Medio Revolucionario y Social
El período comprendido entre 1869 y
1936 representa para España un capítulo de convulsiones
políticas, profundas crisis sociales
y una acelerada modernización que
transformó irreversiblemente las estructuras del país (Berenguer et al., 2019).
En medio de este torbellino histórico, emergió un fenómeno cultural de
consecuencias perdurables: una auténtica revolución
visual que redefinió los modos de producir, circular y consumir imágenes,
sentando las bases de la sociedad de
masas contemporánea. Si bien esta revolución se manifestó en la eclosión
del periodismo gráfico, el cartelismo y la fotografía, fue un objeto modesto,
cotidiano y asequible el que se erigió como su principal agente democratizador: la tarjeta
postal ilustrada.
Este pequeño rectángulo de cartón,
concebido para viajar sin sobre y capaz de condensar en su superficie un
universo de representaciones, no fue un mero producto de su tiempo, sino uno de
sus más potentes motores de cambio.
Se convirtió en el primer medio de
comunicación verdaderamente masivo que fusionó texto e imagen, un
dispositivo cultural que puso la democratización
de la cultura visual literalmente en el bolsillo de millones de ciudadanos,
trascendiendo las barreras de clase, geografía y alfabetización (Berenguer et
al., 2019).
La postal actuó como la culminación de los géneros fotográficos
que la precedieron y, a su vez, como catalizador
de nuevas prácticas sociales, constructor de imaginarios colectivos y
testimonio insustituible de una era de transformación. Analizar su trayectoria
es, en esencia, relatar el momento histórico en que una sociedad aprendió a masificar la mirada, a hacer suya la imagen y a convertir la
comunicación visual en un derecho
ciudadano antes que en un privilegio de élites (Riego, 2001).
Contexto Tecnológico
La emergencia de la tarjeta postal no
fue un acontecimiento súbito, sino el resultado de una confluencia de factores tecnológicos, sociales y económicos. Su nacimiento oficial se produjo en
Austria en 1869, como una propuesta del economista Emanuel Herrmann que buscaba
un medio de correspondencia más rápido y
económico (Hermann, 1869, citado en Philippen, 1977). Inicialmente, era un
simple "entero postal",
una cartulina con el franqueo impreso emitida por el Estado, sin ilustración
alguna (Berenguer et al., 2019).
España adoptó oficialmente este formato
el 1 de diciembre de 1873, durante
la Primera República, ofreciendo una tarifa
reducida que suponía un ahorro significativo frente a la carta tradicional
y la convertía en un producto atractivo para la comunicación comercial y
personal (Guereña, 2005). Su éxito fue
inmediato: solo en el primer año de su producción, Austria-Hungría logró
emitir 50 millones de ejemplares.
El perfeccionamiento
de las técnicas de reproducción fotomecánica, como la fototipia, la litografía
y el huecograbado, permitió la impresión masiva y a bajo coste de
imágenes fotográficas sobre la cartulina (Restrepo, 2010). Esta innovación tecnológica fue la base
material que posibilitó la transformación de la postal de un mero utensilio de
correspondencia a un poderoso artefacto
cultural.
Este desarrollo tecnológico coincidió con la creación de una infraestructura global indispensable: la Unión Postal Universal, fundada en 1874, que estandarizó formatos y tarifas, permitiendo que las postales circularan con fluidez por todo el planeta (Riego, 2011). En paralelo, la sociedad española experimentaba cambios profundos. El Desastre del 98 había generado una honda crisis de identidad nacional, un trauma colectivo que demandaba nuevas formas de narrar y comprender España (Balfour, 1997). La postal, con su capacidad para difundir masivamente imágenes de monumentos, paisajes y tipos populares, se convirtió en un instrumento clave para la construcción de un nuevo imaginario nacional (Ortiz García, 2005).
Antecedentes Históricos
También, es necesario examinar los antecedentes más remotos de la tarjeta postal ilustrada. Entre estos, las tarjetas de visita ilustradas ocupan una posición central, puesto que su uso se remonta, según diversas fuentes, al siglo XIV, aunque su consolidación definitiva se produjo en la Francia del siglo XVII (Riego, 2001). En este contexto, era costumbre dejar una tarjeta cuando no se conocía personalmente al anfitrión, permitiendo así que los propietarios comprendieran el motivo de la visita mediante breves anotaciones.
Significativamente, estas tarjetas incorporaron progresivamente elementos gráficos como monogramas, escudos y estampas que representaban situaciones sociales, estableciendo un precedente directo para la posterior ilustración postal (Riego, 2011). Las tarjetas de visita iniciaron un proceso gradual de democratización de la comunicación visual personal que la postal completaría. Aunque inicialmente eran un privilegio de la alta sociedad, que las utilizaba como "obras de arte" y objetos de representación social, su uso se fue extendiendo progresivamente a otras capas sociales.
Un momento crucial en esta genealogía se produjo en 1777, cuando el calcógrafo francés Demaison intentó comercializar tarjetas de saludo abiertas con grabados y texto impreso. Sin embargo, esta iniciativa pionera fracasó debido a la resistencia de la alta sociedad, que rechazaba categóricamente la idea de que cualquier persona pudiera leer el contenido de sus mensajes privados, vulnerando así las convenciones de privacidad epistolar de la época (López Hurtado, 2013). En consecuencia, tras sufrir pérdidas económicas significativas, Demaison abandonó el proyecto. Finalmente, la Revolución Francesa sepultó definitivamente esta primera tentativa de democratización de la correspondencia ilustrada.
Asimismo, otros antecedentes relevantes enriquecieron este ecosistema comunicativo. Por una parte, los naipes, en cuyos márgenes los jugadores ocasionalmente escribían sus nombres, anticiparon la práctica de combinar imagen y texto. Por otra parte, los anuncios comerciales ilustrados surgidos en el siglo XVII y el papel de escribir decorado desarrollado durante el siglo XVIII configuraron un repertorio de soportes gráficos que preparó el terreno para la comunicación personal y comercial ilustrada. A partir de 1840, con la introducción de los sobres de correspondencia ilustrados, se amplió considerablemente este repertorio de formatos visuales (Teixidor Cadenas, 1999).
La Revolución Postal del Siglo XIX
El verdadero impulso para el desarrollo
de la tarjeta postal llegó con las transformaciones
del sistema postal en el siglo XIX. En efecto, el 6 de mayo de 1840, Gran Bretaña revolucionó las comunicaciones con
la emisión del primer sello postal del
mundo, el Penny Black, ideado
por Sir Rowland Hill. Esta innovación no solo transfirió el costo del franqueo del destinatario al remitente,
sino que democratizó fundamentalmente el
acceso al sistema postal, sentando las bases para nuevos formatos de
correspondencia.
En este contexto de reforma postal, Sir
Rowland Hill propuso la creación de sobres
prefranqueados ilustrados. Aunque el diseño inicial de Henry Cole no fue
aceptado, se implementó la alternativa de Sir William Mulready, conocida como
los "sobres Mulready", que
constituyeron un importante precedente
para la ilustración postal al incorporar elementos visuales en el soporte de la
correspondencia (Teixidor Cadenas, 1999).
Síntesis de los géneros fotográficos
La tarjeta postal ilustrada no surgió
de manera aislada; por el contrario, heredó
y sintetizó los lenguajes visuales y las prácticas sociales desarrolladas
por los géneros fotográficos
fundacionales del siglo XIX. Fue, en efecto, la culminación lógica y la democratización
definitiva de un proceso que había comenzado décadas antes.
De la fotografía de viajes, practicada por pioneros como Charles Clifford
y Jean Laurent, la postal adoptó la estética
de lo pintoresco, la fascinación por los monumentos históricos y la construcción
de un canon visual del territorio nacional (Laurent, 2025). Los trabajos de
Laurent, con su visión empresarial y
su archivo masivo de más de 6.300
imágenes de España, establecieron los códigos
visuales que la industria postal reproduciría posteriormente.
Del retrato en formato carte de visite, inventado por Disdéri, heredó
la lógica de la producción en serie
y el bajo coste (Sánchez Vigil,
2011; Strassler, 2010). Esta innovación estableció la lógica de la producción
en serie y el bajo coste, transformando la imagen en un objeto de consumo masivo. Posteriormente, este formato evolucionó
en 1866 con las fotografías de gabinete
(11x16 cm), ampliando considerablemente las posibilidades expresivas y
comunicativas del medio (Del Valle Gastaminza, s.f.). Sin embargo, mientras la
carte de visite privatizaba la imagen
en álbumes familiares, la postal la proyectó
a la esfera pública, sustituyendo el rostro individual por iconos colectivos como vistas urbanas o
escenas costumbristas.
De la fotografía estereoscópica, tomó la búsqueda del impacto visual y la idea de ofrecer una ventana al mundo, aunque renunciando a la inmersión
individual del visor en favor de una difusión
masiva (Batchen, 2004).
Del álbum fotográfico, la postal aprendió las estrategias de la narrativa visual, la capacidad de construir relatos a través de la
secuencia y la yuxtaposición de imágenes, contribuyendo a articular identidades colectivas (Krauss, 1990).
La Democratización de la Cultura Visual
La capacidad
democratizadora de la tarjeta postal operó en múltiples dimensiones simultáneamente.
En primer lugar, democratizó el acceso a la imagen fotográfica, tradicionalmente
reservada a las élites por su elevado coste. La postal puso la fotografía al alcance de cualquier bolsillo,
convirtiendo la imagen en un bien de
consumo masivo.
En segundo lugar, en una España con altas tasas de analfabetismo, la imagen
de la postal se convirtió en un lenguaje
universal. Permitía comunicar ideas,
emociones y noticias de forma directa e inmediata, incorporando a la esfera
pública a sectores de la población que habían sido excluidos de la cultura letrada. El breve mensaje escrito
complementaba una comunicación que era,
ante todo, visual.
En tercer lugar, la postal se convirtió
en una ventana al mundo para una
población mayoritariamente inmóvil. El ciudadano medio, que rara vez viajaba
más allá de su comarca, pudo conocer su
propio país y el resto del mundo a través de estas imágenes, configurando
un mapa mental y visual de la nación
(Ortiz García, 2005). Las series
temáticas sobre geografía, arte o industria cumplieron una función pedagógica informal, contribuyendo
a la alfabetización visual de la
sociedad.
Finalmente, la postal transformó al receptor pasivo en un agente cultural activo. El acto de
elegir, escribir, enviar y, sobre todo, coleccionar
(cartofilia) implicaba una participación
directa en la circulación y resignificación de la cultura. Los álbumes de postales se convirtieron en archivos personales y domésticos, en
pequeños museos privados que
reflejaban los gustos, intereses y redes sociales de sus propietarios.
Construyendo la Memoria Histórica
Más allá de su función comunicativa,
como veremos en apartados posteriores, la tarjeta postal se erigió como un documento histórico de primer orden. Su
capacidad para capturar el instante
la convirtió en un testigo privilegiado
de su tiempo, un archivo visual que
nos permite hoy reconstruir aspectos de la vida cotidiana, la arquitectura
urbana, las transformaciones sociales y los imaginarios colectivos de la época
(Riego, 2001).
Este papel documental lo veremos en ejemplos como La Semana Trágica de Barcelona en 1909, profusamente documentada en
series de postales que se vendían como recuerdo de los sucesos. Estas imágenes
de barricadas, conventos en llamas y represión no eran neutras; según la perspectiva del editor, podían servir
para denunciar la "barbarie
revolucionaria" o para ilustrar la opresión que condujo a la revuelta (Ullman, 1968).
Pero el ejemplo más estudiado y
representativo fue durante la Guerra
Civil Española, donde esta dimensión
política alcanzó su máxima expresión. La postal se convirtió en un campo de experimentación para la propaganda de ambos bandos,
utilizándose para deshumanizar al enemigo, exaltar a los propios combatientes y
reforzar la moral en la retaguardia (Riego, 2011). Las llamadas "postales de campaña",
sometidas a censura militar,
demuestran cómo un medio de comunicación personal fue instrumentalizado como arma en la batalla ideológica.
Alcance y Propósito de este Blog
A lo largo de todos los apartados
trataremos de combinar el análisis
histórico-cultural con aportes de los estudios
visuales, la historia de la
comunicación y la sociología,
prestando especial atención a las fuentes
primarias: las propias postales (Burke, 2001). Buscamos superar la dicotomía entre "alta" y
"baja" cultura, entendiendo que la postal fue un fenómeno transversal que redefinió las
prácticas de consumo de imágenes en todas las clases sociales (Chartier, 1992).
A lo largo de los siguientes apartados,
analizaremos en profundidad los mecanismos
de producción, los circuitos de
distribución, las temáticas
recurrentes y las prácticas sociales
asociadas a la tarjeta postal. Exploraremos su papel en la consolidación de una identidad nacional, su uso como herramienta política y su legado en la cultura visual posterior.
Comprender la democratización de la imagen que supuso la postal es fundamental,
especialmente en nuestra era digital. Los patrones
establecidos hace más de un siglo —la masificación
de la imagen, la construcción de
identidades a través de medios visuales, la tensión entre comunicación y propaganda, entre lo público y lo
privado— resuenan con una fuerza sorprendente en los debates actuales sobre las redes sociales y la cultura de la imagen
instantánea (Fontcuberta, 2016; Mitchell, 2005). La historia de la tarjeta
postal no es, por tanto, un capítulo
cerrado del pasado, sino el prólogo
necesario para entender la hegemonía
visual de nuestro presente. Es la historia de cómo una simple cartulina cambió para siempre nuestra forma de
ver y de contar el mundo.
Referencias Bibliográficas
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- Batchen, G. (2004). Forget me not: Photography and remembrance. Princeton Architectural Press.
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