– «¿Me podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?»
– «Eso depende de a dónde quieras llegar», contestó el Gato.– «A mí no me importa demasiado a dónde…», empezó a explicar Alicia.
– «En ese caso, da igual hacia dónde vayas», interrumpió el Gato.
– «…siempre que llegue a alguna parte», terminó Alicia a modo de explicación.
– «¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte», dijo el Gato, «si caminas lo bastante».
__________Fragmento de Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carrol
"Nos estamos distanciando del pasado a toda velocidad, de lo cual resulta el impacto de dos fuerzas, una es la fuerza del olvido y la otra, la de la memoria. No hay tiempo para entrar en materia, de modo que la memoria guarda un recuerdo deformado del pasado." ____________Zygmunt Bauman

INDICE: ANÁLISIS DE LAS TARJETAS POSTALES ILUSTRADAS
1. JUSTIFICACIÓN
1.1. Índice de temas del blog: Mapa general de los temas tratados.
1.2. Postales, pero no solo postales: Relación con otros elementos de comunicación visual.
1.3. Mi primera postal: Reflexión personal sobre la relación del autor con las postales.
1.2. Postales, pero no solo postales: ¿De qué trata este blog?
1. Postales, pero no solo postales: ¿De qué trata este blog?2. Más allá de la fotografía: la postal como construcción cultural
3. Precursoras de la comunicación global
4. La postal como testigo histórico y constructor de imaginarios
5. Construcción de identidades y silencios compartidos
6. Permanencia en la era de la inmediatez digital
7. Conclusiones: un legado vivo
8. Referencias Bibliográficas.
¿De qué trata este blog?
1. Postales, pero no solo postales:
Antes que nada, gracias por llegar hasta aquí. Tal vez hayas llegado por casualidad, por curiosidad o por un genuino interés en las postales. Cualquiera que sea el motivo, te invito a quedarte y explorar este fascinante universo, que va mucho más allá de la imagen o del mensaje breve que pueda contener cada una de ellas. Este espacio no es un mero álbum de imágenes antiguas, ni un catálogo técnico. Es un viaje a través de un objeto que, en su aparente simplicidad, encapsula capas de historia, cultura y memoria. Las postales son ventanas a mundos pasados, pero también espejos que reflejan cómo las sociedades han construido —y ocultado— sus narrativas.
Este blog no trata únicamente aunque estas sean su punto de partida la tarjeta postal. Es un espacio donde convergen historia, cultura y memoria, todo hilado por un objeto que, a simple vista, puede parecer pequeño y modesto, pero ha sido testigo de cambios sociales, culturales y tecnológicos significativos, actuando como guardianas de la memoria y resistiendo las fuerzas del olvido. Tal como describe BAUMAN (2003), la modernidad nos impulsa hacia una continua renovación que a menudo diluye los vínculos con lo que fuimos. El blog resalta el papel de las tarjetas postales como cápsulas del tiempo, piezas que encapsulan experiencias, emociones y narrativas visuales que conectan lo personal con lo colectivo. Descubrirás cómo estas pequeñas piezas han transformado la comunicación visual, desde su invención hasta su impacto contemporáneo. Inspirándonos en el fragmento de Alicia en el País de las Maravillas, creemos que, al igual que Alicia y el Gato, cada postal es un paso hacia nuevas aventuras y destinos, recordándonos que siempre llegaremos a alguna parte si seguimos caminando lo suficiente.
Imagina una postal de 1900: el Arco de Triunfo de Barcelona brillando bajo el sol, sin rastro de las fábricas que lo rodeaban. O una de Manila, donde cuerpos desnudos de filipinos se exhiben como “exotismo” colonial. Detrás de cada imagen hay decisiones: qué mostrar, cómo encuadrarlo, qué omitir. Como escribió Zygmunt Bauman, vivimos en una "modernidad líquida" donde el olvido acecha, pero las postales resisten. Son cápsulas del tiempo que desafían la fugacidad.
Este blog explora esa tensión. No se limita a describir escenas, sino que indaga en cómo las postales moldearon identidades, reforzaron estereotipos y sirvieron como herramientas de poder. ¿Por qué muchas colecciones de Alberto Martín carecen de fechas? Porque su estrategia comercial buscaba proyectar una España eterna, inmune al paso del tiempo. Un truco brillante: sin fechas, las imágenes nunca envejecían, y las reimpresiones mantenían su vigencia.
2. Más allá de la fotografía: la postal como construcción cultural
Una postal nunca es inocente. Gisèle Freund lo advirtió: toda imagen es una interpretación. Tomemos la Barcelona de 1920: las postales de Lucien Roisin mostraban avenidas elegantes y el Park Güell, pero omitían los barrios obreros. Esa selección no era casual. Como señala François Hartog, las postales operan bajo "regímenes de historicidad":
-
Premoderno: Ruinas clásicas y alegorías, donde el pasado dictaba el presente.
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Moderno: Fábricas y bulevares, celebrando el progreso como escalón al futuro.
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Posmoderno: Nostalgia retro, donde viejas postales se fetichizan como reliquias de un "pasado mejor".
Pero hay más. Walter Benjamin habló del "aura" en la reproducción mecánica: una postal congela un instante, pero al circular, se convierte en huella de un pasado reinterpretado. Cuando una postal de 1910 llega a nuestras manos, no solo vemos una imagen: interactuamos con un artefacto que ha mutado de documento a reliquia.
Pierre Bourdieu añade otra capa: las postales, al masificarse, crearon una memoria compartida. Fijaron versiones oficiales de la historia: inauguraciones, festivales, monumentos. Lo cotidiano, lo conflictivo, lo marginal, quedó fuera del encuadre. Así, ayudaron a construir un tiempo estabilizado, donde el progreso parecía imparable y las crisis, invisibles.
3. Precursoras de la comunicación global
La postal nace en la intersección entre innovación técnica y proyectos hegemónicos. La estandarización de la fotografía (1888) y la expansión telegráfica permitieron fabricar narrativas visuales exportables, esenciales para construir Estados-nación en un mundo globalizado (Anderson, 1983)2. En Barcelona, editores como Lucien Roisin no solo documentaban la ciudad, sino que curaron un relato de modernidad mediante la selección sistemática de motivos: el Arco de Triunfo sobre las fábricas humeantes, el Park Güell sobre los barrios obreros1.
Este proceso refleja lo que Flusser (1983) denomina "dictadura del aparato": la cámara no era neutral, sino instrumento para imponer una estética del progreso que omitía conflictos de clase. Las postales urbanas funcionaban como mapas cognitivos (Jameson, 1991), enseñando a los ciudadanos cómo "ver" su entorno según parámetros burgueses.
La fotografía, por su carácter mimético, tiene la capacidad de capturar y preservar imágenes de manera fiel, lo que la convierte en una herramienta poderosa para documentar eventos, lugares y personas. Su aparente objetividad la dota de una credibilidad que otros medios no pueden igualar fácilmente (BARTHES, 1981). Sin embargo, su verdadera fuerza no reside únicamente en el registro de un momento, sino en la posibilidad de reactivar múltiples capas de significado cada vez que es observada, (SONTAG, 1977). Para algunos, la imagen se reencuentra con la mirada inquisitiva, mientras que para otros evoca un sentimiento amoroso o compasivo (BERGER, 1972). Esta variedad de perspectivas conecta con la teoría de la memoria colectiva, que afirma que las imágenes son anclas compartidas de recuerdos y experiencias (HALBWACHS, 1950). Esto nos lleva a reflexionar: ¿qué muestran las postales y qué dejan fuera? En el siglo XIX, muchas postales representaban culturas lejanas desde una mirada exotizante, reforzando estereotipos coloniales. Las postales han jugado un papel crucial en la formación de estereotipos sobre países y culturas. SAID (1978), en su obra "Orientalismo", profundiza en cómo Occidente ha construido una imagen del "Oriente" que responde más a sus propias fantasías que a la realidad.
La repetición constante de ciertos motivos en las postales ha contribuido a forjar identidades locales y nacionales, legitimando costumbres e ideologías.Al mismo tiempo, cada fotografía puede poner en diálogo lo íntimo y lo común, apelando a nuestra subjetividad mientras se inserta en un contexto social que confirma su dimensión colectiva (MCLUHAN, 1964). Sin embargo, toda imagen es una interpretación de la realidad (Freund, 1976), lo que significa que cada postal refleja una visión específica del mundo, influida por intereses políticos, económicos y culturales.
El siglo XIX en Europa fue un periodo de profundas transformaciones, marcadas por la Revolución Industrial y la urbanización, que impulsaron la creación de nuevas clases sociales y obligaron a redefinir la vida privada. La industrialización redefinió la economía, generando nuevas dinámicas laborales y obligando a las personas a migrar masivamente del campo a la ciudad (ENGELS, 1845; TOYNBEE, 1964). Paralelamente, la urbanización trajo consigo condiciones de hacinamiento y estructuras familiares más pequeñas, fomentando un tipo de convivencia que valoraba el espacio personal. A su vez, la emergencia del individualismo se manifestó en la filosofía y la literatura, con pensadores como JOHN STUART MILL y escritores románticos como GOETHE quienes destacaron la importancia de la subjetividad. En este contexto, la fotografía fue crucial: el daguerrotipo y las posteriores tarjetas de visita transformaron el retrato en un objeto accesible, reforzando la idea de que el individuo podía poseer y mostrar su propia imagen (NEWHALL, 1982).A finales del siglo XIX y principios del XX, las postales de ciudades europeas resaltaban la modernidad y el desarrollo urbano, omitiendo deliberadamente las zonas marginales o en transformación. Este filtro visual moldeaba la percepción del espacio público, legitimando ciertas representaciones y excluyendo otras.
Cada postal es un testimonio visual de su época, pero también una herramienta de representación. Al seleccionar qué imágenes mostrar y cómo presentarlas, las postales contribuyen a la construcción de identidades locales y nacionales.Tal como menciona Freund (1976), “las imágenes no solo representan el mundo, sino que lo interpretan y reconfiguran”.
La fotografía y el telégrafo no solo fueron innovaciones tecnológicas, sino también instrumentos de poder que facilitaron la construcción de una imagen de progreso y modernidad, promovida por el Estado en el siglo XIX.
La combinación de imagen y comunicación permitió no solo documentar la realidad, sino también interpretarla y narrarla en favor de ciertos intereses políticos. Este fenómeno se relaciona estrechamente con lo que HOBSBAWM (1983) denomina "invención de la tradición", donde ciertos elementos culturales se seleccionan y promueven para crear una identidad colectiva. Esto nos lleva a reflexionar: ¿qué muestran las postales y qué dejan fuera? En el siglo XIX, muchas postales representaban culturas lejanas desde una mirada exotizante, reforzando estereotipos coloniales. Las postales han jugado un papel crucial en la formación de estereotipos sobre países y culturas. SAID (1978), en su obra "Orientalismo", profundiza en cómo Occidente ha construido una imagen del "Oriente" que responde más a sus propias fantasías que a la realidad. Cada postal colonial era un acto de epistemicidio. Al representar Egipto como tierra de pirámides y beduinos "atemporales", o Filipinas como paraíso de "salvajes pintorescos", se naturalizaba la jerarquía racial (Said, 1978)1. Los estudios de Sánchez Gómez (2003) sobre postales filipinas demuestran cómo estas:
- Animalizaban cuerpos no blancos mediante encuadres que enfatizaban desnudez o "primitivismo".
- Espacializaban el poder colocando monumentos coloniales en primer plano, con nativos como decorado secundario.
- Cronificaban la otredad, usando filtros sepia para sugerir una supuesta atemporalidad precolonial.
Este régimen escópico (Jay, 1988) convertía la postal en arma de soft power: los turistas compraban no un recuerdo, sino la confirmación visual de la superioridad occidental
En la actualidad, estamos habituados a enviar imágenes digitales al instante, pero antaño las postales cumplían una función muy parecida: acortar distancias, compartir vivencias y difundir noticias. Se convirtieron en testigos de acontecimientos históricos —conflictos, coronaciones, exposiciones universales— que se propagaban a través de buzones por todo el mundo. Al mismo tiempo, ofrecían a las personas la posibilidad de expresar afecto, recuerdos y anécdotas con un simple texto al reverso. Este acto cotidiano de “escribir y enviar” hizo de la postal una forma temprana de interacción social masiva, cuyo equivalente actual podrían ser las publicaciones de fotografías en redes sociales.
De acuerdo con RIEGO AMÉZAGA (2009), las postales operaban como una “enciclopedia visual” en miniatura: retrataban costumbres, formas de vestir, desarrollos urbanísticos y eventos locales que, gracias a la imprenta y al servicio postal, traspasaban fronteras en cuestión de días. Así, ejercieron una función social hoy reconocible en las plataformas digitales, alimentando la memoria colectiva y las narrativas que forjan la identidad de los pueblos.
4. La postal como testigo histórico y constructor de imaginarios
Las postales son espejos deformantes. Muestran lo que una sociedad quiere recordar y ocultan lo que prefiere olvidar. Durante la Guerra Civil española, por ejemplo, las postales franquistas exaltaban la “unidad nacional”, mientras las republicanas mostraban milicianas en trincheras. Ambas eran propaganda, pero cada una construía un imaginario opuesto.
Boris Kossoy lo resume: "La fotografía no es un espejo de la realidad, sino una construcción". Esto es claro en postales de la Revolución Industrial: fábricas humeantes se retrataban como símbolos de progreso, sin mostrar el trabajo infantil o los barrios insalubres. La imagen, así, se vuelve cómplice de un relato hegemónico.
Cada época deja su impronta en la forma de imprimir y distribuir postales. En la Belle Époque, proliferaron escenas urbanas y paisajes bucólicos, mientras que en periodos de conflictos bélicos aparecieron postales con propaganda patriótica o representaciones de la vida en el frente. Como sugiere KOSSOY (2001), la imagen fotográfica —y por extensión, la postal— no es un simple reflejo de la realidad, sino una construcción influida por las demandas políticas y sociales del momento.
Este hecho suscita preguntas críticas: ¿qué se muestra y qué se oculta en una postal? ¿Cómo contribuye a forjar estereotipos de un país o región? Pensemos en las postales de lugares exóticos del siglo XIX y principios del XX, que mostraban poblaciones autóctonas desde una perspectiva “exotizante”, alimentando la curiosidad occidental, o en aquellas que exaltaban la arquitectura moderna como símbolo de progreso. Con el tiempo, esas imágenes han moldeado la concepción que la sociedad tiene de sí misma y de los “otros”.
La historia de la tarjeta postal ilustrada refleja la fusión de cambios técnicos, acuerdos postales internacionales y una demanda social por nuevas formas de comunicación. Su auge a finales del siglo XIX y la consolidación en las primeras décadas del XX se explican por la conjunción de avances en fototipia, litografía y huecograbado, además de la intervención de editores pioneros, el empuje del turismo y el interés de una burguesía ansiosa por expresar modernidad y cosmopolitismo. La institucionalización del reverso dividido y la labor de grandes empresas editoras impulsaron su popularización, a la vez que las postales se convirtieron en valiosos registros visuales y literarios de la cotidianidad. Aún hoy, su importancia documental y su encanto artístico siguen vivos, respaldados por el coleccionismo y la investigación histórica, confirmando que la tarjeta postal es una pieza fundamental para comprender la construcción de la memoria cultural en la sociedad contemporánea.
Las tarjetas postales nacieron como instrumentos de comunicación, pero muy pronto se entrelazaron con otros medios que definieron cómo el mundo se representaba y percibía. Los carteles publicitarios, impulsados por los avances tecnológicos y la estética del Art Nouveau, captaban la atención de la gente con composiciones impactantes, mientras que los periódicos y revistas ilustradas difundían historias que luego se reinterpretarían en formato de postal (SÁNCHEZ VIGIL, 2001; ALMARCHA, 2018). Este entretejido visual consolidó un archivo en el que la misma imagen cumplía diversas funciones, potenciando la circulación masiva de fotografías y consolidando su rol como símbolos de destinos turísticos (FERNÁNDEZ TEJEDO, 1994). Susan Sontag (1977) afirma que las fotografías no solo documentan, sino que moldean nuestra percepción del mundo. En este sentido, las postales han evolucionado, pero no han desaparecido. Aún hoy, conservan su valor sentimental e histórico, funcionando como testimonios visuales que resisten la fugacidad de lo digital. Las postales no solo documentan el pasado; también moldean la percepción que tenemos de él. Su análisis nos permite comprender cómo se han construido los discursos visuales a lo largo del tiempo.
La ciudad de Barcelona es un ejemplo clave de cómo la postal fotográfica contribuyó a inventar un discurso sobre lo urbano. Desde las primeras postales de 1894, se difundieron imágenes de lugares emblemáticos como el monumento a Colón, el parque de la Ciudadela o el Arco de Triunfo, acompañadas de la leyenda “Recuerdo de Barcelona”. La labor de fotógrafos y editores, como LUCIEN ROISIN, consolidó una representación visual múltiple de la ciudad que incluyó escenarios populares como Las Ramblas y eventos importantes como la Exposición Universal de 1929. Posteriormente haremos un apartado del tema de la visión única de la tarjeta postal en Barcelona.
La tarjeta postal fotográfica es un objeto complejo que funciona como archivo visual, medio de comunicación y herramienta de construcción simbólica. Captura momentos y espacios específicos, permitiendo analizar las transformaciones físicas de la ciudad y los discursos ideológicos que han moldeado su identidad. Estas imágenes configuran el paisaje urbano como una mediación simbólica que modifica la experiencia del espacio social.
5. Construcción de identidades y silencios compartidos
¿Por qué asociamos Sevilla con gitanas y flamenco, o Suiza con montañas y relojes? Las postales tienen parte de culpa. Al repetir ciertos motivos —trajes típicos, festivales, paisajes—, forjaron estereotipos que se confundieron con identidades auténticas. En Barcelona, las postales de Lucien Roisin ignoraban el crecimiento anárquico de barriadas obreras, centrándose en la Exposición Universal de 1929 o el Barrio Gótico.
Al difundir imágenes específicas —monumentos históricos, trajes típicos, celebraciones religiosas—, las postales refuerzan rasgos culturales que terminan asumiéndose como “lo propio” de un lugar. Esta repetición constante de motivos forja identidades locales y nacionales, legitimando costumbres e ideologías que se repiten de postal en postal. Cada imagen refleja decisiones conscientes sobre qué mostrar y qué omitir, lo que las convierte en herramientas de documentación y propaganda a la vez.
Tal como señala FREUND (1974), estas imágenes no solo representan el mundo: también lo interpretan y reconfiguran según las demandas sociales y políticas. Además, embellecer situaciones problemáticas para acrecentar el atractivo de la postal plantea interrogantes éticos. Siguiendo a KOSSOY (2001), “la fotografía no es un espejo de la realidad, sino una construcción influida por la subjetividad del fotógrafo y las demandas sociales de su tiempo”. Este proceso podía suponer la omisión de situaciones sociales críticas o su presentación de manera atenuada.
La representación de culturas y grupos vulnerables también reflejaba los prejuicios de su época, generando narrativas visuales que hoy consideraríamos controvertidas. Así, la tensión entre la documentación objetiva y la creación artística exige un análisis crítico, atendiendo a las intenciones y perspectivas de quienes producían esas imágenes. En este sentido, lo que DERRIDA (1995) denomina “archivo cultural” se manifiesta con fuerza: se conserva lo que la sociedad decide recordar y se relega al olvido aquello que no encaja en la narrativa oficial. Allí radica la riqueza de estudiar las tarjetas postales: en descubrir no solo lo que muestran, sino también lo que silencian y que revela los valores de cada época.
Jacques Derrida habló del "archivo cultural": lo que se guarda define lo que somos; lo que se descarta, lo que negamos. Las postales son archivos en miniatura. Al coleccionarlas, preservamos no solo imágenes, sino los silencios de una época. ¿Cuántas postales muestran huelgas obreras o pobreza rural? Casi ninguna. El encuadre era —y es— un acto de poder.
6. Permanencia en la era de la inmediatez digital
En 2025, las postales persisten. No como reliquias, sino como actos de resistencia. Frente a la fugacidad de TikTok o Instagram, su materialidad importa: el tacto del cartón, la caligrafía temblorosa, el sello gastado. Como escribe Susan Sontag, "coleccionar postales es coleccionar el mundo".
Pero hay un cambio: ahora las postales vintage son objetos de culto. En TodoColección, en Decalpe o en eBay, una postal de 1900 puede costar más de 50€. ¿Por qué? Porque en la posmodernidad, como señala Hartog, el presente devora el pasado, convirtiéndolo en mercancía nostálgica. Las postales ya no documentan; se fetichizan. En un mundo dominado por la comunicación digital, la postal sigue siendo un objeto tangible y perdurable. Frente a la instantaneidad de los mensajes electrónicos, el acto de escribir, elegir una imagen y enviarla por correo es una experiencia que implica una conexión más pausada y reflexiva. Actualmente, nos encontramos en un momento en el que el pasado parece menos relevante y el futuro es incierto. Sin embargo, las postales nos invitan a recuperar la memoria visual y a repensar nuestro vínculo con la historia, Jacques Derrida (1995) nos recuerda que el acto de archivar es también un acto de poder: lo que una sociedad decide conservar o descartar define su identidad cultural.
Como señala Riego Amézaga (2009), las postales nos desafían a reconsiderar nuestra relación con la memoria y la identidad. Más allá de su aparente simplicidad, cada postal encierra decisiones sobre qué mostrar y cómo representarlo.
De este modo, la “antropología estética de la tarjeta postal” no se agota en la descripción material de plena era digital, donde las imágenes se multiplican y se pierden rápidamente en el flujo incesante de las redes sociales, la tarjeta postal conserva su carácter físico y tangible. Para algunas personas, enviarla sigue siendo un acto de cercanía: escribir a mano, escoger la imagen, pegar un sello y confiar el mensaje al correo. Este proceso pausado contrasta con la instantaneidad de los medios digitales y subraya la importancia de la comunicación lenta, que se ha vuelto poco común.
A nivel patrimonial, las postales representan una fuente insustituible. Muestran el cambio urbano, la transformación de costumbres y la evolución de los métodos de impresión. Son, en definitiva, pequeños espejos de cada época que siguen vivos en colecciones, museos y archivos personales, y constituyen un testimonio esencial para historiadores, antropólogos e investigadores de la imagen.
Según SONTAG (1977), las fotografías “son tanto reflejos como construcciones de la realidad”, y la reiterada selección de paisajes o eventos para compartir refuerza símbolos culturales e históricos que representan a una sociedad. En el contexto actual, con la digitalización de la fotografía y la difusión instantánea en redes sociales, el concepto de imagen-paisaje ha evolucionado. Sin embargo, las postales históricas nos invitan a reflexionar sobre cómo seguimos moldeando nuestra percepción del mundo y nuestra memoria colectiva a través de representaciones visuales, sean físicas o digitales.
7. Conclusiones: un legado vivo
Las postales no son inocentes. Son artefactos de poder, memoria y olvido. Nos muestran catedrales, pero no chabolas; progreso, pero no explotación. Sin embargo, también son ventanas a deseos individuales: ese "¡Quiero estar ahí!" escrito al dorso en 1920 no difiere del "¡Qué envidia!" en un Instagram de 2025.Este blog invita a mirar más allá de la imagen. A cuestionar qué hay detrás de cada postal, qué se excluyó, qué intereses rigieron su creación. Como e
scribió Bauman, "la memoria guarda un recuerdo deformado del pasado". Las postales son espejos de esas deformaciones, y al estudiarlas, nos acercamos —con suerte— a una verdad más compleja, incómoda y humana.
Evitar el “presentismo” —o la tendencia a juzgar el pasado con criterios actuales— es esencial para un análisis riguroso de estas imágenes. HARTOG (2003) sostiene que comprender verdaderamente estas imágenes implica situarlas en su marco original, considerando normas sociales, valores culturales y las técnicas disponibles en su momento. Así, valoramos las postales no solo como objetos visuales, sino como testimonios históricos complejos que capturan aspiraciones sociales y artísticas de otras épocas.
En plena era digital, donde las imágenes se multiplican y se pierden rápidamente en el flujo incesante de las redes sociales, la tarjeta postal conserva su carácter físico y tangible. Para algunas personas, enviarla sigue siendo un acto de cercanía: escribir a mano, escoger la imagen, pegar un sello y confiar el mensaje al correo. Este proceso pausado contrasta con la instantaneidad de los medios digitales y subraya la importancia de la comunicación lenta, que se ha vuelto poco común.
A nivel patrimonial, las postales representan una fuente insustituible. Muestran el cambio urbano, la transformación de costumbres y la evolución de los métodos de impresión. Son, en definitiva, pequeños espejos de cada época que siguen vivos en colecciones, museos y archivos personales, y constituyen un testimonio esencial para historiadores, antropólogos e investigadores de la imagen.
Bibliografía de Referencia
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