0.3. Descripción y Características Formales
La Tarjeta Postal
La tarjeta postal ilustrada
se materializó como uno de los primeros usos comerciales de la fotografía
durante las décadas finales del siglo XIX, consolidándose como un fenómeno
cultural vinculado directamente con los avances técnicos del fotograbado
(Riego, 1997; Prochaska & Mendelson, 2010). Producida como un producto
de consumo de masas con un propósito esencialmente promocional, la tarjeta
postal conjugaba un elevado potencial visual con el componente
textual, mostrando el mundo tal como era percibido por la sociedad de un
período concreto y reflejando costumbres, ideas y actitudes
del momento (Benjamin, 1936; Rose, 2016). La democratización de la imagen
debido a su circulación y acceso masivo, y su consecuente pérdida de aura
derivada de la reproductibilidad técnica, convirtieron a la tarjeta
postal en un dispositivo privilegiado para rastrear las influencias de las
diversas técnicas y tecnologías propias de la época que influyeron en el modo
de producción de la actual industria cultural (Benjamin, 1936; Rickards
& Twyman, 2000).
La tarjeta postal ilustrada
presenta interesantes paradojas desde su origen: nació como producto postal sin
ilustraciones en 1869 en Austria, pero su verdadero desarrollo tuvo lugar en el
siglo XX, en el marco de la denominada sociedad de las masas, gracias a
las posibilidades de la reproducción fotomecánica de imágenes que harían
posible la sociedad informativa contemporánea (Riego, 1997; Henkin, 1998). La
tarjeta postal convivió en sus usos comunicativos con otros fenómenos
culturales como el cine, la prensa gráfica y la emergencia de la fotografía
de aficionados, constituyendo un material cultural situado entre los medios
de comunicación interpersonal y los medios de difusión masiva (Riego, 1997;
Prochaska & Mendelson, 2010).
Este capítulo contextualiza al
máximo el factor tarjeta postal, integrando todos los elementos útiles
para su estudio o investigación: desde una caracterización física del documento
y los diferentes agentes productores que lo han ejecutado, hasta un
breve recorrido por su historia desde su nacimiento hasta su papel como objeto
de interés para el ámbito del coleccionismo (Carrasco Marqués, 2009;
López Hurtado, 2013).
Descripción y
Características Formales
La tarjeta postal, tal como la
describe Albert Thinlot, uno de los principales cartófilos y
estudiosos de la materia en Francia, consiste en: "un impreso sobre un soporte
semirrígido destinado a un uso postal, para una correspondencia breve al
descubierto" (citado en Riego, 1997). Esta definición operativa integra
variables materiales, técnicas, iconográficas y pragmáticas en un marco
conceptual coherente, superando las aproximaciones meramente descriptivas para
establecer criterios analíticos que faciliten la identificación y
clasificación del objeto (López Hurtado, 2013).
Para entrar más en detalle,
sin caer en variaciones evolutivas, podríamos definir la tarjeta postal como un
medio de comunicación, a menudo con un importante componente visual,
transmitido a través de la red postal que, sin necesidad de contar con
un sobre, consiste en una cartulina de tamaño estandarizado, ilustrada o
con algún tipo de representación gráfica en el anverso y con
delimitación para la correspondencia y la dirección en el reverso,
además del espacio predeterminado para la colocación del sello (Carrasco
Marqués, 2009; Riego, 1997). De esta manera, se configura como un medio de
comunicación epistolar rápido, accesible, económico, a la
vez que carente de privacidad (Henkin, 1998).
La denominación de
anverso/reverso es la que determinan los coleccionistas cartófilos. Vale
la pena hacer esta apreciación metodológica ya que, en otras disciplinas, como
por ejemplo en la filatelia (el coleccionismo de sellos), se llamará
reverso a la cara donde aparece la ilustración o imagen y anverso a la cara de
la correspondencia (Carrasco Marqués, 2009). Esta precisión terminológica
resulta fundamental para la documentación y el análisis sistemático
del material postal (López Hurtado, 2013).
En este mismo sentido, parece
interesante mencionar la descripción que hace Bernardo Riego,
incorporando toda la casuística posible: "Rectángulo de papel grueso,
cartulina o cartón, con o sin ilustración, lugar para texto o no, emitida por
particulares o por correos, para ser despachada a través del servicio
postal" (Riego, 1997). Esta definición amplia reconoce la diversidad
tipológica del objeto y su evolución a lo largo del tiempo (Prochaska &
Mendelson, 2010).
Cuando hablamos de tarjeta
postal, nos podemos estar refiriendo a un formato fotográfico estándar
como el que podrían ser, por poner de ejemplo los formatos más habituales, el
formato carte-de-visite (CDV) o el formato cabinet (Riego, 1997;
Alonso Laza, 1997). De esta manera, se insiste en la importancia material o
física del artefacto fotográfico, más allá de su interpretación o
significado icónico, reconociendo que la tarjeta postal constituye un objeto
tridimensional cuyas características materiales condicionan tanto su producción
como su circulación y uso (Rose, 2016; Osbaldestin, 2023).
Formato
El formato estandarizado
de la tarjeta postal, desde poco después de su creación, tal como se acordó por
la Unión Postal Universal en el año 1878, es de 9x14 centímetros,
con orientación tanto vertical como horizontal (Riego, 1997; Carrasco Marqués,
2009). Esta estandarización internacional respondía a la necesidad de
establecer normas comunes que facilitaran la circulación postal entre los
diferentes países miembros de la Unión, garantizando la interoperabilidad de los
sistemas postales nacionales (Henkin, 1998). La Unión Postal Universal autorizó
además que algunas empresas privadas licenciadas editaran tarjetas
postales, lo que impulsó enormemente su desarrollo comercial y la aparición de
múltiples casas editoriales especializadas (Carrasco Marqués, 2018).
Sin embargo, es habitual
encontrar tarjetas postales de la época con vistas panorámicas fruto de
la unión de dos o más postales que plegadas respetan el formato 9x14 cm,
evidenciando la creatividad de los editores para adaptarse a las restricciones
normativas sin renunciar a formatos más espectaculares (Alonso Laza, 1997;
Garófano Sánchez, 2000).
A mediados del siglo XX,
estrechamente relacionado con la popularización de las técnicas fotoquímicas
y los cambios en los procesos de producción industrial, se empiezan a encontrar
de forma exponencial postales con formato 10x15 cm, entre otros formatos
no estandarizados, dejando atrás el formato 9x14 cm, hasta el punto que en la
actualidad ya no se producen tarjetas postales con este formato histórico
(Riego, 1997; Prochaska & Mendelson, 2010). Este cambio dimensional refleja
transformaciones más profundas en la industria gráfica y en las
expectativas estéticas del público consumidor (Rickards & Twyman, 2000).
División del Reverso
La división del reverso
se convierte en un factor clave en la evolución que sufrió la tarjeta postal a
lo largo de su historia, constituyendo un elemento de datación cronológica
fundamental para los investigadores (López Hurtado, 2013; Carrasco Marqués,
2009). A principios del siglo XX la Unión Postal Universal determinó la
división en vertical del reverso de las tarjetas postales, dejando el espacio
de la izquierda únicamente para la correspondencia y el derecho para la
dirección y el sello correspondiente (Riego, 1997). Esta nueva ordenanza
se aplicó a los diferentes países de forma heterogénea, respondiendo a las
particularidades de cada administración postal nacional (Henkin, 1998). A nivel
del Estado Español, este decreto se aplica a partir del 31 de
diciembre de 1905, marcando un antes y un después en la configuración
material de las tarjetas postales españolas (Carrasco Marqués, 2009; Carreras y
Candi, 1903).
Hasta entonces, la
correspondencia se situaba en el anverso alrededor de la ilustración que no
ocupaba el 100% de la superficie, y el reverso se reservaba exclusivamente a la
dirección (Alonso Laza, 1997; Garófano Sánchez, 2000). Esta información se
convierte en una ayuda inestimable a la hora de situar cronológicamente
tarjetas postales no circuladas o circuladas sin fecha, proporcionando un
criterio objetivo de datación cuando otros elementos documentales resultan insuficientes
o ambiguos (López Hurtado, 2013; Millman, 2013).
No obstante, el cambio fue
progresivo y la población estaba acostumbrada a colocar la correspondencia en
el anverso, por lo que se continuó haciendo de alguna manera, aunque se tuviera
el espacio determinado en el reverso (Riego, 1997). Así pues, es habitual
encontrar postales de después de 1905 con correspondencia escrita en el
anverso, evidenciando la persistencia de prácticas culturales arraigadas
que coexistían con las nuevas normativas oficiales (Henkin, 1998; Prochaska
& Mendelson, 2010).
Proporción de la
Ilustración
Relacionado con el punto
anterior también se aprecian cambios sustanciales en otro aspecto
característico de las tarjetas postales: la proporción de la ilustración
en el anverso (Alonso Laza, 1997; Riego, 1997). Las primeras postales, en un
momento en el cual el reverso solo estaba dedicado a la colocación de la
dirección y sello correspondiente, tenían que incluir la correspondencia en el
anverso de la tarjeta, compartiendo espacio con la ilustración (Carrasco
Marqués, 2009). De esta manera la ilustración de las primeras tarjetas postales
ilustradas ocupa un tercio del anverso, dejando amplio espacio para la
escritura del mensaje (Garófano Sánchez, 2000).
Poco después empezará a ocupar
más espacio, aproximadamente a la mitad de este, hasta que ocupa la totalidad
de la superficie cuando la correspondencia se traslada definitivamente al
reverso tras las reformas postales de principios del siglo XX (Riego, 1997;
Prochaska & Mendelson, 2010). Esta evolución evidencia el creciente
protagonismo del componente visual frente al textual, reflejando una
transformación más amplia en la cultura visual de la época y el
reconocimiento de la imagen fotográfica como elemento central del producto (Benjamin,
1936; Rose, 2016).
Circulación
Otro aspecto interesante a
tener en cuenta a la hora de documentar tarjetas postales es el hecho de si han
sido circuladas, o tramitadas, o no (Carrasco Marqués, 2009; López
Hurtado, 2013). Decimos que una postal es "circulada" si ha sido
enviada mediante el servicio postal. Normalmente esta información se
extraerá observando si lleva correspondencia manuscrita y una dirección de
envío, si cuenta con sello (uno o más de uno) y el característico timbrado
o matasellos de correos (Henkin, 1998; Millman, 2013). Este timbrado,
siempre y cuando sea legible, nos proporcionará la fecha de este envío,
ayuda a menudo infalible para identificar de forma aproximada la cronología de
las tarjetas postales y reconstruir sus circuitos de circulación
(McDonald et al., 2024; Carrasco Marqués, 2018).
No obstante, pueden darse
diferentes situaciones que provoquen dudas a la hora de discernir sobre si una
postal ha sido circulada o no: ya sea por la ausencia de sello provocada por el
arrancamiento a manos de un coleccionista filatélico, la existencia de
correspondencia pero la ausencia de sello y timbrado, posiblemente dada porque
nunca fue enviada o se envió dentro de un sobre para evitar esta falta de privacidad
que supone el sistema postal abierto (Henkin, 1998; Prochaska & Mendelson,
2010). Sea como sea, hay que prestar atención al objeto que tenemos entre manos
y prever toda la casuística posible, para después poder emitir
afirmaciones seguras sobre su circulación, aplicando criterios rigurosos de análisis
documental (López Hurtado, 2013; McDonald et al., 2024).
Leyenda e Inscripciones
Cuando hablamos de leyenda,
en este caso, nos referimos a la inscripción que encontramos impresa en el
anverso o en el reverso de las tarjetas postales que nos dará la información
básica para identificar el contenido icónico de la imagen y que a la vez
se convierte en el título de la tarjeta postal (Alonso Laza, 1997; López
Hurtado, 2013). Un hecho muy habitual en tarjetas postales del primer tercio
del siglo XX fue utilizar el color rojo para las inscripciones en
tarjetas postales monocromas (Garófano Sánchez, 2000; Riego, 1997). Es muy
frecuente encontrar nombres de población y otras inscripciones impresas
posteriormente en tipografía roja en fototipos de finales del siglo XIX
y a lo largo del primer tercio del siglo XX, constituyendo un rasgo distintivo
de la producción gráfica española del período (Alonso Laza, 1997;
Mendelson, 2005).
Un ejemplo de esta práctica
son las tarjetas postales de los editores Ángel Toldrá Viazo (A.T.V.) o
de P.Z., dos de las casas editoriales más prolíficas en la producción de
postales de Barcelona y otras ciudades catalanas (Garófano Sánchez, 2000;
Carrasco Marqués, 2018).
A menudo esta información va acompañada
de otras inscripciones como el llamado pie de imprenta con información
sobre el fotógrafo, editor, fabricante, entre otros agentes implicados en la
cadena de producción (López Hurtado, 2013; Rickards & Twyman, 2000). Por
otra parte, habitualmente encontramos también un código numérico
acompañando la leyenda o de forma independiente en otra parte del documento que
corresponde al número de serie (Carrasco Marqués, 2009; Alonso Laza,
1997). Las grandes casas editoriales se dieron cuenta del potencial
comercial que tenía el ámbito de la tarjeta postal más allá de su
utilización como un medio de comunicación sino como objeto susceptible de ser coleccionado
(Prochaska & Mendelson, 2010; Osbaldestin, 2023).
A partir de ahí nace el
interés de la tarjeta postal como producto editorial y se inicia la edición
numerada de las mismas, creando así series sistematizadas que
respondían tanto a criterios de organización temática como a estrategias de
marketing orientadas a fomentar el coleccionismo completo de las series (Riego,
1997; Mendelson, 2005). Este hecho fomentó de forma inminente el coleccionismo
de tarjetas postales en un abanico muy amplio de la sociedad, democratizando
una práctica cultural que anteriormente había sido más elitista (Rickards &
Twyman, 2000; Prochaska & Mendelson, 2010).
Hauser y Menet, una de las casas editoriales de tarjetas postales más
importantes del estado español, inicia la edición sistemática de la llamada Serie
General en el año 1897 y en 1905 ya cuentan con la postal número 2078,
evidenciando un ritmo de producción extraordinariamente intenso (Riego, 1997;
Carrasco Marqués, 2018). Esta empresa de artes gráficas, fundada en Madrid por
los suizos Óscar Hauser y Adolfo Menet en 1890, disponía a principios del siglo
XX de unas cinco mil imágenes diferentes, obra de los dos socios fundadores y
de otros fotógrafos colaboradores como Franzen, Company o Antonio Cánovas del
Castillo (Káulak) (Alonso Laza, 1997; Mendelson, 2005). Del auge que
adquirieron las tarjetas postales puede dar una idea la producción de Hauser y
Menet que, en 1900, editaba 500.000 ejemplares y en 1905 su producción
alcanzaba los cinco millones de unidades anuales, consolidándose como el
principal productor industrial del país (Carrasco Marqués, 2009; Riego, 1997).
De la misma manera, el editor
barcelonés Ángel Toldrá Viazo (A.T.V.) inicia su Serie General en el año
1905 con postales de Barcelona hasta llegar al menos hasta el número 4500,
cubriendo una amplia variedad de vistas urbanas, monumentos y escenas
costumbristas de la capital catalana y otras ciudades (Garófano Sánchez, 2000;
Carrasco Marqués, 2018).
No obstante, es interesante
mencionar aquí la estrategia de mercado que adoptaron algunas de las
casas editoriales (Riego, 1997; Prochaska & Mendelson, 2010). Es habitual
encontrar postales con vistas idénticas del mismo editor con diferente
numeración o de otros casos en los que las series no son regulares. Esto se
explica únicamente por una voluntad expresa relativa al fomento del comercio
de postales mediante el aprovechamiento de clisés o de postales ya
impresas con anterioridad, evidenciando prácticas de reutilización material
orientadas a maximizar la rentabilidad de las inversiones en fotograbado
(Rickards & Twyman, 2000; Mendelson, 2005).
Finalmente, solo mencionar
otro tipo de numeración que encontramos habitualmente en el reverso de la
tarjeta postal popularizada a partir de los años sesenta del siglo pasado y que
nos puede ser de relevante utilidad a la hora de situar cronológicamente una
tarjeta postal: el identificador del Depósito Legal (DL) (López Hurtado,
2013; Osbaldestin, 2023). Tal como lo expresa S. Vilardell, la tarjeta postal
ilustrada es materia de Depósito Legal a partir de disposiciones legales
del año 1957, estableciendo un sistema obligatorio de registro
bibliográfico para toda la producción editorial del país (citado en López
Hurtado, 2013).
Esta codificación alfanumérica
nos proporciona valiosa información sobre la localización y el año de
edición de una tarjeta postal, siempre y cuando esta pertenezca al circuito
editorial legal y haya cumplido con las obligaciones administrativas
correspondientes (López Hurtado, 2013). Como biblioteca nacional, la Biblioteca
de Catalunya es la encargada de gestionar el Depósito Legal en el
territorio catalán, con oficinas distribuidas en las diferentes provincias
(López Hurtado, 2013). En cuanto a tarjetas postales, en la Biblioteca de
Catalunya se reciben en concepto de DL desde el año 1981 y se clasifican
por años y temática, con el objetivo de acabar introduciéndolas en el catálogo
general facilitando así su consulta y preservando el patrimonio documental
(López Hurtado, 2013). Asimismo, según la temática que se represente en el
anverso de la tarjeta hay que entregar tres ejemplares (si son postales
de tipo geográfico) o dos ejemplares para el resto de temas,
estableciendo un sistema diferenciado según el valor documental atribuido a
cada categoría (López Hurtado, 2013; Osbaldestin, 2023).
Referencias
- Alonso Laza, M. (1997). La imagen de Santander a través de la tarjeta postal ilustrada (1897-1941). En B. Riego (Ed.), Santander en la tarjeta postal ilustrada (1897-1941): Historia, coleccionismo y valor documental (pp. 45-78). Fundación Marcelino Botín.
- Benjamin, W. (1936). The work of art in the age of mechanical reproduction. Zeitschrift für Sozialforschung, 5(1), 211-244.
- Carrasco Marqués, M. (2009). Las tarjetas postales ilustradas de España circuladas en el siglo XIX (2ª ed.). Edifil.
- Carrasco Marqués, M. (2018). Catálogo de las tarjetas postales ilustradas de España 1887-1905. Casa Postal.
- Carreras y Candi, F. (1903). Las tarjetas postales en España. Imprenta de Francisco Altés.
- Garófano Sánchez, R. (2000). Recuerdo de Cádiz: Historia social de las tarjetas postales (1897-1925). Quorum Libros.
- Henkin, D. M. (1998). The postal age: The emergence of modern communications in nineteenth-century America. University of Chicago Press.
- López Hurtado, M. (2013). La tarjeta postal como documento. Estudio de usuarios y propuesta de un modelo analítico: Aplicación a la colección de postales del Ateneo de Madrid [Tesis doctoral]. Universidad Complutense de Madrid.
- McDonald, D. J., Olguin, J., & Glowacka-Musial, M. (2024). Ephemera as a versatile primary resource: A case study of the Nancy Tucker postcard collection. Journal of Western Archives, 15(1), 1-24. https://doi.org/10.59620/2154-7149.1183
- Mendelson, J. (2005). Documenting Spain: Artists, exhibition culture, and the modern nation, 1929-1939. Penn State University Press.
- Millman, Z. K. (2013). Photographic postcards as research tools. Graduate Journal of Social Science, 10(2), 54-76.
- Osbaldestin, D. (2023). A throwaway history of ephemera studies. Typography Papers, 12, 45-78.
- Prochaska, D., & Mendelson, J. (Eds.). (2010). Postcards: Ephemeral histories of modernity. Penn State University Press.
- Rickards, M., & Twyman, M. (2000). The encyclopedia of ephemera: A guide to the fragmentary documents of everyday life for the collector, curator, and historian. British Library.
- Riego Amézaga, B. (1997). Santander en la tarjeta postal ilustrada (1897-1941): Historia, coleccionismo y valor documental. Fundación Marcelino Botín.
- Rose, G. (2016). Visual methodologies: An introduction to researching with visual materials (4th ed.). Sage Publications.
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