Buscar este blog

5/6/25

2.1. Contexto económico, social y político

"La historia, en gran medida, es una construcción subjetiva, ya que el historiador interpreta retrospectivamente el desorden de los hechos humanos para darles sentido. ______ (Carr, 1961)

Este proceso enfrenta riesgos como la simplificación excesiva, la falta de comprensión de las causas y efectos, y la influencia de las perspectivas de la época del historiador. Así, la historia no solo refleja las actitudes y necesidades del presente, sino también los logros del pasado, aunque la búsqueda de objetividad siempre se ve limitada por la interpretación individual.

El período comprendido entre finales del siglo XIX y principios del XX estuvo marcado por profundos cambios políticos, económicos y sociales en Europa y España[15]. Las tensiones internas y externas, junto con los movimientos sociales, anticiparon los conflictos y transformaciones del siglo XX. De este modo, la modernización económica, el ascenso del nacionalismo, la búsqueda de nuevos mercados y el despertar de las clases trabajadoras configuran el preludio de los grandes enfrentamientos y revoluciones que se desencadenarían a lo largo del siguiente siglo.

Transformaciones Políticas en Europa

A finales del siglo XIX, Europa vivió un período de profundas transformaciones políticas, sociales y económicas, que marcaron el tránsito hacia el siglo XX[15]. Este tiempo estuvo caracterizado por una combinación de inestabilidad política, auge del nacionalismo y conflictos entre potencias imperiales, todo ello coexistiendo con el avance de la industrialización y la modernización. En este escenario, surgieron fenómenos culturales como las tarjetas postales, que reflejaban tanto las aspiraciones tecnológicas como la nostalgia por un pasado en desaparición[15]. Estas tensiones e innovaciones fueron "la semilla de la nueva conciencia nacional que brotaría con fuerza en las primeras décadas del siglo XX"[15].

Europa se convirtió en un campo de competencia entre grandes potencias, marcado por alianzas estratégicas, tensiones nacionalistas y rivalidades imperiales[15]. La unificación de Alemania en 1871, liderada por Otto von Bismarck tras la guerra franco-prusiana, desplazó a Francia como potencia dominante, sembrando un profundo resentimiento en la política internacional[15]. "La humillación francesa tras 1871 se transformó en una constante búsqueda de revancha, impulsando una diplomacia hostil hacia Alemania"[15].

Simultáneamente, potencias como Gran Bretaña, Rusia y Austria-Hungría buscaban ampliar o conservar esferas de influencia[15]. "La Europa de finales del siglo XIX era un conjunto de tableros diplomáticos en el que cada Estado se esforzaba por no quedarse rezagado ante los cambios geopolíticos y económicos"[15].

El sistema de alianzas de Bismarck buscaba mantener el equilibrio de poder en Europa, cuyo eje fue la Triple Alianza (1882), que vinculaba a Alemania, Austria-Hungría e Italia[15]. Este acuerdo buscaba aislar diplomáticamente a Francia y contener los conflictos en los Balcanes. "Bismarck entendió que la estabilidad europea dependía de evitar una guerra en múltiples frentes, preservando a Alemania como la potencia dominante en el continente"[15].

No obstante, tras la dimisión de Bismarck en 1890, el Káiser Guillermo II adoptó una política exterior más agresiva, conocida como Weltpolitik, que priorizaba la expansión colonial y la confrontación con Reino Unido[15]. Este cambio provocó el deterioro de las relaciones con Rusia, lo que permitió que esta última se acercara a Francia, estableciendo la Alianza Franco-Rusa (1894)[15].

Los Balcanes, denominados el "polvorín de Europa", se convirtieron en el epicentro de conflictos[15]. El declive del Imperio Otomano, sumado al crecimiento de movimientos nacionalistas en Serbia, Grecia y Bulgaria, desestabilizó aún más la región. Serbia, con apoyo ruso, promovió la idea de una gran nación eslava, chocando directamente con los intereses de Austria-Hungría, deseosa de mantener su influencia en la zona.

Cambios Sociales y Democratización

El sufragio comenzó a expandirse en las democracias emergentes, permitiendo una mayor participación política de sectores burgueses y trabajadores, aunque de forma desigual[15]. Este proceso generó un entorno político dinámico que marcó "La irrupción de los trabajadores organizados en el ámbito político como un desafío directo al poder tradicional de las élites aristocráticas y monárquicas"[15].

El surgimiento de partidos socialistas y sindicatos en el último tercio del siglo XIX reflejó las crecientes demandas de los trabajadores industriales[15]. Organizaciones como la Segunda Internacional (1889) unieron movimientos obreros de diferentes países en una plataforma internacional para la defensa de los derechos laborales y el impulso de reformas sociales. En países como Francia y Alemania, los partidos socialdemócratas se consolidaron como fuerzas políticas clave, representando a una clase trabajadora cada vez más organizada y consciente de sus derechos.

Mientras en el norte y centro de Europa se producía una expansión gradual del sufragio, en el sur del continente, especialmente en Italia y España, las estructuras políticas oligárquicas limitaban la verdadera participación popular[15]. "El caciquismo y la manipulación electoral mantenían un control férreo sobre los sistemas políticos, simulando una democratización que en la práctica era ficticia"[15].

El Movimiento Sufragista Femenino y el papel de las mujeres en el cambio social comenzó a ganar fuerza a finales del siglo XIX[15]. El movimiento sufragista femenino, liderado por figuras como Emmeline Pankhurst en el Reino Unido, representó campañas por el derecho al voto y la igualdad de derechos civiles. "La lucha por la emancipación de las mujeres fue una de las grandes batallas sociales del fin de siglo, reflejando las tensiones de una sociedad que buscaba adaptarse a los cambios de la modernidad"[15].

Los cambios en la estructura social fueron igualmente determinantes. El crecimiento de la clase media urbana, el aumento de la alfabetización y la reducción de la jornada laboral crearon un público con tiempo libre, recursos económicos y curiosidad cultural suficientes para sostener nuevos mercados culturales[15].

La expansión del sistema educativo contribuyó a la formación de un público capaz de apreciar y decodificar nuevas formas culturales. La educación visual, aunque rudimentaria, preparó a las masas para el consumo de productos culturales visuales[15].

Segunda Revolución Industrial (1870-1914)

La Segunda Revolución Industrial transformó radicalmente la economía global, gracias a innovaciones tecnológicas como la electricidad, el motor de combustión interna y la industria química[15]. "La introducción de nuevas tecnologías consolidó el dominio europeo en la economía global, reforzando la supremacía de potencias como Alemania, el Reino Unido y Francia, mientras que el sur y este de Europa quedaron rezagados"[15].

El desarrollo de infraestructuras estratégicas, como el ferrocarril y el Canal de Suez (1869), facilitó una mayor conectividad entre mercados internacionales[15]. Estas innovaciones no solo redujeron los costos de transporte, sino que también aceleraron la integración económica global. "El ferrocarril y la navegación a vapor fueron los pilares de un nuevo sistema económico global, que permitió el intercambio rápido de bienes, personas e ideas"[15].

El Contexto Español: De la Crisis Política a la Modernización

El Proceso de Modernización Industrial

En España, el proceso de modernización fue más lento pero igualmente significativo[15]. El desarrollo industrial, incipiente a principios de la Restauración, recibió notable incremento durante los años ochenta y noventa gracias a las inversiones extranjeras (desarrollo de la producción de energía eléctrica, extensión de la red ferroviaria, aumento de la explotación de las riquezas mineras, creación de nuevas industrias)[15].

La Revolución Industrial jugó un papel determinante en las transformaciones urbanas españolas, aunque el proceso de desarrollo industrial se inició pero no llegó a consolidarse plenamente debido a la falta de elementos significativos para un auténtico proceso de industrialización[15]. Entre estos elementos faltantes se encontraban la ausencia de una producción agrícola próspera por falta de tecnología, una red de transporte mucho más desarrollada y una red financiera nacional consolidada.

Desarrollo Regional: Cataluña y País Vasco

Cataluña y el País Vasco destacaron como los territorios más aventajados en esta carrera industrial[15][16]. En Cataluña, se desarrolló una notable industria textil, seguida por la industria bancaria y la producción vinícola. Este magnífico aumento de la economía se reflejó en la Exposición de Barcelona de 1888, con una exaltación de la cultura catalana y el arrollador triunfo del Modernismo[15].

En el País Vasco, la industria siderúrgica revitalizó toda la zona vasco-cántabra gracias a los yacimientos de hierro explotados con capital extranjero[15][16]. La clave para este desarrollo fue el hierro, ya que las minas existentes en dicho territorio eran lo suficientemente importantes como para permitir el crecimiento del sector industrial, concretamente de altos hornos[16]. Sin embargo, España no tenía ni la capacidad técnica, ni económica, ni siquiera natural como para que el resultado fuera importante. La única salida era, de nuevo, el capital extranjero, en este caso galés, que ofrecía capital y técnica, además de un carbón de coque de mayor calidad que el asturiano[16].

El crecimiento industrial en Cataluña y el País Vasco propició el surgimiento de sindicatos como la UGT y la CNT[15]. "El auge del movimiento obrero en España reflejó tanto el impacto de la industrialización como las tensiones de un sistema político incapaz de adaptarse"[15].

Los Nacionalismos Periféricos

El nacionalismo catalán y vasco exigía autonomía frente al centralismo[15]. En Cataluña, líderes como Valentí Almirall impulsaron una agenda regionalista, mientras Sabino Arana promovía el nacionalismo vasco basado en la preservación cultural. Este fenómeno reflejaba la pluralidad de identidades que cohabitaban en la Península Ibérica[15].

El Desastre del 98 y el Regeneracionismo

El Desastre del 98 marcó el fin del imperio español y generó un debate regeneracionista liderado por figuras como Joaquín Costa, quien abogó por una reforma integral del país[15][17]. Este fue el momento en que "la sociedad española percibió la urgencia de redefinir su proyecto nacional y reconducir las estructuras políticas y económicas hacia la modernidad"[15]. Costa promovió su famosa máxima "Escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid", que significaba mirar hacia el futuro y abandonar la narrativa triunfal del pasado[15].

La crisis de fin de siglo se situó en el período abarcado por la última década del siglo XIX y el primer lustro del XX, siendo el momento clave el choque de 1898, que, según Manuel Tuñón de Lara, fue "un revulsivo potentísimo que actuó sobre comportamientos e ideas de gran parte de la burguesía, de propietarios agrícolas, de pequeños comerciantes de tipo medio, etc., que se sentían enteramente frustrados"[15].

Sin embargo, es necesario señalar que el llamado "Desastre del 98" fue más un estado de ánimo, una crisis moral e ideológica, que una realidad política y económica[17]. De hecho, en los años siguientes el sistema de la Restauración continuó funcionando como lo había hecho hasta la fecha; sin sobresaltos que pusieran en cuestión su vigencia. Las consecuencias económicas de la pérdida colonial resultaron ser menores de lo previstas, ya que España ya no tenía que afrontar el cuantioso gasto que suponían el ejército y la administración colonial[17].

Avances en Educación y Cultura

A pesar de las dificultades políticas, el período de la Restauración también fue testigo de importantes avances educativos[18]. En el siglo XIX, España experimentó cambios significativos hacia la democratización educativa. La principal influencia fueron ideas liberales provenientes del resto de Europa. En 1857, la Ley Moyano supuso un hito clave, estableciendo las bases para una educación pública obligatoria en niveles básicos[18].

Se crearon nuevos organismos inspirados en la Institución Libre de Enseñanza, como el Museo Pedagógico Nacional en 1882 y la reforma de la Escuela Normal en 1898[15]. En 1900 se estableció el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, y en 1901 se amplió la escolaridad obligatoria hasta los 12 años[15].

Impacto en la Industria Cultural

Este contexto socioeconómico creó las condiciones perfectas para el florecimiento de las tarjetas postales como fenómeno de masas[15]. La tarjeta postal revolucionó las formas de comunicación a mediados y finales del siglo XIX, transformando la tradición formal y costosa de escribir cartas en un sistema que permitía a las personas corresponder de manera más casual y económica. La popularidad fue evidente cuando 575,000 tarjetas postales fueron enviadas en su primer día de venta[15].

En la década de 1890 se introdujeron las "Tarjetas Postales Pictóricas" con una imagen en el frente (como una ubicación exótica o un punto de referencia famoso) y espacio para escribir en el reverso[15]. La democratización de la imagen debido a su circulación y acceso, y su consecuente pérdida de aura que devino por la reproductibilidad y, por lo tanto, en la multiplicidad de la tarjeta postal, reflejó los cambios más amplios de la modernidad industrial[15].

Las tarjetas postales se convirtieron en "un símbolo del progreso industrial y urbano, pero también en un vehículo para la representación de identidades nacionales y culturales"[15], siendo especialmente importantes como medio de comunicación turística que permitía enviar recuerdos de España a destinatarios extranjeros.

En conclusión, el período 1870-1900 tanto en Europa como en España se caracterizó por ser una época de transición marcada por la inestabilidad política, el proceso de modernización económica, el despertar de nuevas fuerzas sociales y el surgimiento de identidades nacionales alternativas. Estas transformaciones sentaron las bases para los grandes cambios que experimentarían ambos contextos en el siglo XX, desde la crisis de los sistemas políticos tradicionales hasta el surgimiento de nuevas formas de organización política, social y cultural.

Las tarjetas postales se convirtieron en "un símbolo del progreso industrial y urbano, pero también en un vehículo para la representación de identidades nacionales y culturales" (Riego, 2001), siendo especialmente importantes como medio de comunicación turística que permitía enviar recuerdos de España a destinatarios extranjeros.

Referencias

  • Benjamin, W. (1936). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Suhrkamp.
  • Carr, E. H. (1961). ¿Qué es la historia? Ariel.
  • Cheyne, G. J. (1974). A Bibliographical Study of the Writings of Joaquín Costa. Tamesis Books.
  • Conversi, D. (1997). The Basques, the Catalans and Spain: Alternative Routes to Nationalist Mobilisation. Hurst & Company.
  • Geary, D. (1981). European Labour Protest, 1848-1939. Croom Helm.
  • Hall, R. C. (2000). The Balkan Wars 1912-1913: Prelude to the First World War. Routledge.
  • Harrison, J. (1993). Spain in the Question: A Study of Modern Spain. New York University Press.
  • Headrick, D. R. (1988). The Tentacles of Progress: Technology Transfer in the Age of Imperialism. Oxford University Press.
  • Hobsbawm, E. J. (1987). The Age of Empire: 1875-1914. Pantheon Books.
  • Jelavich, B. (1983). History of the Balkans. Cambridge University Press.
  • Kennedy, P. (1987). The Rise and Fall of the Great Powers. Random House.
  • Landes, D. S. (1969). The Unbound Prometheus: Technological Change and Industrial Development in Western Europe. Cambridge University Press.
  • Langer, W. L. (1950). European Alliances and Alignments, 1871-1890. Knopf.
  • Mayer, A. J. (1981). The Persistence of the Old Regime: Europe to the Great War. Pantheon Books.
  • Nadal, J. (1975). El fracaso de la Revolución Industrial en España, 1814-1913. Ariel.
  • Offen, K. (2000). European Feminisms, 1700-1950: A Political History. Stanford University Press.
  • Pflanze, O. (1990). Bismarck and the Development of Germany. Princeton University Press.
  • Riego, B. (2001). La construcción social de la realidad a través de la fotografía y el grabado informativo en la España del siglo XIX. Universidad de Cantabria.
  • Röhl, J. C. G. (1994). The Kaiser and His Court: Wilhelm II and the Government of Germany. Cambridge University Press.
  • Romanelli, R. (1998). Political Debate and Social History in Italy. Il Mulino.
  • Taylor, A. J. P. (1954). The Struggle for Mastery in Europe, 1848-1918. Oxford University Press.
  • Therborn, G. (1977). The Rule of Capital and the Rise of Democracy. New Left Books.
  • Tuñón de Lara, M. (1972). El movimiento obrero en la historia de España. Taurus.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.