caracterizarían el siglo XX (Henkin, 1998; Rickards y Twyman, 2000).

La tarjeta postal, adoptada rápidamente por todos los países miembros de la UPU, se benefició directamente de esta regulación internacional, convirtiéndose en un medio verdaderamente universal de comunicación visual y escrita. Las normas sobre dimensiones, gramaje del papel, disposición de texto e imagen, y tarifas reducidas establecidas por la UPU facilitaron la circulación transnacional de millones de postales, configurando una auténtica cultura visual globalizada que anticipó fenómenos comunicativos posteriores (Carreras y Candi, 1903; Prochaska y Mendelson, 2010).

Conclusiones finales

La tarjeta postal es, en síntesis, un testimonio insustituible de la modernidad visual, social y técnica contemporánea. Su análisis transversal y prolongado en el tiempo permite revelar los mecanismos mediante los que la imagen y la escritura se trenzan para fijar, difundir y transformar la experiencia individual y colectiva (López Hurtado, 2013). A través de sucesivas etapas —de la carte-de-visite y el álbum familiar a la postal ilustrada industrial, y de la propaganda y la resistencia a la nostalgia archivística—, la postal muestra una plasticidad asombrosa, capaz de adaptarse a condiciones cambiantes y de asumir funciones dispares (López Hurtado, 2013; Garófano, 2000).

Las hipótesis de partidavalor documental, plasticidad cultural, potencialidad historiográfica— quedan plenamente verificadas, al quedar acreditado el papel central de la postal en procesos de configuración identitaria, circulación simbólica y construcción de la memoria. El objeto postal ha demostrado ser mucho más que un simple soporte comunicativo: constituye un archivo visual de la modernidad, un dispositivo de memoria colectiva, un instrumento de propaganda y movilización política, un vehículo de imaginarios territoriales y nacionales, y un testimonio de prácticas sociales, afectivas y culturales que definieron el periodo 1869-1939 (Riego Amézaga, 2011; Almancha Núñez-Herradón et al., 2015).

El apartado de limitaciones reconoce la dificultad que implica la dispersión y fragmentariedad de los fondos, así como las marcas de la censura o la destrucción documental que afectan especialmente a postales de contenido político, especialmente aquellas producidas en contextos de conflicto o represión (Torremocha Silva, 2007; McDonald et al., 2024). Las colecciones públicas y privadas están dispersas geográficamente, carecen frecuentemente de catalogación sistemática, presentan lagunas significativas y en ocasiones están inaccesibles para la investigación. La destrucción de fondos durante la Guerra Civil y la posguerra, la pérdida por deterioro material, la dispersión en el mercado anticuario y la escasa valoración histórica durante décadas han comprometido la conservación de este patrimonio (Osbaldestin, 2023).

Sin embargo, las últimas décadas han visto un renovado interés por la digitalización, catalogación y análisis de fondos postales, facilitado por tecnologías digitales que permiten la reproducción, difusión y análisis masivo de imágenes (Rose, 2016; McDonald et al., 2024). Proyectos de digitalización patrimonial, bases de datos especializadas, repositorios institucionales y plataformas colaborativas están haciendo accesibles millas de postales antes dispersas o inaccesibles, abriendo nuevas posibilidades para la investigación histórica, el análisis visual computacional y la preservación patrimonial (López Hurtado, 2013).

Se anima, por tanto, a la exploración creativa y multidisciplinar, apoyada en nuevas metodologías y recursos digitales, que permite continuar interrogando este objeto fascinante y multifacético, revelando nuevas dimensiones de su significado histórico, cultural y social, y contribuyendo a la comprensión más profunda de los procesos que configuran la modernidad europea y española (Riego Amézaga, 2011; Prochaska y Mendelson, 2010).

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