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20/9/25

1.4. Coleccionismo y la tarjeta postal como objeto efímero.

1. ANTECEDENTES HISTÓRICOS, SOCIALES, POLÍTICOS Y TECNICOS

1.1. Contexto Sociopolítico Europeo (1869-1939)
1.2. Contexto Sociopolítico Español (1850-1939)
1.3. Innovaciones tecnológicas en la producción de postales
1.4. Coleccionismo y la tarjeta postal como objeto efímero.
1.5. Marco Legal y Regulación Postal


1.4. Coleccionismo y la tarjeta postal como objeto efímero.

La tarjeta postal nació como alternativa económica a la carta tradicional y se convirtió en el documento de comunicación más relevante de principios del siglo XX al unir el mensaje escrito y visual de manera masiva (Botrel, 2009; Henkin, 2006). Las primeras tarjetas oficiales aparecieron en Austria-Hungría el 1 de octubre de 1869 y marcaron el inicio de una revolución comunicativa (Carrasco Marqués, 2009). Sin embargo, estos documentos nacieron como objetos efímeros, pensados para ser enviados y descartados después de su uso (Appadurai, 2019; Clinton, 1981). Esta contradicción define su naturaleza: concebidas como souvenirs turísticos desechables, posteriormente se convirtieron en objetos perdurables coleccionados y preservados como testigos documentales de una época (Fuentes Romero, 2001; Rickards, 2000).

Los ephemera son materiales impresos pensados para tener validez temporal corta y ser descartados cuando esta caduca (Clinton, 1981). Se producen en torno a eventos concretos o aspectos de la vida cotidiana como el ocio o el consumo, constituyendo testimonios de períodos históricos específicos y fuentes primarias de gran valor (Rickards y Twyman, 2000). Estos materiales presentan heterogeneidad extraordinaria en tipologías, formatos, temática y usos (García-Reyes, 2019). La postal surgió cuando la fotografía estaba reservada a pocos, pero reprodujo imágenes miles de veces, viajó por muchos continentes y puso cara a monumentos que hasta entonces solo eran descritos por palabras (Benjamin, 2018).

Origen y expansión de la cartofilia

La cartofilia surgió en Europa a finales del siglo XIX en paralelo a la difusión de la tarjeta postal y se consolidó como práctica de preservación y organización de un patrimonio visual masivo (Carrasco Marqués, 2009; Benjamin, 1936; Rickards y Twyman, 2000). Inicialmente asociada a la filatelia por la circulación de los primeros enteros postales con franqueo impreso normalizado por la UPU, la cartofilia adquirió autonomía por el atractivo propio de la imagen reproducida mecánicamente (Carrasco Marqués, 2009; Benjamin, 1936).

Los coleccionistas fueron los primeros en mostrar interés por estos documentos, mucho antes de que bibliotecarios y archiveros les prestaran atención (Rickards y Twyman, 2000). La supervivencia de la mayoría de los ephemera ha sido asegurada gracias a formar parte de sus colecciones (Rickards y Twyman, 2000). El coleccionismo trasciende la simple acumulación de objetos para convertirse en manifestación compleja de la condición humana que revela mecanismos de compensación emocional y construcción identitaria (Baudrillard, 1968; Pomian, 1990).

La rápida aceptación de la tarjeta postal ilustrada a inicios del siglo XX amplió su uso más allá del mensaje epistolar: se enviaron y conservaron por novedad, valor visual y deseo de colección (Carrasco Marqués, 2018; Prochaska y Mendelson, 2010). Así nacieron los álbumes y la acumulación sistemática de series, incluso de ejemplares sin circular, que transformaron la postal en un objeto de consumo cultural con lógicas de selección, orden y exhibición (Carrasco Marqués, 2018; McDonald et al., 2024).

Institucionalización del coleccionismo

La institucionalización del coleccionismo se expresó en sociedades, revistas y exposiciones que fijaron criterios de clasificación temática, geográfica y cronológica, y pautas de valoración por rareza, calidad técnica, relevancia histórica y estado de conservación (Rickards y Twyman, 2000; McDonald et al., 2024). Alemania editó revistas cartófilas desde 1896, alcanzando ocho publicaciones en 1905 (Rickards y Twyman, 2000). En España, el movimiento se articuló en Barcelona con España Cartófila y el Boletín de la Tarjeta Postal Ilustrada desde 1901, y con la Sociedad Cartófila Española HISPANIA, que promovió el intercambio y estabilizó prácticas de valoración en un incipiente mercado secundario (Carrasco Marqués, 2009; Rickards y Twyman, 2000).

Entre 1901 y 1906 estalló una eclosión de intercambios transnacionales por correo y la difusión de álbumes familiares, apoyada en la estandarización de formatos, el abaratamiento del franqueo y niveles básicos de alfabetización que permitieron la participación de capas populares (Henkin, 1998; Carrasco Marqués, 2009). El abaratamiento de los envíos contribuyó al éxito del medio, pero eliminó la confidencialidad de los mensajes (Henkin, 2006). Esta característica paradójicamente proporciona valor añadido a las tarjetas franqueadas conservadas porque acerca a las relaciones personales de la época (Castillo-Gómez, 2020).

Producción, numeración y metamorfosis funcional

La producción respondió al coleccionismo con la edición de series numeradas y temáticas diversificadas —urbano, costumbrismo, turismo, acontecimientos— que animaron la búsqueda de conjuntos completos y aumentaron las tiradas comerciales (Carrasco Marqués, 2018; Prochaska y Mendelson, 2010). La numeración reforzó hábitos de acumulación y orden, mientras los catálogos y repertorios fijaron escalas de precios y criterios de demanda (Rickards y Twyman, 2000). Este proceso coincidió con la expansión europea del 1900-1914, cuando la postal reconfiguró los límites entre comunicación cotidiana y colección durable (Benjamin, 1936; Rickards y Twyman, 2000).

Los ephemera presentan versatilidad y transformación de usos durante su ciclo de vida (Kopytoff, 2020). La tarjeta postal ilustra esta metamorfosis funcional: concebida como medio de comunicación epistolar barato, evolucionó hacia objeto de colección, testimonio documental histórico, fuente de investigación académica y elemento de construcción del imaginario colectivo (Hernández-Ruiz, 2022; Prochaska y Mendelson, 2010). Este proceso revela mecanismos de valoración cultural que operan tanto a nivel individual, a través del coleccionismo privado, como a nivel institucional, mediante políticas de adquisición y preservación (López Hurtado, 2013).

Convenciones y exposiciones

Las primeras convenciones y muestras públicas consolidaron normas de participación, criterios de premio y visibilidad social del coleccionismo (Rickards y Twyman, 2000). La emergencia de asociaciones y boletines entre 1896 y 1902 en el espacio germano, junto con exposiciones en Italia, Francia y Europa central, fijó un calendario regular de reuniones, concursos y vitrinas (Rickards y Twyman, 2000; Carrasco Marqués, 2018).

En 1894 se documenta el "Sammler-Verein für illustrierte Postkarten", seguido por "WELTALL Centralverband für Ansichtskartensammler", con miles de miembros y boletines que coordinaban sucursales y anuncios de intercambio (Rickards y Twyman, 2000). El Weltverband Kosmopolit fundado en 1897 alcanzó alrededor de 11.000 socios en 1912 (Carrasco Marqués, 2009). Contrariamente al estereotipo del coleccionista solitario, la socialización y la exhibición constituyen facetas esenciales de la práctica coleccionista (Pomian, 1990).

Los hitos expositivos incluyen Venecia 1898, Niza 1899, Budapest 1900, Varsovia 1900, París 1904, Marsella 1908, Nancy 1909 y la "Rue de la carte postale" en la Foire de Paris 1911 (Prochaska y Mendelson, 2010; Rickards y Twyman, 2000).

Redes transnacionales

Las redes transnacionales se sustentaron en boletines con listados de socios, anuncios de canje, reglamentos y crónicas expositivas (Rickards y Twyman, 2000). Entre 1896 y 1902 se consolidó una prensa cartófila en alemán con al menos once cabeceras (Rickards y Twyman, 2000). En 1908 apareció en Berlín la sociedad internacional "Globe", y la red "WELTALL" mantuvo boletines como Das Blaue Blatt (Rickards y Twyman, 2000). Estos dispositivos facilitaron la normalización de numeración de series, la estandarización de formatos y la trazabilidad de repertorios (Prochaska, 1990; Rickards y Twyman, 2000).

Las prácticas de intercambio generaron redes internacionales de sociabilidad epistolar y coleccionista, mediadas por formularios y repertorios lingüísticos simplificados (Prochaska, 1990; Alloula, 1986; Junge, 2018; Bhabha, 1994). Los ephemera presentan doble ámbito de circulación: pueden ser elementos de comunicación de masas relacionados con el espacio público, pero también objeto íntimo y personal de uso cotidiano (Vázquez-Medel, 2021).

España y Cataluña

En España, la implantación editorial y el arraigo social de la postal generaron un corpus visual denso que documenta ciudades, transformaciones urbanas y prácticas sociales (Riego Amézaga, 1997; Alonso Laza, 1997; Garófano Sánchez, 2000). La preferencia coleccionista por criterios geográficos y locales alimentó un archivo iconográfico de alta granularidad territorial (López Hurtado, 2013; McDonald et al., 2024). La procedencia de fondos —compra, donación o ingreso por Depósito Legal— y las políticas institucionales impulsaron metodologías de descripción, control de autoridades y conservación preventiva específicas (López Hurtado, 2013; Rose, 2016; Millman, 2013).

Valor documental y formadores de imaginario

Los ephemera están ligados a acontecimientos específicos, convirtiéndolos en testimonios privilegiados de contextos frecuentemente no documentados en otras fuentes (Burke, 2019). La tarjeta postal documenta la experiencia del viaje, el ocio, las redes familiares y los ritmos del turismo de manera que escapa a las fuentes oficiales (Castillo-Gómez, 2020). Sin embargo, contienen pocos datos respecto a autoría, cronología e impresor (Clinton, 1981). La codicia comercial llevó a repetir fotografías con distinta numeración, recortar o colorear muchos años después de hacerlas (Torres-Mendoza, 2019; Jiménez-Blanco, 2020).

Los ephemera actúan como formadores de imaginario colectivo, puesto que son documentos ligados a la vida cotidiana, administrativa, social y comercial (Anderson, 2019). Las tarjetas postales funcionaron como vehículos de construcción identitaria que contribuyeron decisivamente a la formación de imaginarios colectivos sobre territorios, culturas y grupos sociales (Riego Amézaga, 1997; Rose, 2016). Se convirtieron en documentos visuales privilegiados de los procesos de modernización urbana (1890-1920), proporcionando testimonio de transformaciones que frecuentemente no dejaron otras huellas documentales sistemáticas (Riego Amézaga, 1997). La tarjeta postal democratizó el acceso a la imagen territorial, generando representaciones visuales compartidas del espacio geográfico (Álvarez-Junco, 2018).

La convergencia entre memorias privadas y repertorios públicos hizo de la postal un patrimonio híbrido y duradero, cuya legitimación como fuente primaria se consolidó con marcos analíticos que integran lectura iconográfica e intertextual y análisis de contexto de producción, circulación y recepción (Panofsky, 1972; López Hurtado, 2013; Rose, 2016).

Desafíos de conservación y tratamiento

Los ephemera presentan problemas que dificultan su tratamiento en centros documentales: no hay consenso semántico ni definición universalmente aceptada, no encajan en un campo profesional específico, son numerosos y requieren muchas horas de dedicación, y representan un reto para la preservación y digitalización (Sánchez-Morales, 2020). Las tarjetas postales son objetos de material frágil que sufren deterioro del tiempo por la idiosincrasia propia del material (Conway, 2020). También fueron producidas con materiales de mala calidad o con la dificultad de los procedimientos técnicos emergentes de la época (Sánchez-Morales, 2020).

Las grandes colecciones institucionales y exhibiciones permanentes consolidaron estándares curatoriales, ampliaron el acceso público y favorecieron la investigación comparada internacional (Prochaska y Mendelson, 2010; McDonald et al., 2024). Museos y archivos han intensificado la exhibición de colecciones, la edición de catálogos y la reedición facsimilar, estrategias que amplían la circulación del conocimiento (Mendelson, 2005; Prochaska y Mendelson, 2010; López Hurtado, 2013). Este esfuerzo consolida estándares de descripción y preservación, favorece la integración de colecciones dispersas y sitúa la postal en el centro de las metodologías de la historia visual contemporánea (Rose, 2016; McDonald et al., 2024; Osbaldestin, 2023).

Memoria cultural y función social

El coleccionista prefiere buscar a través de las imágenes campos diferentes: urbanismo, transformaciones del paisaje, personas o técnicas de las artes gráficas (Satué, 2018). Todo esto se lee a través de objetos deteriorados, raídos, llenos de grafías muchas veces ilegibles, pero que constituyen testimonios únicos de las experiencias, prácticas y mentalidades de su época (Petrucci, 2019; Chartier, 2020).

El coleccionismo cumple una función social trascendental en la preservación activa y la transmisión intergeneracional de la memoria colectiva (Pomian, 1990; Rickards y Twyman, 2000). Muchos museos prestigiosos surgieron de colecciones privadas que asumieron responsabilidad pública (Rickards y Twyman, 2000). El coleccionista especializado se convierte en una suerte de historiador anticipado, capaz de descubrir en objetos aparentemente triviales conexiones significativas invisibles al público general (López Hurtado, 2013; Rickards y Twyman, 2000). La capacidad de los ephemera para documentar aspectos de la vida cotidiana que escapan a las fuentes tradicionales los convierte en complemento indispensable para una comprensión integral de los procesos históricos (Chartier, 2020).

Generalmente, se han designado dos tipos de coleccionistas: los que escogen un tema, lugar o territorio concreto, o los que se centran en la elección de un editor o autor de tarjetas postales. La gran mayoría de coleccionistas forman parte del grupo de los que coleccionan tarjetas postales con un criterio geográfico, formando colecciones sobre todo orientadas a documentar las transformaciones y cronologías de una región específica más que aspectos entorno a la tarjeta postal en sí. De la misma manera, es interesante destacar que la mayoría de colecciones de tarjetas postales que se custodian en archivos y otras instituciones patrimoniales también están marcadas sobre todo por esta tendencia territorial o temática, tanto por política propia de la institución como por la procedencia de sus fondos, ya sea vía compra, donación o la propia gestión del Depósito Legal, tal y como se desarrollaba en el epígrafe. 

La cartofilia preservó y ordenó un patrimonio visual masivo mediante álbumes, sociedades, revistas y un mercado secundario; las series numeradas y su estandarización impulsaron la demanda, y las convenciones y ferias de 1898-1911 consolidaron prácticas que hoy vertebran la investigación visual y la difusión patrimonial (Rickards y Twyman, 2000; Carrasco Marqués, 2009; López Hurtado, 2013; McDonald et al., 2024).

Bibliografía

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