1.1. Contexto Sociopolítico Europeo (1869-1939)
1.2. Contexto Sociopolítico Español (1850-1939)
1.3. Innovaciones tecnológicas en la producción de postales
1.5. Marco Legal y Regulación Postal
La tarjeta postal nació como
alternativa económica a la carta tradicional y se convirtió en el documento de
comunicación más relevante de principios del siglo XX al unir el mensaje
escrito y visual de manera masiva (Botrel, 2009; Henkin, 2006). Las primeras
tarjetas oficiales aparecieron en Austria-Hungría el 1 de octubre de 1869 y
marcaron el inicio de una revolución comunicativa (Carrasco Marqués, 2009). Sin
embargo, estos documentos nacieron como objetos efímeros, pensados para
ser enviados y descartados después de su uso (Appadurai, 2019; Clinton, 1981).
Esta contradicción define su naturaleza: concebidas como souvenirs turísticos
desechables, posteriormente se convirtieron en objetos perdurables
coleccionados y preservados como testigos documentales de una época (Fuentes Romero,
2001; Rickards, 2000).
Los ephemera son
materiales impresos pensados para tener validez temporal corta y ser
descartados cuando esta caduca (Clinton, 1981). Se producen en torno a eventos
concretos o aspectos de la vida cotidiana como el ocio o el consumo,
constituyendo testimonios de períodos históricos específicos y fuentes
primarias de gran valor (Rickards y Twyman, 2000). Estos materiales presentan
heterogeneidad extraordinaria en tipologías, formatos, temática y usos
(García-Reyes, 2019). La postal surgió cuando la fotografía estaba reservada a
pocos, pero reprodujo imágenes miles de veces, viajó por muchos continentes y
puso cara a monumentos que hasta entonces solo eran descritos por palabras
(Benjamin, 2018).
Origen y expansión de la
cartofilia
La cartofilia surgió en
Europa a finales del siglo XIX en paralelo a la difusión de la tarjeta postal y
se consolidó como práctica de preservación y organización de un patrimonio
visual masivo (Carrasco Marqués, 2009; Benjamin, 1936; Rickards y Twyman, 2000).
Inicialmente asociada a la filatelia por la circulación de los primeros enteros
postales con franqueo impreso normalizado por la UPU, la cartofilia
adquirió autonomía por el atractivo propio de la imagen reproducida
mecánicamente (Carrasco Marqués, 2009; Benjamin, 1936).
Los coleccionistas
fueron los primeros en mostrar interés por estos documentos, mucho antes de que
bibliotecarios y archiveros les prestaran atención (Rickards y Twyman, 2000).
La supervivencia de la mayoría de los ephemera ha sido asegurada gracias a
formar parte de sus colecciones (Rickards y Twyman, 2000). El coleccionismo
trasciende la simple acumulación de objetos para convertirse en manifestación
compleja de la condición humana que revela mecanismos de compensación emocional
y construcción identitaria (Baudrillard, 1968; Pomian, 1990).
La rápida aceptación de la
tarjeta postal ilustrada a inicios del siglo XX amplió su uso más allá del
mensaje epistolar: se enviaron y conservaron por novedad, valor visual y deseo
de colección (Carrasco Marqués, 2018; Prochaska y Mendelson, 2010). Así
nacieron los álbumes y la acumulación sistemática de series,
incluso de ejemplares sin circular, que transformaron la postal en un objeto
de consumo cultural con lógicas de selección, orden y exhibición (Carrasco
Marqués, 2018; McDonald et al., 2024).
Institucionalización del
coleccionismo
La institucionalización del
coleccionismo se expresó en sociedades, revistas y exposiciones
que fijaron criterios de clasificación temática, geográfica y
cronológica, y pautas de valoración por rareza, calidad técnica,
relevancia histórica y estado de conservación (Rickards y Twyman, 2000;
McDonald et al., 2024). Alemania editó revistas cartófilas desde 1896,
alcanzando ocho publicaciones en 1905 (Rickards y Twyman, 2000). En España, el
movimiento se articuló en Barcelona con España Cartófila y el Boletín de la
Tarjeta Postal Ilustrada desde 1901, y con la Sociedad Cartófila Española
HISPANIA, que promovió el intercambio y estabilizó prácticas de
valoración en un incipiente mercado secundario (Carrasco Marqués, 2009;
Rickards y Twyman, 2000).
Entre 1901 y 1906 estalló una
eclosión de intercambios transnacionales por correo y la difusión de álbumes
familiares, apoyada en la estandarización de formatos, el abaratamiento del
franqueo y niveles básicos de alfabetización que permitieron la
participación de capas populares (Henkin, 1998; Carrasco Marqués, 2009). El
abaratamiento de los envíos contribuyó al éxito del medio, pero eliminó la
confidencialidad de los mensajes (Henkin, 2006). Esta característica
paradójicamente proporciona valor añadido a las tarjetas franqueadas
conservadas porque acerca a las relaciones personales de la época
(Castillo-Gómez, 2020).
Producción, numeración y
metamorfosis funcional
La producción respondió al
coleccionismo con la edición de series numeradas y temáticas
diversificadas —urbano, costumbrismo, turismo, acontecimientos— que animaron la
búsqueda de conjuntos completos y aumentaron las tiradas comerciales (Carrasco
Marqués, 2018; Prochaska y Mendelson, 2010). La numeración reforzó
hábitos de acumulación y orden, mientras los catálogos y repertorios
fijaron escalas de precios y criterios de demanda (Rickards y Twyman, 2000).
Este proceso coincidió con la expansión europea del 1900-1914, cuando la postal
reconfiguró los límites entre comunicación cotidiana y colección durable
(Benjamin, 1936; Rickards y Twyman, 2000).
Los ephemera presentan versatilidad
y transformación de usos durante su ciclo de vida (Kopytoff, 2020). La tarjeta
postal ilustra esta metamorfosis funcional: concebida como medio de
comunicación epistolar barato, evolucionó hacia objeto de colección, testimonio
documental histórico, fuente de investigación académica y elemento de
construcción del imaginario colectivo (Hernández-Ruiz, 2022; Prochaska y
Mendelson, 2010). Este proceso revela mecanismos de valoración cultural que
operan tanto a nivel individual, a través del coleccionismo privado, como a
nivel institucional, mediante políticas de adquisición y preservación (López
Hurtado, 2013).
Convenciones y exposiciones
Las primeras convenciones y
muestras públicas consolidaron normas de participación, criterios de premio y
visibilidad social del coleccionismo (Rickards y Twyman, 2000). La emergencia
de asociaciones y boletines entre 1896 y 1902 en el espacio germano, junto con
exposiciones en Italia, Francia y Europa central, fijó un calendario regular de
reuniones, concursos y vitrinas (Rickards y Twyman, 2000; Carrasco Marqués,
2018).
En 1894 se documenta el
"Sammler-Verein für illustrierte Postkarten", seguido por
"WELTALL Centralverband für Ansichtskartensammler", con miles de
miembros y boletines que coordinaban sucursales y anuncios de intercambio
(Rickards y Twyman, 2000). El Weltverband Kosmopolit fundado en 1897 alcanzó
alrededor de 11.000 socios en 1912 (Carrasco Marqués, 2009). Contrariamente al
estereotipo del coleccionista solitario, la socialización y la exhibición
constituyen facetas esenciales de la práctica coleccionista (Pomian, 1990).
Los hitos expositivos incluyen
Venecia 1898, Niza 1899, Budapest 1900, Varsovia 1900, París 1904, Marsella
1908, Nancy 1909 y la "Rue de la carte postale" en la Foire de Paris
1911 (Prochaska y Mendelson, 2010; Rickards y Twyman, 2000).
Redes transnacionales
Las redes transnacionales
se sustentaron en boletines con listados de socios, anuncios de canje,
reglamentos y crónicas expositivas (Rickards y Twyman, 2000). Entre 1896 y 1902
se consolidó una prensa cartófila en alemán con al menos once cabeceras
(Rickards y Twyman, 2000). En 1908 apareció en Berlín la sociedad internacional
"Globe", y la red "WELTALL" mantuvo boletines como Das
Blaue Blatt (Rickards y Twyman, 2000). Estos dispositivos facilitaron la normalización
de numeración de series, la estandarización de formatos y la
trazabilidad de repertorios (Prochaska, 1990; Rickards y Twyman, 2000).
Las prácticas de intercambio
generaron redes internacionales de sociabilidad epistolar y coleccionista,
mediadas por formularios y repertorios lingüísticos simplificados (Prochaska,
1990; Alloula, 1986; Junge, 2018; Bhabha, 1994). Los ephemera presentan doble
ámbito de circulación: pueden ser elementos de comunicación de masas
relacionados con el espacio público, pero también objeto íntimo y personal de
uso cotidiano (Vázquez-Medel, 2021).
España y Cataluña
En España, la implantación
editorial y el arraigo social de la postal generaron un corpus visual
denso que documenta ciudades, transformaciones urbanas y prácticas sociales
(Riego Amézaga, 1997; Alonso Laza, 1997; Garófano Sánchez, 2000). La
preferencia coleccionista por criterios geográficos y locales alimentó un archivo
iconográfico de alta granularidad territorial (López Hurtado, 2013;
McDonald et al., 2024). La procedencia de fondos —compra, donación o ingreso
por Depósito Legal— y las políticas institucionales impulsaron
metodologías de descripción, control de autoridades y conservación
preventiva específicas (López Hurtado, 2013; Rose, 2016; Millman, 2013).
Valor documental y
formadores de imaginario
Los ephemera están ligados a
acontecimientos específicos, convirtiéndolos en testimonios privilegiados de
contextos frecuentemente no documentados en otras fuentes (Burke, 2019). La
tarjeta postal documenta la experiencia del viaje, el ocio, las redes
familiares y los ritmos del turismo de manera que escapa a las fuentes
oficiales (Castillo-Gómez, 2020). Sin embargo, contienen pocos datos respecto a
autoría, cronología e impresor (Clinton, 1981). La codicia comercial llevó a
repetir fotografías con distinta numeración, recortar o colorear muchos años
después de hacerlas (Torres-Mendoza, 2019; Jiménez-Blanco, 2020).
Los ephemera actúan como formadores
de imaginario colectivo, puesto que son documentos ligados a la vida
cotidiana, administrativa, social y comercial (Anderson, 2019). Las tarjetas
postales funcionaron como vehículos de construcción identitaria que
contribuyeron decisivamente a la formación de imaginarios colectivos sobre
territorios, culturas y grupos sociales (Riego Amézaga, 1997; Rose, 2016). Se
convirtieron en documentos visuales privilegiados de los procesos de modernización
urbana (1890-1920), proporcionando testimonio de transformaciones que
frecuentemente no dejaron otras huellas documentales sistemáticas (Riego
Amézaga, 1997). La tarjeta postal democratizó el acceso a la imagen
territorial, generando representaciones visuales compartidas del espacio
geográfico (Álvarez-Junco, 2018).
La convergencia entre memorias
privadas y repertorios públicos hizo de la postal un patrimonio híbrido
y duradero, cuya legitimación como fuente primaria se consolidó con
marcos analíticos que integran lectura iconográfica e intertextual y análisis
de contexto de producción, circulación y recepción (Panofsky, 1972; López
Hurtado, 2013; Rose, 2016).
Desafíos de conservación y
tratamiento
Los ephemera presentan
problemas que dificultan su tratamiento en centros documentales: no hay
consenso semántico ni definición universalmente aceptada, no encajan en un
campo profesional específico, son numerosos y requieren muchas horas de
dedicación, y representan un reto para la preservación y digitalización
(Sánchez-Morales, 2020). Las tarjetas postales son objetos de material frágil
que sufren deterioro del tiempo por la idiosincrasia propia del material
(Conway, 2020). También fueron producidas con materiales de mala calidad o con
la dificultad de los procedimientos técnicos emergentes de la época
(Sánchez-Morales, 2020).
Las grandes colecciones
institucionales y exhibiciones permanentes consolidaron estándares
curatoriales, ampliaron el acceso público y favorecieron la investigación
comparada internacional (Prochaska y Mendelson, 2010; McDonald et al., 2024).
Museos y archivos han intensificado la exhibición de colecciones, la edición de
catálogos y la reedición facsimilar, estrategias que amplían la circulación del
conocimiento (Mendelson, 2005; Prochaska y Mendelson, 2010; López Hurtado,
2013). Este esfuerzo consolida estándares de descripción y preservación,
favorece la integración de colecciones dispersas y sitúa la postal en el centro
de las metodologías de la historia visual contemporánea (Rose, 2016;
McDonald et al., 2024; Osbaldestin, 2023).
Memoria cultural y función
social
El coleccionista prefiere
buscar a través de las imágenes campos diferentes: urbanismo, transformaciones
del paisaje, personas o técnicas de las artes gráficas (Satué, 2018). Todo esto
se lee a través de objetos deteriorados, raídos, llenos de grafías muchas veces
ilegibles, pero que constituyen testimonios únicos de las experiencias,
prácticas y mentalidades de su época (Petrucci, 2019; Chartier, 2020).
El coleccionismo cumple una
función social trascendental en la preservación activa y la transmisión
intergeneracional de la memoria colectiva (Pomian, 1990; Rickards y Twyman,
2000). Muchos museos prestigiosos surgieron de colecciones privadas que
asumieron responsabilidad pública (Rickards y Twyman, 2000). El coleccionista
especializado se convierte en una suerte de historiador anticipado, capaz de
descubrir en objetos aparentemente triviales conexiones significativas invisibles
al público general (López Hurtado, 2013; Rickards y Twyman, 2000). La capacidad
de los ephemera para documentar aspectos de la vida cotidiana que escapan a las
fuentes tradicionales los convierte en complemento indispensable para una
comprensión integral de los procesos históricos (Chartier, 2020).
Generalmente, se han designado dos tipos de coleccionistas: los que escogen un tema, lugar o territorio concreto, o los que se centran en la elección de un editor o autor de tarjetas postales. La gran mayoría de coleccionistas forman parte del grupo de los que coleccionan tarjetas postales con un criterio geográfico, formando colecciones sobre todo orientadas a documentar las transformaciones y cronologías de una región específica más que aspectos entorno a la tarjeta postal en sí. De la misma manera, es interesante destacar que la mayoría de colecciones de tarjetas postales que se custodian en archivos y otras instituciones patrimoniales también están marcadas sobre todo por esta tendencia territorial o temática, tanto por política propia de la institución como por la procedencia de sus fondos, ya sea vía compra, donación o la propia gestión del Depósito Legal, tal y como se desarrollaba en el epígrafe.
La cartofilia preservó
y ordenó un patrimonio visual masivo mediante álbumes, sociedades, revistas y
un mercado secundario; las series numeradas y su estandarización impulsaron la
demanda, y las convenciones y ferias de 1898-1911 consolidaron prácticas que
hoy vertebran la investigación visual y la difusión patrimonial (Rickards y
Twyman, 2000; Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013; McDonald et al.,
2024).
Bibliografía
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